El deshielo causado por el calentamiento global en los casquetes polares y en Groenlandia está impactando en la velocidad de rotación del planeta, que se está ralentizando. La razón es que el volumen de agua liberada está modificando la uniformidad de la masa terrestre, que junto con la fricción de las mareas y los cambios en el núcleo líquido de la Tierra, que también se mueve más lentamente, frenan su velocidad de giro.
De resultas, se produce un desfase entre el principal estándar de tiempo, el Tiempo Universal Coordinado o UTC, y el que marcan los relojes atómicos. ¿Por qué? Porque una de las referencias de medición para el UTC, aunque subsidiaria, es precisamente la velocidad de rotación del planeta, la cual no es constante, pues depende de muchas variables. Por eso desde 1967 el UTC se termina de ajustar con el tiempo de los relojes atómicos, de absoluta precisión.
La vinculación de los efectos del deshielo con la desaceleración del movimiento de rotación del planeta ha sido definida en una investigación publicada en la revista científica Nature por el geofísico de la Universidad de California Duncan Carr Agnew, que concluye que el hecho «planteará un problema sin precedentes para la sincronización de las redes informáticas y puede obligar a hacer cambios en el UTC antes de lo previsto».
En realidad, la fricción producida por las mareas y la ralentización del movimiento del núcleo líquido del planeta observada desde 2023 son factores que contribuyen a la irregularidad de la velocidad de rotación y afectan a la duración de los días terrestres. Pero el deshielo de las masas heladas está exacerbando tal irregularidad. El agua liberada se traslada a los océanos, produciéndose una redistribución desigual de la masa terrestre, un fenómeno conocido como rebote postglaciar, que obra el frenazo y, para colmo, altera la corriente atlántica.
El fenómeno supone que a corto plazo el tiempo terrestre, que desde hace algunas décadas iba ligeramente por delante del tiempo atómico, acabe igualándose con él. De continuar la tendencia, en 2030 la Tierra irá un segundo por delante del tiempo medido por los relojes atómicos. Esto obligará a hacer correcciones en los algoritmos que sincronizan y marcan la hora en los procesos informáticos.
El segundo intercalar y sus riesgos
Un día tiene 86.400 segundos. Hasta ahora, la rotación irregular de la Tierra obraba que el planeta girara más rápido y, en consecuencia, cada cierto tiempo, los días terrestres venían durando en realidad un segundo menos.
Para compensar el desfase, desde 1967 y cada cierto tiempo (varias veces hasta ahora), se ha venido sumando al UTC ese segundo que faltaba: el llamado segundo intercalar positivo, que se añadía en el último segundo del año. Y no pasaba nada, relativamente. Pero ahora el planeta gira más lentamente y llegará un momento en que los días terrestres duren un segundo más. Así que, por primera vez, habrá que restarlo: el segundo intercalar negativo. Y no se sabe exactamente qué podría pasar.
El problema es que el segundo intercalar positivo ya afectaba, por ejemplo, a los sistemas de posicionamiento global por satélite, como el GPS o el Glonass, circunstancia que se corregía introduciendo modificaciones en los algoritmos de su estructura computacional. Pero la sustracción de tiempo que representa el segundo intercalar negativo supondrá un hito y quizá un contratiempo para los sistemas de gestión de servicios e infraestructuras ligados a la sincronización del tiempo vía UTC, tales como los servicios bancarios en línea, las operaciones logísticas y las telecomunicaciones basadas en redes informáticas, como Internet.
«Se dice que añadir valores de signo contrario puede dar lugar en los sistemas a un efecto parecido al efecto 2000», comenta a Sputnik Marco A. Marcos Fernández, ingeniero técnico de la Sección de Hora del Real Instituto y Observatorio Astronómico de San Fernando (ROA), institución que marca el patrón oficial de tiempo y frecuencia de España. No obstante, este especialista se muestra escéptico ante la posibilidad de repetición de un escenario como el acaecido en vísperas del cambio de milenio. «Creo que estaríamos exagerando», admite.
«Yo no preveo problemas en los sistemas informáticos, porque con el efecto 2000 los catastrofistas decían que se iba a acabar el mundo y al final no pasó nada», conviene M. C. Carpintero, consultor de banca que a finales de los años 90 realizó trabajos de auditoría interna para diversas entidades financieras de EEUU en colaboración con los reguladores norteamericanos Securities and Exchange Commission (SEC), FED y State of NY precisamente para contrarrestar el llamado «efecto 2000».
«La Reserva Federal nos exigió cumplir muchos planes de trabajo porque supuestamente se iban a paralizar todos los sistemas», recuerda a Sputnik, convencido de que el problema de sincronización era entonces mayor, debido a la limitación de dos dígitos. «Al llegar a 00, las bases de datos iban a registrar que estábamos en 1900, no en 2000. Pero hoy en día todos los sistemas están sincronizados, los sistemas hacen el cambio de hora automáticamente, por ejemplo».
La amenaza (y la solución) sistémica
Los temores ante las consecuencias de un segundo intercalar negativo se explican por el diseño de la mayoría de los sistemas de software y hardware, pues cuentan el tiempo de manera secuencial y podrían no estar preparados para saltarse un segundo con tal de ajustarse. Es decir, un cambio de las 23:59:58 horas directamente a las 00:00:00, sin pasar por 23:59:59, podría provocar errores en determinados tipos de software.
Además, como hasta ahora todos los segundos intercalares han sido positivos, no está claro que los diseñadores de código de programación hayan tenido en cuenta un segundo negativo. Así que los sistemas y equipos informáticos, también los smartphones, podrían empezar a fallar e incurrir en errores de programación, bloqueo de programas y daño a los datos almacenados.
Así que la conectividad a Internet podría ser menos eficiente, aunque no llegara a bloquearse. Y si las redes experimentasen problemas para sincronizarse, los sistemas de comunicaciones e incluso las plataformas de transacciones financieras en línea quedarían afectadas.
Entonces, ¿el ajuste del tiempo es un peligro real o no? En cierto sentido, Carpintero reconoce que cualquier amenaza en la actualidad «es peor», dado que todo está más interconectado entre sí. «Si pasara algo, como antes del año 2000 se decía que podía pasar, sucedería una parálisis total de las empresas de telecomunicaciones y el resto iría en cadena», sostiene. Pero el caso es que esa situación también podría evitarse de una manera muy simple y arbitraria.
«Está previsto –recuerda Marcos Fernández– que en 2035 la rotación de la Tierra deje de ser una de las referencias para medir el tiempo». Su cronometraje para el UTC se guiará por los valores de los relojes atómicos, de los que el ROA cuenta con «media docena» de ellos.
Es más, en la Conferencia General de Pesas y Medidas de 2022, se aprobó dejar de introducir segundos intercalares (ni positivos ni negativos) hasta 2035, por lo que incluso se está considerando extender la medida y dejar que la diferencia entre el tiempo terrestre y el atómico llegue hasta un minuto, cosa que no ocurriría hasta dentro de unos cientos de años, un margen suficiente para diseñar otra estrategia. El propio Duncan C. Agnew habla de la conveniencia de desacoplar el UTC de la rotación terrestre antes de 2035.
Marcos Fernández también aboga por la desvinculación. «Para medir el tiempo necesitas un fenómeno que sea estable, y la rotación de la Tierra no lo es, es caprichosa«, explica, partidario de ceñir la medición del tiempo «a los relojes atómicos y a los patrones ópticos», pues representan un patrón «más fiable», aun asumiendo que «no hay nada absoluto o estable en el universo».
En comparación, la incertidumbre vivida con el efecto 2000 «era respecto a los demás», recuerda M.C. Carpintero. «Porque tú sabías que estabas preparado, simulábamos todos los meses el cambio de fecha y hora, el Y2K procedures», asegura.
Una prueba del cambio climático
La garantía del estándar UTC es su vinculación a la medición que hacen los relojes atómicos del salto de electrones entre niveles energéticos de cesio, «un fenómeno que siempre dura el mismo tiempo infinitesimal», explica Marcos Fernández.
El desfase entre el tiempo universal y el atómico lleva a este ingeniero, también un reconocido escritor en España de relatos de ciencia-ficción, a reafirmarse en la noción de que no hay nada absoluto que rija el universo. Sin embargo, de la situación extrae una conclusión en tanto que prueba científica que refuta la agenda del negacionismo climático. Es decir, el fenómeno acalla cualquier opinión negacionista