“En una situación de expectación constante… el sistema nervioso central revienta y uno no sabe qué esperar ni cómo organizarse”. No son palabras de algún economista pensando en la angustiante realidad actual sino las del psicólogo de la UBA Martín Etchevers, secretario de Investigaciones de la Facultad de Psicología de la UBA y profesor titular regular de la materia “Clínica Psicológica y psicoterapias: psicoterapias, emergencia e Interconsultas”, en referencia a los pacientes que sufren un tipo de estrés muy común, llamado “trauma de tipo II”.
O sea, el “Rodrigazo”, los cambios de moneda, las hiperinflaciones, las expectativas que se demuestran sin base como el uno a uno (la convertibilidad), los corralitos, cepos y otras estrategias para la restricción cambiaria; los intereses de la deuda, la psicótica relación con el FMI; las tasas, patacones, lebacs, leliqs, el blue… en fin, la imagen ilusoria de una Argentina pujante. Y, frente al espejo, la de un país que parece eternamente perdedor.
¿Cuál es el diagnóstico para este enfermo? “En primer lugar, conviene entender qué es una crisis. La idea general ante el concepto de crisis es la de la dificultad, riesgo o peligro, pero en la acepción tradicional del término, crisis es un evento crucial significativo y determinante, como en esas novelas románticas en las que se decía que ‘el paciente pasa la noche o muere’. O sea que en la crisis se define algo: se toma un camino u otro, pero de algún modo se resuelve”.
La Argentina (y en consecuencia, los argentinos) no estarían padeciendo ese cuadro, y por eso tampoco podría hablarse de una trauma o estrés del tipo I, comparó Etchevers: “El trauma de tipo I es un concepto de la medicina, puntualmente de la traumatología, que se refiere a un golpe, o sea, a la perforación de cierta barrera, lo que produce distintos efectos, pero tiene una duración específica, acotada en el tiempo”.
En cierto momento -dijo el psicólogo- la medicina empezó a tomar en cuenta traumas de menor intensidad pero sostenidos en el tiempo, “como los que los del personal de enfermería o los rescatistas, o mismo los periodistas, que están en constante alerta. No hay un episodio puntual, pero reciben dosis de estrés a lo largo del tiempo. Acá se dan los casos de trauma de tipo II”.
Cualquier semejanza con la realidad no es pura coincidencia: “En esos casos, la sensación es similar al estrés continuo o de amenaza, con niveles de alarma altos, sin estar asociados a un fenómeno en particular. Se suma la expectativa de que algo va a salir mal y no sabemos qué”.
De ahí a Guatepeor hay solo un paso, ya que todo se traduce en una “pérdida del sentimiento de la continuidad del ser, la confianza en la existencia, en uno mismo… o sea, dificultades en la identidad, una crisis interna, de valores… todas cuestiones que pueden producir un desgaste físico muy importante, con síntomas al nivel del sueño, aumento de la irritabilidad a nivel mental o cognitivo, predomino de ideas negativas sobre uno mismo y el contexto, y sobre el futuro”.
Los mecanismos de defensa posibles son la internalización y la externalización: «El primero es un autorreproche sobre lo ocurrido. Como en los accidentes de autos, cuando la persona no fue responsable del accidente pero dice ‘si hubiera tomado tal calle, no habría ocurrido’. Son intentos de tener algún gobierno sobre lo que ocurrió, tomar control interno sobre los agentes externos. Es una respuesta negativa, desde ya”. La externalización, aclaró, ocurre cuando se culpa a los demás, «y no es mucho mejor».
Ante el malestar, también hay quienes incrementan los “factores de riesgo” y quienes aumentan, en cambio, los “factores protectores”. Los primeros son “calmantes físico químicos… algunos hacen bien, como la sexualidad, pero factores de riesgo como el alcohol, las drogas ilegales o incrementar un aumento de respuestas agresivas para la autorregulación del malestar no sólo no producen una disminución de la sintomatología sino que la mantienen o empeoran. Son soluciones equivocadas”.
En cambio, los factores protectores “implican comprender la situación en la que uno está y tener una visión más benévola, más comprensiva, sin exigirse más de lo que se puede dar. Esto puede traducirse en interactuar más: mantener las redes de apoyo, como el grupo de amistades, colegas, familiares, en niveles más altos. O ayudar a otros. Se sabe que las acciones altruistas hacen bien frente al malestar”.
Por fin, en esta incierta transición parece imponerse el clásico “ha muerto el rey, muerte al rey”. Según Etchevers, «es para evitar la sensación de orfandad», de modo de garantizar las instituciones y todo el sistema. Y concluyó: «Mientras un grupo dice ‘todavía no ganamos’, el otro sugiere ‘todavía podemos ganar’. Es una situación irresuelta. En el medio estamos huérfanos”.
Debemos decir que en AgendAR no compartimos por completo el diagnostico. Pero la receta «tener una visión más benévola, más comprensiva, sin exigirse más de lo que se puede dar … ayudar a otros», nos parece muy acertada.