Antes de entrar a la interesante crónica de Carlos Burgueño, donde cuenta la «traición» de una gran entidad financiera global al gobierno de Mauricio Macri, corresponde aclarar algo: la fuga de capitales, o como la llaman con discreción en los registros del Banco Central, la «formación de activos externos del sector privado no financiero» ha sido una constante en la economía argentina desde hace muchas décadas.
Es el resultado, lamentable, de dos factores: la desvalorización de la moneda argentina y la ausencia de inversiones razonablemente seguras. Los que tienen patrimonios, grandes o pequeños, los miden en dólares. Y quieren conservarlos en dólares. Que los lleven al exterior o los guarden en cajas de seguridad, ya no hace diferencia. Están afuera del circuito productivo.
Pero esto, como dijimos, es parte del «paisaje» de la economía argentina. Lo que empezó hace un año, tiene las características de una avalancha. Que debilitó a este gobierno y se lo puede llevar puesto, junto con Cambiemos.
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«El miércoles 25 de abril de 2018 amaneció soleado en Buenos Aires. Sin mayores conflictos económicos o políticos en carpeta (el Gobierno aún se movía bajo el impulso de la victoria electoral de octubre 2017), la agenda periodística se concentraba en noticias algo banales. Competían por las primeras planas el nacimiento del tercer hijo del príncipe Guillermo y su esposa Kate Middleton; la polémica apertura de la 44ª Feria del Libro de Buenos Aires y el nuevo sistema electrónico para agilizar los trámites de migraciones. El Gobierno se concentraba en la posibilidad de lanzar una nueva reforma impositiva que incluyera una reducción del impuesto al cheque y comenzaba ya a murmurarse la posibilidad de acelerar el lanzamiento de la candidatura de Mauricio Macri para la reelección. La economía había crecido en el primer trimestre y como principal problema a resolver estaba la contabilidad de las pérdidas por la sequía que afectaba, fundamentalmente, a la zona sojera. En el terreno financiero, el dólar comenzaba a cerrar su tradicional siesta cambiaria de fines del primer trimestre, pero el Banco Central de Federico Sturzenegger no tenía problemas en controlar las operaciones colocando unos u$s 214 millones de las reservas para sostener la oferta de divisas.
En síntesis, todo era viento a favor para el Gobierno en general y Mauricio Macri en particular. Nada hacía prever que en horas todo cambiaría, y que “pasarían cosas” que modificarían radicalmente la suerte de Cambiemos en el poder.
A las 11:15, la mesa de dinero del Banco Central se conmovió. Había llegado una doble operación, de salida de las Lebac e inmediata compra de dólares, por un monto muy poco común. Casi escandaloso. Eran más de u$s 800 millones que pedían retirarse de la operación estrella del mercado financiero, con el objetivo de vender posiciones en pesos y salir del sistema financiero local. La sorpresa fue aún mayor cuando la conducción de la entidad supo quién era el interesado en abandonar el mercado de capitales argentino. La orden de venta de Lebac e inmediata compra de dólares era del JP Morgan, el banco de capitales internacional más cercano al Gobierno de Macri.
Si había una casa financiera mundial de primer nivel que se mostraba cercana y amistosa con el Gobierno, esa era el JP Morgan. La entidad norteamericana había sido lugar de trabajo de varios de los funcionarios más importantes del macrismo. Entre otros, habían pasado por sus oficinas Alfonso Prat Gay, Luis “Toto” Caputo y Vladimir Werning; todos hombres de responsabilidad máxima en diferentes etapas de los primeros tres años de gobierno de Mauricio Macri, quienes además mantuvieron relaciones de gestión con el banco durante su tarea en la función pública.
Había sido también un aliado estratégico fundamental en los primeros dos años de gestión de Cambiemos. Había abierto a mediados de 2015 una oficina en la Argentina, e intervenido en la operación más importante del Gobierno de Mauricio Macri: la colocación de los Bonos de la República Argentina al comienzo de la gestión Cambiemos para pagarles a los holdouts. En total, el JP Morgan había intervenido en colocaciones de deuda voluntaria por unos u$s 2.300 millones en el primer año de Macri en el poder, superando a otras casas como el Citigroup, Santander, BBVA y el Deustche Bank y el HSBC, todas entidades que, con mayor o menor presencia, siempre habían operado en el país y nunca habían abandonado la plaza local, aún en los tiempos de default y del kirchnerismo.
La buena relación se prolongó (e intensificó) durante todo 2017 y hasta marzo de 2018 el JP Morgan recomendaba a sus clientes en sus informes apostar a la Argentina. Incluso, en un trabajo entregado a las gerencias del banco en el mundo en la primera semana de abril de 2018 (ya con la novedad del alza de las tasas de interés de la Fed consolidada), recomendaba las posiciones en pesos a largo plazo emitidas por el Gobierno argentino y el Banco Central. Incluyendo las Lebac.
Ese 25 de abril el romance terminó. Y el sistema financiero tomó nota. Comenzaron a llegar órdenes masivas de venta de posiciones en Lebac de parte de “manos grandes” -como se denomina en las mesas de dinero criollas a los fondos de inversión extranjeros que mueven millones de dólares diarios.
El rumor que circuló en los bancos internacionales que más operaban Lebac era que los vendedores eran pocos. No más de tres. Y que la intención era desprenderse de toda la tenencia en ese título del Banco Central y comprar dólares rápidamente, cerrando el circuito del “carry trade”. El precio ofrecido a comienzos del día era de $ 20,50; casi un peso más arriba que la cotización de sólo un día antes, con lo que la convicción de las órdenes creaba aún más zozobra en los operadores argentinos. Mayor fue la sorpresa cuando se conoció, casi por un descuido de uno de los vendedores de los bonos ante una de las autoridades del Banco Central, que en el centro de las ventas estaba el banco norteamericano JP Morgan. Ese día comenzaba a desprenderse del títulos más simbólico del macrismo: las Lebac del BCRA, el instrumento por el cual, además, se sostenía la estabilidad cambiaria de la Argentina.
La crónica financiera del 25 de abril describía una “tormenta perfecta”. Coincidieron en una sola jornada todos los fantasmas adormecidos en algún costado de las pantallas de los principales operadores del país y el mundo: la suba de tasas de marzo en los Estados Unidos, el comienzo de la crisis comercial con China, el fantasma local de la indomable inflación y su batalla contra las tasas de interés en pesos, los pagos de fin de mes a importadores, el retraso de la liquidación sojera, el comienzo de la aplicación del impuesto a la renta financiera y su influencia en la ganancias de las Lebac, el debate eterno dentro del macrismo por la suba de las tarifas, la amenaza de nuevas alzas en los combustibles y la eventual falta de dólares por la sequía.
Los analistas ya cuestionaban públicamente los efectos de aquella fallida conferencia de prensa del 28-D (2017) en la que Marcos Peña en vivo y en directo le quitaba al BCRA a la vista de todo el país la responsabilidad de controlar la base monetaria y de fijar las metas para enfrentar el más importante problema de la economía argentina: la inflación. Desde aquella jornada poselectoral, Peña tomaba el control personal del manejo oficial de la economía argentina; una decisión que aún no había sido digerida por los mercados, y que generaba dudas sobre la verdadera convicción oficial de colocar el combate contra la inflación en el ranking máximo de prioridades oficiales.
Todo esto además de la pregunta que el Gobierno no contestaba: cómo conseguiría los más de u$s x15.000 millones que aún faltaban para garantizar el pago de la deuda durante el resto de 2018. Desde el Banco Central de Federico Sturzenegger y el entonces Ministerio de Finanzas de Luis “Toto” Caputo se sabía que habría en cualquier momento coletazos por la interacción de estos factores combinados. Y, en secreto, se sabía que había que estar preparado para eventuales alzas en la oferta de dólares. Había puentes sólidos con el sistema financiero, y cualquier operación extraña y que pudiera alterar la estabilidad cambiaria sería alertada a tiempo.
Inmediatamente después de avalada la venta de dólares al JP Morgan, hubo otras dos grandes operaciones que completaron la necesidad de ventas de divisas salidas de las reservas del BCRA por u$s 1.472 millones. Un número récord, que con las semanas sería superado.
Unas semanas después de aquel 25 de abril, el propio JP Morgan distribuía un lapidario informe a sus clientes vip. En él consideraba que la herramienta del BCRA para enfrentar la corrida (la suba de la tasa de interés) podría ser insuficiente antídoto ante la evidente fuga de capitales que se había iniciado; y revisaba para peor todos sus pronósticos para la economía argentina de 2018: 2,4% de crecimiento y 22% de inflación. Además adelantaba un dólar a 24 pesos a diciembre.
Visto lo sucedido al final del año los anticipos fueron hasta infantiles. Sin embargo, a comienzos de mayo (cuando se conoció el paper del banco) que haya sido el propio JP Morgan el que comenzaba a bajarle el pulgar al mercado de capitales argentino fue visto como una actitud desertora.
Lo cierto que ese día comenzaba el calvario cambiario y financiero que modificaría, para siempre, la suerte de Maurcio Macri en el poder».
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Esta historia que nos cuenta Burgueño es aleccionadora, si se entiende bien. El problema no es la decisión del JP Morgan, sino el endeudamiento, la irresponsable emisión de papelitos que deja al país vulnerable ante la decisión de los inversores financieros que en cualquier momento pueden cambiar de idea, por motivos que, en muchos casos, no tienen que ver con lo que puede estar pasando en el país.
Y la fuga de capitales, la «formación de activos externos…», continúa. En marzo se fueron u$s 1.771 millones. Menos que en marzo del año pasado -uno imagina al JP Morgan pensando en ese momento: si los locales se van ¿me voy a quedar yo?-, pero un 80% mayor a la de marzo 2017 y un 78% a la de marzo 2016.