El viernes 21 de septiembre la plaza financiera en Buenos Aires -y también los medios masivos, porque en tiempos de crisis el casino de las tasas y el dólar es un tema popular- estuvieron inundados de versiones.
El dato clave es que después de las «tormentas cambiarias» de estos cuatro meses, después de una devaluación del peso del 50%, el gobierno Macri está decidido a descartar el dogma de “flotación libre”. A pesar que en el primer acuerdo con el F.M.I., firmado en junio cuando todavía Sturzengger presidía el Central, se decía que «estamos comprometidos con un tipo de cambio flexible y determinado por el mercado».
Es que «el mercado» le propinó golpes muy duros a la confianza en la gestión de este gobierno. Nos referimos a la confianza de los agentes económicos, especialmente los fondos de inversión. (Los pequeños y medianos empresarios, para no hablar del resto de la población, se la habían perdido antes).
Una de las versiones más extendidas, tomada por Clarín y Cronista, afirma que la decisión es trabajar con bandas de flotación, es decir, estableciendo un piso y un techo dentro del cual podrá oscilar el precio del dólar. Superado el techo o perforado el piso, el Central intervendría para hacerlo volver.
Se habla de una banda cambiaria amplia y difusa: un techo que va de los 40 a los 44 pesos y un piso de entre 32 y 36 pesos. Si el dólar supera el techo, el Central vendería divisas, si perfora el piso, saldría a comprar.
Según Clarín, el actual titular del Central, Luis Caputo, lo habría consensuado con el FMI. Aunque no estaría en los textos del acuerdo que se anunciará la semana próxima. Y aunque el Fondo no simpatiza con este mecanismo.
Pero no es la única versión. Otra, que reproduce Ámbito, dice que se piensa en el «crawling peg»: una devaluación progresiva y controlada que lleva adelante el Banco Central. En rigor, una serie de devaluaciones progresivas anunciadas previamente, evitando dar saltos bruscos en el valor de la divisa. La idea es «anclar» las expectativas.
Un sistema como éste, con el nombre familiar de «tablita», fue aplicado en los ´70 por Martínez de Hoz. Terminó mal, con una devaluación masiva. También, sin el anuncio previo, fue aplicado por Kicillof en la última etapa del gobierno de Cristina Kirchner, pero en ese momento había restricciones al movimiento de capitales que son blasfemia para el gobierno Macri. Y para el Fondo. Además, el objetivo en ese momento no era fijar expectativas sino moderar la inflación.
La información (incompleta) que tenemos en AgendAR sobre los planes oficiales nos inclina a creer que establecer bandas de flotación para el dólar es la medida que se está estudiando en el gobierno. Es lógico, de todos modos: una tasa de devaluación anunciada anticipadamente informa a todos los especuladores del planeta cuánto podrán ganar en Argentina en moneda dura. La función del FMI es garantizar a los acreedores externos que pueden recuperar sus capitales, pero no está interesado en extender esa garantía a todos los que decidan beneficiarse. Ni siquiera el Fondo tiene recursos suficientes.
Ahora, nos sentimos obligados a advertir que establecer bandas de flotación para el dólar es -en estas condiciones, con esta política económica- el camino, corto, para llegar otra vez a un «dólar barato» y después, a otra crisis cambiaria.
Esto ya ha sido demostrado en forma repetida durante el último medio siglo de historia argentina. Una devaluación importante provoca un cambio en los precios relativos que favorece a las actividades que pueden exportar y disminuye las importaciones (más por la recesión que provoca que por otros motivos). Además de licuar, en forma relativa, los gastos del Estado en sueldos y jubilaciones, que son en pesos.
Pero… la inflación sigue, erosionando esa «ventaja» cambiaria. La recesión disminuye algo el «pass through» a los precios internos, pero no lo suficiente ni por mucho tiempo en un país complejo y diverso como Argentina. No baja lo bastante el consumo de la clase que cuenta con altos ingresos y la muy numerosa clase media acomodada. Y además el año que viene, en tres meses, es un año electoral…
En realidad, los plazos pueden ser mucho más cortos. Impulsados por el «veranito» de calma cambiaria que provocó la aparente voluntad del F.M.I. de aumentar su apoyo, en la última semana ingresaron al país 930 millones de dólares para comprar las letras en pesos que emitió el Tesoro, como informó ayer AgendAR. Nuevamente, la afluencia de capitales especulativos, como sucedió en los dos primeros años de este gobierno. Ya sabemos como terminó, en este mismo año.
La única forma realista de controlar el alza del dólar es controlar la inflación. La inflación que ya existía y que las alquimias financieras del gobierno Macri han acentuado. Y, nuevamente, la única forma realista de controlar la inflación es, además de una política económica prudente, vencer la inercia inflacionaria -«todo aumenta porque todo ha aumentado»- con un acuerdo en el que se comprometan las grandes empresas formadoras de precios, los trabajadores y el Estado.
Cualquier medida que ignore esto es un ejercicio en futilidad.
Abel B. Fernández