Las olas de calor intensas, prolongadas y repetitivas; los brotes de enfermedades como el dengue, que no son endémicas, y las sequías, no son los únicos riesgos y amenazas que la crisis climática ha instalado en la Ciudad de Buenos Aires. La suba del nivel del Río de la Plata aparece también como un potencial efecto del devenir térmico que debe ser tenido en cuenta en el diseño de las políticas públicas locales y recomiendan reevaluar y detener las construcciones en la costa.
Así lo advirtió en un documento el grupo de expertos que conforman el Consejo Asesor Externo de la Agencia de Protección Ambiental de la Ciudad: “Las proyecciones de su ascenso en los dos escenarios extremos para el año 2100 están en el rango de 0,55 a 1,25 metros, dependiendo del nivel de las emisiones de gases de invernadero futuras. Es muy probable que el aumento del nivel medio del mar durante el siglo XXI sea más rápido que el observado durante los últimos 40 o 50 años en cualquiera de los escenarios posibles. El estuario del Plata fue llamado ‘río’ por razones geopolíticas estratégicas, pero su dinámica está determinada por la onda de marea oceánica, incluyendo el nivel medio del mar, porque en realidad es un estuario”, indica.
Proyecciones del aumento del nivel del mar para el año 2100
“El cambio climático representa una amenaza, particularmente, para las ciudades costeras. El nivel del mar está ascendiendo en forma acelerada: duplicó su tasa de ascenso en la última década en comparación con la última década del siglo XX. Las proyecciones indican que esto no se detendrá en lo que resta de este siglo. La recomendación del consejo asesor es la planificación del uso de la zona costera, teniendo en cuenta los cambios ya observados y la amenaza del ascenso del nivel del mar, que es determinante para el nivel del Río de la Plata. La costa es una zona de riesgo y en ese contexto debe hacerse un plan para el ordenamiento del territorio que asegure la protección de personas, infraestructura y no comprometa el acceso al agua del que depende de Buenos Aires”, explicó a Infobae Inés Camilloni.
El documento de los expertos desarrolla una serie de recomendaciones para este y los futuros gobiernos porteños:
● Desarrollar un plan integral para la evaluación ambiental estratégica y el ordenamiento ambiental del contorno ribereño de la Ciudad de Buenos Aires, a partir de la participación ciudadana y tomando como base el conocimiento científico disponible.
● Detener y revisar propuestas de desarrollos inmobiliarios costeros hasta tanto se cuente con un plan integral de ordenamiento ambiental del contorno ribereño.
● Incorporar grandes parques en el contorno ribereño. En el marco de un plan integral, dar respuesta a la demanda insatisfecha de espacios verdes públicos recreativos con infraestructura mínima y liviana, preservando humedales e incorporando espacios verdes flexibles que puedan actuar como áreas de retención y ralentización de agua de lluvia.
● Enlazar reservas y parques con un amplio Corredor Verde, que supere los límites de un camino de sirga, incorporando medios de acceso públicos, recorridos y sistemas de movilidad sostenibles.
En el análisis también se señala la importancia de preservar humedales ribereños como primera barrera de protección frente a tormentas e inundación. “Los continuos rellenos costeros complejizan el escurrimiento del agua de lluvia hacia el Río de la Plata y alejan las desembocaduras de arroyos, reduciendo aún más sus pendientes, afectando no solo el borde costero sino todo el territorio de la ciudad y el área metropolitana”, se señaló.
En ese sentido, la historia de la ciudad de Buenos Aires muestra el gran avance sobre el curso de agua a lo largo de su desarrollo histórico. Si se toma como punto de partida el año 1900, en la Capital se agregaron, en promedio, 26 hectáreas de terreno anuales por los rellenos que se fueron realizando en la costa del Río de la Plata. Desde entonces se sumaron más de 3000 ha.
Primero fue la zona de la Aduana, apenas a metros de la Plaza de Mayo, le siguió el malecón y los rellenos de la zona Norte. El balneario Saint Tropez y Coconor, en la Costanera Norte, de mediados de los ’80, son tal vez los últimos registros de playa de la ciudad. Ya había desaparecido el balneario de la Costanera Sur y habían pasado casi 100 años desde que se construyó Puerto Madero, en 1887.
“El tema es sumamente urgente. Porque aunque hiciéramos cosas para mitigar el cambio climático, la inercia de sus consecuencias ya está entre nosotros. Entre ellos, el aumento del mar, que es imparable. La Ciudad no tiene reglamentada aún la evaluación ambiental estratégica, es por eso que advertimos que los diseños de políticas públicas tienen que tener en cuenta estos factores”, dijo Mora Arauz, de la Fundación Ciudad, que también es miembro del Consejo.
Entre las advertencias, los expertos señalan: “Futuros rellenos aproximarán más la franja de agua contaminada a la toma de agua que abastece a la ciudad y parte del Conurbano. La Ciudad de Buenos Aires cuenta con una reserva de agua potable de muy pocas horas”.
“Si resulta necesario densificar la construcción para una demanda de vivienda insatisfecha, no debe hacerse sobre la costa. La costa es un área de riesgo, aunque no aparezca como tal en el Mapa de Riesgo Hídrico de la Ciudad”, advirtieron.
En APRA indicaron mediante un comunicado que “la Gerencia Operativa del Cambio Climático se encuentra evaluando las recomendaciones incluidas en el documento, que fue entregado el 12/4 en la primera reunión con el Consejo del año en curso, y a partir de esta evaluación las mismas serán compartidas con las distintas áreas de Gobierno involucradas con el borde costero y tomadas en consideración para la futura actualización del Plan de Acción Climática de la Ciudad, que de acuerdo a la legislación vigente se realizará en el 2025”.
Calor extraordinario
La amenaza de avance del nivel de las aguas no es la única que afronta la ribera de la Ciudad de Buenos Aires. Hace dos semanas, un estudio publicado por Nature Communications mostró a la zona como una de las más afectadas por los golpes de calor extraordinarios y sus consecuentes riesgos.
Datos satelitales del aumento del nivel del mar entre 1993 y la actualidad
Dann Mitchell, científico del clima en la Universidad de Bristol, en Inglaterra, y uno de los autores del estudio, comentó que justo después de una catástrofe, las personas y los encargados de formular políticas son conscientes de los riesgos y de cómo responder. “Y entonces, conforme pasan los años, de alguna manera te olvidás y ya no te molesta tanto”, afirmó a The New York Times.
Mitchell y sus colegas observaron las temperaturas máximas diarias en todo el mundo entre 1959 y 2021 y descubrieron que las regiones que cubren el 31 por ciento de la superficie terrestre de nuestro planeta experimentaron un calor tan extraordinario que, estadísticamente, no debió haber ocurrido. El estudio argumenta que estos lugares deberían prepararse más para futuras recurrencias severas de calor.
No obstante, todavía existen muchas regiones que aún no han experimentado ese calor extremo. Así que es posible que no estén tan preparadas. Según el estudio, esas zonas incluyen lugares desarrollados económicamente, como Alemania, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, además de la región de China alrededor de Pekín. Sin embargo, también incluyen países en desarrollo, como Afganistán, Guatemala, Honduras y Papúa Nueva Guinea, que es más probable que carezcan de recursos para mantener a salvo a la gente. Otras zonas que están en riesgo incluyen al extremo oriente ruso, el noroeste de la Argentina, y también, como se dijo, CABA y el AMBA, así como parte del noreste de Australia.
Comentario de AgendAR:
La semana pasada los medios argentinos informaron del avance del mar, en mar del Tuyu y San Clemente.
Esa es costa de estuario y no de mar, aunque en los mapas políticos todo el estuario del Plata figure como Río de la Plata. La distinción geográfica importa porque en un estuario verdadero el ambiente hídrico es más marino que en un río.
En la parte inferior de un río las mareas y corrientes de marea no mueven mucho el amperímetro: la altura del agua es caótica y casi impredecible por la combinación de vientos, oleaje, mareas marinas y la escorrentía, determinada por la recarga pluvial en las cuencas media y superior. En suma, el Paraná y el Uruguay determinan muy poco qué pasa con la altura de eso que llamamos Río de la Plata pero no lo es.
Lo que determina si la costa avanza o retrocede en balnearios como el Tuyú y San Clemente es la altura promedio del Atlántico y los vientos.
Como se puede observar a simple vista en casi todas las playas bonaerenses, la costa retrocede. El partido entre la sedimentación y la erosión la gana la última, por goleada. Por eso allí se viene derrumbando la edificación costera más intrusiva y descerebrada. El Partido de la Costa, Mar del Plata y Miramar enfrentan el mismo problema, sólo que ahí actuó otra fuerza erosiva más: la remoción de médanos para hacer avenidas costeras, el robo de arena playera para la construcción y la edificación de edificios directamente sobre las playas.
En el actual escenario climático, eso agrava todo.
El avance de la costa por rellenamiento, frente a CABA y en los partidos con litoral del AMBA, es sedimentación, pero artificial. Se trata de una lucha de las inmobiliarias y las municipalidades (que se han vuelto casi la misma cosa) contra fuerzas planetarias mucho más poderosas. Está perdida desde el vamos. Todo lo que se ha rellenado se terminará inundando. Todo lo que se ha construido se devaluará. Pero se sigue construyendo. No es que aquí seamos especialmente imbéciles: ¿no se siguen haciendo torres de departamentos de lujo en Miami Beach, sobre calles que sufren «daylight flooding» (inundación diurna) con cada pleamar?
Si la altura creciente del mar aquí no ayuda, menos lo hacen los vientos. Las únicas tormentas realmente erosivas son las sudestadas fuertes, que pasaron de 2,5/año a 10/año en lo que va de los ’80 a hoy. Y es que se ha corrido 200 km. hacia el Norte el anticiclón del Atlántico Sur que las genera, para estacionarse cuadradamente frente a la boca del estuario, mar adentro. Estamos directamente en la línea de tiro, ahora agarramos todas las balas.
Las sudestadas vienen con marea de inundación tanto para la costa bonaerense propiamente atlántica como para el estuario. Con consecuencias diferentes: inundaciones en CABA y el AMBA, que cada vez penetran más hondo en las cuencas de los lerdos arroyos entubados el siglo pasado. En la costa propiamente marina, las sudestadas logran entrar una o dos cuadras en ese nuevo litoral desprovisto de médanos que lo defiendan, y en el reflujo se llevan mar adentro la poca arena que va quedando en la playa, cada vez más angosta.
El pelo de agua del estuario ha venido creciendo a lo largo de este siglo y el pasado, y se acelera. Un buen ejemplo lo da el hotel de lujo que había en la costa de Magdalena, inutilizado y abandonado hace ya 60 años porque lo cercó, derrumbó y tapó el agua. El IPCC en 2021 predecía 1,25 metros más que hoy en el Plata para fines de este siglo, pero creo que se quedaron cortos otra vez.
Las consecuencias para las ciudades costeras son enormes. En una costa de baja pendiente, sea arenosa o barrosa, por cada metro adicional de altura del mar calcula de diez a cien metros de erosión costera, en general inmediata, pero si hay roca puede diferirse décadas. Es lo que pasa en el tramo Marpla-Miramar de la ruta 11, que hay que correr a cada rato tierra adentro porque el acantilado se está corriendo tierra adentro, y la va persiguiendo a sucesivos derrumbes.
Ni Marpla ni Miramar tienen hoy playas siquiera parecidas a las que todavía ostentaban en los años ’70: uno ve una sucesión de espigones de piedra o de hormigón, que muestran «pocket beaches», miniplayas triangulares de gran pendiente, en el flanco sudeste de cada una de estas construcciones. Ahí el oleaje de los días calmos todavía logra acumular un poco de arena. En el otro flanco, el noroeste, y a la misma altura del espigón que el «pocket beach», hay dos o más metros de profundidad. Los espigones mismos no aguantan demasiado las sudestadas y se fracturan. A fuerza de hormigón, el escenario parece más la Muralla Atlántica del general Rommel que las anchas playas de las que se guardan fotos en blanco y negro, y que sólo tienen medio siglo.
Como fuerza erosiva, el combo intendentes e inmobiliarias ha sido peor que las sudestadas, aunque trabajan (sin saberlo o a sabiendas, ya no importa) en el mismo equipo.
Volviendo al caso de San Clemente y sus derrumbes de edificación costera, se ven cosas similares en Villa Gessell, donde pagan más porque estos temas no se venteen en los medios.
En ambos casos tenés el mismo paralelogramo de fuerzas operantes: el mar está más alto, las sudestadas mucho más frecuentes y erosivas, y se está pagando el precio de casi un siglo entero de intendentes que se roban a sí mismos, o unos a otros, los médanos naturales que veían nuestros padres y abuelos.
Esos médanos se volvieron parte del hormigón de construcciones en zonas de la playa ilegales hasta por la vieja ley nacional del camino de sirga, que imponía un despeje de 100 metros entre cuerpos de agua y ciudades. El futuro es que toda la provincia se quede sin playas y termine con «pocket beaches» triangulares y de alta pendiente entre enormes (e inútiles) espigones que tratan de retener un poco de arena.
Marpla y Miramar son el ejemplo de tapa de libro. Y una muestra de otra cosa más: el dragado en aguas más profundas para rellenar las playas que se van evaporando es de alto costo y baja eficiencia.
Daniel E. Arias