Ayer lunes 12, el día después de las PASO, todas las variables que toman en cuenta empresarios y economistas, y entre ellas algunas que los ciudadanos «de a pie» han aprendido a tomar en cuenta se dispararon en Argentina en forma muy negativa.
El precio del dólar, el dato que sirve como indicador del malestar o el temor de nuestros compatriotas, saltó un 23% en un solo día y quedó en $ 57,30. Durante la jornada llegó a venderse a $ 66 en algunos bancos (a clientes muy desesperados).
La tasa con que el Banco Central trató de moderar su precio aumentó a 74,782%. No tuvo éxito en eso, obvio. El interés que se cobró ayer por el «call money», préstamos a un día de plazo entre entidades bancaria, estuvo en un promedio del 86% anual. No hace falta preguntar cuál era el interés que debía pagar una empresa: nadie prestaba ayer.
El índice del «riesgo país» llegó a 1467 puntos, el valor más alto en 10 años, en medio de la crisis global de las hipotecas subprime.
Las acciones de las empresas argentinas cayeron un promedio del 59%, y los bonos emitidos por el Estado, un 20%. También en un día.
Por si faltaban malas noticias, ayer la economía de Brasil, el principal socio comercial de nuestro país, entró oficialmente en recesión.
Resulta necesario, en primer término, distinguir entre estos datos aquellos que representan la reacción a la suba eufórica que se registró este viernes de las acciones y bonos argentinos, aquí y en el exterior, sobre la que informamos aquí. Los mercados financieros y bursátiles habitualmente exageran su reacción -lo que se denomina «overshooting»- y era de esperar que sucediera, luego de una suba sin otros motivos que una encuesta en que se creyó porque se quería que fuera cierta.
La irresponsabilidad coyuntural y obvia del gobierno fue no haber decretado feriado cambiario y bursátil, mientras se preparaban las medidas aconsejables. Cualquiera con experiencia en bancos y mercados debía prever lo que iba a pasar.
Pero hay una irresponsabilidad más profunda, estratégica. Haber construido, por hechos y omisiones, una economía que depende de los préstamos del F.M.I. y del humor de los mercados financieros. En este caso, del temor.
¿Qué puede hacerse ahora? En nuestra opinión, no dejarse llevar por la histeria. El impacto sobre la inflación puede moderarse, pero el perjuicio que se ha causado a los patrimonios de las empresas y por ello al empleo de los argentinos, sólo se puede revertir en un plazo de muchos meses, con una política económica acertada que este gobierno no está en condiciones de implementar. El que viene podrá o no tener credibilidad, pero el actual la ha perdido por completo.
¿Por qué insistimos en la necesidad de los funcionarios de estar serenos ahora? Porque hay un peligro real e inmediato de algo que tendría consecuencias muy graves: la ruptura de la cadena de pagos. Los que ha vendido algún producto con componente importado, a un plazo de 30 días, o de una semana, y que deben reponerlo ¿cómo lo van a hacer, después que el dólar se disparó ayer? Y puede seguir así.
Si los distribuidores no pueden reponer su mercadería, la producción y el consumo se derrumban. En días, no en semanas ni meses. El equipo económico del gobierno, que habría sido citado ayer a las 11 de la mañana para una reunión de crisis, tendrá que levantarse más temprano para implementar las medidas que impidan la ruptura.
Es necesario además tener en claro algo: la disparada del dólar afecta en forma grave a los más vulnerables, por el salto inflacionario que implica, a las empresas endeudadas en dólares y al gobierno actual, que cargará con (más) bronca de la población. Pero no perjudica a un futuro gobierno: la carga financiera más urgente, la de la burbuja de las LELIQ, se va licuando con la devaluación, porque es una deuda en pesos.
Dos sucesivos ministros de Economía en el año 2002, los Dres. Remes Lesnicov y Lavagna, conocen bien este aspecto.
A. B. F.