Rusia-Ucrania: la guerra hipertecnológica, un gran nicho de negocios, también para startups

El departamento de desarrollo de la startup Helsing, en Múnich

En un contexto geopolítico explosivo, los billones de dólares que están gastando los gobiernos del mundo para prepararse para una nueva era de guerra hipertecnologizada están produciendo una verdadera revolución en la forma en que los países equipan a sus fuerzas bélicas.

En Europa, donde Rusia usa drones para bombardear Ucrania y hasta para poner a prueba la paciencia de la OTAN, hay una nueva generación de startups que se han apartado de la forma en que tradicionalmente los países abastecían sus arsenales militares: en vez de esperar a que los gobiernos propongan y financien los proyectos, los inversores privados usan su propio dinero para la investigación y la fabricación de prototipos, apostando a que los compradores empezarán a llegar.

“Es una verdadera revolución de la industria de defensa”, dice Gundbert Scherf, exasesor del Ministerio de Defensa de Alemania y socio de McKinsey and Co., que en 2021 también contribuyó en la creación de una empresa de tecnología llamada Helsing con “capital semilla” aportado por el CEO de Spotify, Daniel Ek, y otros inversores. “Es un modelo de negocios completamente diferente”.

Helsing tiene su sede en Múnich y empezó fabricando drones para Ucrania, que luego actualizaba cada dos o tres semanas para adaptarse a los cambios tecnológicos y de estrategia militar. Actualmente la empresa Helsing tiene una valuación de mercado de 14.000 millones de dólares, una de las startups más valiosas de Europa.

El concepto de fondo es que un abordaje competitivo de arriba hacia abajo puede ser más innovador y eficiente que un sistema de arriba hacia abajo. Pero hay riesgos. La mayor prioridad de un inversor privado es la ganancia, y eso podría chocar con objetivos estratégicos o de seguridad. Y también está el riesgo de inflar un completo militar-industrial y la preocupación por los usos que podrían tener esos avances en tecnología militar.

A los emprendedores y sus inversores los mueven, en distintos grados, tanto el afán de ganancia como la idea de estar cumpliendo una misión. El año pasado, la inversión de capital riesgo en empresas relacionadas con la defensa ascendió a 31.000 millones de dólares a nivel mundial, un aumento del 33% con respecto al año anterior, según datos de McKinsey.

Y las inversiones en startups europeas de defensa fueron cinco veces mayores entre 2021 y 2024 que en los tres años anteriores.

Esa masa de dinero está expandiendo los límites de lo posible: interceptores de misiles y drones a bajo precio; aviones de combate y buques de guerra pilotados por inteligencia artificial; cucarachas teledirigidas con cámaras de vigilancia para recopilar datos en lugares inaccesibles.

Y el punto de inflexión fue Ucrania.

Todo empezó a principios de la década de 2000 con las norteamericanas SpaceX y Palantir, las primeras empresas en aplicar la mentalidad y la tecnología de Silicon Valley a las adquisiciones militares.

Hoy en día, las startups siguen recibiendo una ínfima fracción de las enormes sumas que los países destinan a defensa, pero la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 impulsó la tendencia, especialmente en Europa.

“Antes, a ningún inversor de capital riesgo de Europa le interesaba invertir en defensa”, apunta Torsten Reil, emprendedor de videojuegos y cofundador de Helsing junto con Scherf y Niklas Köhler, ingeniero de inteligencia artificial. Pero Reil dicen que actualmente hay una especie de fiebre del oro: “Todos quieren invertir en defensa”.

Otra cosa que empezó a cambiar tras la invasión rusa fue el sentimiento antimilitarista, muy fuerte y arraigado en Europa. El alejamiento de Estados Unidos propiciado por el presidente Donald Trump este año impulsó a los europeos a un nuevo aumento de la inversión, ya que los gobiernos de la región prometieron multiplicar sus arsenales.

A la cabeza está Alemania, con startups de defensa como Helsing, ARX Robotics y Swarm Biotactics, los desarrolladores de las cucarachas espía experimentales.

Y las guerras en curso son un laboratorio real en pleno el campo de batalla. El nuevo modelo de negocio refleja un cambio radical en la lucha bélica, que podría ser tan profundo como la transición de la caballería a los tanques y aviones blindados durante la Primera Guerra Mundial. Tecnologías como la robótica, la inteligencia artificial y la visión artificial se consiguen facilmente, se pueden producir en masa y son cada vez más baratas. Y ahora se están militarizando.

El software también se actualiza constantemente y puede ser compatible con diversas armas ya existentes. En mayo, por ejemplo, Helsing realizó un vuelo de prueba donde su sistema de inteligencia artificial Centaur pudo tomar temporalmente el control de un avión de combate Saab Gripen E sobre el mar Báltico.

Las armas autónomas, que preservan la vida humana sin complejas y costosas medidas de seguridad, también son más económicas y sencillas: un dron de madera enchapada y gomaespuma cuesta unos cientos de dólares pero puede destruir un tanque de millones de dólares.

Ucrania, que ha desarrollado una gigantesca industria de drones avanzados, funciona como un laboratorio en el campo de batalla. En esa guerra, aproximadamente el 80% de los objetivos son destruidos por drones.

“Con un par de millones de dólares de capital de riesgo alcanza para financiar el desarrollo de estas tecnologías más pequeñas”, señala Eric Slesinger, exoficial de la CIA y fundador de una firma de capital de riesgo en defensa.

Muchos analistas militares coinciden en que las startups son más innovadoras. Los grandes contratistas de defensa tradicionales “pueden seguir siendo adecuados para los grandes sistemas de defensa”, apunta Cynthia Cook, investigadora principal del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, “pero esa enfoque no permite la rápida adopción de tecnologías emergentes”.

Los ejércitos suelen dedicar años o décadas para planificar y desarrollar la próxima generación de equipo bélico, como tanques o aviones de combate. El desarrollo del avión F-35, por ejemplo, comenzó en 1995, Lockheed Martin obtuvo el contrato en 2001, y la producción finalmente comenzó en 2006: ese avión cuesta más de 80 millones de dólares.

Por eso las startups de defensa están trabajando con un enfoque diferente. “Nosotros construimos el barco con nuestro propio dinero”, dice Dino Mavrookas, exmiembro de los Navy SEALs y cofundador en 2022 de la empresa de defensa marítima Saronic Technologies.

En abril, Saronic compró un astillero a punto de cerrar en Franklin, Luisiana: en diciembre de este año, dice Mavrookas, zarpará el Marauder su primer buque no tripulado, de 45 metros de eslora.

Durante la visita de estado de Trump a Londres, el gobierno británico anunció que Saronic invertiría 50 millones de dólares en la construcción de una planta de producción en Portsmouth, Inglaterra.

Cambridge Aerospace, una startup británica que fabrica interceptores de misiles y drones, cofundada hace un año por el exmarine Chris Sylvan: en febrero, probó su primer prototipo y está lista para lanzar la producción.

Un empleado de Helsing en un simulador en la sala de demostraciones de la empresa en Múnich

Todo controlado por inteligencia artificial (IA).

Helsing, con su enorme capital, se expandió rápidamente. En junio compró la fábrica alemán de aviones Grob, y también colabora con empresas, tanto nuevas como consolidadas, en el desarrollo software avanzado, como sistemas de IA capaces de coordinar misiones de reconocimiento y llevar a cabo guerra electrónica. También construye equipos, minisubmarinos y drones de ataque.

“Hay que empezar a desarrollar estos sistemas antes de que el gobierno empiece a financiarlos”, declaró Reil, cofundador de la empresa.

La semana pasada, Helsing anunció la fabricación de su último proyecto: un avión de combate no tripulado de 11 metros de largo, el CA-1 Europa, que saldrá de las instalaciones de Grob en Tussenhausen, a 88 kilómetros de Múnich. La empresa espera que el avión esté realizando misiones en un plazo de cuatro años.

Patricia Cohen

VIALa Nación - The new york Times