Trump presiona con el acceso al mercado estadounidense. Las primeras reacciones

Estas son observaciones superficiales, de coyuntura. Pero se han puesto en marcha acciones, y reacciones, que nos afectarán a todos los habitantes del planeta. Y quiero aportar una mirada que tratará de ser realista.

Primero: nada de lo que está haciendo Donald Trump en estos días iniciales de su administración dejó de ensayarlo en su mandato anterior. Sólo que ahora sus medidas son más urgentes y brutales. Y este cambio en el ritmo y en la actitud provoca a su vez reacciones de los otros estados nacionales. Represalias, acuerdos o concesiones, según sea su cohesión interna y su dependencia o no del mercado estadounidense.

 Estos distintos tipos de respuesta provocarán cambios en el sistema internacional, que a su vez serán causa de nuevas medidas del gobierno de EE.UU. Esto recién empieza, gente.

El objetivo del Donald parece muy claro: reindustrializar a EE.UU. Pero hay que tener en cuenta que su consigna M.A.G.A., Hacer a América Grande Otra Vez, es algo más que un slogan de campaña y una ilusión de muchos de sus votantes. Incluye una idea de esa «América» (EE.UU.) que se remonta a 70 años atrás.

Más que retornar a una relación de poder en el sistema global (mejor para ellos que la actual, sí, pero tampoco de hegemonía indiscutida), hay una aspiración, expresada a medias, de volver a ese país, más «blanco» y con valores tradicionales menos cuestionados y con muchos empleos industriales bien pagos.

Atención: también sus votantes afrodescendientes, latinos y asiáticos comparten mucho de ese ideal. Es el rechazo a la sociedad actual, fragmentada y sin valores comunes. La «mayoría silenciosa» de la que ya hablaba Nixon en los ´60. Algo de eso podemos encontrar hoy en Argentina y en países europeos…

Como sea, Trump no es un sociólogo, sino un político intuitivo y un empresario. Y emplea un arma muy tradicional, que desde hace siglos usan los estados para favorecer a sus industrias: los aranceles.

No es una herramienta sin consecuencias no deseadas. No existen en el mundo real. Los aranceles encarecen las mercaderías que se importan. Y también los insumos con que se producen en el propio país. Lo hacen menos competitivo, al provocar el aumento de sus costos. Es decir, inflación.

Es probable que en la mayoría de los casos Trump quiera usar el alza de aranceles sólo como amenaza. El principal instrumento de poder económico que puede manejar EE.UU. ya no es su industria, sino el acceso a su mercado. 330 millones de habitantes, con alto poder adquisitivo promedio. Sólo la Unión Europea muestra algo comparable, y la UE depende mucho más de la importación de energía.

Ese es el otro factor que encara Trump en su objetivo de reindustrialización. Y a las condenas de los ambientalistas contra los combustibles fósiles les hará tanto caso como a las de la Escuela Austríaca y los librecambistas clásicos contra los aranceles.

¿Funcionará esa política? En mi falible opinión, al principio y en varios casos, sí. México y Panamá, por ejemplo, dependen mucho del mercado estadounidense. Y de las remesas que hacen a sus hogares los connacionales que viven y trabajan en EE.UU.

Hay que aclarar que, por todo el sesgo xenofóbico que aparece en el discurso de Trump y le sirvió para fidelizar sus votantes, no va a expulsar a todos los inmigrantes. Hay demasiadas tareas que los estadounidenses nativos no hacen. (Mucho de eso lo vemos en Argentina, en la construcción, en el cultivo de hortalizas,…).

Otro punto a observar es que en la página del Departamento de Estado parecen haber disminuido las referencias a la «cuestión Taiwán», y no hay cuestionamientos al concepto de «una sola China». Por su parte, la República Popular no se muestra alarmada porque Panamá anularía su contrato con la empresa china que trabaja en el Canal. Pero es demasiado pronto para atribuir esto al diálogo Trump-Xi.

En todo caso, dar demasiada importancia a estos escarceos iniciales sería caer en la actitud que reprocho a muchos compatriotas que escriben sobre política internacional: preguntarse «¿Quién va ganando?». Los enfrentamientos en la arena global son largos, y complejos.

Sí se pueden hacer, creo, algunas observaciones inmediatas. El comercio internacional de manufacturas sufrirá restricciones importantes. Primero, obvio, en el acceso al mercado estadounidense. Pero los aranceles no transformarán a esa industria en competitiva, los otros países industriales buscarán mercados.

China está en una posición favorable. Su mercado es menos atractivo -el poder adquisitivo per cápita es menor- pero son muuuchos habitantes. Esto es aún más cierto de India. La economía global seguirá volcándose hacia Asia.

En lo que hace a nosotros, creo que se valida lo que escribí hace algunos meses en «Geopolítica desde el Extremo Sur«. Estamos demasiado lejos de EE.UU. para que el concepto de «nearshoring» se aplique. En el futuro inmediato, nuestras exportaciones de productos agrarios y minerales, de las que depende nuestra industria para adquirir sus insumos, encontrarán sus mercados más prometedores en Asia. Un tratado de libre comercio con los EE.UU. de Trump sería, en el mejor de los casos, un gesto vacío.

Pero soy el primero en insistir que estas observaciones sólo toman en cuenta los pasos iniciales de probables cambios profundos en el sistema global. La última vez que se produjo una restricción gigante en el comercio global fue hace 95 años, en el comienzo de la Gran Depresión. Estoy sugiriendo abrir el paraguas ante las primeras gotas, pero pensemos que puede haber una tormenta.

En todo caso, como sugerí en X ayer a la mañana, la tensión entre EE.UU. y Canadá muestra que lazos históricos y culturales no se tendrán muy en cuenta. Estamos yendo hacía un sistema internacional darwiniano. Siempre lo fue, pero ahora, parece, se notará más.

Abel B. Fernández