El presidente Mauricio Macri no va a concurrir a la asunción a la presidencia de Brasil de Jair Bolsonaro. Tampoco, aparentemente, irá la vicepresidente Gabriela Michetti, que sí cumplió con la formalidad de representar a la Argentina en la asunción de López Obrador.
Por su lado, Bolsonaro, alegando atendibles razones de salud, tampoco vino a la reunión del G20, acompañando como estaba invitado al presidente en ejercicio, Michel Temer.
Estas dos ausencias han incentivado en las últimas horas las especulaciones en los medios sobre las relaciones entre Brasil y Argentina, y especialmente sobre el Mercosur. Que, más allá de los discursos convencionales, es un tema decisivo para nosotros: Brasil es nuestro cliente principal, aún por encima de China. Argentina también es un cliente importante para ellos. Tengamos presente que las industrias automotrices de ambos países están íntimamente imbricadas.
Sin dejar de tomar en cuenta esas señales diplomáticas, creemos que es necesario encarar el tema desde los objetivos que se plantean ambos gobiernos y las posibilidades que los consigan. Y también, fundamental, entender la concepción de la realidad global que ambos gobiernos tienen y determina sus proyectos.
En ese plano, no cabe duda que se puede considerar al actual presidente argentino como inscripto en el planteo globalista. Cree en el libre comercio, y más aún en el libre movimiento de capitales, y que la Argentina debe incorporarse, sin salvaguardias, a las instituciones de la globalización financiera que se ha fortalecido en los últimos 40 años en el Atlántico Norte. Su interés en el Mercosur pasa por la firma de un tratado de libre comercio con la Unión Europea, objetivo que ha planteado desde el mismo día que llegó al gobierno. (Y que, dicho sea de paso, parece cada día más lejano).
La ideología de Jair Bolsonaro no parece, en la superficie, diferente de la de Macri. Plantea, con más franqueza que el argentino, su compromiso con el discurso de la «revolución conservadora» de Reagan y Thatcher, que abrió las puertas a la presente etapa de la globalización financiera.
Pero… él está en otro marco. Su ascenso político se produce después del de Donald Trump. Y del auge de los nacionalismos europeos. Lo que el periodismo en su pasión por etiquetar, llama «populismos de derecha». Ya no es inevitable creer que los intereses nacionales deben ser encauzados por las instituciones y los mercados financieros.
Entonces, el gobierno encabezado por Bolsonaro elegirá que industrias proteger y cuáles dejará caer. O desnacionalizarse. Y querrá hacer convenios bilaterales con los países que entienda que le convienen a su proyecto para Brasil. En ese esquema, el Mercosur dejará de ser un mercado común y pasará a ser una unión aduanera (muy) imperfecta. Que es lo que los economistas liberales más ortodoxos han reclamado desde hace mucho tiempo.
Es posible, sin embargo, que el esquema Bolsonaro no sea demasiado ortodoxo. Eso lo sabremos recién a partir de enero.
En cualquier caso, su proyecto tendrá que vencer las limitaciones de los tratados que dieron origen al Mercosur. Más importante, dependerá que su política tenga éxito y se afirme en el poder. ¿Hace falta recordar que eso no está garantizado?