La frase «20 años de negociaciones», que es un lugar común cuando se habla del proceso que culminó en el anuncio de ayer, induce a error: primero, y lo menos importante, es que pasaron 24 años, desde que en 1995 se iniciaron las tratativas. El factor fundamental, que no se debe dejar de tener presente, es que los países y gobiernos del Mercosur, los de la Unión Europea, y el mundo en general, han ido cambiando, y mucho, en ese lapso. De ahí las marchas y contramarchas del proceso.
Si no fuera así, el documento firmado ayer sería resultado de una negociación empezada por Carlos Menem y continuada por De la Rúa, Duhalde, los Kirchner, Macri… Sin hablar de los cambios, igualmente profundos, que hubo en los gobiernos de Brasil y del resto del Mercosur. Y también, por supuesto, en las políticas de la Unión Europea.
El comienzo del proyecto de un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la UE se produce en un mundo bien distinto al actual: el derrumbe de la Unión Soviética era reciente, y la imposición de la pax americana, a través de la expansión de la NATO, se veía como una realidad geopolítica irreversible. Francis Fukuyama escribía sobre El fin de la historia…
Más al punto, la formación de bloques comerciales continentales se veía como un desarrollo inevitable -todavía puede pensarse que en el largo plazo lo será- y lineal. Lo que evidentemente se demostró que no lo era. El Consenso de Washington era la receta para el desarrollo. La Unión Europea era el ejemplo a imitar, y el euro un experimento exitoso…
Esas ilusiones duraron poco. El economista Roberto Pons ofrece una mirada de los avatares de la idea de un TLC en la primera década de este siglo, cuando él estaba en el Departamento de Comercio y Negociaciones Internacionales de la Unión Industrial Argentina, U.I.A.:
«La Unión Europea volvió a proponer negociaciones cuando EE.UU. comenzó con la iniciativa que culminó con la negociación del ALCA. Luego el ritmo de avances y estancamiento se correspondía con lo que pasaba en la Organización Mundial del Comercio y con el ALCA. Este último proyecto se descarta, por la decisión conjunta de Kirchner, Lula y Chávez en 2005.
Hubo otra instancia definitoria en septiembre/octubre 2007, cuando el Mercosur, por presión de Brasil que entonces estaba más interesado en el tema que Argentina, envió una propuesta muy amplia, pero se la dejó caer. Desde ese entonces sólo hubo puros amagues.
La dificultad básica en todo ese tiempo fue que los europeos pretendían que se liberara el 92% del intercambio existente entre los dos bloques. Desde el punto de vista sudamericano, esa posición consolidaba la asimetría del comercio a favor de la UE: relajaba el Mercosur su protección industrial mientras Europa mantenía su alta protección agrícola y de los PAPs (productos agricolas procesados).
Los dos caramelos prometidos por la UE eran una posible cuota de exportación de etanol (800 mil tm) y una confusa mejora de la cuota Hilton«.
Pons finaliza preguntando: «¿Es casualidad que esto ocurra cuando EE.UU. endurece su posición de administración y protección del comercio?«.
Aparentemente, no. Deutsche Welle, la agencia de noticias alemana es bastante explícita cuando da la noticia del acuerdo alcanzado ayer: «Las conversaciones se intensificaron después que Donald Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos en una plataforma proteccionista. Eso obligó a la UE a interrumpir las conversaciones con los EE. UU. Y buscar en otros lugares para reforzar las asociaciones comerciales. La UE ha firmado recientemente acuerdos comerciales con Canadá, México y Japón«.
Esto lleva inevitablemente a otra pregunta que deben hacerse en la Casa Rosada y en Hacienda: ¿Que piensa el amigo norteamericano, el Donald, de este proyecto de acuerdo de libre comercio con la Unión Europea?
A. B. F.