Derribo de una estatua: historia de un Osvaldo y dos Javieres

No hará falta recordar al historiador Osvaldo Bayer, porque acaba de ser rescatado del olvido. El Poder Ejecutivo Nacional, a través de una repartición pública casi extinta desde el macrismo (Vialidad Nacional), acaba de destruir el monumento que recordaba a don Osvaldo, “El Recordador”, a la vera de la RN 3, en el paraje Güer Aike, ingreso norte de Río Gallegos. 

El gobierno nacional hizo el estrago justamente el 24 de Marzo, Día de la Memoria para millones de argentinos recordadores. Con una demolición que tomó seis segundos, Javier Milei acaba de darle varias vidas extra a este santafecino longevo, muerto en 2018 tras 91 años de una vida que pasó entre por el periodismo, la investigación, la docencia, las amenazas de muerte, el exilio y la vuelta a su casa. 

Por casa quiero decir la Argentina, donde desde el 24 de marzo de 2025 don Osvaldo será aún más recordado.

Como tantos hijos de inmigrante, Bayer no nació rico pero sí muy buscavidas. Su padre fue telegrafista en Santa Cruz y en 1922 volvía llorando del laburo, porque leía en código morse los partes burocráticos de los fusilamientos de peones rurales, anteayer 50, hoy 100, mañana no sé. Con sus padres en Gallegos, el futuro Recordador se ganó los garbanzos entre Bernal, Buenos Aires y Rosario. Pasó por todos los oficios, incluida la venta de seguros de vida, mientras estudiaba de todo (y chocaba contra todo) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, dirigida entonces por Oscar Ivanissevich. Ya Bayer se iba perfilando como lo que sería: un anarquista pacifista tolerante, ergo intolerable.

En 1952 estaba harto de una currícula de filósofos santos (Santo Tomás, San Agustín y sigue la lista), y de que le rompiera la cabeza a  cada rato la muchachada integrista católica del Centro de Estudiantes. Entonces Bayer se tomó el piróscafo, pero en el sentido literal. 

Efectivamente, se capacitó como segundo timonel en ELMA, la línea marítima del estado nacional (una de las mayores y mejores del mundo, cerrada por Carlos Menem). Luego de timonear muchas millas náuticas hasta y desde el estuario del Plata al del Elba, se bajó del barco en Alemania (Occidental) con el título, el idioma y el apellido adecuados en un país cuya economía resurgía a fuerza de Plan Marshall. El apellido Bayer significa «oriundo de Baviera», lo que en Alemania viene a ser el sur, pero incluso en Hamburgo, el norte, es tan común como aquí García. 

En 1956, se graduó en Historia en la Universidad de Hamburgo, donde ya era un dirigente estudiantil respetado. Con estos pergaminos volvió al pago, a investigar sobre cosas ya muy cubiertas de polvo de la historia patagónica que su viejo, tan laburante telegrafista, había transmitido llorando. Es decir, volvió a incordiar.   

Pasó por todo el periodismo porteño de entonces. A fuerza  de aprietes y malos tragos se refugió en Esquel, Chubut, todo lo cerca que se puede de Santa Cruz sin morirse de frío o cruzarse, en las calles de Bariloche, con altos oficiales de la SS. En esa Esquel minúscula dirigió el minúsculo diario local, y de paso fundó una revista algo anárquica, “La chispa”. 

En eso estaba don Osvaldo hasta que en 1958 el gobierno del dictador Pedro Eugenio Aramburu, harto de chisporroteo, llamó a la Gendarmería Nacional para desterrarlo (sí, suena raro) a Buenos Aires.

Como escribía bien y analizaba mejor, no le fue mal: periodista estrella de Noticias Gráficas, luego jefe de la sección Política de Clarín, las grandes corporaciones periodísticas se peleaban por él. 

Y luego, contra él, ya que hasta 1962 Bayer dirigió el Sindicato de Prensa. No lo debe haber hecho mal: los salarios periodísticos de sus tiempos se fueron al techo, así como luego de Videla se fueron al tacho. 

Bayer valoraba el profesionalismo y sabía convivir con tipos que pensaban exactamente al revés que él. Con el historiador (pero radical) Félix Luna, por ejemplo, fundó la revista Todo es Historia, que a pura calidad y de escarbar en lo olvidado, duró en los quioscos desde 1963 hasta El Proceso. 

Y en ese tiempo, Bayer investigó a fondo, sin que Luna objetara nada, porque era radical de los de Arturo Illia, las masacres de obreros del gobierno de Hipólito Irigoyen en en las estancias inglesas de Santa Cruz, entre 1920 y 1922. 

Eso culminó en los libros “Rebelión en la Patagonia” y “Los vengadores de la Patagonia Trágica”. La adaptación fílmica de ambos en 1973 estuvo a cargo de Pedro Olivera, rompió la taquilla en número de espectadores, ganó el Oso de Oro en Berlín e hizo que los dos grandes libros de Bayer tuvieran un segundo récord de ventas en librerías. 

Los momentos, organizaciones y gobiernos más brutales de la Argentina a Bayer siempre le dieron fama extra. Ser Bayer, para perplejidad de Bayer, tras nacer pobre como una y una madurez de medio pelo, se volvió una profesión, como el destierro. 

El general Jorge Rafael Videla la dio el premio máximo; hizo quemar todos sus libros, y para perplejidad de Luna, que como tantos radicales trataba de no imaginarse que El Proceso fuera lo que fue, también dedicó a la hoguera cuanta colección de “Todo es Historia” quedara en bibliotecas y colegios públicos. Attenti, coleccionistas, attenti, Mercado Libre.

Pero esas son cosas de 1976. En 1974 la Triple A estaba muy picada por el éxito del film, que dejaba bastante mal parado al Ejército, y a la Sociedad Rural Argentina ni te cuento. Ergo, habían amenazado de muerte, junto al director Olivera, y a los actores Federico Luppi, Osvaldo Alterio y (agarrate, Catalina) Luis Brandoni, hoy radical de gravedad.

«De gravedad» significa jubilado que acuerda con que los miércoles las Fuerzas de Seguridad le rompan la cabeza a palos a los jubilados menos «cool». Qué te pasó, Luis.

Todos ellos, Bayer incluido, se tuvieron que refugiar al primer país donde pudieran ganarse la vida, y para conservarla. Luppi, por interpretar al líder sindical José Font, o “Facón Grande” y Alterio por impersonar al fusilador de aproximadamente 1500 trabajadores rurales, el coronel Beningno Varela. 

A Brandoni (agarrate de nuevo, Catalina) le tocó Antonio Soto, (a) “El Gallego”, el único líder sindical que logró escaparse de Varela cruzando a Chile, donde los estaban esperando los Carabineros, para devolverlo al poco benigno Varela y a Santa Cruz, donde tenía la tumba colectiva ya cavada. Pero don Antonio se les hizo humo a esa fuerza, y el pueblo chileno no es botón. 

La producción, la dirección, la fotografía y las interpretaciones fueron de gran estrépito. Estuvieron muy por encima de la media del cine argentino de entonces, e incluso de la actual, medida antes del reciente cierre del INCAA, que exportaba filmografía argentina a lo perro, y cosechaba dólares gringos y talento argento. 

Creo que el presidente Milei va a lograr que mucha gente que jamás leyó a Osvaldo Bayer ni vio la película de Hector Olivera la baje por “streaming”. Attenti, Netflix, que estás a la baja, tenés competencia y cocodrilo que se duerme es cartera.

El gobierno de Santa Cruz y la Municipalidad de Río Gallegos se desmarcaron al toque de la destrucción del monumento a don Osvaldo Bayer, a quien se recuerda como ciudadano ilustre. La responsabilidad por ende recae en una institución federal. La cadena de mando lleva, con varias curvas y cortes, al Poder Ejecutivo Nacional.

Vialidad Nacional debería llamarse Vialidad Residual. En 2018 el entonces presidente Mauricio Macri puso al frente de esa venerable máquina de infraestructura federal al ingeniero en petróleo Javier Iguacel. Don Javier, titulado por una universidad privada, el ITBA, echó al toque a unos 300 ingenieros, técnicos y docentes de ingeniería del sector capacitación en construcción de puentes. Eso, en un país del tamaño de un imperio. Y más bien desconectado por tierra, sea riel o carretera.

Luego, el susodicho Iguacel hizo construir el célebre puente ferroviario sobre la RN 5, demasiado estrecho para el paso de los trenes. Pero era buen ingeniero, son cosas que pasan. Y como le faltaba elocuencia para defender sus causas, contrató también a una actriz a sueldo de Vialidad para aprender oratoria. Ninguna repartición pública dedicada a la ingeniería debe carecer de retórica, en especial de epitafios, que son cortitos. 

Para completar su currículum, Iguacel fue Secretario de Energía y, junto con Juan José Aranguren y Gustavo Lopetegui, formaron el triunvirato de ingenieros dedicados a energía por Macri, también ingeniero por magia de la educación privada. Otro que necesitaba oratoria. 

A este cuarteto ingenieril le toca corresponsabilidad plena en el “Apagón del Día del Padre”, un “black out” de padre y madre que dejó a oscuras a 50 millones de personas en toda Argentina y en los países vecinos del Cono Sur. Y no es que hiciera calor: fue el 16 de junio de 2019. Don Osvaldo, muerto medio año antes, se perdió escribir esa historia. 

La sorpresa es que 7 años después de su vaciamiento en recursos humanos y técnicos, Vialidad Nacional todavía tenga retroexcavadoras que funcionan. O al menos una. 

Es la que el pasado 24 de este mes se ha hecho célebre, o “viral”, como diría un presidente experto en ametrallarse los pies. 

La obra pública y los Javieres públicos no se llevan bien. Pero los Osvaldos públicos parecen duraderos.

Allí adonde esté, altas las copas por Ud., don Bayer.

Y que le quiten lo bailao. 

Daniel E. Arias