Bienvenidos a la guerra láser… ponele.

La era del arma láser por fin ha llegado.

El Ejército de Estados Unidos ha enviado oficialmente un par de armas láser de alta energía al extranjero para defender a las tropas estadounidenses y a sus aliados de los drones enemigos, según reveló el arma, lo que supone el primer despliegue conocido públicamente de un sistema de energía dirigida para la defensa aérea en la historia militar. Y, según un alto oficial, esos cañones láser están en uso.

El sistema se llama Láser de Alta Energía Paletizado (P-HEL). Fue desarrollado por BlueHalo, contratista del Pentágono con poco kilometraje, y se basa en un desarrollo anterior y menos potente de la misma empresa, el láser Locust de 20 kilovatios. El primer P-HEL está en algún lugar no especificado del mundo y en operaciones de combate desde noviembre de 2022, según un comunicado de prensa de abril de BlueHalo. Otro P-HEL más se desplegó a principios de este año.

Si bien el Ejército no dice adónde están «por seguridad operativa» y aunque lograron el derribo de al menos un dron enemigo, el jefe de compras del arma dice vagamente «Medio Oriente». «Han funcionado en algunos casos», declaró este mes Doug Bush, subsecretario de Adquisiciones, Logística y Tecnología del Ejército, a la revista de negocios Forbes. «En las condiciones adecuadas, son muy eficaces contra ciertas amenazas».

La noticia del despliegue del P-HEL coincide con un refuerzo de las defensas de las tropas del Ejército contra milicias armadas con drones y misiles por Irán. En realidad, los blancos preferenciales son los buques de la Armada estadounidense que operan en el Mar Rojo. Los ejecutores de los ataques son los rebeldes Houthi en Yemen, que se proponen bloquear la navegación comercial hacia y desde Israel a través del Mar Rojo, en el «choke point» del estrecho de Bab el Mandeb y en el Golfo de Aden. Las operaciones de los Houthi son una respuesta a la invasión de Gaza con que Israel replicó a la ofensiva sorpresa del 7 de octubre contra su territorio por Hamás, la guerrilla gazatí armada también por Irán.

Desde que comenzó el intento de bloqueo naval contra Israel por los Houthi, el Departamento de Defensa de Estados Unidos viene insinuando que está usando láseres para defender su flota de contrabloqueo. El despliegue del P-HEL en Medio Oriente marca que el Pentágono, que viene financiando el desarrollo de armas de energía radiante desde los ’70, por fin viene logrando algunos resultados. Las fuerzas armadas de todo el mundo escrutan esto con gran atención.

Luz al final del túnel

Tras su creación en 1960 por el ingeniero y físico estadounidense Theodore Maiman, el láser -técnicamente un acrónimo de «amplificación de la luz por emisión estimulada de radiación»- se convirtió casi de inmediato en un arma futurista preferida tanto por los escritores de ciencia ficción como por los planificadores militares.

No es de extrañar: aunque Maiman alabó las posibles aplicaciones científicas de su descubrimiento cuando lo presentó por primera vez al país aquel mismo año, el láser evocó de inmediato en la conciencia pública el «rayo de calor» marciano de la novela «La guerra de los mundos», de H. G. Wells. Muchos titulares de aquel año son variaciones del que publicó Los Angeles Herald: «L.A. Man Discovers Science Fiction Death Ray» (Un hombre de Los Ángeles inventa el rayo de la muerte de la ciencia ficción), o así lo dice el libro de Jeff Hecht Beam: «The Race to Make the Laser» (la carrera para fabricar el láser).

Muy adecuado que el historiador del asunto se apellide «Beam», traducible como haz o rayo.

«En realidad, el láser era más un rayo de vida que un rayo de muerte», recordó mucho después Maiman en sus memorias, revistando las muchas aplicaciones médicas de su desarrollo.

El Pentágono empezó a explorar las aplicaciones militares del láser casi de inmediato. El éxito rotundo son los apuntadores láser para guiar la trayectoria de bombas inteligentes. Hubo ideas delirantes, como la «Iniciativa de Defensa Estratégica» de Ronald Reagan los años 80, que la prensa motejó burlonamente como «Guerra de las Galaxias», por el éxito de taquilla de la primer película de aquella saga de ciencia ficción.

Los láseres ultravioletas o de rayos X con que Reagan pretendía interceptar los misiles balísticos soviéticos requerían de fuentes de energía eléctrica absurdamente potentes, y no sólo las espaciales sino incluso las terrestres. Y es que el coeficiente de potencia eléctrica entregada al láser y potencia radiante emitida por éste en aquellos años era inferior al 4%.

Éxitos más modestos del láser como arma antiaérea más bien de proximidad sólo empiezan a verse ahora.

A mediados de la década de 2000, la Fuerza Aérea de los EEUU (USAF) logró derribos de misiles balísticos propios en vuelo, y con un láser aerotransportado YAL-1 a bordo de un Jumbo Jet Boeing 747. En las invasiones de Afganistán e Irak, el Ejército neutralizaba a distancia minas terrestres, trampas explosivas cazabobos y munición sin detonar, y desde Humvees dotados de láseres Zeus-HMMWV.

En 2014, el Sistema de Armas Láser AN/SEQ-3 (LaWS) de la Armada logró inutilizar drones y pequeñas embarcaciones durante las pruebas realizadas desde la proa del transporte anfibio USS Ponce, de clase Austin. La fuerza la llamó la primera arma láser activa del mundo. Cuando el Ponce fue dado de baja en 2017, el sistema sucesor del LaWS, un demostrador tecnológico, se instaló sobre otra nave de desembarco, el USS Portland de clase San Antonio, y se testeó con éxito en 2020 y 2021.

Hubo intentos intermitentes de desarrollo de un «rifle láser» no letal durante décadas, así como de otras armas defensivas de energía radiante básicamente defensivas. Según un informe de 2023 del Servicio de Investigación del Congreso sobre estos programas, los láseres de alta energía podrían ser eficaces contra helicópteros, aviones de ataque a tierra o a buques en vuelo rasante, misiles crucero, balísticos e incluso morteros y balas de artillería. Es cosa de potencia radiante y capacidad de seguimiento de objetos veloces.

Los éxitos relativos vienen tras muchos gastos. El Pentágono vino poniendo U$ 1000 millones/año en 31 programas distintos de energía dirigida desde 2020, y el éxito se mide en el despliegue, todavía preliminar, de algunas de estas armas en guerras de ultramar. Esta tecnología empieza a madurar.

Las armas láser incluyen el HELWS (Sistema de Armas Láser de Alta Energía) de la Fuerza Aérea de Raytheon, montado en «dune buggies» (en mi barrio, areneros) para defender bases aéreas en el extranjero desde 2021. También está el MCCLSW (Sistema de Armas Láser Compacto del Cuerpo de Marines), con que esta fuerza viene entrenando en Oriente Medio desde 2021.

También existe el Láser de Alta Energía de 60 kilovatios con Deslumbrador Óptico y Vigilancia Integrados (HELIOS) de Lockheed Martin, montado en la proa del destructor USS Preble, un clase Arleigh Burke de la Armada, más dirigido a detectar aviones y cegar a sus pilotos y sistemas ópticos de puntería que a abatirlos. En un rango de potencia parecido, está el Gardian, o Sistema de Defensa Aérea de Corto Alcance y Maniobra con Energía Dirigida (DE M-SHORAD), de 50 kilovatios, montado en la torreta de un transporte armado de infantería Stryker, hoy desplegado en un escenario de pruebas en el mundo real desde febrero de 2023.

En otro rango de potencias mucho mayor, el Ejército acaba de recibir un sistema láser «Valkyrie» de 300 kilovatios para derribo de misiles de crucero entrantes.

La evolución y despliege del Locust de BlueHalo no termina con el P-HEL. En 2023, la empresa recibió contratos para desarrollar un láser multiuso de alta energía (AMP-HEL) de 20 kilovatios para el Ejército, diseñado para integrarse en la próxima generación de vehículos utilitarios ligeros de infantería del Ejército, así como para el futuro sustituto de los viejos Humvees de los Marines.

Otras fuerzas armadas andan en cosas parecidas. En abril, la Marina Real británica anunció que tenía previsto acelerar la instalación de su nuevo láser de alta potencia «DragonFire» de 50 kilovatios en un buque de guerra para 2027, en lugar de 2032 como se había previsto inicialmente, «a medida que aumenta la necesidad de armas para contrarrestar las amenazas de drones y misiles, como los disparados por los rebeldes Houthi», afirmó el servicio en un comunicado.

Menos de una semana después, los republicanos de la Cámara de Representantes de EE.UU. dieron a conocer su largamente demorado paquete de ayuda a la seguridad de Israel, que incluía 1.200 millones de dólares para el desarrollo del sistema militar israelí de defensa aérea láser «Iron Beam» «para contrarrestar las amenazas de cohetes de corto alcance» en medio de los ataques de militantes de Hamás.

Mientras tanto, países como Rusia, China, Francia, India y Turquía, entre otros, han realizado grandes inversiones en el desarrollo de sistemas láser en los últimos años, según la Rand Corporation.

Amenazas baratas

El desarrollo y el despliegue de láseres y emisores colimados de microondas se hizo urgente debido a la rápida proliferación de drones kamikaze baratos tanto por parte de fuerzas profesionales de estados, como las de Armenia y Azerbaiyán, o Ucrania y Rusia, como por guerrillas el estilo de las Houthi en el Mar Rojo, equipadas por Irán, o el ISIS en Irak y Siria. En 2021, el entonces jefe del Mando Central, el general de la Infantería de Marina Frank McKenzie Jr., advirtió a los legisladores estadounidenses que los drones comerciales armados se habían convertido en la mayor amenaza para las fuerzas estadounidenses en Medio Oriente desde la aparición de los artefactos explosivos improvisados durante los primeros años de la invasión de Afganistán.

Esa amenaza es muy real. En enero de este año, tres militares estadounidenses murieron y más de 40 resultaron heridos en un ataque con drones perpetrado por una milicia apoyada por Irán contra un puesto militar en Jordania, cerca de la frontera con Siria. A mediados de febrero, más de 140 miembros adicionales del servicio habían resultado heridos en ataques lanzados contra fuerzas estadounidenses en Irak y Siria desde mediados de octubre. Según el Pentágono, 130 de ellos tuvieron trauma cerebral. «Que no murieran más tropas estadounidenses en estos ataques fue esencialmente una cuestión de suerte», dijo el general del Ejército Michael «Erik» Kurilla, actual jefe del Estado Mayor Conjunto.

«Se han producido varios incidentes en los que [drones] que entraban en una base chocaban contra algún obstáculo, quedaban atrapados en una red u otros incidentes en los que, de haber alcanzado el objetivo al que apuntaba, habrían herido o matado a miembros del servicio», declaró Kurilla a los legisladores durante una audiencia del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado celebrada en marzo.

Esta creciente oleada de drones adversarios ha llevado a los mandos militares estadounidenses a reclamar más opciones de energía dirigida, al igual que el aumento de la amenaza de ataques con misiles. Cuando en enero comenzó a aumentar el número de disparos de los Houthi contra buques de guerra y mercantes estadounidenses en el Mar Rojo, el actual jefe de guerra de superficie de la Armada subrayó públicamente que el servicio necesitaba acelerar el ritmo de desarrollo y despliegue de sus activos de energía dirigida, no sólo para hacer frente a los drones, sino también a los misiles balísticos y de crucero.

«A lo que nos enfrentamos en el Mar Rojo es algo más que drones. Estamos viendo misiles de crucero de ataque terrestre, estamos viendo misiles balísticos antibuque que están siendo disparados en el Mar Rojo por los Houthis. Y nuestros buques se están ocupando de todos ellos», declaró a la prensa a principios de enero el comandante de las Fuerzas Navales de Superficie, el vicealmirante Brendan McLane. «Una de las cosas que creo que realmente tenemos que conseguir es acelerar el desarrollo de armas de energía dirigida, ya se trate de láseres de luz visible o invisible, o de microondas».

El Secretario de la Armada, Carlos Del Toro, se hizo eco de los comentarios de McLlane al día siguiente. Dijo que estaba «muy, muy ilusionado» por aumentar las inversiones en investigación y desarrollo de para su servicio.

Aquí hay que hablar no sólo de eficacia sino de precio. En lugar de obligar a los buques de guerra y a las tropas de tierra a gastar costosas municiones como el misil naval Standard Missile-2, de 2,1 millones de dólares por disparo, o el misil antiaéreo portátil FIM-92 Stinger, de 480.000 dólares por disparo, un arma láser subida a un dron barato puede liquidar objetos entrantes a un precio de 1 a 10 dólares por disparo, según una evaluación de la Auditoría General del Gobierno en abril de 2023.

Con una fuente de energía eléctrica adecuada, se tiene el equivalente de un cargador casi infinito. Las fuerzas estadounidenses gastaron casi 1.000 millones de dólares en municiones desde Octubre de 2023, sólo para defenderse de los Houthis en el Mar Rojo y en otros lugares. La factura promedia los U$ 100.000 dólares por disparo. Los láseres y otros emisores de energía radiante pueden resultar más costo/efectivos a largo plazo, si el Pentágono trata de mantener a raya el precio de la intercepción de drones.

«Me encantaría que la Armada tuviera más proyectores de energía para derribar drones y ahorrar misiles caros», dijo Kurilla en su testimonio ante los legisladores en Marzo.

Pero sigue habiendo problemas. El principal de ellos es garantizar que los sistemas de armas láser produzcan realmente un haz láser coherente como se espera, pero fuera del entorno controlado de un laboratorio. En el mundo real, las sustancias presentes en la atmósfera, especialmente el vapor de agua, pero también la arena, el polvo, las partículas de sal, el humo y otros tipos de contaminación, absorben y dispersan la luz.

Incluso las turbulencias atmosféricas en cielos secos y limpios pueden desenfocar un haz láser, según el CRS, Servicio de Investigación del Congreso. Aunque los problemas atmosféricos son muy fuertes en los láseres embarcados, el CRS señala que estos pueden diseñarse para alcanzar un «punto dulce» dentro del espectro electromagnético que permita superar la absorción atmosférica en el mar. Con el despliegue operativo del P-HEL y las pruebas del DE M-SHORAD en Oriente Medio, el tiempo dirá si estos sistemas pueden adaptarse a condiciones más inhóspitas.

Más allá de los problemas funcionales, también está la cuestión del entrenamiento. El CRS señala que el «florecimiento térmico» -en el que un rayo láser sostenido calienta el aire que atraviesa, lo que a su vez desenfoca el rayo- hace que los disparos frontales (o «a la garganta») contra objetos entrantes pierdan potencia. El problema requerirá un arreglo doctrinal y de formación para compensarlo.

Muchas de las armas láser estadounidenses en curso piden entrenamiento poco convencional. El BlueHalo Locust en el que se basa el P-HEL funciona con una consola de videojuegos Xbox, por ejemplo. La evaluación de la GAO, la Auditoría General de los EEUU de 2023, indicaba que los militares necesitarán «tácticas, técnicas y procedimientos» totalmente nuevos para manejar estos nuevos sistemas en entornos de combate complejos. El láser puede ser efectivo, pero otra cosa es sacarle el máximo partido.

«Lo que todavía no sabemos de los sistemas de energía dirigida es cómo combatir con ellos», dijo en agosto el teniente general del Ejército Robert Rasch, jefe de la Oficina de Capacidades Rápidas y Tecnologías Críticas, que gestiona su cartera de productos de energía dirigida. «Cómo luchar contra los láseres en el campo de batalla, cómo integrar los efectores cinéticos y no cinéticos, es decir energía radiante y misiles tradicionales de defensa aérea en el espacio de batalla».

Un problema en busca de solución

Incluso con entrenamiento adicional, los drones rápidos o los misiles crucero que zigzaguean en vuelto terminal necesitan de una potencia radiante que las fuentes de energía eléctrica móviles generalmente no tienen. Por ejemplo, el HELIOS de 60 kilovatios de la Armada: los almirantes quieren escalar el sistema a 300 kilovatios para perforar los conos de nariz de los misiles de crucero entrantes. Pero el Jefe de Guerra de Superficie en 2019, dijo que los nuevos destructores de la clase Arleigh Burke III de la flota ya no disponen de más «jugo», como llaman los yanquis a la electricidad. Boxall aseveró que no les da el «Schlitz», por aquella vieja propaganda de la cervecería homónima de Milwakee que decía: «Si no hay más Schlitz no hay más birra».

Lo que gasta potencia eléctrica a lo lo bestia en la tercera generación de destructores Arleigh Burke son los nuevos radares de defensa aérea y de guiado de misiles AN/SPY-6. A medida que las armas láser se vuelvan más robustas para contrarrestar amenazas cada vez más complejas, esas necesidades de energía no harán sino aumentar. Lo dicho, el factor de conversión de electricidad a radiación coherente de un láser sigue siendo bastante bajo.

Hay otros problemas. Incluso con armas, doctrinas y entrenamiento buenos, el mantenimiento de los emisores láser es un infierno de complejidad logística. Repararlas en medio de una batalla y con medios tecnológicamente insuficientes no va. Se necesita de instalaciones de muy alta tecnología, equivalentes a las «salas limpias» en las que se fabrican chips o se integran satélites. La Auditoría señala que uno de estos láseres tuvo que volver al fabricante en los EEUU por problemas de baterías y refrigeración.

«Los láseres son complicados. No son un Humvee que puede juntar polvo en un estacionamiento», dijo el teniente general Daniel Karbler, el jefe del Comando de Defensa Espacial y de Misiles del Ejército en agosto de 2023. «Muchos de los principales componentes [láser]… no van a tener una sala de suministros o de mantenimiento llena de repuestos».

En conjunto, todos estos retos podrían suponer un serio obstáculo potencial para la proliferación generalizada de las armas láser en el ejército estadounidense. Como señala el informe de la GAO, muchas tecnologías militares prometedoras caen con demasiada frecuencia en el llamado «valle de la muerte» -un limbo entre la I+D en curso y la adquisición real y el uso operativo de un nuevo sistema- porque las distintas ramas militares «pueden exigir un nivel de madurez tecnológica superior al que la comunidad científica y tecnológica es capaz de desarrollar».

Aunque los mandos militares clamen hoy por la tecnología láser, retos como la coherencia del haz y el florecimiento térmico pueden resultar insuperables aunque el Pentágono les arroje carretadas de dólares durante décadas. Nadie dijo que los cañones láser no puedan terminar en un cementerio de ideas audaces. Pasó con el «rail gun», el cañón de riel electromagnético de la Armada yanqui, algo parecido a las catapultas electromagnéticas de lanzamiento de aviones de los portaaviones estadounidenses.

A los que les sobra potencia eléctrica para todo, porque tienen motores nucleares. No les falta Schlitz…

El P-HEL puede inaugurar una nueva etapa en la guerra antiaérea, pero puede también mostrar que los láseres siguen poco presentables en horario central.

Maiman, el físico que inventó el láser, se burló en una ocasión de su creación y la calificó de «solución en busca de un problema», una expresión utilizada a menudo para describir innovaciones que no abordan ningún problema real y, a su vez, no ofrecen ningún valor real.

Pero a 64 años del primer láser, las tribulaciones de la tremenda 5ta Flota de los EEUU en el Mar Rojo contra milicias más bien inorgánicas y precarias, recuerdan al Pentágono aquello de que «Need is the mother of invention» (la necesidad es madre del descubrimiento). La guerra moderna puede estar a punto de cambiar.

O no.

Comentario de AgendAR:

Resucitaron los láser como arma naval, pero por ahora no parecen ningún «game changer». 

Los houthíes viven disparándole drones, misiles crucero antibuque y también balísticos a la flota de la OTAN, encabezada por la US Navy, que dice estar garantizando el libre tránsito de buques en el Golfo de Aden y el Estrecho de Ormuz. Estos proyectiles son iraníes, y en general comparativamente sencillos y baratos, pero cuando se usan en enjambre, no es raro que alguno llegue a destino. Los Houthi dicen haberle pegado al portaaviones George Washington y a un destructor clase Arleigh Burke, cosa que la US Navy niega. Ninguno aporta pruebas.

Poder atajar drones, misiles crucero y balísticos con el sable láser de Luke Skywalker se reduce finalmente a un asunto de costo versus efectividad. Sobre costos se informa poco. Sobre efectividad, nada.

Otros están publicados en los newsletters de la industria naviera y petrolera. Desde que los Houthi empezaron su hostigamiento de bloqueo, el costo del container de 40 pies de Shangai a Rotterdam subió de U$ 1000 a U$ 4000, el de Shangai a Los Angeles, de U$ 2000 a U$ 5000, y el de Shangai a Nueva York, de U$ 2500 a más de U$ 6000, datos de Jim Krane, analista de Energía del Wilson Center de Washington.

Los fletes, siempre según Krane, se van al demonio porque con 36 tanqueros y conteineras impactadas por los Houthi, del Oceáno Índico al Atlántico se va bordeando por el sur del Cabo de Buena Esperanza, alrededor de África. Los tránsitos marítimos por el Canal de Suez bajaron de unos 80 a algo más de 30 por día.

Los «cañones» láser son un intento de bajar costos, especialmente en «point defense», la etapa de vuelo terminal en que el objeto atacante ya logró sortear los perímetros externos y de media distancia de un buque de guerra. El Departamento de Defensa admite que lleva gastados U$ 1000 millones sólo en munición antiaérea y antimisil sofisticada desde que empezó el bloqueo houthi, hace cinco meses. 

El bloqueo dista de ser perfecto, pero ha disparado una crisis en la industria del reaseguro y en los costos mundiales de la logística de ultramar. Los houthies apuntan contra las cargas hacia a Israel o las que salen de ahí. Los cargueros y tanqueros cuyos manifiestos de embarque declaran el puerto de Eilat, e incluso algunos que lo disimulan (las navieras no son idiotas), son misileados: Irán tiene buenos espías. Las naves de guerra de EEUU y Gran Bretaña, Francia, Italia y Grecia, los pocos países de la OTAN que se sumaron a la flota de desbloqueo, tampoco parecen llevársela totalmente gratis. A fecha de hoy la operación «Prosperity Guardian» admite 3 muertos y la pérdida de 8 drones MQ-9 Reaper.

Salvo por las naves comerciales rusas y chinas, misteriosamente exentas de misilazos, las flotas mercantes no la están pasando bien. Tienen marineros heridos y muertos, 36 barcos misileados, uno hundido (de bandera británica) y 2 secuestrados, con las tripulaciones cautivas. El objetivo no parece únicamente interrumpir el comercio externo israelí. Este puede salir hacia Extremo Oriente por otros puertos sobre el Mediterráneo, aunque pagando unos fletes terribles por tener que pegar la vuelta alrededor de África. El asunto houthi pasa más por encarecer el comercio global que el específicamente israelí.

Ésta, finalmente, es una guerrilla naval de contadores y de actuarios. Como todo bloqueo naval (y la Argentina tuvo tres, con parecidos proveedores), gana el que persiste, y persiste más el que tiene no la mejor flota a su favor o las armas más inteligentes, sino la estúpida geografía y su prima, hidrografía.

Los láser tienen dos enormes ventajas sobre las armas cinéticas: la velocidad del haz de energía es, como aseguraba Einstein, la máxima posible en el Universo. Además, la cantidad de disparos está sólo limitada por la potencia eléctrica disponible a bordo, que aunque uno supone que está mediada por baterías de carga y descarga rapidísimas, o al menos unas bobinas de Rumkhorff gigantescas, depende de la motorización de la nave.

Luego, todas son desventajas: la sutil neblina salada que flota siempre sobre el mar difracta en todas las direcciones los haces de láser, que para servir de algo deben ser muy colimados y unidireccionales. A sumar, que los vientos de superficie cambian el índice de refracción del aire y desvían o atenúan los pulsos de luz, y el calentamiento de los gases atmosféricos provocado por absorción del haz, también. Todo esto tuerce y ensancha un disparo que en teoría debería ser tubular, y desperdiga su intensidad de iluminación sobre el blanco. 

Y la lista de inconvenientes sigue y sigue. EEUU nunca abandonó la esperanza de las armas láser. Hace ya cuatro décadas que todas las potencias las usan en naves, aviones y tanques, pero sólo como marcadores de blancos y apuntadores de trayectoria de misiles o bombas inteligentes. Un uso previo a ése fue tratar de enceguecer a los pilotos de aviones atacantes.

Lo que se ve en la línea de contacto en Ucrania es que un avión (generalmente ruso) te suelta una bomba de planeo puede estar a 70 km. de distancia, sin salir siquiera de su territorio y oculto bajo el horizonte por la redondez de la Tierra. Pero la bomba encuentra su camino hasta el tanque porque un minúsculo dron cuadricóptero, probablemente el que te detectó, te está «pintando» como blanco con un apuntador láser.

Sin embargo, lo que se propuso siempre el Pentágono es mucho más ambicioso: usar el láser como arma térmica y quemar los sensores de un misil en vuelo, o incluso de vulnerar su carcaza, llegar al combustible o la carga útil y hacerla explotar. Para eso se necesita de potencias eléctricas altísimas que alimenten el arma.

La motorización diésel-eléctrica, o las turbinas de gas y las baterías de un destructor común se quedan cortas para ello. Porque además, los motores deben cubrir otras demandas eléctricas feroces: navegación, «hotelería» como se llama al consumo que hace habitable y útil la nave, y hoy los radares AESA contemporáneos, que piden electricidad y refrigeración a gritos. Mucho Schlitz, en parla naval yanqui.

Si los EEUU logran instalar el láser como arma anticinética de base en su flota, necesitarán una mucho mejor motorizada que la actual. Un destructor Arleigh_Burke de 8000 toneladas y tripulado por 280 personas deberá generar la electricidad que consume una ciudad de 100.000 habitantes, unos 30 o 35 MW eléctricos. Son naves escolta, antiaéreas y antisubmarinas, los perros pastores de la flota. Generalmente «crucerean» a 10 nudos con dos motores diésel más o menos ahorrativos, pero cuando se requieren 35 nudos de golpe, prenden dos turbinas de avión GE LM 2500 de 100.000 HP cada una, que devoran «Schlitz» a espuertas. E incluso con toda esa potencia instalada, no alcanza para activar y refrigerar un láser de intercepción. Si las armas radiantes dan alguna ventaja sobre las armas cinéticas, los Arleigh Burke irán de salida, o tendrán que remotorizarse con reactores nucleares, como los submarinos y portaaviones.

De yapa, el armamento láser es imposible de mantener y reparar en un desprolijo ambiente de guerra.

Hace 30 años, el estado iraní no movía el amperímetro en materia de tecnología militar. Hoy es el tercer fabricante de drones de ataque del mundo y miembro pleno del club de los países con misiles balísticos de alcance medio. Y eso sucedió sencillamente porque al país no le daba el cuero, en plata y en recursos humanos, para dotarse de una aviación convencional como la que recomiendan aquí los brigadieres, esos que pilotan escritorios. Los iraníes serán todo lo retrógrado que se puede ser en materia de asuntos civiles, pero en defensa aérea se escaparon hacia el futuro. Por algo la OTAN se muere de ganas de invadirlos y borrarlos del mapa como estado-nación. Ya lo hizo con Irak, Siria y Libia. Pero con Irán se abstiene prudentemente.

En cuanto a la guerrilla naval contra la 5ta Flota y acompañantes europeos, con o sin láseres nadie logra ni logrará dejarla knock-out. Es que tampoco es el objetivo de Teherán. La pelea es por puntos, a puro desgaste, y por ahora la ganan los houthis, milicias guerrilleras débilmente organizadas. La ganan simplemente porque por diferencias en el pesaje deberían perderla, y no la están perdiendo.

¿No le pasó algo así a la Confederación Argentina cuando la flota anglofrancesa vino a apoderarse de la navegación militar y comercial del Plata y del Paraná? Eso sucedió entre los agostos de 1845 y 1850. Curiosamente, celebramos el Día de la Soberanía por una batalla que perdimos (la de la Vuelta de Obligado).

La perdimos y bien perdida, pero la victoria anglofrancesa fue pírrica y así siguió 5 años, pírrica de solemnidad. A fuerza de desmantelarles mercantes y naves artilladas, la guerrilla móvil con cañones livianos que les hizo el Gral. Lucio Mansilla desde la orilla santafecina del río, el bloqueo del Plata empezó a serles mal negocio a los visitantes. Estaban atrapados y no se atrevían a retirarse del estuario.

Hubo repetidos desembarcos anglofranceses en San Lorenzo, en la isla de Tonelero, lindera con Ramallo, y en el paraje Quebracho, cercano a San Nicolás de los Arroyos. Cuando no los cañoneaba Mansilla por sorpresa y desde la costa, trataban de llevar la lucha a tierra. Pero la respuesta con milicias improvisadas en los puertos bonaerenses de Ensenada y Atalaya los disuadió de capturar la Provincia de Buenos Aires. Eso habría sido más o menos empezar la guerra por el triunfo, como en 1806.

5 años y 29 días de guerrilla costera irreductible convencieron a sucesivos primeros ministros y cancilleres en Londres y París de que se habían metido en la cueva del oso. El tener respectivamente la primera y segunda flota de guerra del mundo, y de yapa reparaciones y reabastecimientos, y de últimas hasta gobierno puesto por ellos en Montevideo (el del Gral. Fructuoso Rivera), todo eso en nuestras aguas cerradas y someras no les servía de un comino.

En realidad, estaban condenados desde que Mansilla, formalmente vencido en Vuelta de Obligado, los esperó meses más tarde en Punta Quebracho mientras regresaban de comerciar libremente con el gobierno de Corrientes. Los hizo percha.

Los anglofranceses perdieron porque no lograban ganar y quedarse era carísimo. Firmaron la paz en los términos exigidos por Rosas y se fueron a toda vela, a triunfar en otros sitios menos cerriles.

Como canta ese triunfo de Miguel Brascó y Alberto Merlo:

«Qué los tiro a los gringos
‘Juna gran siete
Navegar tantos mares
Venirse al cuete
¡Qué digo venirse al cuete!»

Sólo Carlos Menem y los presidentes argentinos desde entonces lograron revertir aquel triunfo argentino. Lo hicieron sin usar pólvora, con el invento de la Hidrovía.

Siempre es bueno cambiarle el nombre a un río antes de venderlo.

II

Esta nueva guerrilla de costas (y de costos) sucede en el segundo mayor «choke point» de la navegación comercial del planeta. En su muy pequeño y paupérrimo país, una exigua parte de Yemen. los Houthi vienen ganando por lo mismo que nosotros en el Paraná hace 176 años: porque no perdieron, y no piensan irse a ninguna parte. Para más INRI, hace 9 años que Arabia Saudita y una coalición de 9 países africanos los viene bombardeando diariamente. Viven entre ruinas y sus hijos se mueren de hambre e infecciones perfectamente evitables. No esperan jubilarse. El mundo los ignoró hasta hace pocos meses, sus códigos civiles son medioevales y su expectativa de vida, muy corta.

Pero tienen tecnología barata, fabricada en masa, libre casi de mantenimiento y que ni siquiera es propia. Y así y todo obligan a la una fuerza de tareas de la OTAN a vivir «con el Jesús en la boca». La lista de marinas europeas ausentes en esa flota combinada de «Garantes de la Prosperidad» es llamativamente larga. 

Hoy, para estos garantes de la prosperidad, las opciones de retirada del Estrecho de Bab el Mandeb y el Golfo de Aden son menores que las que tuvieron Gran Bretaña y Francia en estos pagos a partir de 1846.

En aquel momento, ambos países estaban en expansión imperial: Francia consideraba al futuro Uruguay una colonia propia, e Inglaterra quería hacerse una más tierra adentro, unificando las secesiones de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Paraguay. Pero en la fase de «construcción de imperio», se admite cierta flexibilidad y se puede y debe recular en chancletas. Eso algo que en la fase de imperios en crisis, tiene costos mucho peores.

En 1845 a ambas potencias les estaba yendo aceptablemente bien en África y Asia, podían soportar una derrota en estos andurriales de Dios. ¿Quién se iba a enterar, o a querer enterarse? Las noticias no llegaban en tiempo real. Por lo demás, fuera de tasajo, sebo y cueros, de aquí no salía nada indispensable. Como mercados cautivos de manufacturas europeas, los nuestros eran ínfimos a fuera de despoblados y pobres. Y estábamos muy a trasmano de las rutas navieras importantes: las de metales preciosos, té, café, azúcar, tabaco y maderas buenas.

Otra cosa que distingue aquella época: todas las fuentes de energía de aquel mundo imperial eran locales.

En contraposición, los Houthi dominan las bandas este y sur de la segunda ruta mundial del petróleo sacado de Medio Oriente y rumbeado a Asia. Y por confesión de parte, están forzando a gastar más más plata a la OTAN de la que realmente tiene. Peor aún, a fabricarla de la nada, imprimiendo dólares y euros sin parar.

Hasta hace poco, los EEUU lograban exportar la inflación hacia sus economías satélites por varios mecanismos comerciales y financieros. Pero la nueva garantía en oro de las canastas de monedas de los países miembros del BRICS tal vez termine creando un ecosistema de atesoramiento alternativo al dólar. Esto le pica al menos la curiosidad a los estados, las empresas, los bancos y los simples individuos.

El orden de la posguerra está medianamente fracturado, en buena parte debido a que las armas demasiado caras y sofisticadas del arsenal OTAN están mostrando poca efectividad en Ucrania, pero también en la vieja France-Afrique, y desde fines de 2023, en el estrecho de Bab el Mandab y el Golfo de Aden. Tu garrote puede ser pesado, largo y terrible, pero no combate los mosquitos.

Es una lección que nuestros militares, fervorosos practicantes de la compra de chatarra descartada por la OTAN, podrían aprovechar. Mientras los muchachos de la OTAN se rearman con sistemas de ciencia-ficción a espera de que sirvan de algo, los nuestros se babean de gusto porque por fin pueden comprarse aviones F-16 con 40 años de vuelo, con una expectativa residual promedio de servicio de 400 horas, todos sin armas lanzables e incapaces de reabastecerse en vuelo con nuestras «Chanchas» Hércules. Y ahora, transportes armados de infantería Stryker que no resisten un simple misilazo RPG de un infante. Y como guinda en la punta del helado, nuestros almirantes quieren submarinos franceses de U$ 1000 millones.

Son todas formas ya algo arcaicas de alimento balanceado para enemigos con sistemas baratos y robóticos. 

El nacionalismo militar argentino de los años ’40 supuso décadas enteras de autosuficiencia argentina en armamentos variados y la generación de industrias básicas nacionales en el petróleo, el gas, la minería, la metalurgia del acero y de otros metales, la mecánica, la electrónica, la química, la construcción naval y la aeronáutica.

Los milicos de hoy compran basura del siglo pasado con plata que pierden todas esas industrias nativas. Además, quisieran venderlas al primer gringo con dólares, y eso para seguir comprando chatarra inapta hasta para desfile. Con el melancólico lote de descartes que vienen adquiriendo perderíamos cualquier guerra de vecindad que dure más de una semana.

Y nuestros mayorengos defienden su política con el verso de la «interoperabilidad»: están asimilados al rol de batatas, barrabravas, comparsas y alcahuetes de la OTAN. Para algo tienen que servir. Y es que para su viejo rol policial, desde tiempos de Menem ya los desplazó la Gendarmería.

Esa política compradora deja de lado a las fábricas metalúrgicas, las mecánicas, las electromecánicas, las electrónicas, la de software, las de plásticos y materiales especiales, los tres astilleros oficiales que sobreviven, el puñado de privados que aún no naufragaron, nuestra única y última y exhausta empresa de aviación militar, y sobre todo, los garantes finales de cualquier defensa nacional: las universidades y el sistema científico.  

Son las instituciones y firmas que nos pueden dar drones aeronáuticos, terrestres y navales.

¿Y para qué los queremos? Para seguir siendo neutrales.

Un lujo que siempre nos salió diplomáticamente caro, como demostraron de sobra los cancilleres y vicecancilleres más coloniales y manyaorejas que produjo jamás nuestra diplomacia en tiempos de Menem, de Macri y ni hablar de hoy. Pero el precio que pagamos por ser la oveja negra del Cono Sur, el país no alineado que prefirió abstenerse de trifulcas gringas, permitió salvar a decenas de miles de colimbas santiagueños, bonaerenses, menducos, porteños, tucumanos, riojanos (y sigue la lista) de morir en las trincheras de Francia, o torpedeados en al Atlántico, o desembarcando en islas del Pacífico cuyo nombre ignorábamos.

El nacionalismo tecnológico militar fue una consecuencia impredecible de la educación pública combinada con un país con reservas de casi todo, y fundamentalmente, de materia gris. Obra de colegios y universidades, las cadenas de proveedores terminaron reinventando la sociedad civil argentina. Le dieron una clase obrera industrial leída, organizada, el padre en la fábrica y un par de pibes peleándola en un técnica o en la facultad. Le dio una enorme clase media de ingenieros, técnicos, médicos, profesores e investigadores. Todo eso se ganó evitando meterse en trifulcas de gringos y apegándose a la escuela, a los laboratorios de investigación y a la industria.

Dicho por un opositor a todas nuestras dictaduras, la industria local de armas nos dio casi un siglo entero de cierta paz.

Nos mantuvo neutrales a un costo aceptable para nosotros, pero impagable para cualquier agresor. Demasiado país y demasiado armado por sí mismo. Ningún lamebotas iluminado -salvo Menem, y brevemente- logró reclutar a la Argentina como carne de cañón para guerras de otros desde comienzos del siglo XX. Nuestros fierros nos exceptuaron de meter los dedos en la licuadora de asuntos que no nos competen y contra pueblos y países con los que no tenemos cuestiones pendientes.

La neutralidad es cara, pero más caro es irse pelear en las guerras de otros. Y mantener la neutralidad implica un sistema científico independiente, y que abastezca de desarrollos a nuestras fuerzas armadas. Si logramos re-nacionalizarlas, claro.

Y según le va a la OTAN en Ucrania y el Mar Rojo, los pesos que tengamos más vale que los invirtamos en drones y sistemas robóticos nacionales: lo que logremos pagar, lo que podamos seguir fabricando aquí incluso en un conflicto largo, y lo que se pueda exportar. Los rayos de la muerte del Pentágono pueden ser muy destructivos para un misil crucero, pero no le van a salir gratis a la sobregirada economía estadounidense. ¿O acaso los gastos en armas atómicas no hicieron implotar a la URSS en 1989? ¿Alguien lo preveía?

Los tres grandes «choke points» de la navegación petrolera y comercial, a saber el de Bab el Mandab y el de Ormuz están bajo ataque, y el tercero, el Canal de Panamá, está muriendo debido a una sequía por cambio climático que ya no arregla ningún año lluvioso.

La base geofísica y geopolítica del globo de la hiperglobalización se pinchó. Era hora.

El artículo de Wired, que abrevié arriba, mira las armas láser desde el ángulo tecnológico y económico, pero no geopolítico. La jefatura houthí e iraní ya lo debe haber leído. Láser. Sí, ponele.

Deben estar riéndose por lo bajo.

Daniel E. Arias

VIAWired