El Presidente de Toyota Argentina, Daniel Herrero, y el Presidente de YPF, Miguel Gutiérrez, han informado que, como parte de un acuerdo marco entre ambas empresas, la automotriz comenzará a utilizar dentro de un año y medio en su planta de Zárate con energía renovable producida por YPF LUZ.
No es una decisión menor: esa planta de Toyota en la provincia de Buenos Aires en el año 2017 representó el 26% de la producción y el 41% de las exportaciones de la industria automotriz argentina.
El convenio entre YPF LUZ y Toyota responde, afirma la empresa, a las iniciativas de sustentabilidad y cuidado del medio ambiente de la empresa japonesa en su planta de Zárate, que el año pasado superó las 125.000 unidades y este año apunta a conseguir un nuevo record de producción por encima de las 140.000 unidades. Un informe oficial señala que el contrato de provisión de energía renovable tiene una duración de 10 años, con una primera etapa en la que Toyota sustentará su producción con un 25% de energía renovable, y una segunda etapa a partir de 2020 en la que el 100% de sus necesidades energéticas, equivalente a 76mil MWh/año, provendrán de fuentes renovables.
YPF Luz proveerá la energía desde el Parque Eólico Manantiales Behr de 100MW de potencia, que se inaugurará próximamente en Chubut y del Parque Eólico Los Teros, de 122 MW de potencia ubicado en la localidad de Azul, cuya inauguración se espera a fines de 2019. YPF Luz se focaliza en proveer a clientes industriales como Toyota soluciones de energía confiables, eficientes y sustentables, con esquemas que se adaptan a sus necesidades.
Ahora, en AgendAR valoramos a Toyota como una industria automotriz que produce vehículos de alta calidad y que desarrolla innovación tecnológica, y a YPF Luz como una iniciativa encomiable de la petrolera estatal. Pero … tenemos que señalar estos números de energía «limpia» y renovable son una ficción contable.
En una matriz eléctrica como la Argentina, dominada por el gas natural y los combustibles líquidos en un 70%, Toyota a lo sumo le estará pagando exclusivamente a YPF Luz el equivalente de su consumo de electricidad. Como los electrones circulantes en la red del Sistema Nacional de Interconexión (SADI) no vienen marcados por origen técnico ni por la denominación comercial de la firma que los inyectó a la red, provendrán mayormente de centrales térmicas. Quien tiene la propiedad transitoria de esa electricidad en tránsito es CAMMESA, la firma despachante de cargas.
Ninguna planta industrial, por más capacidad ociosa que tenga, puede darse el lujo de quedar en apagón cuando no hay viento en los parques de YPF LUZ -o de cualquier otro dueño de parques eólicos. Aunque estos estén situados en lugares privilegiados por la persistencia y calidad de sus vientos, tienen un límite fijado por la geografía: en los mejores lugares de la Patagonia (Pico Truncado, en Santa Cruz, por dar un ejemplo), hay viento de características aprovechables (normalmente entre 3 y 14 metros/segundo) el 51% del año.
Para ubicaciones continentales, Pico Truncado es una cifra tope, impresionante, sólo superable en parques «off-shore». Pero también significa que el 49% del año el viento es demasiado flojo o demasiado violento y no se puede explotar. Añádase a este «downtime», o tiempo de desconexión, otros dos igualmente inevitables: las paradas programadas por mantenimiento, y las no programadas por reparaciones. La disponibilidad real en sitios tan ventosos como Comodoro Rivadavia entonces se va acercando a un 30%, que de todos modos es muy alto. Pero eso implica un «downtime» del 70% respecto de la demanda, y de algún modo hay que llenarlo. Y además, hacerlo en tiempo real.
Fuera de la hidroelectricidad, la combustión de biomasa, el calor geotérmico y en menor medida las corrientes de marea, los recursos renovables más desarrollados (el fotovoltaico y el eólico) son intermitentes por naturaleza, pero predecibles en el largo plazo. Su «downtime» es inherente a la fuente de energía primaria de cada uno: se sabe, no hay sol de noche, y en temporadas o regiones lluviosas, su potencia varía mucho. Pero el eólico, además de intermitente, es inherentemente impredecible en el corto plazo.
Los veranos patagónicos son predeciblemente más ventosos que los otoños, para la planificación a largo plazo, pero en la escala de tiempo que vale para un consumidor como Toyota -o la industria que sea- es difícil saber si va a haber viento de calidad en los 5 minutos siguientes. Puede plancharse, pero también dispararse de modo instantáneo en segundos a velocidades que obligan a la máquina a aplicar los frenos y plantas las palas «en bandera», para no embalarse. El lado oscuro del viento patagónico no es su persistencia o velocidad, sino su carácter arrachado.
De modo que en la realidad técnica, Toyota estará comprando electricidad de origen térmico en su 64%, hidráulico en su 29% y nuclear en su 2%, con un 2% real de renovables mayormente eólicas y fotovoltaicas, con «alguito» de biomasa, según datos de CAMMESA de 2018 sobre los orígenes de la potencia entregada al sistema. Que, como se ve, es distinta de la potencia instalada, porque lo que decide la producción real es la disponibilidad del recurso.
Es probable que en 2019 el componente renovable del despacho de CAMMESA se haya duplicado, lo que en la realidad no cambia mucho las cosas desde el punto de vista de la emisión de carbono. Eso es más o menos lo que hay en canasta en la Argentina: mucha oferta térmica. Y eso es forzosamente lo que gasta el usuario, sea domiciliario o mayorista industrial. Otra cosa sería si tuviéramos la matriz eléctrica de Francia, con un 75% de energía nuclear, o la de Suecia, con un 40% de hidráulica, otro 40% de nuclear y el resto, renovables.
A diferencia de los consumidores argentinos de a pie, Toyota -u otros grandes usuarios institucionales- puede pagarle -vía CAMMESA- exclusivamente a YPF LUZ. Como todos los propietarios de parques renovables surgidos del programa RenovAR, YPF LUZ vende su producción a precio subsidiado, más alto que la obtenida por los dueños de centrales de gas de ciclos combinados, o que NA-SA, propietaria y operadora de las 3 centrales nucleares argentinas. Bienvenida a las «feed-in tariffs», Argentina.
Es más, YPF LUZ tendrá prioridad de despacho garantizada: si la demanda eléctrica afloja tal día a tal hora, vende el 100% de su producción y la cobra enteramente, aunque CAMMESA desconecte (y se queden sin cobrar) oferentes más baratos. En cambio si la demanda está rampante pero hay ofertas «spot» térmicas, hidráulicas o nucleares más baratas que la eólica, obviamente también vende el 100% de su producción, siempre a su tarifa alta prefijada e invariable.
¿Y qué pasa si YPF LUZ se quedó sin viento en los 2 parques que proveerán a Toyota pero la demanda sigue alta? En ese caso no vende, pero salen a cubrir el bache de demanda regional o nacional las centrales mayormente térmicas «en parada caliente». Estas centrales están quemando combustible pero «off line», desconectadas del sistema. No suena muy ecológico, porque se emite dióxido de carbono y otros gases invernadero. Tampoco es muy buen negocio para CAMMESA o para el país, porque se desperdicia gas -que aquí no sobra, al punto que vivimos importándolo, o explotándolo crecientemente por «fracking»-. Son los lados oscuros de la energía eólica en nuestro país.
¿Son inevitables? Sí, como la muerte y los impuestos, al decir de Benjamin Franklin. O «El que quiere verde, que le cueste», para ser más locales. Si no existieran las «feed in tariffs» y el llamado «respaldo caliente» para garantizar respectivamente la rentabilidad y la provisión, librados a un recurso intermitente y además impredecible como el viento, los usuarios de las ecorregiones con mayor instalación eólica tendrían grandes fluctuaciones instantáneas de voltaje, por déficit o por exceso, y pasarían la vida entre «brown outs», apagones y luz que regresa de pronto. Pésimo para los motores eléctricos como los de las heladeras. Sin embargo, para ser justos, es un panorama que los usarios argentinos conocen desde mucho antes de que existiera RenovAR. Lo que es ilusorio es que RenovAR pueda remediarlo. Si el país no se hubiera empezado a fundir en 2018, con la aversión que las recesiones y los défaults generan en los inversores mundiales, seguramente iríamos camino de un exceso de instalación intermitente.
Esto es igual en casi todos los países. Quienes venden electricidad «de base», la más barata y la que hace funcionar 24x7x365 a la industria, los servicios, el transporte, la iluminación y el consumo, financian en parte a los que fabrican electricidad «de punta», la que cubre a mayor precio los picos instantáneos de demanda, y ahí suelen estar -entre otras oferentes- las fuentes renovables. La paradoja del respaldo caliente es que la sobreinstalación de intermitentes hace de algunos países -Alemania es un caso clarísimo- peores emisores de carbono.
Las «feed-in tariffs» han sido el tractor que ha hecho crecer a la industria eólica y la fotovoltaica a doble dígito anual durante los últimos 40 años, y este crecimiento en escala de fabricación, amén de una seguidilla constante de mejoras en ciencia de materiales, técnicas de construcción y eficiencia en conversión, ha bajado los precios del megavatio instalado en hasta un 80% en menos de una década.
Pero el sol y el viento -aunque no cuestan nada- siguen siendo intermitentes, como siempre, y el viento, además, resulta impredecible en el tiempo real. Por eso conviene no confundir capacidad renovable instalada con producción anual real, confusión habitual y no muy inocente en las gacetillas de la Secretaría de Energía y las empresas.
Lo que empeora todo es que esto es Argentina, donde antes de RenovAR ya había 3 fabricantes de turbinas eólicas de tamaño industrial (IMPSA, NRG e INVAP) tratando de ingresar masivamente al negocio. En la considerable ola de instalación de parques generada en sus dos primeros años por el citado programa, quedaron todos los productores argentinos eólicos afuera. Esto es llamativo en el caso de empresas nacionales que, como YPF, deberían ayudar al desarrollo tecnológico nacional y a la creación de trabajo calificado en Argentina. No ha sido el caso en absoluto.
Los parques de YPF LUZ como el de Manantiales Behr, en están equipados con turbinas danesas Vestas de 3,3 MW por pieza. Son excelentes. Y la industria y los trabajadores daneses, muy agradecidos.
Pero si uno se va a Ceará, un estado nordestino pobre de Brasil, comprueba que Vestas se vio obligada a poner allí una fábrica que abastece de máquinas a 7 grandes parques eólicos sobre la costa atlántica, genera 24.400 empleos directos y está creando una cadena local de centenares de PyMES proveedoras de repuestos y servicios. Eso sucede en una zona que antes era un desierto en términos industriales. Es obvio que si aceptó esas condiciones, en lugar de irse de la mesa de negociación con un portazo, es porque el negocio a Vestas le cierra bien. ¿Se entiende la ENORME diferencia con nuestro caso?
Las turbinas, lejos de ser máquinas sencillas, son exquisitamente complejas. Más allá de las palas, que son gigantescas pero requieren de fabricación artesanal, sus góndolas encierran en el orden de 10.000 o más componentes electrónicos, electromecánicos e informáticos, y aquí todo eso viene del exterior. Algunos importadores consienten en comprar aquí «el componente bobo», es decir la torre de acero, que con una altura regularmente mayor a 110 metros es una pesadilla para su transporte de ultramar. Menos mal. Eso le permitió a algunas metalúrgicas argentinas entrar al negocio.
Con la caída del peso a principios de 2018, la gigante danesa Vestas, tradicional líder del mercado mundial, empezó una armaduría de góndolas en Campana, provincia de Buenos Aires, a cargo de Newsan, tradicional firma de electrodomésticos. Es una tarea intensiva en trabajo calificado, y las horas/hombre argentinas pasaron de pronto de baratas a muy baratas.
Por eso mismo, la hispanogermana Nordex hoy tiene otra planta en las instalaciones de la Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA) en Córdoba; pero es obvio que las decenas de miles de piezas -en general muy sofisticadas- vienen de afuera. Lo que no es obvio es que FAdeA es un fabricante aeronáutico con casi 100 años, y que trabaja desde 2009 con materiales compuestos (fibras aramídicas embebidas en resinas) como aviopartista del transporte militar KC-390 de EMBRAER. Con tales antecedentes, uno pensaría que Nordex aquí estaría fabricando el componente más caro e intensivo en mano de obra, las palas de la hélice. Pero no ha sido el caso. Armaduría de la góndola, nomás.
Con el peso en picada libre, puede ser que este esquema varíe un poco en beneficio de la industria y el trabajo argentinos, pero por ahora no ha sucedido y el marco legal creado en 2016 para las renovables apunta exactamente en la dirección contraria, la de la libre importación. Por ello, el empleo calificado generado en el país por RenovAR es mínimo, del orden de centenares de puestos. Pero eso sí, en Dinamarca, EEUU, España, Alemania y próximamente China, está creando miles.
RenovAR le sale y saldrá carísimo al país no sólo porque su base macroeconómica es un disparate de importación casi enteramente libre de tasas a cambio de muy poco empleo, sino porque el precio licitado del MW/hora ante el estado por los oferentes beneficiados por este programa se mantendrá fijo 20 años, aunque la mejora tecnológica siga haciendo bajar el precio mundial de las máquinas. 20 años son lo que suele durar un parque eólico, si está bien mantenido. Ese precio fijo aquí tiene fuerza legal, está apalancado por un fondo pagador garante estatal, llamado FODER, y en caso de que CAMMESA y el propio FODER, por quiebra del estado, no logren pagar, el litigio tramita en el exterior.
Futuro trabajo para los sucesores del juez Thomas Griesa, si las cosas salen mal.