Hay un temor -expresado en forma abierta o no- común a todos los que tenemos más de 30 años. Y a unos cuantos de los sub30. Es al avance de la tecnología, que puede reemplazar nuestro trabajo; y algo menos dramático, que nos cambia nuestras costumbres, aunque no queramos ¿Quién escribe y recibe cartas en papel, por ejemplo?
Pero ese avance no es incontenible. Los consumidores no somos autómatas empujados por la propaganda. Y los emprendedores con imaginación encuentran formas de mantener nichos, aprovechando ventajas no obvias, la nostalgia o también el snobismo. Los discos de vinilo son un ejemplo, pero hay otros.
Fíjense estos: a fines de los 90 alquilar una película, imprimir una foto y comprar un disco, era actividades de casi todos (y todas). Pero, con la llegada de Internet, el panorama se fue tornando cada vez más gris para estos grandes rubros. Las plataformas on demand y la posibilidad de ofrecerle a sus usuarios lo que ellos quieran, de la manera en que prefieran y a la hora del día en que puedan, revolucionó la forma de consumir el entretenimiento en la última década.
Sin embargo y a pesar de que muchos locales han tenido que cerrar por la caída de la demanda, todavía hay quienes le dan pelea a la era digital y supieron adaptarse a un nuevo público.
En su época dorada New Planet competía con BlockBuster, la franquicia líder de videoclubes. Ubicada en Córdoba y Mario Bravo, tenía más de 20.000 películas de alquiler, un local de 280 m2 y 14 empleados. Como dice su dueño, Adrián Solares, «era un mundo de gente». Cuenta que incluso los domingos a las once de la mañana, el día que le tocaba abrir su negocio, lo esperaba en la puerta una fila de más de 15 personas ansiosas por entrar. Pero de eso ya pasaron más de ocho años, cuando en la televisión no había tanta oferta de películas y, lo más parecido al contenido on demand, era un videoclub.
New Planet nació en 1995 por la fascinación de su dueño por el mundo del cine. El negocio fue creciendo y, dos años después, fundó Los Unos y los Otros, local destinado a la venta de películas. Ambos comercios funcionaron en simultáneo durante varios años, hasta que la caída de la demanda provocó el cierre de New Planet en agosto de 2011.
Sin embargo, Los Unos y los Otros se mantiene firme con la venta de DVD. Lo que les permitió continuar con el negocio fue ofrecer una amplia gama de géneros y directores y, si el cliente no encuentra la película que busca, intentan conseguirla a toda costa. Para su dueño, hoy su cliente promedio es un coleccionista o fanático del cine, de entre 30 y 40 años. «Tenemos gente que compra terror y compra terror clase B, cosas rarísimas. Hay quienes buscan películas que no tienen subtítulos, otras que quieren solo películas habladas en castellano así que las tenemos que traer de México. Hay gente que busca películas de un actor y compra todas en las que aparece aunque esté solo un minuto. Pero es chiquito el mercado y se va achicando», agrega el dueño del comercio.
Para Daniel Parise, presidente de SBP Transeuropa, el negocio pasó de ser de un mercado masivo a uno de nicho. «Es para decir yo tengo esto, esta película es mía y me representa. Una videoteca habla de vos, de tu gusto, de cómo sos. Porque también te forma. Por eso se fue convirtiendo en un negocio de nicho», agrega.
En Academo, sobre Riobamba al 300, Fabián Alejandro Guido continúa alquilando sus películas a los socios antiguos por $30. En su mejor momento, llegó a tener 2000 socios activos. Pero año tras año fueron disminuyendo y hoy quedan 100 clientes que se pasan ocasionalmente y unos 20 los que siguen yendo al videoclub todas las semanas. «La gente dejó de alquilar porque tienen cable, tienen Netflix, y como que le cuesta venir hasta acá. Antes era algo familiar, era una salida. Ahora eso no se da más. Tienen todo al alcance de la mano», añade Guido.
Aunque los videoclubes no desaparecieron, cada vez son más difíciles de encontrar. Según la única editora de películas en DVD y Blu Ray del país, SBP Transeuropa, hoy trabajan con un estimado de 70 u 80 locales, aunque creen que la cifra total en el país debe rondar en unos 200. Una cifra ínfima comparada con los 10.000 comercios que hubo en el país en el auge de los ’90.
«El videoclub hackeado por la piratería, por los cambios de consumo, sumale la crisis económica… de 160 o 150 el año pasado, estamos en 70 ahora. Y no sé el año que viene porque, si esto sigue igual, me parece que van a seguir quedando muchos menos todavía», pronostica Daniel Parise. Sin embargo, aclara que videoclubes netos deben de ser muchos menos. Hoy la mayoría de ellos se convirtieron en multirrubro para que las cuentas les sigan cerrando a fin de mes. .
Los precios de un DVD arrancan con ofertas a $60 u $80, estrenos a $900 o filmes más difíciles de conseguir que pueden llegar a costar miles de pesos. «Hemos vendido películas de $15.000 porque son muy puntuales que nos pidieron traer de Indonesia y había un solo ejemplar, que lo vendía solo una persona», recuerda el dueño de Los Unos y los Otros. Las más vendidas, los clásicos: Volver al Futuro, El día de la marmota, Titanic.
En Academo al futuro no lo ven muy positivo. Además de los DVD venden algunos pequeños artículos de librería y se arreglan computadoras en el fondo del local. «Nuestra película más cara sale $500. Hay que ver hasta dónde tira, hasta dónde da. Por lo menos yo tengo la suerte de que hice amistad con la dueña del local y por eso tengo un alquiler dentro de todo acomodado. Pero si tengo que pagar realmente un local de estos, no sé si puedo sostenerlo. El futuro es ese, es complicado. Cada vez va a haber menos. Van a sobrevivir los que tienen espalda», culmina Guido.
Este año cerraron varias sucursales de BlockBuster en el mundo y de las 9000 franquicias que llegó a tener la marca a principios del siglo a nivel internacional hoy solo queda una en Estados Unidos. Pero aunque la forma de consumir películas y series cambió, no todo quedó en la memoria y la nostalgia. Los videoclubes existen, las películas en su formato físico también. Hay un mercado de nicho que, todavía, los mantiene vivos.
Regreso analógico
Para verlas, primero había que revelarlas. Y cada toma se pensaba dos veces antes de disparar porque había 24 exposiciones antes de acabar el rollo, 36 a lo sumo. Pero con la llegada de los celulares con gran resolución de cámara y unos cuantos gigas de almacenamiento, la impresión de fotografías fue quedando en el olvido.
Desde la foto del café matutino hasta el álbum entero de las vacaciones, hoy todos los momentos se comparten a través de Internet. Según la última Encuesta Nacional de Consumos Culturales de 2017, el 95% de los argentinos que utiliza Internet publica sus fotografías en las redes sociales. «Mucha gente no imprime, ahora las tienen en el celular», observa Mariana Panella, dueña de Fotident.
Según Perla Zamorano, empleada de Foto Callao hace más de 16 años, el cambio en los últimos 20 años fue muy notorio, sobre todo con la llegada de la fotografía digital. «El local que no se aggiornó a eso, se quedó en el tiempo. Lo que ha variado es terrible, ni hablar de la cantidad de comercios que han cerrado. Sin ir más lejos, esta cadena tenía seis sucursales en el país y hoy los únicos que quedamos somos nosotros. Y de los 15 empleados que trabajábamos acá, ahora solo quedamos tres», agrega.
Para Kinefot, una de las mayores casas de fotografía de la Argentina, la reducción de locales también fue inevitable. Sus puertas abrieron en la primavera de 1961 y llegó a tener tres sucursales. «Hoy solo queda ese local. No sé cuántos comercios había pero a medida que cada uno cierra, nosotros vamos recuperando una parte del mercado. Creo que ya quedan muy pocos», dice Norma Celaya, dueña del lugar.
Pese a que cada año los números del rubro van en caída, un resurgir de las cámaras analógicas y el revelado de rollo, sobre todo en las generaciones más nuevas, hizo que las máquinas impresoras volvieran a entrar en funcionamiento. «Volvió el rollo. Con ese boom muchos chicos están buscando la analogía. Vienen y me dicen que quieren una cámara analógica y por ahí no tienen ni idea, me preguntan cuántos megapíxeles tienen. Porque ya nacieron con el digital y quieren hacer algo que les es recontraajeno a ellos», cuenta Mariana Panella.
Según la dueña de Kinefot, la venta de rollos se recuperó en los últimos cinco años. «Antes la fotografía era como ese misterio de poder llegar a ver, la curiosidad, el ‘lo quiero ya’. Pagaban 50% de recargo para que se lo hagas en un rato. Y no se podía porque había miles de rollos. Pero ahora volvió a haber, aunque mucho menos. Todavía, en el mercado, creo que estamos siendo los que más copiamos», agrega.
Sin embargo, para estos comercios, el revelado no es su única fuente de ingresos. En Kinefot, la venta de mercadería como lo son los estuches, los trípodes y accesorios para las cámaras, representa el 40% de la facturación. Mientras que en Fotident el mayor ingreso proviene del alquiler de cámaras viejas para ambientar sets de filmación y el arreglo de máquinas fotográficas.
En 2013, el 16,1% de los argentinos escuchaba música a través de su celular todos o casi todos los días. En 2017, la cifra ascendió a un 44,4%, según el Ministerio de Cultura. Youtube y Spotify revolucionaron la industria musical. De manera gratuita o a un bajo costo, se puede escuchar una canción específica sin tener que pagar por el álbum completo.
Pero a pesar de que las generaciones más jóvenes son las que más contenido streaming consumen, también son las que están reviviendo esos grandes discos de pasta que se creían casi olvidados: los vinilos. «No vivieron en esa época, la que nosotros vivimos. Para ellos es una novedad. Lo que para nosotros no lo es, para ellos sí», cuenta Carlos Revich, dueño de la disquería Piccolo y Saxo.
Según el libro blanco de la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas (Capif) 2017, aunque en los últimos 5 años la venta de formatos físicos se mantuvo en baja, el vinilo superó todas las expectativas y creció más del 500% en el mismo período, con un 14% de las ventas físicas. «La aparición del vinilo un poco compensa la caída que se empezaba a insinuar hace un par de años», confirma Revich.
«El vinilo se vende, pero pasa que está un poco caro. Unos $1500. Pero tenemos gente, clientela, que se lleva de a diez. Y esto lo que tiene de bueno es que no se puede truchar», relata Diego Alberto Muñoz, dueño de la disquería Zivals.
Zivals nació en 1972 en un pequeño rincón en Callao y Corrientes. «En esa época era una locura. Se vendía mucho, un disco por habitante más o menos. Había en este momento en el país 30 millones, bueno, se vendían 30 millones de discos. Pero había mil disquerías, en esta manzana había ocho», recuerda su dueño.
Cuando comenzó a notarse la caída del disco, Zivals decidió reforzar su sección de librería para no perder ganancias. Según su dueño, hoy venden mucho más libros que música. Un vinilo cuesta entre unos $700 y $1500, mientras que los CD se venden alrededor de los $500. Las ventas de los dos formatos, según concuerdan las disquerías Piccolo y Saxo y Zivals, rondan en un parejo 50%. Desde el año 2009 Capif celebra «La noche de las disquerías», para reunir a los melómanos con grandes bandas y descuentos especiales. En la edición pasada, la disquería Zivals se llenó de música en vivo con V- One, Foxley, Dos Más Uno y Victoria Birchner, Cucuza Castiello y Virginia Innocenti y Sergio Zabala. «La noche de las disquerías siempre fue buena, pasa que todos los años se nota la caída. La edición pasada fue regular. Se vende mucho más que un día común, por supuesto. El doble o el triple. Pero nada que ver con otras épocas que, con crisis o sin crisis, se vendía muy bien», cuenta Muñoz.
Para Revich, la clave para mantenerse en pie ante un nuevo hábito de consumo, no importa el rubro que sea, es estar atento al mercado y saber adaptarse a los nuevos consumidores. «Si vos me decías hace 10 años que esta moda del consumo del vinilo iba a volver, yo por ahí te hubiese dicho ‘me parece que estas equivocada’. Así que no sé qué va a pasar en los próximos años. Sí sé que hay una vuelta de la gente joven a este tipo de locales. Y eso me pone muy contento», culmina.