Punto de inflexión para el programa económico oficial

La elección bonaerense marcó un punto de quiebre en la escena política y económica. La derrota del Gobierno nacional significa mucho más que un traspié electoral. El resultado pone en duda el contrato implícito que sostenía el programa económico oficial. El enfoque de estabilización del gobierno en el que se asumía que la sociedad estaba dispuesta a tolerar sacrificios extraordinarios y duraderos para alcanzar la estabilidad de precios comienza a resquebrajarse. Sin ese sostén, el plan económico entra en zona de riesgo.

La fractura no es solo política. Coincide con un deterioro acelerado del esquema macroeconómico. En particular, el régimen cambiario de bandas de flotación se encuentra severamente amenazado. Los incumplimientos en materia de acumulación de reservas, obligan hoy al gobierno a utilizar los fondos del FMI para sostener el esquema y ponen en duda su sostenibilidad. La crítica situación de reservas afecta también la capacidad de pago de la deuda externa y empuja a una crisis financiera que se expresa en las cotizaciones. El anhelo del equipo económico de un resultado electoral que destrabe el acceso al financiamiento externo y resuelva las inconsistencias del programa se desvaneció. El ajuste externo necesario para estabilizar el mercado del dólar puede ser muy grande.

Desde hace tiempo, sostenemos que el programa económico del gobierno se sostenía en la combinación de dos anclas fundamentales que explican la desinflación. Por un lado, el ancla de los ingresos — fundamentalmente salarios vía paritarias — contuvo el componente no transable de la inflación empujando a la baja el componente salarial de los costos. Por otro lado, el ancla cambiaria disciplina costos de productos transables. Estas dos anclas parecen haber llegado a un punto de saturación.

La situación plantea un complejo dilema al proceso de estabilización y un gran desafío para el programa económico después de las elecciones de octubre. Los pilares del plan, dólar estable y contención de ingresos, muestran signos de agotamiento. Por un lado, descomprimir la situación cambiaria a través de un nuevo esquema cambiario y una devaluación tiene implícitos grandes costos sociales que presionarían sobre una situación política ya de por sí muy compleja. Por otro lado, descomprimir la presión sobre los ingresos sin atender los problemas en el mercado del dólar plantean un horizonte de sostenibilidad ínfimo. Abandonar ambas anclas, puede resultar letal para el proceso de estabilización nominal.

No hay soluciones fáciles. La elección dejó una lección evidente: estabilizar sigue siendo imprescindible, pero un enfoque ortodoxo tradicional basado centralmente en el ancla fiscal y la desinflación vía recesión no funciona. El próximo tramo del programa requerirá creatividad económica y capacidad política para articular objetivos múltiples en lugar de la “desinflación a cualquier precio”. Si el gobierno no logra construir ese equilibrio, el desenlace puede ser aún más costoso que el ajuste que hoy se intenta sostener.

Ignorar el mensaje de las urnas es un camino muy riesgoso: la estabilización sin consenso social podría implosionar antes de consolidarse. Un reordenamiento del esquema económico que aparezca descompensado, está condenado a un horizonte de vida muy corto. La credibilidad hoy depende menos de la dureza del ajuste y más de la coherencia entre señales políticas y anclas técnicas.

El desafío es diseñar una estrategia post-electoral que recupere equilibrio. Eso no implica abandonar la disciplina fiscal. Implica reconocer que la estabilidad sin legitimidad social es insostenible. La renegociación con el FMI es inevitable. El perfil de la deuda privada sigue siendo un problema sin soluciones sencillas. Cualquier modificación del esquema cambiario debe buscar compensar sus impactos distributivos. La sostenibilidad fiscal debe rebalancearse para dar espacio a una estrategia compensatoria que atienda las necesidades de sectores castigados. Para todo esto, una política de ingresos no sesgada en contra de los trabajadores es imprescindible.

Pablo Moldovan y Federico Pastrana

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