Estabilización no es desarrollo

Después de 14 años con un PBI sin crecer, queda claro que con una macro estable no alcanza. ¿Cómo juega la intervención estatal en los casos de éxito?.

Estabilizar, crecer y desarrollarse son tres conceptos que suenan parecidos, pero que en realidad implican cosas distintas. Resulta necesario explicarlas para entender dónde estamos parados y los desafíos que quedan por delante.

Arranquemos por los primeros dos, que suelen confundirse entre sí por la obvia razón de que una economía desequilibrada –como la argentina– no puede crecer de manera sostenida. La principal característica que muestra una economía desequilibrada es una inflación muy elevada, digamos –por poner un número– del 50% anual. Esto, por lo general, viene también asociado con devaluaciones recurrentes de su tipo de cambio. La combinación de estos dos elementos lleva a que la producción (el PBI) no aumente, como explicamos acá.

El crecimiento, por su parte, se define como el aumento sostenido –por varios años– de la producción, con lo cual, queda claro por qué una economía desequilibrada no puede crecer. Además, recordemos que el aumento de la producción conlleva una expansión de los ingresos que genera la economía. Dicho de otra manera, no hay posibilidad de mejorar la calidad de vida de la población si una economía no crece.

Crecimiento vs. estancamiento

Como ya advertimos muchas veces, el gran drama de la economía argentina es que el PBI está estancando en el mismo nivel desde hace 14 años y eso explica en buena medida la caída de los salarios, las jubilaciones, la falta de empleo, el aumento de la pobreza y la informalidad, etc. O sea, sin estabilidad no hay crecimiento y sin crecimiento no hay posibilidad de que mejore la calidad de vida de la población.

Pero lo opuesto no siempre es cierto. El equilibrio económico no asegura el crecimiento. Por ejemplo, Austria o Canadá en los últimos 10 años aumentaron su PBI per cápita a razón de un 0,2% promedio anual, lo cual es prácticamente nulo. La Convertibilidad es otro caso emblemático que sirve a la perfección para reflejar que la estabilización es expansiva (el PBI creció muy fuerte en los primeros años), pero la estabilidad por sí sola no alcanza (en los años siguientes la economía se estancó y se incrementaron de manera muy significativa el desempleo y la pobreza).

La cuestión del desarrollo

El punto es que la estabilidad económica no es el único determinante para impulsar el crecimiento, y menos para hacerlo a la velocidad que necesita una economía con más del 30% de su población por debajo de la línea de la pobreza.

Ahí es donde aparece el desarrollo, un concepto bastante amplio que podríamos resumirlo en la transformación de la estructura social y productiva para lograr que ese crecimiento sea lo más elevado y sostenido en el tiempo. A grandes rasgos, los principales componentes que identifica la literatura académica como los centrales para el desarrollo son, además de la estabilidad económica, la diversificación y la sofisticación productiva (pasar de sectores primarios a actividades de mayor valor agregado), la mejora en educación y salud (que llevan al incremento de la productividad laboral), la inversión en tecnología e infraestructura, instituciones sólidas y estables en el tiempo, entre otros.

Con estabilidad no alcanza

Dicho de otra manera, con una economía estable no alcanza. Pongamos otro ejemplo. Paraguay fue el país de la región que más creció en los últimos años (excluyendo a Guyana, país de tan solo 830.000 habitantes que tuvo un crecimiento fenomenal explicado por el descubrimiento de pozos petrolíferos). Entre 2012 y 2022 aumentó su PBI per cápita 19% (una tasa anual del 1,7%), lo que llevó a que la pobreza se redujera unos 12 puntos porcentuales. Si extrapolamos de manera lineal (simplemente como ejercicio hipotético) el caso más exitoso de crecimiento de la región de los últimos años a la Argentina nos deja un sabor a poco: creciendo a esa tasa por 10 años la pobreza igual seguiría siendo de alrededor del 20%.

¿Dónde estamos parados?

Todo lo anterior sirve para entender la situación actual y los desafíos que tiene por delante. El gobierno ni bien asumió aplicó un programa bastante clásico de estabilización que implicó una devaluación del tipo de cambio, combinado con un ajuste fiscal y monetario. Respecto de las críticas, acá me parece importante marcar que la objeción puede –y en mi opinión debe– centrarse en cómo se hizo el ajuste, pero era impostergable, dada la situación crítica en la que se encontraba la macroeconomía durante el último año del gobierno del Frente de Todos (la analizamos en detalle, acá). Sumado a eso, la evidencia empírica muestra que los (pocos) planes de estabilización exitosos fueron los que lograron equilibrar el frente fiscal y el externo.

En relación con los resultados, si bien el gobierno logró rápidamente el equilibrio fiscal y la baja de la inflación, todavía nos encontramos lejos de poder afirmar que estamos en presencia de una economía estabilizada (no existe un indicador que lo confirme, pero a ojo podríamos decir que deberíamos ver que la inflación mensual se mantenga en torno al 1% como mínimo por un año).

Si eso se lograra, y se mantuviera en el tiempo, seguramente alcanzaría para retomar el crecimiento. Al examinar los últimos 10 años, vemos que todos los países de la región mostraron un aumento sostenido del PBI (con la excepción de Argentina y Venezuela, las únicas dos economías con inflación elevada). El tema es que la tasa a la que crecieron estos países no parece suficiente, como ya mostramos con el caso de Paraguay, el de mayor crecimiento.

La gran falencia del modelo

Y acá es dónde veo la mayor falencia de este modelo económico, porque básicamente no plantea ningún tipo de estrategia de desarrollo a mediano plazo. Ojo, esto es algo coherente desde una visión libertaria, dado que por definición no hay estrategia de desarrollo. Es el propio mercado –a través de las preferencias de los consumidores– el que determina cuáles son los sectores que van a tener un mejor desempeño y cuáles no. Esto implica rechazar de manera contundente cualquier tipo de política industrial para impulsar determinados sectores.

El propio presidente lo dejó en claro en un artículo que publicó a fines de mayo titulado Tiempo para el crecimiento, donde sostuvo que “el mero hecho de alcanzar el equilibrio fiscal en la línea financiera nos permitiría crecer por más de una década al 4% en términos per cápita”. Habría que ver cómo calculó esa proyección y el razonamiento detrás, pero como mínimo para algo difícil de lograr. Solo 14 de los 188 países (el 7%) crecieron a una tasa del 4% promedio en los últimos 11 años.

Más adelante, agregó: “Aquellos países que son más libres crecen el doble que los reprimidos y ello hace que el producto per cápita de los países libres sea doce veces más altos (sic) que el de los países que son reprimidos. No sólo eso, sino que, además, los países libres tienen 25 veces menos de pobres en el formato standard y 50 veces menos en el formato extremo respecto de los países reprimidos, al tiempo que la vida promedio es un 25% más larga. En definitiva, no hay motivos para no abrazar las ideas de la Libertad, salvo que usted tenga algún tipo de obstrucción mental y/o espiritual o viva del saqueo estatal”.

La intervención estatal

Dejando de lado, nuevamente, los cálculos, acá me parece que hay dos cuestiones importantes para remarcar. La primera es que, según el propio índice de libertad económica, 6 de los 10 países que integran el top 10 presentan un tamaño de Estado y de presión tributaria elevados (Suiza, Luxemburgo, Australia, Dinamarca, Noruega y Países Bajos). Pero, para mí lo más importante es que ninguno de esos países (ni del resto de los que lidera este índice) se desarrollaron sin la intervención del Estado. 

La evidencia histórica y la literatura muestran que el Estado fue clave en casi todos los casos de éxito a través de políticas selectivas para impulsar determinados sectores productivos, la inversión en educación, salud, infraestructura y políticas de conocimiento, entre otras medidas. Incluso en los casos más “liberales”, como el de Hong Kong, Suiza o Irlanda, el Estado fue necesario para crear y proteger los derechos de la propiedad.

En resumen, si el gobierno lograra estabilizar la economía sería un gran paso, pero con eso no alcanza. Mal que le pese a Milei es necesario complementar eso con políticas públicas, si no va a ser muy difícil que la economía argentina crezca al 4% por más de una década como plantea el presidente. La evidencia internacional muestra que ningún país alcanzó altos niveles de ingreso y bienestar duraderos sin un Estado que planifique, coordine y ejecute políticas de largo plazo junto al sector privado. Creer que la estabilidad por sí sola alcanza para generar una década de crecimiento fuerte es ignorar la experiencia comparada y la historia argentina. 

Juan Manuel Telechea

VIACenital