La Secretaría de Agricultura autorizó oficialmente que un grupo de investigación en agrobiotecnología del INTA realice un ensayo confinado para evaluar eventos diseñados para incrementar las defensas de lechuga genéticamente modificada en condiciones productivas.
Respecto de la medida, el subsecretario de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional, Pablo Nardone, indicó que los vegetales tienen múltiples sistemas de defensa contra infecciones, y entre ellos se encuentran la producción en porotos, de unas proteínas llamadas “quitinasas” que destruyen un componente importante de hongos patógenos. También, en papas silvestres, aparecen las “snakinas”, otras moléculas con propiedades antimicrobianas. En este caso, la modificación genética se basa en lograr en las lechugas una sobreproducción de estas moléculas, mejorando así sus mecanismos de defensa, lo que conllevaría un menor uso de fungicidas.
Vale mencionar que esta planta “puede verse afectada por patógenos fúngicos, bacterianos o virales, provocando enfermedades foliares que reducen la producción y afectan severamente el valor comercial de este cultivo”. En el país, indicaron, se aplican agroquímicos para sus tratamientos, existiendo productos autorizados por el Senasa, debiendo emplearse siempre las Buenas Prácticas Agrícolas para ello.
“Estas aplicaciones encarecen los costos productivos, ya que los precios de muchos de ellos están dolarizados. La biotecnología puede aportar soluciones más sostenibles, que acompañen la tendencia mundial de disminuir el consumo de fitosanitarios de origen sintético, pudiendo utilizar diferentes estrategias diseñadas por la ingeniería genética”, dijeron.
“El sitio destinado a la realización de los ensayos previstos dispone de condiciones de bioseguridad certificadas que impiden que este vegetal genéticamente modificado se libere al ambiente. El objetivo es evaluar parámetros como peso fresco y seco, longitud de raíz, área foliar, morfología de las hojas, morfología celular, contenido de clorofila, tasa fotosintética, altura, cantidad de hojas, etc. así como las infecciones naturales que se puedan producir”, añadieron.
En este sentido, indicaron que, si los resultados son los esperados, los investigadores del organismo descentralizado continuarían con otros ensayos y luego iniciarían los trámites para una eventual autorización para la liberación comercial de esta variedad mejorada.
Destacaron que “el INTA es la institución que más variedades de germoplasma inscribió hasta el momento en el Inase”. A su vez, dijeron que existen también muchos registros por parte de universidades y otras instituciones del Sistema Nacional de Ciencia y Tecnología.
En este sentido, Nardone concluyó: “Disponer de un sistema que asegure a los obtentores percibir justos beneficios estimula el interés en líneas de investigación de estas características, donde la Argentina comporta un lugar de privilegio”.
Comentario de AgendAR:
Es un momento raro para que la Secretaría de Agricultura aprueben un desarrollo transgénico vegetal argentino, aunque ésta lechuga del INTA parece únicamente sobreexpresar sus propios genes defensivos, y el experimento se hace en confinamiento. Este organismo (Agricultura, en su presentación actual de Secretaría, o en la anterior de Ministerio) tiene una larguísima tradición, adquirida en tiempos de Menem, de bloquear décadas enteras todo desarrollo argentino, pero autorizar de modo automático y a sola presentación de carpetas los de las multinacionales.
Esto se vio horrorosamente claro en el caso del trigo Hb4 resistente a cambio climático de Bioceres. Tras impedir su despliegue comercial durante los períodos de CFK, Macri y el año inicial de Alberto Fernández, tuvo que llegar su autorización «a campo» desde Brasil, Australia y otros países trigueros para su aprobación local. Hasta ese momento, la excusa de Agricultura, entonces en formato ministerio, era que los brasileños (clientes principales del trigo argentino) se iban a horrorizar en nombre de la defensa del medio ambiente, de la salud humana y coso. Pero tras la sequía del año anterior, los brasileños querían trigo, no monsergas.
Lo de que nadie es profeta en su tierra aquí es ley como en ningún otro país con nuestros quilates en biotecnología, que son enormes, totalmente desproporcionados con la cantidad de «eventos transgénicos» argentinos aprobados por los organismos regulatorios del propio estado argentino. Históricamente, cumplen décadas manejados por multinacionales en biociencias y sus marionetas propagandísticas locales. Que son algunas ONGs, igualmente multinacionales.
No obstante, el juego desparejo de poder es fortísimo en semillas gruesas y finas, es decir cultivos industriales, pero esta iniciativa del INTA traslada el partido a otro campo, el de la producción hortícola. Es un área más artesanal, más pobre en plata circulante, y más ligada a mercado interno o al menos, de cercanías. En suma, menos geoestratégica.
Con algunos eventos transgénicos en soja y maíz, Monsanto, hoy Bayer, prácticamente se apoderó de la economía rural de buena parte del mundo, ordeñó de sus ganancias a los productores, los esperó en puerto de embarque con secretarios de justicia y juzgados amigos para decomisarles cargas si detectaban soja «de bolsa blanca», es decir producida por los propios agricultores, y cosechó plata y odio en cantidades. Literalmente, se volvió un organismo no estatal de recaudación que usa el estado en su favor. Controlás la alimentación, controlás el mundo. La humilde lechuga no da para tanto.
Como en la horticultura las firmas transnacionales de biociencias no tienen grandes apuestas propias, al menos todavía, tal vez el camino regulatorio local para esta «superlechuga» del INTA esté menos lleno de barricadas y lobbies al acecho. Hay antecedentes: las papas con resistencia transgénica a los virus X e Y, grandes devastadores de cosechas, fueron aprobadas a siembra en tiempos casi razonables, y en tiempos de Menem, para más INRI.
De todos modos, autorizar la siembra experimental en confinamiento no es darle luz verde para cultivo a campo y comercial. Me pregunto, de todos modos, cuán amenazante puede ser una lechuga que expresa más quitinasas que las que compro en la verdulería de a la vuelta. ¿Se comerá a los chicos?
Pero es de recordar que cuando Bioceres buscaba aprobar su trigo Hb4, que tiene algunos genes de girasol que le dan más resistencia a la sequía y al encharcamiento, se le cerró durante años la siembra a campo. Cuando por fin la obtuvo, más gracias a Brasil que al estado argentino, decenas de organizaciones inexpertas describieron el trigo Hb4 como la pérdida de la soberanía alimentaria (la última vez que me fijé, Bioceres era argentina), una amenaza para la flora, la fauna y la salud humana, y coso.
Alguien lloraba por la herida, y a gritos. Supongo que ninguna firma de biociencias del planeta, para ser exactos, del hemisferio norte del planeta, tiene tres eventos Hb4 industriales, respectivamente soja, alfalfa y trigo, diseñados específicamente para capear los bandazos hídricos del cambio climático.
Al no contar con la aprobación regulatoria de los Hb4 en tiempo y forma, las pérdidas en 2022, el último año de los tres años de la peor sequía, fueron de U$ 20.000 millones de dólares.
A la larga, salvo que este gobierno o los que sigan su línea devasten aún más las universidades públicas, el CONICET y otros puntales de la biotecnología, no va a ser fácil impedir que la Argentina se vuelva una potencia algo más que mediana en ese rubro, y no sólo en horticultura sino en semillas industriales. Si llega a serlo, estará sacando plata no sólo de vender frutos de la tierra sino licencias para su producción.
La historia indica que hay más ganancias en explotar la materia gris que la tierra negra.
Vamos el INTA, todavía.
Daniel E. Arias