El autor de esta fascinante nota, Alejandro Ciro Álvarez, profesor de Historia Económica (UBA y UNlaM), ex asesor de la Secretaría de Ciencia y Tecnología, ya es conocido por los lectores de AgendAR. Aquí destruye una de las teorías conspirativas conocidas, y de paso reconstruye la atmósfera de la vieja carrera espacial en los tiempos de la Guerra Fría.
«Los Estados Unidos emergieron de la Segunda Guerra Mundial como la potencia indiscutida. Militar, económica y científicamente se sentían muy superiores, especialmente frente a su nuevo contendiente por la supremacía política del mundo, la Unión Soviética. Tenían razones de sobra para sentir un orgullo nacional sin límite: habían contribuido de manera decisiva a la derrota del nazismo y casi en soledad derrotaron a Japón en el teatro de operaciones del Pacífico; allí demostraron al mundo su superioridad tecnológica al lograr hacerse con el control del poder del átomo y lo probaron lanzando la primera y la segunda (y únicas hasta ahora) bombas atómicas utilizadas contra población enemiga en una guerra.
Inmediatamente después de la rendición de la Alemania nazi, y pasados los primeros momentos de aparente concordia, los dos gigantes de la posguerra comenzaron con recelos, desacuerdos y enfrentamientos más o menos solapados. Los soviéticos cerraron completamente su zona de ocupación en Europa -la famosa «cortina de hierro»- y el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, anunció el 12 de marzo de 1947 la que se conoció como «Doctrina Truman» para contener y combatir la expansión de la influencia soviética en todo el mundo. Se popularizó a partir de entonces el uso del término «Guerra Fría» entre los columnistas de la época para describir esta disputa por la supremacía mundial sin llegar al enfrentamiento directo.
Pero la seguridad y el orgullo norteamericanos quedaron por el piso cuando el poder y la tecnología soviética les aplicaron un golpe terrible. El 4 de octubre de 1957 la URSS logró colocar en órbita el primer satélite artificial de la historia. La paranoia y la desesperación se apoderaron del público, los medios y los políticos estadounidenses. El cine, la televisión, los periódicos y la gente en general no hablaban de otra cosa. Todas las noches miraban al cielo buscando al Sputnik –literalmente, «compañero de viaje»– que se atrevía a sobrevolar, solitario y triunfante, el sagrado territorio de los Estados Unidos. Con su aspecto futurista, una esfera plateada con antenas, y su característica señal de radio que emitía sistemáticamente y podía ser captada por cualquier radioaficionado, el ánimo estadounidense estaba por el piso.
Un mes más tarde, sin tiempo para recuperarse del primer golpe, llegó el segundo. La URSS anunció el lanzamiento exitoso del Sputnik 2, con un agregado: llevaba a la perra Laika a bordo, el primer ser vivo terrestre en orbitar la Tierra. Recién tres meses más tarde fue puesto en órbita el satélite de prueba Vanguard por los estadounidenses. Jrushchov, premier de la URSS, lo ridiculizó comparándolo con un «pomelo». La carrera espacial ya formaba parte fundamental de la política, el prestigio y la estrategia de la Guerra Fría.
Estados Unidos reaccionó inyectando los fondos necesarios para alcanzar y superar a los soviéticos. En 1958, el presidente Dwight Eisenhower fundó la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio -NASA por sus siglas en inglés-, que comenzó a funcionar el 1 de octubre de ese año.
El honor y el prestigio estadounidenses no pudieron ser restaurados por un retraso de apenas 23 días. Ese tiempo les faltó para ganar la carrera por poner el primer hombre en órbita. En consecuencia, el 12 de abril de 1961, a bordo de la nave Vostok 1, el astronauta soviético Yuri Gagarin se convirtió en el primer ser humano en viajar al espacio. Recién el 5 de mayo de 1961, Estados Unidos envió a Alan Shepard en un vuelo suborbital a bordo de la cápsula Mercury Redstone 3, y Jrushchov volvió a reír calificándolo de mero «salto de pulga». La nave de Shepard alcanzó una altitud de 187 km, en un vuelo que duró 15 minutos, frente a los 357 km de altura máxima y la hora y 48 minutos de Gagarin.
Claramente, el marcador era muy malo para Estados Unidos. Estaban perdiendo. Pero quedaba el premio mayor, una última carta para restaurar el honor: ser los primeros en pisar la Luna. La carrera se volvió frenética: prácticamente todos los meses se conocía un nuevo logro soviético y casi al mismo tiempo un avance norteamericano. Los medios y la población del mundo seguían el tema con un interés, diríamos nosotros, «futbolístico». Los columnistas especulaban, los militares se alarmaban, y los niños –incluso los estadounidenses- soñaban con ser Gagarin.
Recién cuatro meses después del lanzamiento del Sputnik 1, Estados Unidos consiguió poner en órbita su primer satélite, el Explorer 1. Durante ese tiempo se habían producido varios lanzamientos fallidos, cuyos fracasos fueron ampliamente difundidos, de los cohetes Vanguard desde Cabo Cañaveral. Mientras en la carrera a la Luna ya la URSS llevaba una clara ventaja tras el éxito soviético de colocar el primer satélite en órbita, los estadounidenses centraron sus esfuerzos en enviar una sonda a la Luna. El programa «Pioneer» fue el primer intento.
A su vez, el programa soviético «Luna» empezó a funcionar con el lanzamiento de la «Luna 1» el 4 de enero de 1959, convirtiéndose en la primera sonda en llegar a la Luna. Además del programa «Pioneer», los estadounidenses, tenían el «Ranger», el «Lunar Orbiter» y el robótico «Surveyor», con el objetivo de buscar lugares de alunizaje para el Programa «Apolo», que apuntaba al mayor logro de la carrera espacial, el de más alto costo y mayor riesgo, con el cohete más grande y pesado jamás construido: llevar a una tripulación humana hasta la Luna.
El nuevo presidente, John Kennedy, y su vice Lyndon Johnson, buscaron un proyecto espacial que capturara la imaginación de la gente. El nuevo Programa «Apolo» reunía los requisitos y prometía vencer tanto las resistencias de quienes defendían gastar ese presupuesto en programas sociales como de aquellos que exigían orientarlo a un proyecto más claramente militar. Kennedy y Johnson consiguieron cambiar la opinión pública: hacia 1965, el 58 por ciento de los estadounidenses apoyaban el proyecto «Apolo», en contraste con el 33 por ciento de 1963.
Después de que Johnson se convirtiera en presidente, en 1963, el apoyo al programa no sólo continuó sino que se incrementó al ritmo de la información que indicaba que la URSS estaba también tras el premio mayor. Sin embargo, los soviéticos, a pesar de haber ya construido un módulo de alunizaje y seleccionado los cosmonautas para la misión a la superficie lunar, diversificaron su programa espacial que comenzó a tener un carácter cada vez más militar. Debido a esto, y a los sucesivos fracasos de lanzamiento del cohete N1 soviético en 1969, los planes para el alunizaje tripulado sufrieron primero varios retrasos y más tarde una postergación indefinida.
Las teorías conspirativas
Para unos cuantos autores y para mucha gente por todo el mundo, el alunizaje norteamericano, que tuvo lugar el 20 de julio de 1969 y que la televisión transmitió en vivo, fue un montaje cinematográfico. Numerosos especialistas y científicos reconocidos han gastado horas y horas explicando con argumentos y datos muy variados la veracidad del viaje a la Luna. Una gran cantidad de gente sigue dudando.
El argumento, al estilo de la serie «Expedientes X», que un todopoderoso gobierno de EEUU, amparado en las sombras y el secreto, conspira para fabricar u ocultar hechos, prevalece. La cultura popular, el cine, los videos de internet y hasta canales especializados en documentales reproducen esta visión conspirativa.
Pero cuando parecía ya una causa perdida convencerlos, la vieja URSS aparece demostrando la veracidad de la versión «yanqui». Los escépticos que la URSS desapareció. Pero hay un testigo «vivo», privilegiado, que desde la mismísima Luna nos confirma la realidad de los hechos.
El 10 de noviembre de 1970 la misión «Luna 17» de la URSS se puso en marcha y llevo al robot Lunojod 1 a la Luna. Fue el primer aparato automático que se controló a distancia fuera de la tierra, hecho que lo convierte en un logro histórico. El robot recorrió más de 10 km entre el 17 de noviembre de 1970 y el 14 de septiembre de 1971, permaneciendo operativo durante más de 300 días, transmitiendo a la Tierra más de 20.000 imágenes televisivas y 200 vistas panorámicas de una zona de más de 80.000 metros cuadrados. Finalmente, en octubre de 1971, el robot dejó de funcionar, debido al agotamiento de la pila isotópica de la calefacción del equipo de instrumentos, con el consiguiente congelamiento del mismo. Fue olvidado, y su ubicación, tras el caos administrativo al desaparecer la Unión Soviética, es desconocida. Una chatarra soviética más en el áspero suelo lunar.
Pero en 2010 el Lunojod 1 fue localizado por la sonda Lunar Reconnaissance Orbiter, que orbitaba la Luna mapeando su superficie. Esta información llego a oídos de Tom Murphy, profesor asociado de física de la Universidad de California en San Diego, y el 22 de abril él y su equipo, enviaron pulsos de luz láser desde el telescopio de 3.5 metros en el Observatorio de Apache Point en Nuevo México hacia la posición del recién encontrado robot soviético.
Según consta en el informe de la NASA, el doctor Tom Murphy señaló: «Rápidamente verificamos que la señal era real y descubrimos que era sorprendentemente brillante, al menos cinco veces más brillante que el otro reflector soviético, el del Lunokhod 2, al que habitualmente enviamos pulsos de láser. La mejor señal que hemos visto de Lunokhod 2 en varios años de esfuerzo es de 750 fotones de retorno, pero obtuvimos unos 2.000 fotones de Lunokhod 1 en nuestro primer intento. Tiene mucho que decir después de casi 40 años de silencio». En consecuencia, tenemos allí un robot soviético que responde a las comunicaciones, independientemente de quien la emita. Ya que, pobre, aun no sabe que sus creadores ya no existen, que la URSS ya no enviará más a nadie. Ningún aficionado a las conspiraciones puede decir que no existe o que está controlado por EEUU.
Pues bien, resulta que nuestro amigo en la Luna transmitió, entre sus muchas fotografías y videos, pruebas de la presencia norteamericana, lo cual fue recientemente confirmado por uno de los técnicos y operadores soviéticos -aún quedan cuatro con vida- del robot desde la tierra, Viacheslav Dovgán, que vio, desde su puesto de operador de Lunojod 1, las huellas de la presencia de astronautas estadounidenses en la Luna, donde aterrizaron, hace 50 años, el 20 de julio de 1969 en el marco de la misión Apolo 11.
Al panel del operador ruso llegaba un enorme flujo de información y de imágenes desde el Lunokhod 1. «¿Quién dijo que no estuvieron los estadounidenses en la Luna? […] Nosotros lo vimos todo. El país no lo vio, pero somos seis personas, cuatro de ellas están vivas, y nosotros lo vimos«, afirmó Dovgán a los medios rusos en noviembre de 2015. Paradójicamente, la extinta Unión Soviética es, 50 años más tarde, la fuente irrefutable de la llegada de los norteamericanos de la misión Apolo 11 a la Luna.
(Pequeña digresión: dos décadas después de la puesta en órbita de Lunojod, su diseñador, Alexander Zemurdzhian, colocó un robot para la limpieza de la azotea de Chernobyl, como se puede ver en la miniserie. Los altos niveles de radiación limitaron la efectividad del robot, mientras que Zemurdzhian sufrió quemaduras por radiación).
A 50 años de la misión Apolo 11, que llevó al primer hombre a la Luna, estamos viviendo un renacimiento del interés por el espacio y un renovado gasto de las grandes potencias en la carrera espacial. Parece que el amor por el espacio decae o crece al ritmo de las tensiones internacionales. Hoy vivimos un renovado clima de guerra fría, con más o menos los mismos actores y los mismos conflictos. Todo vuelve, y ahora Washington, a raíz del aniversario de la misión Apolo 11, promete enviar a una mujer a la Luna en 2024: la misión Artemisa, hermana gemela de Apolo. Mientras Israel intentó aterrizar en la Luna en abril pasado, pero la sonda Beresheet no lo logró, China se anotó un éxito muy especial al llevar su sonda robótica Chang’e-4 al lado oscuro de la Luna en enero pasado. A este selecto club pretende ingresar la India, que postergó hace pocos días el lanzamiento de su sonda lunar Chandrayaan-2, debido a un «problema técnico», su segunda misión a la Luna, con la que pretendía explorar el polo sur del satélite. El problema se detectó 56 minutos antes del lanzamiento. Evidentemente la Luna está de moda».