La proyección naval de Brasil en el Atlántico Sur le sirve a Argentina

En una nota reciente en Clarín, el exvicecanciller Roberto García Moritán dice que el inminente submarino nuclear brasileño, el SBN Alvaro Alberto, va a crear un significativo desequilibro naval en la región. Atribuye eso a sus capacidades de inmersión prolongada, muy superiores a las de los submarinos diésel-eléctricos de cualquier otra flota sudamericana, debidas al alto enriquecimiento del uranio de su motor. Cree que eso merece una discusión de los términos de la ABACC, la Agencia Brasileño-Argentina de Contabilidad y Control (de combustibles nucleares).

Vale la pena examinar la idea de García Moritán (padre), porque sin el ABBAC no habría existido jamás el Mercosur. A no olvidar, el puntapié inicial del mismo fue la sorpresiva y espectacular invitación del presidente Raúl Alfonsín en 1987 a su par brasileño, José Sarney, para que éste se viniera con gran comitiva de expertos a inspeccionar la planta más reservada de la Comisión Nacional de Energía Atómica: la de Enriquecimiento de Uranio, en Pilcaniyeu, en la estepa rionegrina. De ahí salió la redacción inicial del ABACC, y sobre la base de esa distensión general de rivalidad estratégica, ambos países terminaron armando el bloque comercial regional.

El Mercosur nació nuclear, aunque no se diga o recuerde. Cascoteado como ha sido y sigue siendo por las administraciones de Mauricio Macri, Jair Bolsonaro y hoy, de Javier Milei, ¿puede morir por una disparidad en submarinos y en particular, una nuclear?

Varios detalles. El SBN Alvaro Alberto hace demasiados años que es inminente. No así el programa de construcción de 4 submarinos diésel-eléctricos Scorpene con varias modificaciones brasileñas, y transferencia de tecnología sobre todo el paquete. El proveedor es en parte Naval Group, el astillero militar francés fundado en 1631 por el Cardenal Richelieu, y según dura, el más exitoso del mundo.

El programa brasuca PROSUB avanza viento en popa, y se acaba de botar el tercero de la lista, el Tonelero. En la ocasión, la visita del presidente francés Emanuel Macron a su par brasileño, Lula da Silva, tal vez acelere las cosas con el Alvaro Alberto, visto que el casco de éste es una versión local del Barracuda francés. Pero la Marina Brasileña hace rato que no da pie con bola en el desarrollo del prototipo del motor.

Desde que existen los submarinos nucleares, es decir desde 1952, los 8 países que los tienen se han abstenido enérgicamente de vender esa tecnología motriz a terceros. No se trata de acuerdos secretos, aunque los hay y el efecto resulta el mismo que el de un cártel comercial. Es que las ventajas estratégicas de un arma semejante son demasiado contundentes como para avivar giles, ni siquiera por plata. Como decía el creador del Nautilus, el almirante Hyman Rickover, «Better a sub in the sea than a bomb in the basement» (Mejor un submarino bajo el mar que una bomba en el sótano). Por el sótano Rickover se refería a programas de armas atómicas no declarados diplomáticamente.

Por plata no se ha roto el cártel por la propulsión nuclear. ¿Pero por venganza? Francia se siente habilitada a tomar represalias contra EEUU y el Reino Unido: le chorearon una licitación ya ganada por Naval Group, el astillero militar del estado francés. El comprador de 12 Barracudas era Australia y la licitación Francia la ganó en 2016 y por derecha, con concesiones no tanto en el precio como en el «off-set»: la mayor parte de esa nueva flota se construiría en los astilleros australianos en Osborne.

Pero en 2021 EEUU decidió que los australianos merecían motorización nuclear, habida cuenta de que China es vecina, y a la US Navy le están sobrando algunos submarinos de caza clase Los Ángeles listos para ser dados de baja. La Royal Navy en la ocasión se prendió a lo que decidieran el Pentágono y la Reina (entonces, todavía viva), y en ese orden. Lo hace siempre, desde 1982. Australia también. De fabricación local, por ahora, cuando los canguros vuelen.

Macron, desde París, llamó a esta maniobra «una puñalada en la espalda». De modo que es un secreto a voces que Macron pasó por Brasil para darle una mano extra a los primos brasucas con el motor nuclear del Alvaro Alberto. Y de los que sigan. Con uno solo, Brasil no cambiaría mucho su status. Con una flota de dos o tres, quedan defendidas a distancia todas rutas comerciales con África y Extremo Oriente.

Comentario nuestro: no es cierto que el SBN Alvaro Alberto vaya a tener un enriquecimiento anormal: es el 19,75%, algo menor al límite del 20% que separa el enriquecimiento para usos civiles y comerciales, del militar.

By the way, es el mismo límite que se impuso la Marina Francesa, y por conveniencia, en 1996. Con un enriquecimiento cercanísimo al 20%, ahora los submarinos de Madame La République hacen un cambio de combustible cada 10 años, promedio. Es una operación estandarizada y relativamente rápida. Se aprovecha para modernizar toda la electrónica de la nave, así como los sensores y los sistemas de armas, y también verificar o remediar la integridad del casco de presión, y la del propio recipiente de presión del motor nuclear.

Es más, el casco de los submarinos nucleares franceses ahora tienen una apertura en el dorso con bordes cortados en bisel que se ajusta con precisión submilimétrica al casco de presión. Está hecha de tal modo que la presión al límite de inmersión, que suponemos anda cerca de los 500 metros, la incruste en el casco como una cuña, sin filtración alguna, aunque por adentro esté sujeta con algunos bulones para que no se mueva en caso de que el submarino esté siendo sacudido con cargas de profundidad. Ingenioso y barato.

Esa penetración en el caso está hecha para cambiar los elementos combustibles en pocas horas, y si es necesario, cambiar todo el circuito primario del motor nuclear también.

La Marina Francesa prefiere, por razones de economía, no tener plantas de enriquecimiento propias, aunque tuvo uno. En cambio hoy usa las del programa nucleoeléctrico y de reactores civiles multipropósito, los que fabrican radioisótopos y forman ingenieros, químicos y médicos nucleares. Esos reactores no generan potencia eléctrica, y su enriquecimiento límite de diseño es del 19,75%. Técnica y legalmente, eso es combustible civil. Reconfigurando un poco las cascadas de una planta grande de enriquecimiento, da para todas las opciones: a entre el 3 y el 5%, uranio LEU (Low Enrichment), «grado central nucleoeléctrica», o entre el 5 y el 20%, uranio HALEU (High Assay LEU), «grado reactor multipropósito», o HEU, de 90% para arriba, grado bomba.

Francia prefiere navegar con HALEU, y es una elección totalmente lógica desde lo económico. No hay que reconfigurar demasiado ninguna planta. Francia tiene una flota de casi 60 centrales nucleares de potencia, y sólo 12 motores nucleares en 12 submarinos. Con la Marina quemando HALEU, unifican su programa naval con el núcleoeléctrico, el mayor de Europa Occidental. Las plantas dedicadas o reconfiguradas únicamente enriquecimiento a grado militar, 90% o más, como las de los submarinos yanquis y británicos, son carísimas de construir, operar y mantener, y no generan ganancias económicas. Y el viejo combustible HEU de altísimo enriquecimiento tiene una única ventaja, y muy ilusoria: dura tanto como el resto del submarino, entre 30 y 40 años. Cero recambios de combustible.

Pero el resto de los sistemas de navegación y combate del submarino, sea británico, yanqui o zulú, en diez años son obsoletos, y hay que cambiarlos abriendo el casco de presión como una sandía. Se puede no hacer esto, pero el poder disuasivo de la flota nuclear se pierde rápido con el envejecimiento tecnológico de sensores, computadoras y armas, aunque el estado del combustible permita navegar igual. De modo que el enriquecimiento a grado HEU es un desperdicio no exento de fanfarronería.

La segunda mayor flota submarinística nuclear del mundo, la rusa, jamás incurrió en ella, y no por falta de planta de enriquecimiento. A veces se permiten un 45%, no más. El submarino con HEU, después de todo, no da más potencia en la hélice ni tiene mayor maniobrabilidad, ni baja más profundo, ni combate mejor.

Los franceses esto lo saben bien porque hasta 1996 tenían una flota de submarinos con HEU, y la han ido descartando por HALEUel grado tope del enriquecido civil y transable en forma internacional, ese famoso casi 20%. Dicho de nuevo, es el que se usa no en centrales de potencia, sino en reactores multipropósito como nuestro RA-10. Es el que usará también el Reator Brasilero Multipropósito, cuya ingeniería básica Brasil compró a la Argentina. Ese combustible, va de nuevo, se puede comerciar entre países, bajo vigilancia del OIEA (Organismo Internacional de Energía Atómica).

Pese a las cultas insinuaciones del exvicecanciller Roberto García Moritán, según el cual las tratativas de transferencia de tecnología de motores nucleares entre Francia y Brasil van a desequilibrar la región, que la Marinha Brasilera haya preferido hace décadas el HALEU como combustible para su primer submarino nuclear en la región no despeina a nadie. 

A los EEUU sí, sin duda, y a Gran Bretaña, por añadidura, y al exvicecanciller García Moritán también.

Y eso, por tres cosas:

1) Ese combustible no es novedad para la Argentina, ni cambia un pelo en letra o espíritu ningún aspecto de nuestro pacto bilateral original de inspección de combustibles nucleares, el ABACC, según su redacción original de 1987.

2) Ese 20% no le otorga virtudes mágicas a ningún submarino nuclear brasileño, salvo las evidentes: puede desaparecer de la superficie y reaparecer en las antípodas del planeta sin usar snórkel. Andá a encontrarlo… Su único límite a la inmersión prolongada es la cantidad de comida a bordo y el aguante psíquico de la tripulación. Es una amenaza mucho mayor que la de una «bomba en el sótano», como el armamento nuclear no declarado de Israel, o hasta 1990, el de Sudáfrica. O el de Irán hoy, andá a saber.

3) El problema de indefensión marítima de la Argentina radica en que en 1993 el gobierno de Carlos Menem y del canciller Guido Di Tella vació, chatarreó y vendió por kilo la maquinaria del astillero TANDANOR, donde se estaban construyendo cuatro excelentes TR-1700 de diseño alemán, y esas capacidades jamás se pudieron recuperar. Incluso, cuando se intentó reabrir el astillero en 2006, con el nombre de Alte. Storni.

Si recuerdo bien, el Dr. García Moritán fue vicecanciller de Di Tella, no sé si en aquella ocasión de nuestro desarme unilateral argentino ante la OTAN para mayores y más profundas «relaciones carnales», o en las muchas que siguieron.

De los dos TR-1700 restantes se encargó mucho más tarde el gobierno de Mauricio Macri: a su  Ministro de Defensa Oscar Aguad «se le hundió» el ARA San Juan en 2017, por haber tenido que salir en patrulla con una válvula de snórkel averiada y reportada, órdenes son órdenes, y es fama que a Aguad le encantaba darlas. El otro TR-1700, el ARA Santa Cruz, estaba abierto como un melón en el Storni a espera de reparaciones y modernización. Aguad prefirió abandonarlo en ese estado. 

La Argentina se quedó de pronto, y en pocos meses, sin sus dos submarinos convencionales factibles de navegar. En el Centro Atómico Bariloche, de la Comisión Nacional de Energía Atómica, están juntando polvo los planos del motor nuclear hecho por el Dr. José Converti. Se estudiaba ponerlo en el ARA Santa Fe, uno de los TR-1700 abandonado en construcción dentro del astillero, con un 70% de estado de avance… desde 1993. Desde entonces, no avanzó. 

En el Mar Argentino no hay ningún submarino. Al menos, no propio. Y los beneficiarios principales de ello son el Reino Unido y la OTAN, no Brasil.

El exministro mentado, llamado «El Milico» incluso por sus correligionarios cordobeses, viene a ser el arma antisubmarina más poderosa de la historia: destruye submarinos excelentes con una lapicera. En contraste, la mucho menos eficiente Royal Navy le surtió más de 200 cargas de profundidad y torpedos guiados al viejo ARA San Luis, un Type 209, y ni siquiera le sacó la pintura.

Es que Aguad en 2017 estaba muy entrenado. Antes, como Ministro de Telecomunicaciones, había destruido los satélites ARSAT 3,4 5 y 6, ignoramos si con esa misma arma.

Los historiadores deberán aclarar si el exmultiministro es más un bípedo antisatélites que antisubmarino o viceversa. Los dejamos con la tarea.

Dicho lo cual, es una lástima que Brasil no haya querido usar nuestra experiencia en reactores de potencia, que es considerable, en lugar de la francesa. Pero los franceses usan propulsión nuclear naval desde fines de los ’50, manyan mucho más del tema, aunque los venimos corriendo a escobazos de todas las licitaciones internacionales por reactores multipropósito desde… ¿1987? Sí, tal cual. 

Pero además los brasileños están ofendidos con nosotros con plena razón: el ABACC, en su redacción original, era para el control recíproco de los programas nucleares de Brasil y de Argentina; terceros afuera. Ése era su principal encanto.

Lo que hicieron en 1995 Carlos Menem y su canciller, Guido Di Tella, fue firmar el TNP, o Tratado de No Proliferación de 1968, que viene con inspecciones «Full Scope» del programa nuclear de todo país adherente. «Full Scope» significa, toc-toc, soy del OIEA, mucho gusto, entro como si no hubiera puertas, y miro y mido y fotografío y pido los planos, y te la tenés que bancar, y te lo hago N veces por año y por sorpresa. Si tenés desarrollos originales y comercialmente competitivos, dalos por afanados. 

El ABACC fue un invento de la Cancillería de Dante Caputo, en realidad más bien de su embajador nuclear Adolfo Saracho, para NO FIRMAR EL TNP. Y los brasileños, cuando lo leyeron, se tiraron de palomita sobre ese documento. Les encantó.

Pero en 1995 Menem y Di Tella firmaron el TNP estilo daga en la espalda del ABACC, sin siquiera avisarle a los brasileños. Literalmente, se enteraron por los diarios. Tuvieron que firmar, poco después el TNP, para no cargar ellos solos con toda la presión de los EEUU, que en aquellos años se creían la única y definitiva superpotencia.

Escupiendo dulce tras tragar amargo, Brasil se repuso de la humillación y convino con Argentina en «ampliar» el ABBAC e incluir en el mismo al Organismo Internacional de Energía Atómica. Que es como poner a tu suegra en la misma cama donde dormís con tu novia. El OIEA es la agencia más controlada por Estados Unidos, dentro de las muchas de una Organización de las Naciones Unidas que desde los años ’90 se han vuelto literalmente una escribanía de Washington.

Pero «A secreta ofensa, secreta venganza», como tituló Calderón. Aunque no era brasuca.

¿Comprarle a la Argentina la tecnología de un motor nuclear? ¿Desarrollar conjuntamente el del Dr. Pepe Converti? ¿Llamarnos para darles ayuda a los primos brasucas porque el prototipo en seco de ellos a veces recalienta y da mucho trabajo, especialmente con los lubricantes? ¿Desarrollar un avión de control aéreo y alerta temprana, aprovechando lo que EMBRAER sabe de construcción aeronáutica y nosotros de radarística? ¿Encarar misiones satelitales conjuntas de observación y telecomunicaciones? ¿Emprendimientos comunes en biotecnología? 

Ni le hablen de estas cosas a Brasil. Desde 1995, todo lo que van a obtener son corteses evasivas. En Itamaraty quedan excelentes diplomáticos profesionales, hasta para mandarte a la mierda con todos los elaborados ritos del protocolo.

Se entiende. En 1995 los traicionamos feo. No se olvidan.

Si alguna vez queremos restablecer cierto equilibrio naval en el Atlántico Sur tendrá que ser con naves que podamos hacer nosotros, y lo que más está a nuestro alcance son drones submarinos, de superficie y aéreos. Tenemos décadas (desde 1996) en hacer los drones más difíciles que existen, por el grado de autonomía que deben tener, y fueron los satélites SAC, SAOCOM Y ARSAT. Nueve en total, de observación óptica, de radar y de telecomunicaciones, todos exitosos, cuatro todavía en vuelo.

Si sabés hacer drones que vuelan a 600 km. de altura, o a 35.786 km. de altura, y que cumplen su vida útil de entre 5 y 15 años sin percances, y si además tenés astilleros y una fábrica de aviones con casi un siglo en la materia… ¿no vas a saber hacer drones navales y aéreos?

Drones navales. Sigilosos. De superficie y sumergibles. De observación y de ataque. De vigilancia e intercepción de pesqueros intrusos. De distintos tamaños y prestaciones. Restablecer el equilibrio con quienes están apropiándose de NUESTRO mar. Que no son en absoluto los brasileños.

Si desarrollamos tres o cuatro tipos de naves robóticas interesantes, tal vez los brasucas sientan ganas de asociarse con nosotros. O no.

Y para nosotros, que tuvimos hasta un portaaviones (chatarreado por Menem por U$ 300.000) y un crucero mediano (torpedeado en guerra) y algunos destructores y corbetas viejísimos, no sería volver a entrar al ruedo desde abajo, sino por el futuro. En el Mar Negro las naves rusas de superficie, joyitas técnicas excelentes y carísimas aptas para pelear batallas del siglo que ya pasó, viven hundiéndose por ataques de drones ucranianos absurdamente baratos, elusivos y eficaces. El pasado ya fue.

Con Brasil, es volver a recobrar la confianza. Eso sí que va a ser difícil, pero no vendrán si no tenemos algo que nosotros dominemos bien y ellos no.

Con el RU y la OTAN a lo sumo tenemos que recobrar cierto equilibrio. Imponer algo de respeto. Dar un poco de miedo. Puede tomar décadas. Hasta que Su Graciosa Majestad la piense dos veces si quiere choriarse más aguas territoriales argentinas.

Si los brasileños también los asustan un poco con submarinos de caza nucleares oceánicos, en esta volteada son nuestros aliados, no nuestros rivales.

Daniel E. Arias