¿Por qué debería importarte el INTI? Porque cuando encendés la cocina, cuando ponés en marcha un auto, cuando comés algo envasado, cuando exportás una máquina o tomás un medicamento… ahí está el INTI. Invisible. Silencioso. Impostergable.
INTI es único. Incomparable.
Porque en el mundo hay otros organismos que hacen metrología. Hay otros que capacitan. Algunos investigan. Otros certifican. Pero uno solo combina todo eso con presencia federal, con asistencia directa a PyMEs, con innovación aplicada, con desarrollo territorial, con transferencia tecnológica, con acompañamiento en alimentos, energía, salud, industria 4.0, biomateriales, movilidad sustentable…
Ese uno es argentino. Se llama INTI.
Y no tiene copia.
Y es curioso, ¿no? Cuanto más estratégico, menos conocido. Cuanto más útil, más ninguneado.
¿Querés soberanía? Tenés que saber cuánto pesa, cuánto mide y cómo se fabrica. Sin INTI, la industria argentina sería una intuición, no una política.
Porque ésta es la paradoja argentina: los países más desarrollados protegen a sus institutos tecnológicos… y nosotros los discutimos.
Por eso hay que visibilizarlo.
Porque donde no hay marketing, tiene que haber memoria.
Porque donde no hay lobby, tiene que haber justicia.
Y porque sin instituciones como el INTI, lo que desaparece no es un laboratorio: es la posibilidad de tener un país que se respete a sí mismo.
INTI: el secreto mejor hecho de la Argentina. Y el que más nos conviene que se sepa.
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OPINIÓN EMBRONCADA DE AGENDAR:
Conocí el INTI por dentro, en épocas de Alfonsín, y luego de Menem. Ya entonces, por laburar en silencio, era el patito feo aunque imprescindible de la industria argentina: poco conocido en casa, y muy respetado afuera.
El INTI tenía acuerdos enormes con el VSL holandés y el PTB alemán cuando Holanda y Alemania eran potencias industriales, libres de la plaga de las pulgadas, libras, galones, millas, nudos, acres y otras aberraciones metrológicas imperiales o de petroleros.
La raíz «metro» de la palabra metrología indica la preferencia industrial obligatoria de la Argentina por las unidades decimales MKS. En ese sistema racional creado por la Revolución Francesa, un Ford Falcon Standard pesaba 1,5 toneladas y no 3307 libras, se vendía con un motor de 3.0 litros de cilindrada en lugar de 227 pulgadas cúbicas, y en ruta a 90 km/h tragaba 8,5 litros de súper cada 100 kilómetros. Y olvídate, cariño, de los galones por milla.
Esas unidades no decimales son para gringos incurables, y al usuario y comprador argento no lo dejan comparar nada con nada.
Al dueño del supraescrito Falcon le emputecen la vida, porque a la hora de las reparaciones caseras, compró el auto en MKS, pero los tornillos vienen con el paso no en milímetros sino en fracciones de pulgada. Y al piloto de avión lo hacen despegar con la duda de que el operario que le llenó el tanque no haya confundido galones con litros. En tal caso va a tratar de llegar de A a B con 3,79 veces menos combustible que el que necesitaba, y se va a quedar con las turbinas paradas sin acercarse a destino, o a un aeropuerto de alternativa.
Ha pasado en vuelos desde Canadá, país MKS desde 1975, a EEUU, país de unidades imperiales desde siempre y para siempre, y las cosas terminaron mal para los pasajeros. Ha pasado incluso sobre el mar.
Ha pasado cuantimás en la sonda espacial Mars Climate Orbiter. La NASA usa sensatamente metros, kilogramos y segundos, pero su contratista, Lockheed Martin, usa pulgadas, libras e (inevitablemente) segundos. El programa de la computadora a bordo, perpetrado por Lockheed Martin, interpretó mal resultante la trayectoria de entrada a la atmósfera marciana ordenado por la NASA, y el aparato de U$ 125 se incineró en ella.
Por errores similares entre proveedores estadounidenses y clientes en otros países se caen puentes, edificios y represas, y se queman fábricas. No sucede en Liberia ni en Myanmar, los otros dos únicos países del mundo que usan unidades imperiales, en parte por su falta de fábricas.
La pertinacia de los EEUU en seguir con éstas unidades de medida viene de dos fuentes: el conservadurismo de la población, y la obstinación de la industria local en encajarnos artículos, buenos o malos, pero «Made in USA». Lo cómico es que la industria yanqui se mudó a China hace tres décadas, y China usa la metrología MKS: le sirve para vender aceitadamente sus productos a 193 países de la ONU. La otra razón por que China adoptó el sistema MKS es porque hasta 1949, los países con metrología imperial los venían jodiendo desde el siglo XIX.
Los chinos lo llaman aún «el siglo de la humillación».
Si Ud., oh lector, quiere medir por default qué significó para la vida urbana el debilitamiento de la autoridad del INTI en control de calidad industrial, considere que todas las motocicletas de los rappiteros ahora son importadas, y que sus proveedores chinos, indios o vietnamitas nos mandan las de calidad C, que economizan (entre otras cosas) en el silenciador.
Desde tiempos de Menem, baipaseando legalmente al INTI, tales motos se han vuelto la principal fuente de contaminación sónica del AMBA, y no quieras ver de Tucumán o Córdoba.
¿Lo vuelven loco los motoqueros, lector? ¿No lo dejan dormir? ¿Le impiden conversar en un bar, salvo a gritos?
En 1980 eso no sucedía, y no porque no hubiera motos.
Las usaban los laburantes para ir tal trabajo, cuando había laburantes y trabajo. Teníamos motos a patadas, en general nacionales (Siambrettas, Pumas, Gileras), y venían con silenciadores decentes. La cana te paraba si, de puro tuerca o gamuza, circulabas con escape libre y estabas estrepitoso. Porque sin la aprobación del INTI, medida en decibeles emitidos a la salida del escape, las motos y motonetas Nac & Pop no podían venderse. Eso no las salvó del Dr. Joe ni del Mingo Cavallo.
Hasta tiempos del riojano rijoso, el INTI y sus departamentos de Metrología y de Transporte fueron la única y mejor barrera no arancelaria para defender al país de las importaciones truchas (pero hoy legales) de muchas cosas. De calefacción a gas, discos de freno, neumáticos, electrónica e instrumental químico y quirúrgico. En el INTI comparaban la performance real de esos sistemas con las declaradas por el importador, por el fabricante, y con los máximos y mínimos legales de la Argentina. Cosa de no comprar gato por liebre.
En general, las importaciones oriundas del Sudeste Asiático no coincidían con lo declarado por los mentados cretinos, ni con los reglamentos locales. Lleve esto al plano de las termocuplas de calefones y calefactores, de frenos, luces de posición o los sistemas de escape de los autos, oh lector. Y va a entender cómo el INTI evitó indirectamente la muerte por intoxicación con monóxido de carbono o por estrolamiento en accidentes de tránsito de sus conocidos, de Ud. mismo o de sus hijos, oh lector.
Todo eso se fue al requinto con decretazos y recortes de personal en tiempos del Domingo Cavallo 1.0 y 2.0. Y hoy, con el Toto Caputo, no quiera ver.
Ahora, por fin, libres de la tiranía del INTI, somos por fin libres de que nos maten nuestros aparatos «made in Peringolandia del Noroeste«. Hay que ver cómo avanza la libertad-carajo sin nuestra casta parásita y mandril de ingenieros, físicos y químicos empobrecedores, que obstaculiza el mercado y frena el progreso.
Incluso un país que ha decidido por botas y por votos, y repetidamente y con éxito, la muerte de su propia industria, un país ya sin fronteras y sin aduanas, el INTI sigue siendo indispensable. Hasta donde lo dejan, evita que se importe chatarra peligrosa, construida «ad hoc» en países de altas jornadas de trabajo y bajos salarios. Y para nosotros, las republiquetas compradoras.
Después de todo, eso lo votaron sin saber 14.345.078 de ciudadanos, en general varones jóvenes, que están perdiendo el INTI, el trabajo y la patria, y muchos de los cuales se están cortando las veitzim, y descubriendo que esta libertad es una mierda.
Daniel E. Arias