Hace medio siglo el presidente Juan D. Perón apretó un botón y Atucha I, primera central nuclear de la Argentina y de Sudamérica, se puso crítica.
Fue el 13 de enero de 1974: se retiraron parcialmente las barras de control y el núcleo de la central entró lentamente en reacción en cadena. Luego se le fue subiendo la potencia escalonadamente, durante meses y bajo cuidadosa vigilancia de que todas los parámetros de funcionamiento fueran correctos, y finalmente entró en línea a la potencia plena de sus 320 MWe instalados.
La CNEA, compradora y entonces constructora y operadora de esa central, ya tenía 24 años de existencia. Era la cabeza del programa nuclear más dinámico del hemisferio sur, después del de la India. Llevaba diseñados con éxito tres reactores, el tercero la mayor planta de fabricación de radioisótopos médicos de la región, todos con componentes argentinos, salvo el uranio enriquecido. Pero Atucha 1 era otra cosa, una central de potencia. Con este fierro, la CNEA «se ponía los pantalones largos».
Hoy la central cursa su tercera prolongación de vida útil. Es tan sólida y resistente que podría durar 100 años operativos sin problemas, y tal vez más. Perfecta no nació: perfecta la fuimos haciendo. Como también después Atucha 2, Atucha 1 fue un prototipo con el que la KWU-SIEMENS se ganó el derecho de volverse un tiempo el abastecedor principal de centrales de la CNEA, y entre 1980 y 1994, su socio minoritario en la empresa mixta ENACE (Empresa Nuclear Argentina de Centrales Eléctricas).
Cuando ENACE fue cerrada por el presidente Carlos Menem, quedaron pendientes varios asuntos: uno de ellos fue la terminación de Atucha 2, que debió suceder en 1987… pero pasaron cosas. Sucedió 27 años más tarde. La otra que no sucedió fue la exportación a varios países del norte de Africa y de Medio Oriente del ARGOS 360, una central chica que era básicamente una Atucha 1 adaptada a criterios de seguridad y operación post-Chernobyl.
Tras una avería discapacitante de los internos de Atucha 1 y la ruptura de una barra de elementos combustibles, en 1988 la central se fue parando sola por seguridad pasiva: el calentamiento del líquido moderador la fue dejando sin neutrones y sin potencia. Era imposible volver a arrancarla, pero además las dos agencias internas de seguridad nuclear de la CNEA, el CALIN y la Gerencia de Radioprotección lo habrían impedido. Cosas de los prototipos, puteó todo «Planeta CNEA» por lo bajo. Con apagones graves diarios en todo el AMBA por falta de mantenimiento del parque térmico de SEGBA e ITALO, había que reparar Atucha 1 rápido y bien.
Pero SIEMENS, que entonces ya barruntaba secretamente retirarse del mercado nuclear alemán y mundial por presión del Partido Verde, prefirió irse de estas pampas con mucha plata, aprovechando nuestra desgracia. Y pidió U$ 200 millones por desmantelar totalmente el núcleo de la central y rehacerlo, fácilmente 5 o 6 años de obra. ¿Garantías? Olvídate cariño. ¿»Affectio societatis?». No me hables en latín, soy alemán.
Tras infinitas presiones de los alemanes por firmar la reparación y la resistencia y desilusión crecientes de la CNEA, la Dra. Emma Pérez Ferreira, presidenta de la casa, aceptó la propuesta de los expertos Juan Carlos Almagro, Jorge Sidelnik y Roberto Perazzo y la transmitió al presidente de la Nación, Raúl Alfonsín: «La reparamos nosotros».
Alfonsín aceptó, bastante asustado, pero aceptó. Chernobyl había sucedido apenas dos años antes. Atucha 1 se reparó por sólo U$ 17 millones y en 9 meses, en los que la campaña de medios contra la CNEA fue infernal. Cuando estaba por volver a ponerse en marcha, Greenpeace se puso las botas y cosechó tarjetas de crédito de miles pequebús angustiados por el inminente Chernobyl bonaerense. Salvar el planeta es caro, ya se sabe. Jorge Lanata, en la tapa de Página 12, mostró una panorámica de la central con el título «La arreglamos con un alambre». El gabinete de gobierno uruguayo le creyó y prefirió reunirse discretamente un par de semanas en Melo, lo más lejos posible del predio de las Atuchas, hasta que se les fue pasando el julepe. Tardó.
Sembrar semejante terror debe haber costado muchos Deutsche Marks (no existía el Euro). Pero al parecer el alambre con que la CNEA reparó la central era del bueno, porque Atucha 1 no se volvió a romper jamás. Con sucesivas mejoras de termohidráulica totalmente Nac & Pop, la potencia pasó de 320 MWe a 365 MWe. Siguió usando los manojos combustibles de siempre (de uranio natural) pero salpimentados con un toque de uranio 235 al 0,83%. Con ese truco mejoraron su quemado en un 80%, con lo que la máquina hoy usa un 40% menos de combustible que cuando la compramos.
Los posibles clientes del ARGOS 360 en Africa y Medio Oriente se rajaron despavoridos cuando vieron el destrato de SIEMENS hacia su socio nuclear principal entre 1988 y 1989. Pero lo que nos quedó es un ahorro de U$ 193 millones, equivalentes a U$ 505 millones de hoy, un prestigio mundial que te la cuento, y una central que hoy es, en casi todos los sentidos, el ARGOS 360 que ya no exportaremos.
Contra viento y marea y opinión de «expertos» y con un atraso de 27 años la empresa NA-SA terminó Atucha 2 en 1914, armando un rompecabezas de centenares de miles de componentes no ensamblados, y conservados más de un cuarto de siglo con todo cariño en atmósfera de nitrógeno. SIEMENS ya se persignaba si le presentaban al diablo nuclear, de tan ecologistas que se habían puesto. Rehusó ponerse al frente de la tarea. Électricité de France, que había comprado entera la división nuclear de KWU no quiso saber nada de ese peludo pampeano de regalo de sus amigos, «les boches». Así las cosas, NA-SA se arremangó y la terminó, punto. No fue fácil.
Imposible tampoco.
La central (prototipos son prototipos) anduvo bien hasta que en 2108 se rompió una bomba de refrigeración del primario, que son dos y tienen el tamaño de dos Volkswagen. Se reemplazó la averiada, se limpió cuidadosamente el primario de virutas metálicas durante meses, y la central funcionó joya hasta 2022 y zas: tuvo un desperfecto de internos. ¿Otra vez? Malditos prototipos.
Se solucionó repitiendo la opera de 1988 con Atucha 1: SIEMENS pidió U$ 400 millones por reparar Atucha 2 en estilo wagneriano: destapando el recipiente de presión y desarmando el núcleo. Mínimo, eso daba 5 o 6 años sin la central, con una pérdida de ingresos de U$ 750.000 diarios por venta de electricidad.
De modo que NA-SA se volvió a arremangar y arregló Atucha 2 con herramientas telecomandadas diseñadas ad-hoc, y aprovechando incluso algunas que habían quedado en el predio tras la reparación de Atucha 1 en el lejano 1989. Costo del trabajo: U$ 22 millones que se gastaron en el país, o 478 millones que nos ahorramos de pagar afuera. Esto tomó 9 meses, sobre todo por el diseño de las herramientas nuevas. Prototipos son prototipos, alemanes son alemanes, y nosotros somos argentinos, gracias, y a esta altura del partido sabemos más de centrales SIEMENS que la propia SIEMENS. Lógico, todos los ingenieros y físicos nucleares alemanes que co-diseñaron esta máquina con nosotros en ENACE están jubilados desde 1990, o en otras industrias, o tocando el arpa para Werner Heisenberg.
Por eso NA-SA le hizo extensión de vida a Embalse entre 2014 y 2018, un retubamiento a nuevo que nos da 30 años más de operación, y con rediseños Nac & Pop que la polentearon: en su primera vida era una central canadiense CANDU de 600 MWe. Hoy es una CANDU bastante argentinizada con 657 MW, más cantidad de defensas escalonadas activas de seguridad según requirimientos «post-Fukushima», y su tasa de disponibilidad pasó de un 88% al 93%. Es sustancialmente una central nueva a un tercio del costo de una nueva «cero kilómetros». Funciona a potencia nominal 339 días por año promedio, con el resto para mantenimiento programado.
Como el mundillo nuclear mundial es un pañuelo y estas cosas se saben, la empresa mixta CONUAR, propiedad de Pérez Companc en dos tercios y el resto de CNEA, se puso de moda afuera. Hizo todos los caños del retubado de Embalse, tras décadas de fabricar los elementos combustibles de las dos Atuchas y Embalse, metalurgia de la difícil con super-aleaciones con base de zirconio y de níquel. El retubado de la central cordobesa la puso en el mundo CANDU, formado por 47 centrales en 7 países, sin contar las inactivas que probablemente resuciten, visto que sin electricidad nuclear la temperatura promedio de la biosfera se va al diablo.
Ahora CONUAR está exportando tubos y componentes CANDU a la India, a Canadá y a Rumania. NA-SA tiene una nueva especialidad, heredada de la reparación de centrales con recipiente de presión como las de SIEMENS. Podríamos llamarla «reparo tu central rápido y bien, punto com».
Todo esto sumado dejó cadenas de proveedores con calificación nuclear puesta por la CNEA, por NA-SA y por INVAP. Suman centenares de empresas argentinas, mayormente metalúrgicas, metalmecánicas, electromecánicas, electrónicas, y de control, y abarcan desde PyMES a firmas gigantes. En ellas trabajan miles de personas calificadas. Es una Argentina distinta.
El ecosistema nuclear argentino es más exportador que orientado al mercado interno, y esto es una debilidad intrínseca. La barilochense INVAP, una SE creada por CNEA en 1974, lleva vendidos reactores de producción de radioisótopos a Perú, Argelia, Egipto, Australia, Arabia Saudita y Holanda, pese a lo cual (o debido a lo cual) Menem, De la Rúa y Macri trataron de hacerla entrar en quiebra. La CNEA se autoabastece de radioisótopos médicos, como el molibdeno 99m, que faltan en Norteamérica y en Europa Occidental, pero además exporta a la región desde 1967.
El Cono Sur tiene medicina nuclear gracias al reactor RA-3 de Ezeiza. Y ahora la CNEA está a dos años de inaugurar el primer reactor de producción e investigación mejor que el «top of the line» mundial. Éste es el OPAL australiano de INVAP, de 20 MW térmicos, en línea desde 2006. Pero el nuevo reactor de la CNEA es de 30 MW térmicos y está también en Ezeiza, junto al RA-3. Entre radioisótopos y silicio irradiado, tiene ventas seguras de U$ 90 millones año. En cuatro años, paga su costo de construcción, y está previsto que dure medio siglo. De hecho, su vecino y predecesor, el RA-3, tiene 57 años. Anda chiche.
La industria nuclear argentina debería ser mucho mayor. Deberíamos tener al menos 10 o 15 centrales de potencia, y un 30 o un 40% de electricidad nuclear. Eso permitiría que no se nos apague la luz cuando vuelva a no llover 3 años seguidos en las cabeceras de nuestros ríos hidroeléctricos, el Paraná, el Uruguay, el Futaleufú y el Limay-Negro.
Eso permitiría no tener que volver a importar gas. Por el contrario, podríamos exportalo sin miedo a repetir la situación de 2000, cuando Repsol vació literalmente el yacimiento gigante de Loma de la Lata exportando gas a Chile a precio vil, y vendiéndoselo a las termoeléctricas que aquí brotaron como hongos, porque el costo del combustible declarado ante CAMMESA en tiempos de Menem se aceptaba que fuera cero.
Sí, pasaron cosas.
Pero todo eso que queda por hacer puede hacerse y probablemente, se haga porque los recursos humanos lo permiten. No sé si Perón, cuando apretó el botón que puso el línea a Atucha 1 hace medio siglo, el 19 de marzo de 1974, pensaba que la trayectoria nuclear futura del país iba a ser un «thriller» sin un minuto para aburrirse, como viene siendo. Máxime hoy…
Ahora queda por delante la extensión de vida de Atucha 1, una tarea de 30 meses que empieza este año y va a crear 2000 puestos de trabajo y otorgar 20 años más de servicio, eso si la Agencia Regulatoria Nuclear da luz verde para ello.
Cuesta pensar que Atucha 1, hace exactamente medio siglo era un prototipo, robusto y lindo pero falible, por prototipo. Los alemanes la hicieron buena, nosotros la hicimos perfecta.
Atucha I cumple 50 años. No es imposible que saquemos otro artículo elogioso cuando cumpla 100. Anda bien, gracias.
Daniel E. Arias