2017, el domo de la Hualong-1, unidad número 5 del complejo nuclear de Fuqing en la provincia de Fujiang, a punto de ser levantado como un bloque para tapar el edificio de contención. La central estará en funcionamiento en 2019.
Negociar con los chinos requiere paciencia. Pero saben apurarte, si les das pie, y luego pescar en río revuelto. En la urgencia por firmar lo que sea y como sea con la Chinese National Nuclear Corporation (CNNC), consecuencia de pésimas actuaciones del ex ministro de energía Juan J. Aranguren y el actual secretario Javier Iguacel, la Argentina se sentó anteayer a negociar el combustible de la futura 4ta central nuclear, y también su primer recambio, y perdió. Ayer se firmó que se fabricarán en China. Después, no se sabe.
En las negociaciones de anteayer y ayer estaba excluida nada menos que la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA). Por la Argentina había petroleros y “reactoristas” de Nucleoeléctrica Argentina (NA-SA). Estos últimos son un fierro construyendo centrales; pero no “combustibleros” de la CNEA. Por China había gente que sabe que el carozo del negocio nuclear son los combustibles, más que las centrales. Deben haber leído a Jorge Sabato. ¿Y los nuestros?
En lo firmado ayer no se incluyeron siquiera “addenda” contractuales que defiendan la fabricación nacional en combustibles, aunque la Argentina es autosuficiente en la materia. Desde 1958, en reactores, con el RA-1, y desde 1984, en todas sus centrales núcleoeléctricas. No para alegría de sus anteriores proveedores de centrales.
Una central mal negociada en combustibles es como una cafetera Nespresso: mientras dure, hará que el cliente deba comprar miles de cápsulas de café, con gran beneplácito de la casa matriz de Nestlé en Lausana, Suiza. Una central de generación III + como la Hualong-1 es 60 años de combustibles. ¿Mucha plata? Sí: a término de vida útil, el equivalente a 2 centrales más. Pagar una Hualong-1 tres veces podrá causar alegría en el cielo (de Beijing), pero si no corregimos rumbo, la Argentina empieza sus relaciones nucleares reales con China del peor modo posible.
Somos fabricantes buenos y veteranos
CONUAR, un emprendimiento público-privado en el Centro Atómico Ezeiza, donde desde los ’80 se fabrican los elementos combustibles de ambas Atuchas y Embalse.
El fabricante de elementos combustibles para centrales de Argentina es CONUAR, un “joint venture” con un 33% de capital de CNEA y un 67% de Pérez Companc con sede en el Centro Atómico Ezeiza.
La tecnología de fabricación que desarrolló aquí la Gerencia de Combustibles explica buena parte de la seguridad, la eficiencia y la baja incidencia del costo del elemento combustible argentino dentro del precio de la núcleoelectricidad criolla.
Dicho sea de paso, CONUAR tiene altos márgenes de ganancia, pero no por su dominio del mercado nucleoeléctrico argentino sino por su manejo metalúrgico y metalmecánico de aleaciones muy complejas, como el circaloy y el incoloy. Ha exportado componentes de elementos combustibles y “piping” de centrales nucleares a Bélgica, Rumania, la Unión Europea, Alemania, Canadá, al Reino Unido, Brasil, Suiza e Israel, y como el manejo del circonio es parecido al del titanio, ha sido calificada como proveedor de aeropartes por Boeing. Ha sido la base del «know how» de los fabricantes argentinos de implantes médicos de titanio, que vuelven a brillar con el dólar caro. Es un crédito para el país y un jugador mundial.
No hay razones porque tengamos que alimentar al monstruo de 1180 MW que importaremos de China con combustibles fabricados por la CNNC en sus fábricas de Yibin y Baotou. Es fama que allí jamás logró pisar un “combustiblero” argentino. La Hualong-1 que la Secretaría de Energía hoy llama “Atucha III” (hasta mayo de 2018 ese era el nombre de una central CANDU) debería haber arrancado con un núcleo íntegramente hecho en Ezeiza, bajo licencias y control de calidad de la CNNC, si los chinos insisten. Porque como país, tenemos más trayectoria en combustibles nucleares que ellos. Demostrable y buena.
Nos van a vender una central Hualong-1 que todavía no operó en ningún lugar del mundo. Funciona con 177 barras de elementos combustibles cuya calidad no ponemos en duda, pero tampoco podemos aprobar por bula papal. Esa calidad todavía debe demostrarse pero con la firma de ayer, ya la estamos dando por buena.
Los chinos no van a hacer nada para que los combustibles se fabriquen aquí, salvo que negociemos duro. Son fantásticos copiando tecnología ajena, y saben que nosotros también somos de cuidado. Por eso, cuando una delegación de la CNEA en plan de negociación visita China, las fábricas de elementos combustibles de Yibin y Baotou están “off limits”. Eso sí, te pasean en plan de turismo nuclear por cualquier otro lugar que pidas o más bien te decreten. Un grupo de “combustibleros” argentinos que viajaba esta semana a China “para hablar de amor en serio”, acaba de avisar que se baja del avión y se queda en Buenos Aires, tras revisar con hastío la agenda de viaje y los recorridos. Iban a perder tiempo. Otra vez.
Nuestros proveedores anteriores de centrales (los alemanes de KWU-SIEMENS, los canadienses de AECL) demostraron haber leído a Sábato, o más probablemente, pensaban igual: primero dominar el combustible. Por ello, las negociaciones para la transferencia de tecnología que nos facilitara el suministro nacional en este materia fueron siempre largas y tormentosas, cuando no francamente tramposas.
Esto lo cuenta bien el Dr. Carlos Aráoz. A los 87 años, Aráoz es el último sobreviviente de los llamados “Doce apóstoles de Sabato”, un grupo de reactoristas, químicos, científicos en materiales y “combustibleros” que desde los ’50 fundacionales seguía como al Mesías por los pasillos de la CNEA “al Mudo” (sobrenombre con el que gastaban a Sábato, a quin le gustaba hablar).
Aráoz, que mantiene informado a AgendAR sobre las negociaciones con los chinos, tiene dos anécdotas que definen la importancia del combustible cuando se importa una central.
Una es de buen final, e involucra al Ing. Klaus Hildebrandt, a la sazón negociador por KWU-SIEMENS en 1980. Atucha I estaba funcionando con combustible alemán, pero CONUAR ya había probado cautelosamente algunos elementos suyos en esa central y andaban “joya”. Lo que se discutía entonces era la provisión de Atucha II, cuyo enorme núcleo exige elementos más largos, y cuya compra se había firmado pero todavía no estaba en obra. Las delegaciones argentina y alemana llevaban un año finalizando sus encuentros cero a cero: nadie cedía nada.
Exasperado, el reactorista (y contraalmirante) Carlos Castro Madero, al timón de la CNEA, puso a Aráoz –experto en materiales y combustibles, pero también en contratos- para desempatar. Después de otra reunión estéril a eso de las ocho de la noche se había ido todo el mundo al diablo y quedaron Hildebrandt con su café quemado y Aráoz con su pipa, ambos a solas, pensativos en la sala de situación de la CNEA, envueltos en un aire tan viciado de tabaco que se lo podía cortar en bloques.
A esa altura de las cosas, como consecuencia inevitable de tanto pelear, Aráoz y Hildebrandt ya eran amigos, “Carlitos” y “Gil”, respectivamente. Pero aquella noche Carlitos tuvo una inspiración:
– Gil, vos tenés una fábrica en Karlsruhe que tiene que trabajar. Yo tengo una en Ezeiza, y vos sabés que anda bien. Dejémonos de joder, con el primer núcleo de Atucha II. Vamos 60 y 40. Y KWU mantiene las garantías.
A Hildebrandt, de pronto, ya no le pareció tan mal. Había algún mérito en la idea. También estaba fundido. Miró fijo a Aráoz y le espetó.
– ¿Yo 60 y vos 40? Dame una buena razón para aceptar eso.
– Minga. Yo 60. Vos 40, Gil.
– Vos estás loco.
– Y la razón es que ya te compré Atucha I y ahora otra central más.
Hildebrandt pensó tres segundos.
– Trato hecho, dijo.
Con los canadienses fue todo distinto, dice Aráoz, todavía con asombro. Firmado que se hubo (sin mayores pulseadas) el contrato de transferencia de tecnología, la AECL nos dio una carpeta con fotocopias de fotos y planos de un elemento combustible CANDU. Pero de cajones y cajones llenos de información neutrónica, química, metalúrgica y metalmecánica real sobre su fabricación, “niente”. Ahí, tras haber firmado y pagado, la CNEA se enteró de que los canadienses tercerizaban: hacían fabricar sus elementos combustibles en Babcock y Wilcox, de los EEUU. De las matrices de cálculo y la neutrónica, a preguntarles a los yanquis y pagar otro contrato. Nos habían vendido un buzón atómico. Fue una de las dos causas por las que las relaciones CNEA-AECL terminaron a patadas, aunque muchos reactoristas siguen enamorados de la tecnología CANDU. Y no sólo en Argentina: India acaba de declarar que va a construir 12 CANDU más.
Los elementos combustibles de esa particular CANDU llamada “Embalse”, en Córdoba, los tuvo que hacer el Centro Atómico Constituyentes (CAC) por ingeniería inversa, analizando un elemento canadiense. Y una vez puestos cautelosamente en la central de a muy pocos, los primeros elementos argentinos CANDU mostraron al toque algunos defectos de soldadura en los tapones: filtraban tritio, un isótopo radioactivo del hidrógeno. Esto el CAC tardó unos meses en subsanarlo.
La doctora Susan McLeod, de Bruce Power, muestra un típico elemento combustible de una CANDU 6 como Embalse. Son absolutamente distintos de los de toda otra central de agua presurizada.
Los elementos combustibles para centrales refrigeradas por agua presurizada, sea liviana o pesada, constan típicamente de pastillas cerámicas de óxido de uranio. Sin que importe mucho el contenido del isótopo 235, que es del 0,71% en el uranio natural o de entre el 1% y el 5% en el ULE, o de bajo enriquecimiento, los polvos de dióxido son cocinados a 1700 grados de temperatura en atmósferas inertes de argón y a presiones de muchos megapascales.
Cada una de estas pastillas sinterizadas y durísimas, del tamaño de medio dedo pulgar, tiene el contenido térmico potencial de 2 tambores de gasoil, o de una tonelada de carbón, o de 480 metros cúbicos de gas natural. Ahora Ud. acaba de entender por qué la nueva dirección petrolera del Programa Nuclear desde el exministerio, hoy Secretaría de Energía, es tan desastrosa: el conflicto de intereses no podría ser peor. Con 18 millones de pastillas, el primer núcleo de una Hualong-1 sustituye más o menos 8,7 billones de metros cúbicos que no haría falta “frackear” en Vaca Muerta. ¿Se entiende? Y de yapa, sin efecto invernadero.
El combustible nuclear trabaja en un medio despiadado: altas temperaturas, corrosión química, daños por radiación y varios otros tipos de estrés físico tienen bajo ataque constante la integridad de ese conjunto de vainas de circaloy llenas de tales pastillitas negras. Se usa esa aleación rarísima de circonio, estaño, niobio, hierro, cromo y níquel en las vainas, separadores, tapones y soldaduras porque es tan transparente a los neutrones como el vidrio lo es a la luz, y fundamentalmente porque soporta horrores, aunque es costosa y difícil de laminar y maquinar. La vida útil de ese haz de tubos aparentemente frágil se regula intencionalmente debajo del nivel de “quemado” que causaría su ruptura. Eso requiere de mucho “know how” y “know why”, que es lo que uno encuentra en un organismo extraordinario, que parte desde la ciencia muy básica y termina en la producción bajo licencia, como la CNEA.
Una falla de tamaño minúsculo en un elemento combustible hace que las pastillas cerámicas desprendan gases radioactivos, todos ellos productos de fisión, en el líquido refrigerante: básicamente kriptón, xenón, iodo y cesio. Una falla estructural siembra el circuito primario de pastillas y amenaza la las válvulas. Si ocurre eso último, hay que parar la central, dejar a oscuras a algunos millones de habitantes, encontrar y extraer el combustible averiado, devolverlo a fábrica para analizar qué pasó, limpiar de residuos el primario con robots o herramientas a telecomando, etc. Un desastre económico.
Ahora Ud. acaba de entender por qué hay sólo 4 potencias que dominan monopólicamente la fabricación de elementos combustibles para centrales, y los “parvenus” medianos como la Argentina son más tolerados que admirados.
Negociar de apuro no sirve
Y finalmente las grúas logran levantar la tapa de la Hualong-1 de Fuqing y la calzan con exactitud. La central estará poniéndose crítica en 2019.
¿Por qué estamos negociando tan mal con la CNNC? Según Aráoz, porque en mayo de 2018, tras demorar, atrasar, pisar, estorbar y entorpecer de todos los modos posibles el arranque de la que iba a ser Atucha III, una central CANDU que NA-SA podría hacer con los ojos cerrados y casi sin suministros importados, el mejor ministro de energía de la Shell decidió cancelarla.
Según lo acordado trabajosamente entre 2009 y 2015, los chinos nos ofrecían una CANDU como regalo (2% anual de interés, 85% de financiación, 70% de componentes “made in Argentina” en valor, 8 años de gracia para empezar a pagar)… pero sólo si les comprábamos la Hualong-1. ¿Por qué? Porque esta última quieren venderla “urbi et orbi”. Es un símbolo nacional. Es «un fierro de bandera». La traducción del nombre es, literalmente, “Dragón Chino”.
Pero no hay ningún dragón de estos en funcionamiento en ningún lugar del planeta. Por ello, hay un único país que se compró 4 unidades a ciegas (Pakistán), que no es un gran referente tecnológico y no da prestigio mundial. Las autoridades regulatorias del Reino Unido (que quizás compre la Hualong, o quizás no) están poniéndole “peros” desde hace dos años… Esos sí que negocian como chinos.
¿Por qué le interesamos tanto a la CNNC como para que nos quisieran regalar una central CANDU como carnada? Simple: somos el país más prestigioso en fierros nucleares en las Américas desde el Río Grande para el Sur. La intención de la CNNC es que seamos cabecera de playa de sus «Dragones Chinos», para así atajar a ROSATOM y sus centrales VVER, es decir a los rusos, que ya vendieron un reactor en Bolivia. O ganan Argentina, o pierden Sudamérica. Y lo saben. Nosotros mismos estuvimos a punto de comprarle una VVER a los rusos. No lo hicimos porque únicamente aceptan ventas “llave en mano”, y hasta exigen operar ellos la central. Inaceptable para un cliente orgulloso de sus 68 años de experiencia nuclear, como Argentina. Pero la VVER es tecnología probada. Los chinos desempataron con ese ofrecimiento inigualable, casi un «dos por uno». Si la VVER está muy probada, la CANDU es el 11% del mercado mundial desde principios de los ’60, y hablamos de 47 centrales tan revolucionariamente llenas de seguridad pasiva desde épocas en que ni siquiera existía ese término, que jamás protagonizaron accidentes mayores a meras pérdidas de refrigerante por juntas o caños rotos. En los dos casos (sucedieron en Canadá), la central se apagó sola, sin intervención humana: al elevarse la temperatura del moderador, la reacción nuclear se queda sin suficientes neutrones libres y lentos que la alimenten. ESO estaba en el diseño inicial y ESO es seguridad pasiva.
Para la CNEA, comprarle la Hualong-1 a la CNNC tenía sentido si antes nos regalaban la CANDU que Aranguren rechazó de puro patriota, “para no endeudar al país”, aunque la central se pagaba sola con su producto eléctrico, y todavía dejaba ganancia. ¿Cuál era la deuda? Entre el inicio de obras de la CANDU y el de la Hualong-1, que China pretendía fueran simultáneos, el gobierno anterior incluso había logrado forzar un período de 2 años, como para analizar los pliegos de la Hualong-1, este animal totalmente nuevo para nosotros y el mundo, disruptivo además de nuestra decisión independientista por el uranio natural, que mantenemos firme desde 1967. Dos años mínimamente para estudiar la seguridad de los millones de componentes, ponerles precio, estimar cuál sería la participación nacional en el SSS (Steam Supply System, componentes nucleares) y en la obra civil (hormigón y ladrillos), dividir los contratos de provisión de la central de los de provisión del combustible… y entonces recién sentarse con los chinos. El tiempo que hiciera falta.
Dos años alcanzaban muy apretadamente para todo eso. Siempre fue una tarea de al menos tres o cuatro años. Pero “Energía”, Ministerio o Secretaría, estuvo desde diciembre de 2015 a mayo de 2018 desbaratando el inicio de la CANDU y haciendo la plancha con la Hualong-1. No se avanzó nada, cero, un comino. La CNNC empezó a ponerse nerviosa.
Ahora los chinos, hartos de platónicas “cartas de intención” (ya se firmaron 6, pero de amor y contratos, ni hablar) se nos vienen al humo como Gengis Kan. Cuando aquí llegue el ingeniero y presidente Xi-Jinping para el G-20, se queda un par de días más en Argentina no para otra cosa que para volverse a Beijing con la Hualong-1 firmada en los términos que se le dé la gana, y que hoy no parece improbable que le imponga a nuestro propio ingeniero-presidente.
De modo que ahora estamos negociando contra la pared, caóticamente, apresuradamente, enloquecidamente, exactamente como habrían soñado los chinos si se hubieran siquiera permitido pensar que podíamos ser tan estúpidos.
Y acabamos de perder dos núcleos” de la antes 5ta, ahora 4ta central nuclear argentina, el primero y la recarga. Y no se firmaron las “addenda” de contrato para la transferencia de tecnología de los combustibles, de modo de mantener la discusión abierta en 2019, empezar a fabricarlos ya y tenerlos licenciados para su uso en cuanto se agoten el primer núcleo y su primera recarga. La opción es tenerlos fabricados en CONUAR y esperar tomando café mientras se dignan a venir los de la CNNC desde Yinbin o Baotou para decir que son buenos. O que no lo son, “y que sigamos participando”.
Y estos núcleos no son gratis. A término de vida útil, los núcleos que haya consumido la Hualong-1 valdrán 2 veces el precio de la central. Si la CNEA no interviene en las negociaciones por el combustible, vamos por mal camino.
Un minuto de partido, y primer gol chino.
Daniel E. Arias