En medio de esa sentencia de 286 páginas dictada después de casi cuatro años de procedimientos judiciales y miles de terabytes de evidencia, hay tres palabras que lo ocupan todo: “Google es monopolista”, escribió el juez federal norteamericano Amit Mehta, y agregó que la empresa “actuaba como tal”. Su fallo, firmado el 5 de agosto, podría desencadenar grandes cambios en el megamillonario mercado de las búsquedas por internet, pero también en todo el resto del sector tecnológico.
Google tramita alrededor del 90% de las búsquedas por internet que hacen los norteamericanos, incluidas las realizadas desde el celular: esos son los cimientos del mayor negocio publicitario del mundo. En parte, la gente usa Google porque hace bien las búsquedas, pero también porque suele ser el motor de búsqueda “por default” de sus teléfonos y computadoras. Y Google mantiene esa posición pagándoles colosales sumas de dinero a los fabricantes de celulares y desarrolladores de navegadores para seguir siendo su motor de búsqueda predeterminado: durante el juicio se supo que en 2021 esos pagos ascendieron a la friolera de 26.000 millones de dólares.
Los adversarios de Google, respaldados por el Departamento de Justicia norteamericano, venían denunciando desde hace años que a través de esos acuerdos la empresa tenía un control absoluto de las búsquedas online: hacían casi imposible que los competidores tuvieran llegada a nuevos usuarios —¿por qué migrar a otro motor de búsqueda si ya aparece directamente la barra de Google en la pantalla de inicio?—, y también blindaban a Google en su trinchera de dominio, ya que sus algoritmos mejoraban minuto a minuto gracias al imparable flujo de millones de búsquedas al día. Según la sentencia del juez Mehta, esos acuerdos son efectivamente violatorios de la ley antimonopolio.
El desenlace de la causa representa una victoria en la larga cruzada de los organismos reguladores de Estados Unidos contra las gigantes tecnológicas. El Departamento de Justicia, que también ha demandado a Apple, tiene otra causa abierta contra Google por su negocio publicitario y que llegará a instancia de juicio en marzo del año que viene. La Comisión Federal de Comercio, otro organismos de defensa de la competencia, ha presentado demandas contra Meta y Amazon. Los juristas expertos en el tema celebraron la victoria del Departamento de Justicia sobre Google como el fallo judicial más importante en materia de regulación tecnológica desde 2001, cuando Microsoft fue condenada por prácticas monopólicas.
A los mercados pareció importarles bastante menos: tras conocerse la noticias, las acciones de Alphabet, la empresa matriz de Google, cayeron apenas un 2%. Los inversores tiene en reservarse su opinión, porque todavía hay dos cosas importantes en el aire. Primero, Google va a apelar y la apelación puede demorar años. Segundo, el tribunal todavía tiene que proponer las correcciones para solucionar el problema que ha identificado. Muchos analistas consideran improbable que el juez proponga una gran receta estructural, como ordenar la separación de Android, el sistema operativo de Google, del resto de la empresa. Otra posible corrección sería obligar a Google ha compartir sus datos de búsqueda con sus competidores, para ayudarlos a entrenar sus propios algoritmos. Pero esa opción también es dudosa, porque además de alentar temores sobre la privacidad de los datos —desde entonces, ya no sería una, sino muchas las empresas que conocerán nuestro historial de búsquedas—, también entraña la necesidad de controles y monitoreos permanentes, algo que la Justicia siempre intenta evitar.
Lo más probable es que a Google no le permitan seguir pagando para ser el motor de búsqueda predeterminado en plataformas como el iPhone. En su lugar, los usuarios tendrían la posibilidad de elegir entre distintos buscadores, algo similar a lo que ya ocurre en la Unión Europea, donde en 2018 la Justicia le ordenó a Google que ofreciera a los usuarios la posibilidad de elegir su motor de búsqueda predeterminado en los teléfonos con sistema operativo Android (hace poco, Apple se vio obligada a hacer lo mismo con el navegador de sus iPhone). Hasta ahora, cuando se enfrentan a esas opciones, los usuarios parecen optar mayoritariamente por lo que ya conocen: según el sitio de noticias Search Engine Land, para el año 2021 la participación de Google en el total de búsquedas en la UE no se había modificado.
Si Google se viera obligado a poner fin a los acuerdos en cuestión, el gran perdedor inmediato podría ser Apple, que recibe unos 20.000 millones de dólares al año para que Google sea el motor de búsqueda predeterminado del iPhone, cifra que se reveló durante el juicio. Ese monto equivale al 18% de las ganancias operativas de Apple del año pasado, o sea que prohibir esas acuerdos la privaría de una gran proporción de sus ingresos. De todos modos, la mayoría de los usuarios de todos modos tal vez sigan con Google. Sin embargo, a largo plazo la más perjudicada podría ser Google. Hasta ahora Apple tenía pocos incentivos comerciales para lanzar su propio motor de búsqueda, porque tal como lo señaló el juez Mehta en su sentencia, de haberlo hecho, habría perdido esa ganancia que Google le regala todos los años. Si se prohibiera ese cómodo acuerdo, Apple tendría muchos mejores motivos para desarrollar su propio negocio de búsquedas en iPhone, sumado a los ingresos publicitarios que le reportaría. En los últimos años, Apple empezó a desarrollar su negocio publicitario en torno a su tienda de aplicaciones, y los analistas de medios de comunicación anticipan que muy pronto veremos anuncios publicitarios en Apple TV+, el servicio de streaming de la compañía. Un nuevo motor de búsqueda propio sería una incorporación muy atractiva.
Además, cuando les presenten la opción de reconsiderar su motor de búsqueda predeterminado, los usuarios también podrían sentir curiosidad y probar los nuevos formatos impulsados por inteligencia artificial (IA). Los motores que utilizan esa tecnología, como Perplexity, aseguran que sus resultados de búsqueda son mejores que los de Google. Y el 25 de julio, OpenAI, creador de ChatGPT, lanzó SearchGPT, su propio motor de búsqueda impulsado por IA.
Apple también está apostando fuertemente por alternativas impulsadas por inteligencia artificial. Siri, su asistente de voz, hasta ahora es poco más que un cronómetro cómodo de usar, pero en los próximos meses le inyectarán una nueva versión impulsada por inteligencia artificial, diseñada para ayudar directamente a los usuarios con el tipo de respuestas que antes habrían que tenido que rastrear en Internet. Como vemos, con el tiempo podrían aparecer formas novedosas de acceder a la información global capaces de generar disrupciones de tal magnitud en el negocio de Google que los detractores de las corporaciones no son capaces de imaginar.