Un control de la Armada Argentina realizado este miércoles detectó una verdadera «ciudad nocturna» de barcos pesqueros extranjeros al límite de la milla 200, en la ubicación de uno de los caladeros más importantes hacia el sudoeste del Océano Atlántico. Es decir, la zona marítima más frecuentada por los buques pesqueros argentinos y de terceras banderas por su riqueza ictícola, dice la Armada en su comunicado.
La mayoría de los barcos detectados son los denominados “poteros” que se dedican a la pesca del calamar. Pero hay también langostineros («tangoneros») y merluceros («arrastreros»). Los que le pegan al calamar, mayormente Illex argentinus, lo atraen con baterías de luces muy brillantes a tiro de la superficie, donde lo esperan alambres erizados de puntas sumergidas que atraviesan fácilmente las caperuzas de estos animales. Cuando hay ya centenares de calamares enganchados, el alambre se enrolla a bordo y el calamar se desprende. La operación es automatizada.
Los tangoneros se llaman así porque, para capturar langostino, tienden sus redes hacia los costados del barco. Estas cuelgan de dos jarcias articuladas de gran resistencia, que se despliegan para la corrida de pesca, y cuyo nombre naval es «tangones». Los arrastreros derivan su nombre del despliegue por popa de redes de arrastre que pueden ser enormes. En muchos casos, llegan hasta el fondo (en la Plataforma argentina nunca está a más de 200 metros), de modo que capturan todo lo que hay en la columna de agua y destruyen en forma perdurable la fauna de fondo. Los arrastreros se dedican a la merluza porque se vende bien a España, que a su vez la revende al resto del mundo. Pero si tienen la fortuna de encontrar un banco de langostino, vacían la bodega, tirando centenares de toneladas de merluza muerta al mar para hacer lugar a una captura hasta 12 veces más valiosa.
Un barco potero emita tanta luz como un estadio en el que se juega un partido nocturno, de modo que se lo detecta a ojo y desde lejos. Esta situación se volvió habitual después de la derrota argentina en la Guerra de las Malvinas, cuando la administración británica tuvo por primera vez el coraje de recortar una «ZEE kelper» dentro del Mar Argentino, y vender licencias de pesca a flotas de todo el mundo. No hubo país pesquero que no acudiera al llamado, que volvió a los «islanders» los sudamericanos más ricos del mundo, ni capitán que se contentara con pescar en aguas kelpers. Las indiscutidamente argentinas tienen mucha pesca, y tan poca vigilancia… En 1983 y 1984, sin GPS y con mal tiempo, no era infrecuente que los pilotos nuevos de Aerolíneas confundieran la enorme mancha de luz de los centenares de poteros instalados en pleno Golfo de San Jorge con la ciudad de Comodoro Rivadavia.
Como las empresas piratas tienen agentes en las ciudades patagónicas con bases aeronavales o de la Prefectura Naval Argentina, no bien despega un avión vigía se da la noticia por radio: «Salió la gaviota» (los de la Prefectura Naval son blancos), o si parte una patrullera, «Salió el heladero» (los barcos de la PNA son blancos). «Grises» y «Blancos», es decir las autoridades de la Armada y la PNA, coinciden en que la flota pirata, mayormente asiática, de noche se mete hasta 50 millas dentro de la Zona Económica Exclusiva (ZEE) argentina, que empieza a 200 millas de la costa. Pero ante una alarma, tratan de refugiarse a tiempo en la milla 201, donde no están en infracción.
Y por desgracia ahí están a salvo, a espera de volver a intrusar la ZEE, cosa que hacen cada noche. El nuevo límite exterior de la Plataforma Continental Argentina, con el reconocimiento explícito de las Naciones Unidas, incorpora 1.700.000 kilómetros cuadrados. Pero los nuevos derechos otorgados por las Naciones Unidas se aplican a los recursos minerales y petroleros del talud y de la llanura abisal, no a los biológicos de la columna de agua, como se explica en las tres notas que AgendAR empezó a publicar aquí, Los Nuevos Territorios Argentinos.
La Armada realiza estos controles marítimos con un presupuesto escaso y ahora cuenta con un solo avión para estas tareas. Un avión Orión, de la Fuerza Aeronaval 3 con asiento en la Base Almirante Zar de Trelew. El otro con el que pueden realizar también controles se encuentra desde hace tiempo en reparación en los talleres de la provincia de Córdoba.
Como informa la nota de Carlos Guajardo, los vuelos de control de espacios marítimos se concretan contando con la información elaborada en base a datos de los sistemas de detección y de las fotos satelitales nocturnas capturadas sobre el Mar Argentino.
Con todo este caudal de información se llevan a cabo vuelos de control del mar que en verano dan inicio con la luz vespertina en una franja que abarca la ZEE y las áreas adyacentes al Mar Argentino donde se concentran diariamente entre 200 y 300 pesqueros. Pero en la recorrida del miércoles pasado se detectaron muchos más.
En el pasado buques de banderas orientales fueron detectados por barcos de Prefectura pescando en la Zona Económica Exclusiva. Como los pesqueros pirata suelen estar en un estado técnico calamitoso, carecen de valor de mercado. Eso hace que sus capitanes, ante el peligro de una captura, juicio, multa y decomisión prefieran trasbordar el único activo valioso a bordo (las artes de pesca) y la tripulación a otras naves de la misma empresa, y hundir la embarcación. Tampoco es infrecuente que un barco chino o taiwanés capturado se hunda solo y por acción del óxido en un puerto argentino, mientras se tramita el juicio. En algunas persecuciones dramáticas, algunos de los tripulantes de los pesqueros se arrojan al mar para ser rescatados. La pasan mejor como presos (por corto tiempo) en una cárcel argentina que como mano de obra semiesclava en un barco oriental. Es raro poder secuestrar un barco junto con su carga. Si se trata de langostino, el blanco más codiciado de los tangoneros, la carga suele valer dos o tres veces lo que el barco.
De todos modos, aún si equipamos como corresponde a la Armada Argentina, no podremos aprovechar los recursos de nuestro mar si no protegemos a los pesqueros argentinos. Como se explicó en Los buques pesqueros que se hunden. Y el patrimonio nacional que se abandona.