En su última aparición televisiva, el ministro de Defensa, Luis Petri, volvió a demostrar más consignas rápidas y menos reflexiones estratégicas. En diálogo con Jonatan Viale, el titular de la cartera de Defensa explicó que “el relato K hizo que en la Argentina tengamos que explicar lo obvio”. A saber: que cortar calles es delito, que los presos deben estar presos, y que “defender la soberanía en las fronteras es tarea de las Fuerzas Armadas”.
Lo cierto es que el ministro sí necesita explicar. Pero no lo obvio, sino lo peligroso. Porque cuando afirma que “defender la soberanía en las fronteras” corresponde a las Fuerzas Armadas, se mete en un terreno en el que ni la legislación ni la doctrina militar argentina parecen acompañarlo. ¿Cuál es la idea de fondo? ¿Qué las Fuerzas Armadas sean quienes controlen pasos fronterizos, pidan documentos y detengan a sospechosos de contrabando en Salta o Formosa? ¿O que, como ya se viene practicando bajo reglas reservadas, se conviertan en un parche ante la incapacidad estructural del Estado para resolver lo que en esencia son problemas de seguridad interior y desorden federal?
El problema no es que las Fuerzas Armadas participen en tareas que refuercen la defensa nacional. El problema es que, con discursos como estos, se termina reduciendo la defensa nacional a patrullajes de frontera, a una suerte de gendarmería de repuesto que “está equipada y entrenada” pero sin misión militar definida.
Lo más curioso, sin embargo, no es la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace. Lo más curioso es la falta de memoria. Hace menos de dos años, en plena campaña electoral, uno de los candidatos con más chances a la presidencia, Horacio Rodríguez Larreta, sostenía con seguridad que “hoy no tenemos hipótesis de conflicto”. La frase mereció el rechazo inmediato del sector militar, especialistas, e incluso de algunos aliados del propio espacio político. Hoy, con otros términos, y desde el sillón ministerial, se parece bastante a lo mismo. Porque si estamos en un “continente de paz” (como declaró Petri), si el escenario geopolítico no justifica preocupaciones mayores, entonces la lógica natural es dedicar las Fuerzas Armadas a cubrir baches, no a prepararse para lo que por definición son: la guerra.
Lo que no explica Petri es por qué, si el continente está en paz, países como Chile, Brasil, Colombia o incluso Perú vienen apostando —con mayor o menor intensidad— al desarrollo y modernización de sus capacidades militares convencionales. ¿Están todos ellos equivocados, en una suerte de delirio belicista regional? ¿O será que Argentina se encamina —una vez más— en dirección contraria, resignando capacidades, presupuestos y doctrina bajo la idea de que el Ejército puede ser útil para tapar los baches de otras agendas institucionales?
La lógica de “reemplazo funcional” ya mostró sus límites. La Gendarmería, fuerza federal creada específicamente para ocupar ese espacio intermedio entre defensa y seguridad, hace años que se encuentra absorbida por demandas ajenas: policías provinciales colapsadas, gobernaciones que delegan el monopolio de la fuerza, y una demanda social creciente por respuestas inmediatas. Ahora, parece que el turno es de las Fuerzas Armadas, con la ilusión de que al vestir uniforme verde oliva, el problema desaparece.
La creación de la Gendarmería en 1938 fue, precisamente, para que las Fuerzas Armadas no fueran utilizadas como solución a los conflictos internos. Para que el Estado tuviera una herramienta especializada en zonas de frontera, pero sin comprometer la misión principal de sus Fuerzas Armadas. Esa distinción, que parecía clara desde la época de Roberto Ortiz, hoy se desdibuja en aras del oportunismo político y el cortoplacismo electoral.
Y mientras se arman estas puestas en escena, se esquivan las preguntas verdaderas. ¿Cómo se forma al personal militar si su misión es tan volátil? ¿Qué capacidades reales se planifican si la misión es tan volátil? ¿Dónde están las inversiones? ¿Y los salarios prometidos? Tengamos en cuenta, que mas allá de las declaraciones grandilocuentes ministeriales acompañadas por el retweet del submundo coptado por trolls de comunicadores paraoficiales, según el SIPRI, la Argentina volvió a perforar el récord de desinversión en materia de defensa durante el año 2024.
Por ahora, a poco de promediar la gestión, el ámbito de Defensa Nacional continua con el mismo ciclo pendular y de deterioro hacia las Fuerzas Armadas. Hasta ahora no parece haber saltos cualitativos en los ciclos de políticas publicas relacionados al ámbito que busquen transformaciones reales, sino mas bien un revival de eslóganes y propuestas que, de un lado y otro de la medianera política, atrasan décadas.
Mariano Gonzalez Lacroix