Recientemente, AGENDAR registró una noticia… sorprendente, sobre el desarrollo de la industria atómica local. Una pequeña ciudad de Río Negro, Sierra Grande, daba la bienvenida a la radicación de la 5° central nuclear argentina en su distrito. Porque la ven como la única alternativa visible a su desaparición, condenados por el cierre de la mina de hierro en torno a la cual giraba toda su economía.
Es una excepción. La mayoría de los rionegrinos se opone, de acuerdo a los resultados de las elecciones del año pasado, y el presidente Macri y el gobernador Weretilneck tuvieron que abandonar el proyecto, por ahora.
Consideramos que ambos mandatarios cometieron un error fundamental: hoy es imposible que los habitantes de una región acepten una planta gigante (más de 1000 MW) de un proveedor (China) y una tecnología (PWR) desconocidos para la Argentina. A menos que la central sirva como eje de un paquete de industrias electrointensivas, que generen trabajo calificado y permanente a pie de planta: siderurgia, química, vidrio, aluminio, papel, etc.
Este intento fracasó porque los rionegrinos lo vieron como otro de tantos proyectos energéticos antifederales, calcados del modelo histórico del petróleo, el gas y la hidroelectricidad: el riesgo y los impactos ambientales quedan en la Patagonia, pero los puestos de trabajo, a miles de kilómetros de distancia, en Buenos Aires y el conurbano. Sólo el “combo” de la represa de Futaleufú como fuente electroquímica de la planta de aluminio de Aluar, en Puerto Madryn, Chubut, rompieron brevemente ese molde. Eso es algo que el estado y la industria privada hicieron bien en los ’70, pero el país no sacó la lección.
Actualmente, las industrias electrointensivas últimamente son el único modo de vender electricidad nuclear en Europa. En Francia, por ejemplo, las centrales atómicas son defendidas a capa y espada por Exeltium, una cámara de muy diferentes fabricantes cuya única necesidad común es electricidad “de base” barata, libre de la intermitencia inevitable del viento o del sol, así como de impuestos presentes y/o futuros a la emisión de carbono. Eso da nuclear o nuclear. Por ahora no aparecen mejores opciones.
‘It’s the economy, stupid!’, como decía el ex presidente Bill Clinton cuando era candidato. La propia Sierra Grande yerra en su pedido. Durante décadas, el hierro de la vieja mina de HIPASAM se exportó como “pellets” de bajo precio por estar contaminado de fósforo, que el alto horno no elimina y fragiliza el acero que se obtenga de tales fundiciones. Pero con electricidad nuclear, Río Negro podría hasta reabrir la mina en Sierra Grande, si en lugar de alimentar una exportación de baja calidad, nutriera dos industrias en la provincia: una de fosfatos extraídos químicamente del mineral para su uso en agricultura, y otra de fundición/laminación de aceros libres de fósforo, todo exportable. Los fosfatos hoy el agro argentino los importa en su totalidad. Son carísimos.
Una de esas industrias podría estar en Viedma, la ciudad más antinuclear de la provincia, y otra en San Antonio Oeste, con puerto de ultramar. Esa montaña de empleo y valor agregado provinciales multiplicaría mucho el atractivo de la oferta china ante los rionegrinos.
AGENDAR no objeta la central nuclear china. Pero ofrecida sin industrias al pie es invendible, no pasa, y empujada por la fuerza, sólo genera antinuclearismo.
Daniel Arias