El 1° de agosto, la Casa Blanca anunció un nuevo paquete arancelario que afecta a decenas de países, incluidos aliados históricos como Canadá, la Unión Europea, Japón y Brasil. El resultado: un salto en la incertidumbre económica global y la consolidación de un enfoque mercantilista basado en el castigo selectivo.

El resultado general
Trump incrementó aranceles a 19 países, se los redujo a 42 países y otros 8 no tuvieron cambios en relación con el 2 de abril. En promedio, aumentó los aranceles en 9 puntos, aunque con casos extremos, incluyendo Brasil (+40), Canadá (+35%) y México (+24), que aún están en negociaciones. Si sacamos estos casos, el promedio del incremento fue de 4 puntos.
¿Valió la pena negociar con Trump?
Los gobiernos que llegaron a acuerdos con Trump obtuvieron en promedio una reducción de 9 puntos. Los que se quedaron sin acuerdo recibieron una reducción de 5 puntos. Una diferencia de 4 puntos no parece gran cosa, más si consideramos que quienes negociaron tuvieron que hacer concesiones y promesas.
¿Cuál es la lógica?
¿Cómo explicar el nivel de arancel que recibió cada país? Es difícil contar una sola historia. Por un lado, hay un uso de los aranceles para sancionar o castigar a líderes que no se inclinan ante Trump. Es el caso, por ejemplo, de Canadá, a quien le impuso un arancel del 35%. La Casa Blanca justificó la medida acusando a Ottawa de no colaborar lo suficiente para frenar una supuesta “ola constante de fentanilo y otras drogas ilícitas”, una ola que, vale aclarar, no existe. También se mencionó, de paso, la retaliación canadiense a aranceles previos. Pero Trump, con su habitual claridad conceptual, reveló el verdadero motivo: los planes de Canadá para reconocer un Estado palestino complican, según él, cualquier posibilidad de acuerdo comercial.
Otro caso de castigo es el Brasil de Lula. El motivo no fue disimulado: Trump vinculó directamente la sanción con el juicio que enfrenta Jair Bolsonaro, su aliado ideológico, por haber intentado revertir su derrota electoral en 2022. Un episodio, huelga decirlo, con inquietantes resonancias para el propio expresidente estadounidense.
India tampoco escapó a la lógica del garrote. Fue sancionada con un arancel del 25% justo cuando sus funcionarios manifestaban optimismo sobre un acuerdo. Trump habló de “barreras comerciales”, pero enseguida pasó al tono personal: amenazó con nuevas sanciones y reprendió al gobierno de Narendra Modi por comprar petróleo y armamento ruso.
Sudáfrica, otro miembro de los BRICS, recibió una tarifa del 30%. En este caso, el castigo tiene un tinte aún más inquietante: una disputa con la Casa Blanca alimentada por teorías conspirativas sobre un supuesto “genocidio blanco”, una obsesión recurrente entre los sectores más extremos del trumpismo.
¿Está ensañado Trump con los BRICS?
No parece casualidad el hecho de que Brasil, India y Sudáfrica hayan estado entre los más castigados. De hecho, durante la última cumbre del bloque BRICS, Trump amenazó con aranceles del 10% a cualquier país que, a su juicio, se alinee con las políticas “antiestadounidenses” de ese club emergente.
Pero, ¿y China? Aún no hay un acuerdo y los plazos se extendieron más aún. Mientras tanto, Washington dio señales de distensión, levantando restricciones a la venta de semiconductores y software, pausando embargos y negándole una escala en New York al presidente de Taiwán. En concreto, el arancel hacia China hoy, lunes 4 de agosto, es del 10%.
El otro caso abierto es México, el mayor socio comercial de Estados Unidos. Trump decidió darle 90 días más a la negociación, extendiendo los aranceles actuales hasta nuevo aviso.
¿Qué hay más allá del castigo?
Recordemos que una de las explicaciones dadas por el propio Trump fue que sus medidas forzarían a las empresas a relocalizar sus plantas en Estados Unidos y así evitar pagar aranceles adicionales. Pero los aumentos, al menos hasta hoy, no parecen ser lo suficientemente punitivos como para forzar relocalizaciones, una tarea que lleva años hacer. Con un arancel promedio en 17 puntos, es probable que haya algo de mudanza (reshoring) pero lo más probable es que las empresas reduzcan costos y/o márgenes de ganancias, que los exportadores absorban una parte del arancel, los importadores otra parte y algo pase a precios, que serán absorbidos por los consumidores.
Y, sin embargo, hay un interés más directo: aumentar la recaudación. Según datos del Departamento del Tesoro, los derechos de aduana, junto con algunos impuestos especiales, generaron 152 mil millones de dólares hasta julio, aproximadamente el doble de los 78 mil millones recaudados en el mismo período del año fiscal anterior.

Agujero fiscal
La idea detrás parece simple: cubrir el agujero del presupuesto 2026 provocado por la reducción de impuestos con derechos aduaneros. Pero hay dos puntos a mirar. Por un lado, el agujero a cubrir es aproximadamente de 3.4 billones de dólares (trillones gringos). Los economistas estiman que los derechos aduaneros podrían llegar a 2 billones en diez años, una estimación muy por debajo de lo necesario para cubrir recortes. Por otro lado, el dato no menor es el costo en aumento de pedir dinero prestado desde el 2 de abril. En mayo, la calificadora de riesgo Moody’s rebajó la deuda de Estados Unidos un escalón desde su nivel más alto, citando el aumento de la deuda y de los pagos de intereses, lo que la convirtió en la última de las grandes agencias de calificación en degradar la deuda soberana del país.
Durante el último año fiscal, el servicio de la deuda del gobierno federal superó por primera vez el billón de dólares, más del doble de los intereses pagados una década atrás. En los primeros ocho meses del año fiscal 2025, el servicio de la deuda costó 776 mil millones de dólares y podría alcanzar o superar los 1,3 billones para fin de año. Siendo así, el beneficio de cobrar más derechos aduaneros apenas servirá para compensar el agujero fiscal y el costo de pedir dinero.
¿Qué está en juego?
Robert Keohane, uno de los grandes teóricos del institucionalismo liberal, lo dijo con claridad en los años 80: los regímenes internacionales no existen para imponer armonía, sino para reducir la incertidumbre y los costos de transacción. No buscan justicia, sino previsibilidad. Permiten que incluso los Estados más desconfiados interactúen sin tener que renegociar todo, todo el tiempo. Son contratos tácitos que sustituyen la anarquía por la rutina. Su mayor virtud es simple: saber a qué atenerse.
El comercio global nunca fue una catedral de principios elevados, sino un modesto edificio funcional, sostenido por reglas compartidas, previsibles y suficientemente estables como para que los actores económicos pudieran hacer planes más allá del viernes. Donald Trump no vino a reformar esa estructura, sino a dinamitarla. No porque tenga una visión alternativa del orden comercial, sino porque desconfía, en lo más profundo, de cualquier orden.
El verdadero riesgo
La pregunta ya no es si el orden liberal puede sobrevivir sin hegemonía, sino si puede hacerlo sin rutina. Trump no derrumba el templo del multilateralismo: simplemente lo deja en pie, pero corroído desde adentro. Keohane creyó que los regímenes podían perdurar en un mundo post hegemónico. Lo que no imaginó es un mundo post previsible.
Federico Merke