Cuando se trata un tema decisivo para su país, un medio debe decir desde dónde se pronuncia. AgendAR sostiene que lo mejor para la Argentina -y también en particular para las fuerzas políticas hoy oficialistas u opositoras- es que el presidente actual, Mauricio Macri, traspase el mando el 10 de diciembre a quien resulte electo el 27 de octubre.
En Argentina vivimos en una democracia imperfecta -todas lo son, y las faltas de la nuestra son evidentes- pero esa imperfección es mejor que cualquier alternativa. Más: hoy no puede visualizarse ninguna opción realista que no lleve al caos y la anomia.
Puede decirse, y se ha hecho, que el acortamiento del mandato de un presidente, por renuncia, adelanto de elecciones, aún por un juicio político- no vulnera la institucionalidad si se respeta la constitución. Es cierto, pero una democracia, como cualquier forma de gobierno, es un contrato que necesita confianza ciudadana en la letra grande de la Constitución, no sus planes B.
Una de esas normas, una importante, es que los presidentes son elegidos con un mandato de duración prevista. En los 35 años y meses que lleva funcionando esta democracia esa norma se ha vulnerado unas cuantas veces, y por eso los argentinos no nos sorprende demasiado cuando eso recurre. En décadas anteriores, tampoco resultaba sorprendente que un mandato fuera interrumpido por un golpe militar: hasta se naturalizaron tales disrupciones en nuestra sociedad. Las consecuencias fueron lamentables.
Por eso, el respeto a la longitud estipulada del mandato presidencial es fundamental, especialmente para el futuro presidente y los que lo sucedan. Ese lapso hace a la previsibilidad de los gobiernos argentinos. A las «políticas de Estado», en las que hoy es habitual insistir.
Dicho esto, reconocemos que cabe la pregunta. Aunque la continuidad de una gestión presidencial «a término previsto» sea lo deseable ¿siempre es posible? En concreto ¿es previsible que este gobierno de Macri llegue hasta el 10 de diciembre de 2019?
La duda es válida más allá de la postura que se tenga sobre el el proyecto político que intentó este gobierno. Más allá aún del juicio que merezca su gestión de la economía, que no puede ser otro que «desastrosa». Todos los indicadores clínicos marcan deterioro: desempleo, pobreza, caída de la producción, ausencia del crédito, empresas que cierran, desvalorización de la moneda, … No hace falta admirar a la gestión del gobierno anterior para ver que el actual empeoró lo malo.
Decimos «más allá de esos juicios». No son la razón inmediata de la pregunta, ahora, este fin de semana, cuando concluye agosto. Se la puede reformular así: ¿puede el gobierno resistir otra semana como la que pasó? Fueron siete días de malas noticias en todos los frentes económicos, con los medios internacionales que lo habían aplaudido y hoy lo consideran fracasado, con los gobiernos amigos que lo ignoran -ya lo hace su último defensor regional, el presidente Jair Bolsonaro, en absoluto un abogado deseable- y con el sector social al que pertenece y que lo apoyó visceralmente, los empresarios, dándole la espalda o criticándolo de frente.
Obvio, esta pregunta no la puede responder un medio digital como AgendAR. Todo lo que podemos hacer es manifestar, y lo hacemos aquí, las razones para apoyar la continuidad. Sin dejar de tener en cuenta lo que se puede decir en contra: este gobierno ha provocado una catástrofe social, aumentó en forma desmedida la pobreza y la indigencia. No se puede pedir a quienes la han sufrido que aguanten más días de los que ya lo hicieron.
Pero tengamos también presente que un cambio de gobierno, un cambio de políticas, aunque sean las acertadas, no cambia de un día para otro la situación de los más vulnerables. Eso requiere meses en el mejor de los casos, y más probablemente años. Lo imprescindible, lo vital, lo necesario, son medidas de emergencia alimentaria para todos los niños. Solucionar esto desde el Estado ya aliviaría la situación económica de las familias. Y esto puede hacerse aún con la economía como está hoy. No requiere de divisas. Nadie se atreverá a oponerse. Sólo se necesitan decisión y ejecución.
Lo demás depende de las conductas de cada sector social, hasta de cada grupo de intereses. El gobierno todavía maneja la mayor concentración de poder: el Estado. Pero ha perdido autoridad sobre el resto. No se puede pedir, con realismo, que deje de hacer campaña para defenderse a sí mismo y a la parte de la Argentina que expresa o expresó hasta hace muy poco. No puede no luchar por esos intereses y valores simbólicos.
Pero lo mismo vale para la oposición, por supuesto. Aún más, porque ya debe plantearse la estrategia adecuada para el futuro más probable: ser el nuevo gobierno. Cuando Alberto Fernández critica al FMI, no es la situación actual lo que más debe preocuparlo, sino su futura negociación con el organismo, clave para su gobierno y para el país. No regalará su poca ventaja: su eventual gobierno será el deudor. Pero el Fondo, en violación de propias reglas escritas, fue el responsable parcial de la fase terminal de esta catástrofe.
Lo mismo vale para el reportaje que le hace el Wall Street Journal, uno de los voceros de los intereses financieros internacionales con los que deberá negociar. Con ellos ya empezó a hacerlo, en las primeros fintas, y de contragolpe. Les recuerda que este default no lo va a declarar el peronismo.
Para AgendAR lo que ha agravado la situación hasta límites insoportables no son los intereses encontrados. Coexisten, a veces a codazos, en todas las sociedades. Ha sido el ideologismo y la improvisación nada profesional con que este gobierno se movió siempre.
La política de endeudamiento externo que adoptó desde su primer día fue irresponsable. Se puede explicar desde la soberbia -alentada desde el exterior- según la cual a este presidente siempre le iban a tener confianza. Y también por los buenos negocios financieros que ese endeudamiento loco permitió y permite. Pero cuando en abril del año pasado se «pincha» la burbuja… la única medida importante fue recurrir a un nuevo y más severo prestamista, el FMI. Nada cambió en las políticas centrales.
Las medidas después de la derrota electoral del 11 de este mes fueron muestras gravísimas de improvisación: se anuncia un «reperfilamiento» de deuda que se va a enviar al Congreso, pero 96 horas después no esta listo el proyecto. Peor que la inepcia, el ideologismo cerrado. Belocopitt -no por cierto el empresario más apreciado de su clase- en algo tiene razón: defaultear en deudas nominadas en la propia moneda del país es un original argentino, un «first timer». Ningún gobierno ha sido tan imbécil como para hacer algo semejante. La resistencia a establecer medidas de control -el primer y mínimo paso se toma recién ayer- es comprensible sólo desde la ceguera ideológica. Para el macrismo esto es un trago de veneno, la receta del enemigo.
El problema argentino, el de siempre, es la escasez de las divisas que la Argentina necesita para su industria y para una gran parte de lo que todavía hoy produce y/o consume su población. El gobierno debe encararlo, o la catástrofe se lo llevará puesto.
A. B. F.