Un reciente estudio redefine la comprensión del envejecimiento cerebral, desafiando la noción de un deterioro gradual para proponer la existencia de fases o “eras” distintivas. Esta investigación, que analiza la conectividad y estructura de la materia blanca, subraya momentos críticos en la vida adulta donde la arquitectura neural experimenta cambios significativos, con implicancias para la salud cognitiva.
La primera fase de envejecimiento temprano se identifica alrededor de los 66 años. En este punto, el cerebro comienza a mostrar un deterioro notable de la materia blanca y una disminución de la conectividad neuronal. Expertos señalan que esta edad coincide con un mayor riesgo de diversas condiciones de salud que pueden impactar negativamente la función cerebral, como la hipertensión arterial, acentuando la vulnerabilidad del sistema nervioso.
Un segundo y más pronunciado punto de inflexión se observa cerca de los 83 años. Aquí, la conectividad cerebral se reduce aún más, y diversas regiones del cerebro tienden a volverse más aisladas entre sí. Si bien los datos para esta fase avanzada son todavía limitados debido a los desafíos metodológicos de estudiar a individuos sanos en edades muy avanzadas, la tendencia general es clara: la red neural se simplifica y desintegra.
El profesor Duncan Astle, autor principal del estudio, enfatiza la importancia de comprender estas fases diferenciadas. Reconocer que el cableado neural se vuelve vulnerable a la interrupción en momentos específicos, en lugar de asumir un declive lineal, podría permitir una identificación más temprana de riesgos y el desarrollo de intervenciones más efectivas. Esta perspectiva no solo mejora nuestro entendimiento biológico, sino que también sugiere la necesidad de enfoques de salud pública adaptados a cada una de estas “eras” cerebrales.
Impacto para la Argentina
Esta investigación reviste particular importancia para Argentina, un país con una pirámide poblacional en envejecimiento y desafíos crecientes en la atención de la salud de adultos mayores. La identificación de estas «eras» cerebrales subraya la necesidad de fortalecer la inversión estatal en investigación neurocientífica y gerontológica, un ámbito donde instituciones como el CONICET y las universidades públicas pueden y deben jugar un rol protagónico. Comprender estos puntos de inflexión permite diseñar políticas de salud pública más eficientes, orientadas a la prevención y detección temprana de afecciones neurodegenerativas, reduciendo así la carga sobre el sistema sanitario. Una estrategia de desarrollo nacional soberana exige la capacidad de generar conocimiento propio y adaptar los avances globales a nuestra realidad, evitando depender de soluciones importadas que no siempre se ajustan a las particularidades socioeconómicas y epidemiológicas locales. La salud cerebral de nuestra población es un activo estratégico que el Estado debe proteger y fomentar activamente, lejos de visiones neoliberales que desfinancian la ciencia y el bienestar social en favor de supuestas eficiencias de mercado.
Redacción de AgendAR


