Se viene un verano jodido. Pero no por causa de Atucha I

A inicios de Octubre, en coincidencia con la fase cálida de 2024/5 y el calor adicional del inicio de un ciclo climático «Niña», Atucha 1 se detiene. Lo hace para su extensión de vida hasta 2046. Serían 24 a 30 meses de desconexión para tareas de inspección, reemplazo de componentes internos y actualización de sensores y sistemas de seguridad. La tarea la hará la diseñadora/constructora/operadora estatal, NA-SA (Nucleoeléctrica Argentina SA).

¿Cómo impactará esto en el abastecimiento eléctrico del AMBA durante el verano? Muy poco. Desde su arranque en 1974, cuando apuntalaba el 15% del suministro de Capital y Gran Buenos Aires, Atucha 1 se ha vuelto una central chica dentro de una red eléctrica cada vez mayor, y cada vez más poblada de máquinas térmicas, que mayormente queman gas (cuando hay).

Pero es previsible un verano duro, con un combo de mucho calor, tarifazos y cortes por aumento de demanda y mal estado de la red de transmisión a larga distancia. Pero peor aún está la de distribución minorista.

Además, Atucha 1 ahorra unos 480 millones de m3/año de gas, pero nadie asegura que este verano vaya a sobrar. El país ya vive de esa garrafa geológica que es Vaca Muerta, conectada a la Región Centro por el gasoducto Néstor Kirchner.

Sin embargo, este pasado otoño, más lluvioso y frío de lo habitual por efectos de una fase climática «Niño», faltó gas y hubo que cerrar industrias. El ducto NK tiene tres estaciones de presurización en Tratayén (Neuquén), Salliqueló y Mercedes (Prov. de Buenos Aires), cuya construcción se abandonó en Diciembre de 2023. Así las cosas, está funcionando a un tercio de su caudal de registro. Este ahorro de U$ 45 millones dispuesto por el Ministro de Economía, Luis Caputo, obligó a importaciones de gas licuado por U$ 500 millones.

Atucha 1 ya tiene 50 años. Y fueron movidos: incluyeron una parada de 2 años entre 1988 y 1990 por un problema de diseño del proveedor KWU-SIEMENS (la máquina es un prototipo), y otra parada por extensión de vida y repotenciación de 320 MW a 357. El licenciamiento otorgado entonces por la ARN (Autoridad Regulatoria Nuclear) se termina en septiembre.

Es un trabajo que NA-SA conoce bien: una extensión de vida de esta PHWR, o central a uranio natural y agua pesada presurizada, dura algo menos de 3 años, si se tiene el cash-flow. Esto, con los extraños criterios de ahorro del Poder Ejecutivo no está asegurado. A cambio, se tendrán de 20 años de vida operativa adicional, eso a decisión de la ARN. Los «años operativos» son más largos que los años calendarios, no incluyen las paradas, pero además se otorgan según el estado que alcance Atucha 1 cuando termine esta segunda extensión de vida: 2046 es una fecha estimativa.

Las extensiones de vida se han vuelto una costumbre nuclear mundial. Se planifican varias en EEUU, Bélgica, Francia y Brasil, y se hicieron varias en Canadá, Corea, China y, obviamente Argentina, donde ya se hizo con éxito una vez en Atucha 1 y otra en la central cordobesa de Embalse. Las causas de extender la vida útil varían según el país, pero el punto de partida es que las máquinas sean lo suficientemente robustas como para volver a servicio con reemplazos y mejoras, y estos varían según la tecnología y estado de cada una.

Sin importar el tipo de combustible y de moderador/refrigerante, una central con recipiente de presión, al estilo de nuestras Atuchas, suele dar más trabajo que una de tubos de presión tipo CANDU, como Embalse. Ésta hizo «retubamiento» entre 2014 y 2018, y el resultado es una central nueva con 30 años operativos por delante, y al costo de una tercera parte de una nueva de similar tecnología y potencia. El retubado de máquinas similares en Canadá, Corea y China se hizo por costos aún menores, porque no hubo que sustituir los 4 generadores de vapor de componentes gigantes y complejos.

Los otros dos números que deciden si se retuba o sustituye son el costo de decomisión y el de sustitución por una máquina de igual potencia e igual factor de disponibilidad. En el caso de Atucha 1, los números son bastante claros: decomisionarla totalmente y gestionar a perpetuidad sus componentes desguazados costaría U$ 1200 millones, según una estimación de NA-SA. Sería una opción muy estúpida, porque la extensión de vida costará U$ 450 millones si el Ministerio de Economía «no la pudre» con sus curiosos ahorros.

Una central nuclear chica, de igual potencia y con recipiente de presión, es un verdadero perro verde: no existe en el mercado mundial. Pero a ojo de mal cubero, no costaría menos de U$ 2800 millones. Y sustituirla por varias centrales de gas de ciclos combinados sería una estupidez de manual: duran 20 años y hay que tirarlas, y su factor de disponibilidad raramente supera el 55%. El de Atucha 1 en su segunda vida viene siendo del 90%.

¿Sustitución por eólica? Cuando quieran, son muy baratas, aunque no tanto si se tiene en cuenta que a los 20 años hay que tirarlas. Tienen el problema adicional de que su factor de disponibilidad máxima en el país viene siendo del 40%, y eso en la Patagonia. Cuando no hay viento, no producen pero cuestan igual. Una, por equipamiento: hay que tener centrales a gas como «respaldo caliente», quemando gas al cuete pero desconectadas de la red, para salir a cubrir el bache de oferta al toque.

Lo que tienen las nucleares buenas es eso: en materia de disponibilidad, no necesitan respaldo. SON el respaldo de todas las demás fuentes de potencia de la red nacional, incluidas las hidráulicas. El combustible nuclear es básicamente una manufactura sofisticada local, no un «commodity», y las centrales argentinas queman combustible argentino desde 1986.

Los componentes críticos y no reemplazables de Atucha 1, el recipiente de presión y el edificio de contención, son de una fortaleza fenomenal, y no es imposible que sucesivas extensiones de vida lleven a esta centralita a más de un siglo en operaciones. Esto la haría más duradera que cantidad de represas hidroeléctricas. Hay centrales nucleares en el mundo que ya llevan 80 años operativos, y son menos robustas.

En la guerra entre Irán e Irak, la central iraní Bushehr 1 se comió dos misiles Exocet iraquíes el mismo día, y ninguno logró romper ese edificio de contención con forma de esfera tiípico de las centrales alemanas.

EL FIDEICOMISO PODRÍA SER DECOMISADO

De los U$ 450 millones necesarios para la extensión de vida, a fines de 2023 NA-SA había logrado juntar U$ 100 millones en un fideicomiso presuntamente intocable, si para el Ministro de Economía existe algo así. El resto habrá que juntarlo en estos tiempos de suspensión de toda obra pública.

NA-SA no puede pagar esta tarea, salvo organizando fideicomisos. Creada por Carlos Menem para privatizar las centrales nucleares de la Comisión Nacional de Energía Atómica, cosa que no sucedió, NA-SA está diseñada legalmente para vivir sin resto, estrictamente de lo que cobra a CAMMESA por venta de electricidad nuclear.

Por alguna causa misteriosa, ésta se paga a U$ 47 el megavatio hora, la tarifa más barata del mercado eléctrico, dos tercios del precio que cobran las eólicas por vender electricidad intermitente, impredecible, subsidiada por el estado y sin componentes nacionales. NA-SA reinvierte toda su facturación en mantenimientos preventivos, compra de repuestos, contratos y sueldos. Legalmente, no puede guardarse un peso.

Pero es fama que desde diciembre que el estado no le paga a CAMMESA, que por lo tanto tampoco le paga a NA-SA. Además, el ministro Caputo decidió que lo adeudado a CAMMESA a cierre de abril no era de $ 1,06 billones (es decir un millón de millones de pesos, y 60 millones más), sino solamente $ 600.000 millones.

No se quedó en ello: le pagó esa deuda con un bono de su invención en dólares, llamado aeróbicamente «Step Up», que expira en 2038, y cuyo valor real de mercado hoy está en el 50% de su valor nominal. Con ello, CAMMESA como administradora de despacho del Sistema Argentino de Interconexión acaba de perder al menos el 70% de lo que le debía el Tesoro.

Cuando el gobierno se quedó sin gas por no haber hecho las estaciones de presurización del gasoducto NK, pidió auxilio a Petrobrás. Ésta mandó un barco «metanero» con U$ 500 millones de gas licuado al puerto de regasificación de Campana, sobre el Paraná de las Palmas. Pero ya arribado, el capitán recibió órdenes de no descargar, salvo contra pago al contado, porque se acababa de publicar cómo el ministro Caputo acababa de «acostar» a CAMMESA.

La plata obviamente no estaba, el barco rumbeó a mejores puertos, y el gobierno argentino ordenó el cierre de centenares de industrias privadas y de todas las estaciones de GNC del país.

Ni a los padres fundadores del pagadiós argentino, Carlos Menem, Domingo Cavallo y Fernando de la Rúa, se les ocurrió una semejante.

LOS INGREDIENTES DE UN CÓCTEL TÓXICO

¿Cómo vendrá entonces este veranito porteño, a la luz de todo esto? El AMBA, o Área Metropolitana de Buenos Aires, es una megalópolis de edificación continua que comprende la Ciudad Autónoma, con status legal de provincia, y 40 municipios bonaerenses más. Allí hoy se aglomeran 17 millones de habitantes y de ahí nace el 40% del Producto Bruto Interno.

En 1974 cuando el presidente Juan D. Perón inauguró Atucha I. central pedida inicialmente por Arturo Illia, su potencia instalada inicial de 320 MW. Cubría aproximadamente el 15% del consumo de la zona metropolitana, entonces llamada GBA, o Gran Buenos Aires. Daba luz y potencia a 1 millón de habitantes, lo que era insólito para una fuente puntual de potencia.

El país todo tenía entonces apenas 25,4 millones de habitantes y el GBA, mucho menos extenso y denso que el AMBA actual, no más de 7 millones, aunque creciendo en flecha. El circuito Capital + GBA lo respaldaba una capacidad eléctrica instalada no mayor de 2100 MW, mayormente térmicos, en forma de centrales térmicas de fueloil y gasoil de la difunta empresa estatal SEGBA y la suiza ITALO.

Toda la capacidad eléctrica instalada en el país arañaba los 6000 MWe, y estaba muy poco interconectada. La Argentina era un archipiélago de islas eléctricas regionales, algunas enormes, otras minúsculas. Las Líneas de Alta Tensión (LATs) de 500 megavolt eran una rareza oriunda de la hidroeléctrica El Chocón, sobre el Limay, que la gente paraba el auto para mirar con asombro.

Si Atucha I salía de servicio en forma imprevista, en sus primeros años, los caciques petroleros enquistados en SEGBA y la Secretaría de Energía salían a pedir cabezas nucleares al Poder Ejecutivo. Pero la CNEA en aquellos años estaba bajo protección de la Armada Argentina y hasta 1983, de todos los presidentes electos por votos o por botas. Los caciques de la Secretaría, club sumamente petrolero y padres putativos de demasiados apagones, tenían demasiado vidrio en techo propio como para revolear piedras públicamente al atómico.

Atucha tenía los problemas inevitables de un prototipo: sólo se pueden cepillar sobre la marcha. Su disponibilidad promedio, de todos modos, era del 70%, mientras que el parque térmico nacional, hecho percha por viejo y mal mantenido, daba abajo del 50%. Además, el térmico dependía de cíclicas importaciones de fuel-oil, por falta de autoabastecimiento petrolero. La CNEA en cambio minaba su propio uranio, y lo transformaba en combustible mediante operaciones químicas y metalúrgicas sumamente complejas, en industrias argentinas y con tecnología propia.

El futuro era atómico y nacional, sin dudas.

Pero cuando la Argentina perdió la Guerra de Malvinas, cambió todo. Y se tomó la decisión de usar la deuda externa argentina, que durante El Proceso se había multiplicado por siete, para terminar con el Programa Nuclear, que a fecha de 1982 era el tercero más dinámico del mundo, después del de Francia y el de la India. Dicho y hecho, la CNEA se quedó sin fondos, y en medio de dos obras estratégicas: la construcción de Atucha 2 y la de la Planta Industrial de Agua Pesaa, en Neuquén.

En 1998, cuando Menem privatizó totalmente la electricidad argentina, había unos 22.000 MW eléctricos instalados, de los cuales el 50% era hidráulico, el 45% térmico y sólo el 5% nuclear. Atucha 1 había perdido todas sus mañas de prototipo y estaba repotenciada a 340 MW, y desde 1986 la CNEA había logrado poner en línea la nuclear cordobesa de Embalse con sus 600 MW.

Embalse no era un prototipo, ni siquiera un FOAK (First of a Kind). Era un diseño canadiense probado y «tuneado» decenas de veces en origen y en seis países más. Entre Atucha y Embalse sumaban el 5% de la capacidad instalada nacional, pero esa angosta tajada de la torta generaba el 11% de la electricidad circulante, y en años climáticamente bravos, como 1987/88, el 15%. Lo dicho, la nuclear es el «dormí sin frazada» del Sistema de Interconexión.

Las LATs ya no eran una rareza, por suerte para el AMBA. Éste importaba casi toda la potencia hidroeléctrica generada por la cadena de represas que habían ido construyéndose sobre los ríos del Comahue, y las de Salto Grande en el río Uruguay, y Yacyretá sobre el Paraná. Todavía no existía una verdadera red nacional: la Patagonia seguía siendo un par de islas eléctricas desconectadas una de otra, y ambas del Centro, el NOA y el NEA.

Pero desde 1987 había una costumbre nueva: echarle la culpa de los apagones en el AMBA a Atucha 1.

La inauguró la Secretaría de Energía para salvarse durante los apagones que hicieron un infierno de la vida en el AMBA en los veranos de 1987 y 1988. La causa principal fue la vejez y falta de mantenimiento del parque térmico, y a sumar, el mal estado de la red de distribución domiciliaria de SEGBA. Como indicador de aquella crisis, las dos nucleares se estaban salteando paradas programadas de mantenimiento para producir el 15% de la demanda argentina, y eso con el 5% de capacidad instalada.

Mal momento para que en 1988 se rompiera Atucha 1.

La que sí habría salvado las papas del gobierno aquel verano habría sido Atucha 2, que tenía entrada en servicio para justamente 1987. Pero el presidente Raúl Alfonsín decidió oficiosamente ir parando la construcción de esa máquina. Su hombre en la CNEA, el ing. Alberto Costantini, no tenía interés alguno por la energía nuclear: su área de «expertise» era cerrar ramales ferroviarios, y lo aplicó al Programa Nuclear, hasta entonces una vaca sagrada. El secretario de Energía de Alfonsín, el ing. Jorge Lapeña, petrolero grave, le había dicho que con varias hidroeléctricas en el Comahue y Salto Grande ya en línea había capacidad firme de sobra para sostener la red.

Lapeña no entendía mucho del cambio climático, y menos aún de su acción agravante de los ciclos Niño-Niña de la Oscilación Climática del Sur. No es que fuera una novedad. Sobre este ciclo se viene publicando sistemáticamente desde 1960, pero los petroleros no leen mucho sobre climatología, sea porque no entienden, porque están en contra de lo que suelen decir de ellos los climatólogos, o por ambas razones.

Lapeña no esperaba una sequía simultánea entre cuencas hídricas tan alejadas entre sí como la del Limay-Negro y la del Uruguay. Ése fue el regalo que le hizo La Niña a Lapeña a fines de fines de 1987 y durante todo 1988. Intempestivamente, esas poderosas novedades llamadas Salto Grande y El Chocón no podían generar a capacidad normal, y remediar la indisponibilidad generalizada del parque térmico.

Como dato de aquella sequía, en el paraje La Lipela, no muy lejos de las nacientes del Limay en el lago Nahuel Huapi, uno podía cruzar el río, normalmente hondo, helado y correntoso, caminando por el fondo, y sin mojarse la camisa. Si hacías eso en un año de fase neutra o de Niño, tu cadáver aparecía -o no- decenas de kilómetros río abajo.

El AMBA a oscuras, los cines cerrados, los escaparates sin luz, cada semáforo en cada esquina apagado, y piñas y atropellamientos nocturnos en casi todos, la comida pudriéndose en los freezers de los supermercados, los pisos altos sin agua, los aires acondicionados y ventiladores inmóviles, los viejos evacuados por los bomberos en estado de deshidratación aguda, los baños hediendo y choreos al voleo por la calle como sólo se hicieron costumbre en el 2do período de Menem, todo eso por un año y monedas de sequía. Y como condimento, dos veranos con seguidillas de olas de calor (todavía no tenían ese nombre) que mataron cantidad de gente. Y no tanto por al alza de las temperaturas máximas diurnas, sino por el de las mínimas nocturnas.

Una megalópolis entera sometida meses a comida en mal estado, insomnio y stress vive muy mal. ¿Cómo iba Alfonsín a controlar el «golpe de mercado», con hiperinflación y saqueos que le armaron los boys de la City antes de terminar su período, si con tratar de prender la luz en tu casa era evidente que el presidente no controlaba nada?

Terminada en 1990 la reparación de Atucha 1, que hizo la CNEA por U$ 17 millones y en 9 meses, en lugar de los U$ 200 millones y varios años con la central desarmada pedidos por SIEMENS, volvió al ruedo con un factor de disponibilidad mayor del 90%. La ha mantenido desde entonces, y con dos o tres puntos más, según el año. Sumando sus varias vidas, el promedio de disponibilidad de Atucha 1 hoy da 80%, dice NA-SA.

Balance de aquella historia: durante los apagones de 1987/88, la presencia de Atucha 1 en la red nacional a o ausencia no hacía gran diferencia- El parque térmico estaba «para atrás», y el Secretario de Energía ignoraba que un fenómeno climático -que al parecer también ignoraba- pudiera dejar en sequía dos cuencas hidroeléctricas distantes 1500 km. una de la otra, y a la vez.

Pero hay que ver cómo aprovechó el secretario la rotura de Atucha 1 para cargarle el fardo antes los medios, y cómo estos compraron la fábula.

Alfonsín, ya en el brete de los apagones, tuvo el coraje de hacer oídos sordos a sus correligionarios y dejar la reparación en manos de la CNEA, y no de la SIEMENS. El caudillo de Chascomús tenía una fobia visceral con la institución, a la que veía como militarista. Pero no así con la nueva presidenta de la misma cuando su amigo Costantini se bajó del incendio.

La nueva presidenta, muy diferente de su antecesor, era la física Emma Pérez Ferreira, famosa, llena de honores y respaldada unánimemente por la plana nuclear de carrera, los ingenieros Juan C. Almagro, Jorge Sidelnik y el físico Roberto Perazzo. Esa vez don Raúl no se equivocó. Pero los costos políticos los pagó, y cómo.

No así el ingeniero Lapeña, barman de casi todos los ingredientes de aquel cóctel tóxico que se bebió Alfonsín. El ingeniero de marras sigue sin entender mucho de cambio climático. En 2001 volvió a afligir al país nada menos que como presidente… de la CNEA. Tal cual. Allí logró el incumplimiento de la ley 25.160 de 1999, iniciativa del economista Aldo Ferrer, aprobada por ambas cámaras. Financiaba la construcción de la central nuclear CAREM, pero Lapeña agotó esos fondos pidiendo estudios de mercado del CAREM. Como salían joya, hizo sucesivamente tres, y dejó que el fondo (en pesos) se evaporara en medio de otra hiperinflación, la de Fernando de la Rúa.

Chau central propia y exportable.

Obviamente Lapeña no hizo nada por resucitar la obra de Atucha 2, y cuando De la Rúa se fue en helicóptero de La Rosada dejando abajo a 39 manifestantes muertos, los ahorristas confiscados y un estado a punto de colapso, él se volvió tranquilamente y en auto oficial a su rol de gurú energético del radical-menemismo.

Todavía lo detenta.

EL VAMPIRISMO ENERGÉTICO DEL AMBA

Hoy, con más de 43.000 MW instalados y unidos a una red nacional, Atucha 1  es una generadora eléctrica comparativamente chica, repotenciada hoy a 340 MW eléctricos. Ilumina a 1 millón de argentinos, eso no ha variado.

Pero si hoy se la mide contra la capacidad térmica de generación térmica radicada en el AMBA, es una nota al pie. Sólo la Central Costanera, hoy del grupo multinacional ENEL y ubicada en la desembocadura del Riachuelo, tiene un total de 2306 MWe instalados.

En la orilla opuesta del Riachuelo está la Central Dock Sud. Instalada hace más de un siglo en Avellaneda, hoy con 933 MW térmicos, pasó del estado a ENEL e YPF Luz. La única central de carbón de la Argentina, la de San Nicolás, es de los años ’50 y también nació estatal, y hoy pertenece también a la multinacional AEL, y suma 650 MWe instalados.

Más modernas y de ciclos combinados son las dos centrales construidas por la estatal ENARSA junto al Paraná, la Belgrano y la San Martín. Suman 1650 MWe entre ambas, y la vecina Vuelta de Obligado, ya en la provincia de Santa Fe, pone 845 MWe más. Todas estas máquinas sobre la orilla derecha del Paraná son relativamente modernas y de buena disponibilidad. Últimamente, ENEL las ha ido comprando. 

Sean de quien sean, hay 14 centrales térmicas más sin salir del enorme AMBA de hoy o remontar el Paraná.

Cuando falta gas, que equivale decir a todo invierno frío o verano caliente, todas estas máquinas pasan a quemar combustibles líquidos. Especialmente cuando la mano viene de fueloil, el más denso y barato, elevan la contaminación aérea crónica del AMBA por emisión de óxidos de nitrógeno y azufre. Inundan el cielo a sotavento de partículas de hollín, productos de baja combustión, de un tamaño igual o menor de 2,5 milésimas de milímetro, o PM 2,5.

Cuánto más chicas son las PM, más bioactivas resultan. Penetran hondo en los pulmones y llegan, sangre mediante, al endotelio arterial, en el cual desatan hipertensión y lesiones que se vuelven ateromas.

Aunque en CABA el 70% de la contaminación aérea viene de fuentes móviles, las centrales térmicas se vuelven una pesadilla sanitaria con cada pico de demanda de gas natural por frío en invierno o por calor en verano y otoño, en general porque las turbinas pasan a quemar combustibles líquidos. El gasto adicional es de U$ 6 millones/día en la Región Centro. La contaminación aérea cuesta 15.000 muertos/año por en el país, 5.400 de ellos en el AMBA. Epidemiológicamente, son pérdidas de expectativa de vida por enfermedades crónicas como hipertensión, todas las circulatorias imaginables y la EPOC, Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica. Siguen varios tumores sólidos. Respirar hollín no es muy saludable.

De todos modos, las proveedoras de electricidad térmica no pagan daños a la salud. Tampoco por los apagones, que son más bien tema de las distribuidoras privadas herederas de SEGBA como EDESUR, EDENOR y EDELAP, cuyas redes «de última milla» están en un deterioro épico por décadas de desinversión.

CAMMESA misma no parece una campeona del interés público: eximió a varias termoeléctricas de multas pasadas y renunció a cobrar su propia parte de las tarifas futuras. Y lo hizo en Septiembre de 2019, a dos meses y monedas tras el Apagón del Día del Padre, el del 16 de junio de aquel año. Que fue, como honrando a su nombre, un apagón padre. Dejó a oscuras a 50 millones de habitantes, sumando todos los argentinos y cantidad de chilenos y uruguayos.

Nadie quiso hablar de TRANSENER, responsable del hecho en un 100% por desinversión en LATs. Créase o no, el apagón empezó cuando una de las tres líneas de alta tensión que viene desde Yacyretá y cruza el Paraná se cayó al río. Los centenares de centrales del resto del país detectaron la oscilación de voltaje y frecuencia, y se desconectaron automáticamente por autoprotección. Fue una cascada de apagones. En pocos segundos, 50 millones de argentinos, uruguayos y chilenos a oscuras.

Y todo debido a un cable de 500 megavolts caído al Paraná por colapso de una torre mal mantenida y con propietario privado. Que no parece haber sido muy afectado. Pero mal momento, aquel, para ser surubí.

Redondeando, las 14 centrales que abastecen de electricidad el AMBA son mayormente térmicas y en general contaminantes, todas ellas propiedad de sociedades extranjeras. Sostienen el consumo del AMBA con combustibles fósiles de todo tipo y electricidad hidro de otras regiones.

Hay cantidad de electricidad eólica, el 8% de la producción total. Pero ya se sabe, a veces sobra demanda cuando no hay viento, y sobra viento cuando no hay demanda, y la diferencia se zanja con gas, cuando hay gas. Hay 3405 megavatios eólicos instalados, grosso modo, el 10% de la capacidad instalada de la red. Según la CEA, Cámara Eólica Argentina, no producen más porque faltan líneas de alta tensión, y cobrn pésimo: apenas U$ 60 por megavatio hora.

La última vez que AgendAR chequeó, eran diez más, y aún si fuera verdad son U$ 13 veces más que lo que cobra NA-SA por potencia firme, disponible más del 90% del año. La sobreinstalación eólica es uno de esos subsidios encubiertos de Macri al capital petrolero.

Sumando las tres nucleares, las Atuchas 1, 2 y Embalse, iluminan a 8 millones de habitantes en el AMBA, el Gran Rosario y Córdoba. 

Pero el AMBA no se sostiene con su propia generación: es un bebé voraz: demanda el 40% de la electricidad del país, que nos llega a los porteños por electroductos construidos por el estado, privatizados, y que de yapa no sólo están en mal estado sino que son insuficientes en cantidad. Las grandes acometidas de 500 kilovoltios al AMBA son 3, pero harían falta 5. En total, se necesitan unos 5000 km. más de Lineas de Alta Tensión nuevas para asegurar al AMBA contra apagones masivos.

El 1 de marzo de 2023, nuevo mega-apagón de 2 a 4 días de duración, esta vez únicamente para 20 millones de habitantes durante una ola caliente que tenía a casi todo porteño o bonaerense con aire acondicionado con el equipo al máximo, hasta que el sistema de última milla colapsó. ¿Qué dijo Energía? Nuevamente, culpó a Atucha 1, que salió de línea. Por supuesto que salió de línea. Para autoprotegerse del apagón.

Aún si se ejecutara el crédito chino, el AMBA seguiría siendo proclive a apagones por desinversión de EDESUR, EDENOR y EDELAP en sus redes de distribución domiciliaria. En la megalópolis porteña, las cámaras de conexiones se inundan por lluvia, el cableado del año de ñaupa no resiste las demandas pico y los transformadores viejos gotean aceites fluorados cancerígenos, y se incendian espontáneamente.

El apagón de Marzo de 2023, que afectó a 1,5 millones de porteños y bonaerenses, y duró más de 15 días, es casi todo gentileza de EDESUR. Los porteños afectados salieron a cortar con piquetes la avenida Corrientes y otras del sur porteño. Invariable, la Secretaría de Energía logró que mis colegas en los multimedia le cargaran la culpa… sí, a Atucha 1. ¿Cuándo no?

En realidad, en ambas ocasiones Atucha 1 se desconectó para protegerse. Es lo que hacen todas las máquinas generadoras.  

Que vivamos en apagón por frío o por calor tiene, sin duda, un motivo muy nuclear. Eso no hay cómo discutirlo.

La Argentina tiene únicamente tres centrales que suman 1756 MW entre las tres, el 4,2% de la capacidad instalada. Son las que estaban en planes en 1981. No hubo ninguna más. Se terminaron. Trabajo fino y sostenido del petróleo, el gas y el State Department para trabar el desarrollo más independiente y estratégico del país. Y no de cualquier país sino del más nuclear del Hemisferio Sur. Y desde 2000, contra viento y marea, el más exitoso del mundo vendiendo pequeños reactores nucleares multipropósito.

Los compromisos firmados con China para poner esos 5000 km. de electroductos de alta tensión no resolverían el parasitismo energético del AMBA, que genera apenas el 20% de su consumo. Eliminarían la parte de los apagones grandes, los que se generan por asuntos de red nacional. Pero uno de los dos gobiernos firmantes, el de Alberto Fernández, logró que el contrato financiero no se firmara jamás. Si La Niña viene brava, faltará electricidad en la Región Centro. ¿Tratará al Toto mejor que a Lapeña?

¿Comprarle a Paraguay la mitad de la electricidad que produce Yacyretá, donde vamos miti y miti? A Asunción nuestro gobierno le adeuda U$ 208 millones. ¿Comprarle electricidad a Uruguay? Si falta agua en la hidroeléctrica Salto Grande, donde también vamos miti y miti, no van a tener excedentes. Su único respaldo es la eólica, que es como colgarse del pincel si te sacan la escalera. Y los primos yoruguas ya saben que ENARSA, como todo medio de pago, tiene unos bonos sensacionales, cobrables en 2038. ¿Comprarle electricidad o gas a Brasil? No anduvo. Mismo problema.

Caputo provoca recesión por sola presencia, y confía en una bien profunda como modo de achatar el consumo eléctrico y evitar apagones. Eso es tan efectivo como la muerte para combatir un tumor. Sin embargo, contra la demografía el ministro no puede: con cada vez más habitantes, el AMBA pide un 3% más de electricidad cada año.

De modo que mi temor es que la extensión de vida de Atucha 1 dure no de 24 a 30 meses sino que se tranque a medio camino, porque el Ministro Caputo acaso se le ocurra manotear el fideicomiso de marras para hacer su extraordinaria magia de caja chica. Ésta ya se mide en U$ 65.000 millones de nueva deuda.

Y eso lo logró en apenas medio año de estar salvando al país.

Daniel E. Arias