La quimérica tarea que representa el ambicioso objetivo de lograr la neutralidad del carbono, tal como por ejemplo pregona la Unión Europea para 2050 con su Pacto Verde Europeo o China para 2060, ha finalmente instalado con buenos ojos el desarrollo de la “alternativa nuclear” para la producción de energía.
Se ha visto que la limitada capacidad de generación de las fuentes renovables y la alta demanda mundial de electricidad ha impuesto una mirada renovada sobre la energía nuclear. En este contexto la energía nuclear vuelve al ruedo, esta vez y dadas las circunstancias como el gran salvador que va a acompañar a las renovables en la transición hacia una generación sin emisiones de carbono.
Sin dudas, el punto de inflexión para la valoración de la fuente nuclear ha sido la guerra de Ucrania, que al poner en crisis la normalidad en la provisión de gas ha dado el empujón necesario para el retorno de los átomos. El primer paso lo dio la Comisión Europea, poniendo en agenda a fines de 2021 la consideración de la energía nuclear como verde al menos hasta 2045 y ratificando esa condición al año siguiente. Luego las restricciones de gas a Europa desde Rusia, los incrementos en el precio de los combustibles fósiles y las más recientes inestabilidades en Oriente Medio han ratificaron la necesidad de “recuperar” la energía nuclear.
La dimensión de este cambio de valoración sobre la energía nuclear se sustenta en los sucesos históricos que han pesado sobre el particular. El accidente nuclear de Fukushima (Japón) en 2011, provocado por un tsunami, significó un cimbronazo para la consideración de la energía atómica, que ya generaba desconfianza desde el desastre de Chernobyl (URSS, 1986): ambos accidentes, más allá de sus singulares características, alimentaron la representación del apocalipsis en la gente y empujaron a los gobiernos de muchos países no solo a desestimar un escalamiento en el desarrollo de esta industria sino incluso a sacar de servicio activo a muchas plantas nucleares en operación. Mientras que la energía nuclear llegó a significar más del 15 % de la generación eléctrica mundial en el año 2006, actualmente su producción sólo alcanza un 10% de la matriz eléctrica global.
Con el suceso de Fukushima, naciones centrales e influyentes como Japón y Alemania le bajaron el pulgar a la energía nuclear. Los alemanes pasaron de obtener más de un cuarto del total de su energía eléctrica de la provisión de 17 reactores nucleares en 2011 (133 TWh -terawatts) a apagar sus últimas 3 unidades en funcionamiento en abril de 2023. Teniendo en cuenta un consumo nacional total de 480 TWh, los alemanes debieron recurrir a profundizar el uso del carbón hasta alcanzar un 30% de ese total (179 TWh). En Japón, que en 2011 cubría el 30% de su demanda de electricidad a partir de sus reactores nucleares, se fue reduciendo esta fuente de generación hasta representar en 2019 sólo el 6% del total de la oferta eléctrica.
Más allá de los casos mencionados, tanto Estados Unidos como China se mantuvieron expectantes después de Fukushima en cuanto al escalamiento de sus proyectos nucleares. La balanza comenzó a pesar para ambos más por el lado de recuperar e incrementar capacidades de producción atómica cuando la demanda y los precios de la energía presionaron. Ambas naciones reconocen tácitamente que mantener la preeminencia a nivel global requiere poseer unas fuentes de energía suficientes, propias y tecnológicamente soberanas que puedan sostener una proyección de poder.
Estos movimientos, eminentemente geopolíticos, revalidan la mirada temprana de los inversores: los proyectos tecnológicos sobre fusión y fisión nuclear están teniendo una fuerte consideración de los fondos de riesgo, y las inversiones en la industria atómica en todo el ciclo del combustible nuclear están bullish (compradoras), desde la extracción de uranio hasta la disposición final de residuos. A modo de ejemplo mencionamos que un reciente estudio prospectivo realizado por la plataforma Crunchbase sobre la inversión en proyectos nucleares, ubica en más de u$s3.400 millones los aportes de venture capital para financiar tecnología nuclear, tanto la relacionada con la fisión del átomo como con la fusión.
Hoy nos encontramos con una serie de firmas y proyectos que tienen una mayor consideración que años atrás, desarrollando reactores nucleares modulares y/o investigando y buscando tecnológicamente la posibilidad de hacer de la fusión nuclear una alternativa comercialmente viable. Se destacan compañías como Terra Power, General Fusion y NuScale Power, que han obtenido más fondos y más tiempo para alcanzar sus objetivos: como ejemplo, detrás de Terra Power, firma con sede en el Estado de Washington (Estados Unidos), está Bill Gates y el chaebol surcoreano SK Group, financiando el desarrollo de Natrium, una nueva tecnología de reactores modulares pequeños (SMRs), con una capacidad de generación de 345 Mw (megawatts) -los reactores tradicionales en Estados Unidos producen alrededor de 1000 Mw-. Cabe asimismo destacar que China ha sido la primera en comenzar las actividades comerciales de un SMR en diciembre de 2023, al inaugurar una planta modular de 200 Mw en la provincia de Shandong.
En este segmento del mercado tecnológico Argentina tiene una oportunidad. Entre los países que acompañan en esta ruta de desarrollo de SMRs se destacan Rusia, China, Francia, Estados Unidos, Cánada, Corea del Sur, Reino Unido y Argentina, en este último caso con una planta en construcción: el reactor CAREM, ubicado adyacente a la central de Atucha.
La Central Argentina de Elementos Modulares (CAREM) viene desarrollándose desde 1984, cuando fue presentado su concepto durante una conferencia de la Organización Internacional de la Energía Atómica -OIEA-; se mantuvo en stand by hasta 2006, cuando fue relanzado dentro del Plan Argentino de Reactivación Nuclear, buscando la construcción de un prototipo de planta nuclear de cuarta generación de baja potencia: 32 Mw. Recién en 2014 se comenzó con la obra civil, que ha avanzado lentamente y en la actualidad se espera que el reactor esté en marcha entre 2028 y 2030.
Teniendo en cuenta este panorama, resulta auspicioso el reciente anuncio de asociación entre la firma INVAP y la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) para explorar en forma conjunta oportunidades de exportación del reactor CAREM y espolear el proyecto. Por otro lado, resultan alarmantes los anuncios de desafectación de fondos públicos por parte del Estado Nacional para la terminación del prototipo que, a todas luces es una excelente oportunidad de desarrollo de capacidades de generación de riqueza a partir de la alta tecnología, lo que se puede traducir en mayores niveles de bienestar social para Argentina.
Cabe resaltar en este sentido que el país forma parte de un pequeño club de naciones del mundo con capacidades tecnológicas en el ámbito nuclear, y ese es un activo muy relevante de cara a los objetivos globales de descarbonización y de ampliación de fuentes de energía, cada vez más demandadas por un mundo que consume más y más cada año. Sería muy perjudicial para una proyección de Argentina como potencia media, que el actual ruido político tire por la borda el trabajo ya realizado, más que nada considerando la oportunidad que se presenta para la industria nuclear argentina.
Gabriel Balbo
Director de ESPADE. Miembro del IRI-UNLP.