Los argentinos tuvimos estos días una oportunidad para apreciar qué quiere decir la expresión «sinceridad brutal», que tantas veces aparece en la literatura.
El ministro de Economía, Nicolás Dujovne, en su disertación en el 50° aniversario de la Comisión Nacional de Valores dijo que el país entre este año y el próximo está haciendo un ajuste fiscal de casi tres puntos del Producto, y destacó que «Esto nunca se había hecho en Argentina sin que caiga el Gobierno, un ajuste fiscal de esta magnitud».
También afirmó que en 2019 el gasto bajará 10% en términos reales, y que el ajuste fiscal incluirá también suba de impuestos. «Todo el ajuste que hemos hecho hasta 2018 fue del lado del gasto. El ajuste fiscal del año próximo se hace mitad y mitad entre baja de gasto y suba de impuestos», dijo el ministro. Según Dujovne, «para converger a la meta fiscal que necesitamos no nos alcanzaba con el gasto. Hemos bajado 10% y el año que viene bajaremos otro 10% el gasto en términos reales».
«El gasto primario lo vamos a bajar cuatro puntos del PBI, de 24 puntos a 20 a fines del año próximo. Ya hemos bajado tres puntos el gasto primario, y el año que viene vamos a terminar en 20 puntos de gasto primario de la Administración Nacional», manifestó Dujovne.
Es posible que este arranque no haya sido bien recibido por los expertos en comunicación del gobierno. O tal vez sí. Lo que puede decirse es que refleja una sensación de políticos oficialistas y también opositores: Piensan que es extraño que la sociedad argentina, históricamente «contenciosa», los sectores perjudicados, no se hayan movilizado en forma más numerosa y con más furia de lo que lo han hecho.
Y sectores perjudicados son, en mayor o menor grado, casi todos. Salvo las entidades financieras, a las que este plan les permite ganancias altísimas -si pueden realizarlas, transformarlas en dólares, antes de otra escalada devaluatoria- y a algunos contratistas del Estado (a los que en cualquier gobierno les ha ido bien, siempre que mantuvieran buenas relaciones con el gobierno). Hoy, por los subsidios, esta categoría incluye a las petroleras.
Pero el resto, los trabajadores, los excluidos, las pymes, las grandes empresas, tienen motivos para quejarse. Hasta las explotaciones de soja del núcleo central, el sector más favorecido por este esquema, no está contento. Sus insumos están cada día más dolarizados, y la realidad -otro nombre del FMI- no le permite evitar las retenciones. Hasta les avisan que no van poder utilizar sus propias semillas sin pagarle a Bayer (Monsanto).
Pero esa sorpresa no expresada de funcionarios y políticos se funda en un error. Los pueblos no se rebelan -en las calles o en las elecciones- en forma automática ante un deterioro paulatino en sus ingresos o en sus condiciones de vida.
Cualquier lectura de la historia moderna muestra que lo hacen cuando el gobierno se debilita y pierde su autoridad, o cuando ven una alternativa que creen que puede ser mejor.
Sobre esto, Dujovne también expresó una opinión. En el terreno de la política afirmó «vamos a ganar las elecciones del año que viene, porque los pueblos no vuelven hacia atrás». Esta frase puede tener varios significados.
A. B. F.