Las lluvias históricas del AMBA ya son cosa común. Sobre los cinturones quinto y sexto del Noreste cayeron 400 mm. en 36 horas. Hoy allí hay unos 3000 evacuados, nadie contó los muertos y se dice que fue un fenómeno histórico. Histórica tu abuela, dice la historia reciente. Desde 1985 las tormentas “históricas” de otoño en la mayor megalópolis del país son cada vez más frecuentes y peores. Lo mismo vale para las sequías y las olas de calor.
A estas expresiones de clima extremo no se las puede llamar “la nueva normalidad”. Es que no sabemos cuáles son los máximos esperables en temperaturas, precipitaciones o velocidad del viento, por ende tampoco la media. Aunque según el presidente Javier Milei el cambio climático no existe, no hay techo ni piso meteorológicos. Todo está en cambio, y no para mejor.
La lluvia histórica todavía insuperada sigue siendo la del 30 y 31 de mayo de 1985, con 350 mm. desplomados sobre la entonces llamada Capital Federal en unas 20 horas. La capacidad máxima de evacuación del alcantarillado urbano andaba en 60 mm. por hora, pero era teórica y sólo de las zonas altas.
Ergo, aquel día murieron 14 porteños, mayormente en el cauce soterrado del arroyo Maldonado, algunos ahogados dentro de sus autos sumergidos hasta el techo, y otros arrastrados por las correntadas. Uno incluso murió tragado por una boca de tormenta destapada por la correntada del arroyo Vega, en pleno Belgrano.
No hay porteño que entienda la causa de semejantes correntadas, pero es newtoniana y geográfica: el agua sigue las pendientes por gravedad, y Buenos Aires se asienta en la Pampa Ondulada.
Sólo los ciclistas de Rappi y los inmobiliarios entienden este relieve, y lo sufren o ganan plata con él. Villa Devoto está a 27 metros sobre el nivel del mar mientras que Palermo, el Bajo Belgrano o La Boca se han desplegado sobre tierras de relleno a un metro BAJO la cota marina. En esos 28 metros de desnivel cabe entero un edificio de 9 pisos.
Las barrancas de Recoleta, de Retiro y las del Parque Lezama supieron tener los pajonales del Plata al pie hasta comienzos del siglo XX. En aquellas orillas barrosas desembocaban los 11 arroyos de la Capital, fácilmente inundables incluso con las lluvias de hasta los años ’60. Rara ra vez excedían los 100 mm. por día. Pero desde entonces, donde antes se pescaban bagres y bogas, hoy hay torres de 20 o 30 pisos, como las del Bajo Belgrano o las de Puerto Madero. Y un derpa con vista al río no se regala, incluso a pie de barranca.
De los arroyos porteños, 10 son clandestinos. Son respectivamente el Medrano, el Vega, el Maldonado, el Cildáñez y otros menos conocidos como el White, el Radio Antiguo, el Ugarteche, el Boca–Barracas, el Ochoa–Elía, el Erézcano y el Larrazábal–Escalada. Nadie nacido antes de los años ’30 los ha visto con sus ojos, aunque sí olido con sus narices: hieden bastante. La Municipalidad porteña los techó de hormigón y loteó sus cauces de inundación, que abarcan distancias de hasta 400 metros de cada orilla, en favor de las inmobiliarias. Y éstas las volvieron tejido urbano denso e impermeable.
El único arroyo que se salvó de ser intubado es el mayor de todos, el Riachuelo, porque con 4m3 por segundo de caudal promedio, fue el único puerto de la ciudad y zona fabril y de astilleros durante casi 4 siglos. Era la mayor concentración de poder logístico del país. Por algo los xeneixes de la Boca, propietarios de la zona trataron, el 23 de agosto de 1870, trataron de constituir ambas orillas del Riachuelo en república independiente de la Argentina, y bajo protección del rey Humberto de Saboya.
Como a Italia le sobraba industria pero le faltaban colonias, don Julio Argentino Roca se tomó la cosa en serio y mandó dos batallones de línea. Tras tres días de mirarse fijamente con aquellos veteranos morochos armados hasta los dientes y cruzados de cicatrices, los genoveses separatistas abandonaron sus barricadas y fusiles y regresaron a sus casas y negocios. Aquí no pasó nada. Ponele.

En mayo del ’92 cayeron 189,5 mm, pero repartidos a lo largo de 9 días. Siete años después, en febrero de 1999, cayeron 197 mm en la misma cantidad de días. En 2003 se alcanzaron 403,3 mm en 16 días. En 2007 cayeron 179,2 mm.
La tendencia es que las tormentas bravas en serio se arman en otoño, o en inmediaciones del otoño. El 24 de marzo de 2004 se registró el primer huracán extratropical del Atlántico Sur, al menos desde la existencia del Servicio Meteorológico Nacional. Se lo llamó el de Santa Catarina, porque el ojo de la tormenta pasó sobre ese estado brasileño gaúcho, pero los vientos y marejadas dejaron 20 muertos en Uruguay, y aventaron por el aire a cantidad de autos en sitios expuestos como la ruta 9 en Argentina. La velocidad continua del viento anduvo en los 120 km/hora, y las ráfagas llegaron a 155, con lo que este fenómeno ingresó el día 28 en la escala Saffir-Simpson, de 5 grados.
Para que ocurra un huracán extratropical en el Hemisferio Sur, tiene que suceder algo sin antecedentes: el agua del Atlántico, frente a Brasil, tiene que haber llegado a entre 26 y 28 grados hasta una profundidad de 100 metros. Es una cantidad de energía térmica fantástica.
Esta energía térmica va a generar corrientes ascendentes de evaporación, que con el giro de la Tierra van a rotar en sentido horario y llegar hasta la estratósfera, donde las temperaturas de hasta 50 grados bajo cero pueden transformar las gotas en piedras de granizo.
No todas llegan a bajar en estado sólido. Lo normal es (o era) que en la caída volvieran a estado líquido. Pero no siempre.
El 21 de julio de 2006 sucedió esto a una escala nueva. A eso de las cuatro de la tarde, con el tránsito urbano a pleno, se esperaban lluvias fuertes pero sucedió otra cosa. En solo 20 minutos cielo se pudo color verde oscuro y lanzó una pedrea de bloques de granizo de hasta 10 centímetros de diámetro. Las casas techadas con tejas del AMBA salieron con la mitad o más del tejado roto, 7600 taxis porteños perdieron sus parabrisas y lunetas y quedaron poceados de bollos en sus techos, capots y baúles. El mismo destino corrieron 29.000 automovilistas y choferes de colectivos, y los jets de pasajeros estacionados en pista en Aeroparque. Esos millones de pelotas de hielo durísimo venían de al menos 16.000 metros de caída libre.
Pasada la granizada tan bruscamente como había empezado, la gente salió a patios y calles recoger piedras para guardarlas en el freezer y mostrárselas a los amigos y vecinos como trofeos. Cortadas al medio, parecían cebollas. Presentaban una estructura interna de capas sobre capas de hielo de distinta dureza y color. Es evidencia de que se habían formado corteza sobre corteza a medida que ascendían y caían, pero las corrientes térmicas ascendentes las volvían a levantar hasta la estratosfera, donde recibían sucesivos recapados de hielo vítreo. En algún momento las térmicas ascendentes aflojaron, o el peso de las piedras se volvió excesivo y lograron por fin caer a tierra. Sí, pero sin preaviso y todas juntas. Literalmente, ametrallaron la ciudad.
El AMBA quedó traumado. Faltaron tejas de reposición en todos los corralones de materiales, y se vendían a precio de abuso. Los parabrisas y lunetas de repuesto desaparecieron de la calle Warnes, aunque los podías conseguir por izquierda a diez veces el precio habitual. Los chapistas especializados llamados «sacabollos» se hicieron ricos y les tenías que pedir turno con antelación. Y por primera vez, las aseguradoras de daños a edificios y autos incluyeron daño por granizo en los seguros de mediano precio. No hubo muertos reportados, pero sí ciclistas y motoqueros que se salvaron porque tenían casco, y peatones que no terminaron con la crisma rota porque los protegió el follaje de los árboles perennes.
En esos 20 minutos la forestación urbana quedó hecha picadillo, como mate derramado de bolsa de arpillera, y tapó las bocas de tormenta, Con ello, algunas calles se inundaron de banda en banda en un abrir y cerrar de ojos. Nadie, por muy viejo que fuera, recordaba un caso semejante, y los archivos históricos de los diarios del AMBA tampoco.
El SMN había dado alerta temprana de que se venía una tormenta brava, pero los meteorólogos no se imaginaron hasta qué punto de brava. Por lo demás, particularmente desde que el presidente Carlos Menem cerró más de 10.000 km. de vías férreas y unas 1000 estaciones, donde el jefe tenia la obligación de tomar tres veces por día los datos meteorológicos relevantes (lluvia, humedad, temperatura, velocidad y dirección del viento) y transmitirlos por telégrafo o teléfono al SMN.
Dado que las líneas férreas cubrían todo el país, a excepción de los 750.000 km2 de la estepa patagónica, el SMN y el Instituto Nacional del Agua (INA) perdieron 1000 puntos de recolección de datos de terreno en tiempo casi real. La desastrosa inundación de Santa Fe Capital en 2003, con entre 70 y 130 muertos según quien cuente, fue una consecuencia directa de la falta de información sobre la alta cuenca del Bermejo/Salado, que tiene la misma superficie que toda Inglaterra.
Contribuyó también la negativa del gobernados Carlos «Lole» Reutemann a darle curso al pedido del SMN, el CONICET y el INA de dinamitar el terraplén de la autovía Santa Fe-Rosario para que el Salado pasara libremente por el costado oeste de la capital provincial, en lugar de inundarla de repente. Reutemann les contestó que un gobernador no dinamita rutas, y menos en elecciones. Logró ser un subcampeón crónico de la Fórmula Uno internacional, un hacendado con plata y un candidato triunfante del PJ, pero no fue nunca un tipo con gran aprecio por los científicos. ¿Suena parecido al idiota que este año echó a la calle al 15% del personal del SMN? Los investigadores restantes hoy no se atreven a hablar del cambio climático, porque el presidente Milei es mucho peor que Reutemann, Dios lo tenga en su gloria.
TODO LO QUE UD. QUIERA SABER SOBRE LOS FRENTES FRÍOS
Los frentes fríos son masas de aire de muy baja temperatura que avanzan sobre masas preexistentes de aire cálido y húmedo. Se llaman «frentes» porque ambas masas no se mezclan: una empuja y la otra retrocede. El aire frío es más denso y pesado que el húmedo, y se infiltra por gravedad bajo el aire caliente y húmedo, y lo levanta hasta que se condensa en una línea de nubes de lluvia, y evantualmente, de granizo.
El ascenso del aire caliente y el descenso del frío son bastante violentos, y generan corrientes ascendentes y descendentes que le pueden arrancar tranquilamente las algas a un avión de línea. Los pilotos profesionales los llaman «frentes de turbonada» y los evitan como la peste. Si les dan los motores, saltan por encima de la tormenta, subiendo a 14.000 o más metros de altura, pero es más normal y menos riesgoso intentar «rodear» el frente y pasarle por algún costado.
Pero éste puede medir miles de kilómetros de ancho. Lo recomendado es pegar la vuelta y aterrizar en el primer aeródromo con una pista de al menos 1900 metros de largo, que pueda soportar el descenso de un jet. Para ser prudente sobra tiempo: los frentes fríos rara vez avanzan a más de 50 kilómetros por hora, porque la masa de aire cálido les hace resistencia.
Pero en 1997 la línea aérea Austral se había vendido a Iberia, junto con Aerolíneas Argentinas, y los españoles querían pilotos obedientes, que salieran siempre aunque el SMN pronosticara eventos jodidos. El vuelo 2553 desde Aeroparque a Montevideo salió a como fuera, e intentó pasar por un frente de turbonada por el medio. Sacudido como una coctelera por las ascendentes y descendentes, el avión perdió las alas y cayó de punta desde unos 7000 metros de altura. Se clavó de nariz en los alrededores de Fray Bentos, Uruguay, con 74 muertos que la deben haber pasado muy mal en el minuto y monedas que duró esa picada irremediable.
Lo raro no son los frentes fríos que vienen desde Chile, con un ancho de miles de kilómetros. Tampoco es raro que causen tormentas secas o lluviosas a su paso. Éstas ocurren en la línea de encuentro con otra masa de aire cálido, a la que normalmente empujan hacia el norte hasta que se les acaba la energía.
Lo extraño de la situación que acaba de ocurrir este otoño de 2025 es doble. Primero, que el frente frío coincida con una lengua de aire muy cálido, angosto y cargado de humedad. Parece haber sido más un «río atmosférico» que un verdadero frente cálido. El concepto meteorológico de río atmosférico nació en los EEUU en los años ’90.
Que en temporada fría un río atmosférico cálido llegue desde el Amazonas tan hacia el sur como Buenos Aires es bastante novedoso, pero si pasamos la película para atrás, desde 1985 ya no lo es tanto. Cosas del recalentamiento global, del que está prohibido hablar pero sucede igual. Las tormentas otoñales pueden ser muy desastrosas. Además de la lluvia histórica de 1985, la de 1997, la de 2003 y la pedrea de 2006, las cosas estuvieron bravas y murió gente y se perdieron casas, autos y barrios.
Sólo en 2013 sucedió algo parecido al evento que acaba de suceder en el AMBA del noroeste. En aquella tormenta las cosas fueron peor: el frente frío tenía menos energía y no logró avanzar hacia el norte y desplazar al río atmosférico. La tormenta resultante de ese «frente ocluído», o «estacionario», se estacionó sobre el sur de Baires cuatro días seguidos.
En esos cuatro días inacabables derramó más de 300 mm y el 2 de abril el arroyo platense El Gato, un cauce miserable intraurbano y sucio, que normalmente se atraviesa de un salto o mojándose los pantalones hasta la rodillas, se volvió de pronto un río incontenible que partió la ciudad en dos y ahogó a unos 89 vecinos ribereños, muchos de ellos viejos y chicos que no lograron salir de sus camas.
La desidia gubernamental y municipal logra cosas extrañísimas, como inundaciones relámpago (flash floods), típicas de zonas de montaña, en llanuras bastante chatas, como las de Santa Fe o las de Buenos Aires. Las crecidas de llanura pueden causar daños materiales, pero son lentas y dan tiempo a que la gente escape, salvo que los poderes públicos se están rascando los huevos.
78 muertos en la inundación de La Plata en 2013 es una cifra dibujada del Poder Judicial. Nadie quiso contarlos en serio, ni el intendente platense Pablo Bruera ni el gobernador bonaerense, Daniel Scioli.
Entre el 7 y al 8 de abril de 2014 el choque de un frente frío y otro cálido fue rápido y letal: causó cuatro tornados que arrasaron los partidos del oeste porteño, avanzando desde desde Tigre hasta Avellaneda en tres horas A su paso, los tornados destecharon miles de casas, inundaron o revolearon al menos 300 autos, dejaron sin agua ni electricidad durante meses a los partidos del oeste y mataron a más de 70 personas. Como novedad, generó cuatro tornados que pasaron como motosierras sobre surcos paralelos de unos 100 metros de ancho desde Tigre hasta Avellaneda. En esos lugares no quedó casa con techo, auto sin revolear o poste de luz sin voltear.
Fue entonces que a Cristina Kirchner le cayó la ficha del cambio climático. Su gobierno reaccionó tardíamente, pero lo hizo, y bajo dirección del SMN y el Ministerio del Interior se encargó a INVAP el desarrollo y construcción del SINARAME (Sistema Nacional de Radares Meteorológicos), la primera red de radares meteorológicos de Sudamérica.
Se desplegaron 19. Estos radares interconectados en banda X pueden detectar tormentas grandes a 400 km. de distancia, si éstas, en lugar de quedar ocultas bajo la redondez de la Tierra, tienen suficiente altura como para sobresalir de la línea del horizonte. Tormentas que no salen del horizonte, se detectan y miden a 240 km.
Como los radares del SINARAME operan en red federal y los frentes fríos avanzan a no más de 50 km/hora, si la situación viene peluda se pueden generar alertas regionales de hasta 8 horas, e ir corrigiéndolos a medida que la turbonada avanza, y crece, o se frena.
Los del SINARAME son radares de última generación, capaces de discernir si la tormenta trae lluvia o granizo, y de qué tamaño, e incluso detectan ceniza volcánica proveniente de los volcanes chilenos. No es chiste: la ceniza del volcán Hudson en 1992 sepultó casi entera hasta la costa a la provincia de Santa Cruz, e incluso complicó la navegación aérea en el centro del país. La ceniza es básicamente vidrio molido a grano ultrafino, y lija los álabes de turbinas aéreas hasta incendiarlas.
Los próximos radares de la Etapa III del SINARAME iban a ser Alejandro Roca (Córdoba), Santa Rosa (Mendoza), Santa Isabel (La Pampa), Tostado (Santa Fe), Ituzaingó (Corrientes), y Las Lajitas (Salta).
Pero las cosas van mal desde que el gobierno de Mauricio Macri interrumpió el despliegue de la red con el sencillo procedimiento de no pagarle un mango a INVAP por los radares entregados al SINARAME y al Ejército Nacional, y ponerla así al borde de la quiebra. Esto causó escándalo hasta dentro del PRO.
Los gobernadores actuales, incluso los libertarios, son menos nabos que el difunto Lole y piden a gritos cobertura de radar para sus respectivas provincias. El gobierno de Alberto Fernández retomó el SINARAME con desgano, con la consecuencia de que en abril de 2025 y por inercia administrativa se inauguró por fin el de la estación del aeródromo de Bolívar. Este radar de INVAP da cobertura en las ciudades bonaerenses de Azul, Olavarría, Tandil, Pigüé, Trenque Lauquen, General Villegas, Chivilcoy y Las Flores.
LA VUELTA DEL GATO
Los radares nacionales de INVAP cuestan U$ 5 millones, en lugar de los U$ 15 millones habituales de la competencia de los países de la OTAN. Tienen además la ventaja de la repuestería y la reparación locales. Y obviamente, son exportables. Pese a ello, o tal vez por ello, en 2018 el entonces gobernador de la CABA, Horacio Rodríguez Larreta, instaló en radar meteorológico alemán, en una frecuencia distinta de la usada por el SINARAME y fuera de la red. Está ubicado en Chacarita. Excepcionalismo porteño al palo.
Con o sin radar, si los intendentes y gobernas no hacen nada en materia de prevención e infraestructura hídrica, las tormentas severas les destruyen ciudades enteras.
Los frentes fríos son aire polar. Vienen en general desde la Patagonia, justamente la ecorregión menos cubierta del país.
La iniciativa del SINARAME no se retomó. Pero Milei transformó a INVAP de Sociedad del Estado, muy difícil de privatizar, a Sociedad Anónima Unipersonal, bastante más privatizable. No es imposible que Westinghouse la quiera comprar para liquidarla.
Volvé, Gato, te perdonamos. Y no nos referimos al arroyo platense.
Daniel E. Arias