En la Unión Europea se ha lanzado una propuesta para que la investigación financiada con dinero público se publique a partir de 2020 únicamente en revistas y plataformas que permitan su acceso universal y gratuito.
El 26 de noviembre pasado un grupo de científicos se reunió en Londres para hacer público un documento que ellos califican de revolucionario: la guía de aplicación del Plan S. Con S de science (ciencia, en inglés).
Para entender su entusiasmo hay que ponerlo en contexto. La regla básica de la ciencia es que un estudio no se considera oficialmente válido hasta que es ratificado por otros investigadores y publicado en una revista científica. El plan S se sustenta sobre una idea muy simple: la investigación financiada con dinero público debería publicarse solamente en revistas y plataformas que permitan su acceso universal y gratuito. Tan lógico que parece una perogrullada. Y sin embargo, por ahora solo es una utopía que la comunidad científica lleva años persiguiendo pero que nunca alcanza.
El único modo de convertirla en realidad sería publicar todas las investigaciones en revistas de acceso abierto (open access, en inglés). Justo lo contrario de lo que sucede ahora, que los investigadores pelean por publicar en las revistas más prestigiosas (Nature, Science, PNAS, The Lancet), que son también las más caras. Como consecuencia, el acceso a la mayor parte del conocimiento científico que generamos está restringido a los que tienen dinero para pagarlo. La ciencia se mantiene confinada entre altos muros de pago. Que son los que el Plan S pretende derribar.
Claro que hay que ponerse en la piel de los científicos. Como exponía el premio Nobel Randy Schekman hace unos años, el mundo de la investigación está «desfigurado por unos incentivos inadecuados». «Los incentivos que se le ofrecen a mis compañeros no son unas primas descomunales sino las recompensas profesionales que conlleva el hecho de publicar en revistas de prestigio», se lamentaba Schekman.
Publicaciones, añadía, que se supone que son paradigma de calidad. Hasta tal punto llega la cosa que actualmente la valía de una investigación se mide por el factor de impacto -el número de veces que se citan los artículos- de la revista donde se publica. Solo de ese dato depende, por ejemplo, si un investigador accede a un puesto determinado o si recibe financiación para un proyecto.
En los once países que se han adherido al Plan S (Francia, Reino Unido, Irlanda, Finlandia, Noruega, Austria, Luxemburgo, Polonia, Suecia, Suiza y Eslovenia) este «criterio de calidad» desaparece a partir de enero de 2020. Porque desde ese instante se les impondrá publicar la investigación financiada con fondos públicos en revistas de acceso abierto. A la fuerza. Sin alternativa.
¿Radical? Conversando con Materia, Robert-Jan Smits, representante de la Comisión Europea para el Open Acces y «padre» del plan S, reconoce que lo es. Pero también dice que no le queda otra. La situación que se ha creado con el factor de impacto, ha llegado al extremo de que en ciencia «prácticamente ya no importa qué publicas sino dónde lo publicas». «Científicos y políticos llevan décadas hablando de que es urgente poner fin a este sistema, firmando declaraciones y manifiestos sin que nada cambie «. Nos remite a DORA, la Declaración de San Francisco sobre la Evaluación de la Investigación (2012). «Nos reunimos universidades, organismos públicos e instituciones y unánimemente decidimos que íbamos a olvidarnos para siempre del factor de impacto», recuerda. Pero todo quedó en nada.
Así que Smits y la Comisión Europea no están inventado nada nuevo. Solo tratan de cumplir un sueño que ronda la cabeza de los científicos desde hace años. Pasando de una vez por todas de las palabras a la acción. Imponiendo el open access, pero también que el copyright sea de los propios autores y las instituciones científicas, no de las editoriales. Todo ello de forma drástica porque «solo así se cambia un sistema tan consolidado como este». Esto significa que si se recibe financiación pública de algunas de las 18 organizaciones que se han adherido al plan (incluida la Unión Europea) «se debe publicar los resultados de la investigación en una revista de acceso abierto. La mayor parte de las organizaciones añadirán esa obligación en el contrato estándar que firman con los autores cuando reciben la financiación.
El padre del Plan S defiende que darle establecer este criterio no es tan complicado como intentan hacernos creer sus detractores. Analiza, para empezar, la cuestión económica. Algunas revistas open access sufragan sus gastos mediante cargos por procesamiento de artículos. ¿De dónde va a salir el dinero para pagarlo? «Tengo muy claro que hay suficiente dinero en el sistema, solo que en el sitio incorrecto», responde contundente Smits contundente. «Ahora el dinero está en las bibliotecas académicas, que gastan enormes sumas en suscribirse a revistas, pero podría cambiar de lugar si forzamos el open access».
Las cifras le dan la razón. Para dar una idea, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) de España -el equivalente a nuestro CONICET- gastó el año pasado más de 18 millones de euros en adquirir información científica. Y a nivel mundial, Smits calcula que se invierte el equivalente a 10.000 millones de euros al año en suscripciones a estas revistas, dinero de sobra para afrontar los gastos que supondría publicar en revistas que cobran derecho de publicación. «Se trata de dar el salto de pagar por leer a pagar por publicar», añade. «Pero es que, además, la mayoría de las revistas de acceso abierto tienen otros modelos de negocio en los que no cobran a los autores», puntualiza. Así que instaurando el nuevo sistema no se dilapidarán esos miles de millones.
¿Y la garantía de la calidad de los artículos a publicar? Smits también tiene respuesta para eso. De hecho, la prioridad es garantizarla. «Una de las reglas básicas del Plan S es que los investigadores deben publicar en revistas open access de alta calidad, no vale cualquiera». «Al final, ¿qué es lo realmente importante de una investigación?», pregunta Smits en voz alta. «Sin duda, el peer review, la revisión por pares. Es decir, que otros expertos lean tu publicación y digan: ‘Esto es válido'». Que coincide con uno de los principales requisitos para formar parte de la lista de más de 5.000 revistas open access de calidad que ya tienen identificadas.
Como la comunidad científica tiene un fuerte componente internacional, este proyecto es relevante también para los científicos argentinos. Pero si reproducimos esta nota, es para invitarlos a pensar qué implicaría su aplicación entre nosotros.