(La 1° parte de esta nota de Daniel Arias sobre la situación de la pesca en el Mar Argentino está aquí)
Argentina, España, Canadá y la guerra del fletán
La única vez que un estado americano les puso límites a los españoles fue cuando Canadá salió con la Guardia Costera a cazar pesqueros gallegos en los bancos de Terranova. Y lo hizo más allá de sus 200 millas territoriales, es decir en aguas internacionales. Supuestamente, eso configura un acto de piratería. Pero con más de 50 violaciones españolas de la Zona Económica Exclusiva canadiense sólo en 1994, la cosa puede verse un poco distinta.
Los canadienses estaban fuera de derecho, pero también fuera de sí. Hasta 1993 habían tenido una política pesquera de “pasen y sírvanse” no muy distinta de la de Argentina, aunque sin el componente de facilitarles la logística a los españoles con el recurso de asentarse legalmente en la costa. En conclusión, la flota ilegal española asentada permanentemente en la milla 201 en 1994 había destruido hasta tal punto los stocks de bacalao e hipogloso (un lenguado de gran porte) que en 1995 las empresas artesanales canadienses estaban quebrando, 40.000 trabajadores habían perdido sus puestos y puertos pesqueros centenarios de Terranova se estaban volviendo ciudades fantasma.
Lo único que quedaba en los bajíos de Terranova era el fletán, un lenguado de fondo por el cual nadie había pagado jamás un dolca (dólar canadiense) hasta que desaparecieron las especies «top», arenques e hipoglosos. Y en 1995, los barcos arrastreros españoles empezaban a empujar también el fletán a la extinción. Desde 1993, el ministro de Océanos y Pesca canadiense, Brian Tobin, trataba de negociar con la UE para que se limitaran las prácticas abusivas de su miembro pesquero más impresentable, pero la UE suspiró y se encogió colectivamente de hombros.
Tobin pasó al plan B. El 9 de marzo de 1995 un par de guardacostas canadienses, el Cape Rogers y el Willem Grenfell, le dieron orden de alto al pesquero Estai, con base en Vigo. Como es habitual en estos casos, el Estai trató de fugarse. Siguió una persecución de horas, en la que el Estai desprendió sus redes para enredar las hélices de su seguidor inmediato, el Rogers, y éste contestó disparando por delante y sobre la proa del pesquero con su ametralladora calibre .50. El Estai se detuvo y fue abordado, mientras un puñado de buques españoles intentaba embestir al Rogers (otra práctica habitual), y el Grenfell lo defendía con sus cañones de agua.
El Estai volvió a la rastra y fue internado en el puerto de San Juan de Terranova, sus artes de pesca (a veces más valiosas que el barco en sí) fueron decomisadas y los 26 tripulantes detenidos. Al capitán se le inició juicio por una infracción también típica: dentro de la red de malla gruesa legal según las ordenanzas pesqueras internacionales acordadas por los países del Atlántico Norte, tenían el clásico “calcetín» para barrer con la pesca juvenil. Como sucede aquí con la merluza, la pesca de individuos en crecimiento destruye el stock biológico de cualquier especie durante los años siguientes, porque no hay adultos reproductivos.
Como la Armada Española mandó la patrullera Vigía, una patrullera en defensa de su flota, Canadá redobló la apuesta. Mientras liberaba a la tripulación del Estai y le aplicaba una fianza de 300.000 euros a la empresa dueña, Tobin mandó a capturar más pesqueros.
La tensión aumentó cuando España mandó las patrulleras Serviola y Centinela y el aviso Mahón a los bajíos de Terranova, y anunció que sus naves de combate impedirían todo nuevo apresamiento. Hubo nuevos intentos infructuosos de captura por parte de la Guardia Costera Canadiense, que no terminaron con tiros pero sí con mucho uso de cañones de agua. No son armas de fuego pero tampoco inofensivas: si te agarran en cubierta te tiran al mar o te rompen los huesos, y pueden reventar los vidrios blindados de cualquier timonera. La UE, a todo esto, emitió algunos gruñidos diplomáticos de reglamento, pero nada más. España, de pronto, estaba diplomáticamente sola.
La situación escaló hasta el 14 de abril de 1995, cuando el gobierno de Ottawa citó al embajador español y le hizo saber que la Guardia Costera salía a operar en masa, y que las patrulleras ibéricas serían atacadas si intentaban interferir. Mientras esta reunión tenía lugar, la Real Fuerza Aérea Canadiense hizo despegar a sus cazas F-18 con misiles antibuque bajo las alas, y estos se clavaron en sobrevuelos rugientes y rasantes sobre la pequeña flota militar española. Tampoco eso es muy bueno para los vidrios de las timoneras.
Durante unas horas, dos países miembros de la OTAN estuvieron a punto de trenzarse a tiros en ese episodio olvidado llamado «Guerra del Fletán». Al ministro de Defensa español, José Solanas, le cayó la ficha de que los años dorados se habían acabado y de que los canadienses, en parte obligados por el ánimo secesionista de la provincia de Quebec, tenían que hacer un show de federalismo explícito, y que no era imposible que abrieran fuego en serio.
Solanas mandó que los pesqueros gallegos y fragatas españolas se retiraran de la zona de conflicto y volvieran a puerto, del otro lado del Atlántico. España inició inmediatamente un reclamo ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que fue rechazado «in limine». Qué fama tendrán esas pesqueras, que fuera de Islandia, no hubo país en toda la UE que las defendiera, pese a que reclamaban con las leyes marinas a su favor.
En números, España pasó de extraer 40.000 toneladas/año de fletán desde Terranova a sólo 4.000 a fecha de hoy. Canadá pesca unas 10.000 toneladas/año, tratando de mantener el stock biológico de la especie. No hubo más casos de pesqueros gallegos que invadieran la ZEE canadiense, ni necesidad de la Guardia Costera de salir de la misma a pescar pescadores con calcetines. El pesquero Estai, regresado a puerto, se cambió de nombre, “ahora te llaman Margot”. Brian Tobin arrasó en las elecciones gubernativas de 1996 y salió como Primer Ministro de la provincia de Newfoundland, como llaman los locales a Terranova. En el referéndum de Quebec, los secesionistas perdieron, aunque apenas por 53.000 votos.
La economía malvinera, sin duda la más próspera de Sudamérica según PBI/cabeza de habitante, depende fundamentalmente de la venta de licencias de pesca a terceras naciones, y el 75% de las capturas las constituye una sola especie de calamar: el Illex argentinus, un nombre científico bastante definitorio. Casi todo el calamar que se pesca en Malvinas se vende a España, destino también de los peces de aleta.
Como argentino, no siento asombro alguno ante la amable exhortación del ex secretario de Relaciones Exteriores Roberto García Moritán a que las pesqueras españolas abandonen sus usos y costumbres. Alguna vez habrá que nacionalizar no sé si el Mar Argentino, pero sí nuestra cancillería.
Daniel E. Arias