Las emisiones de gases de efecto invernadero aceleran el deterioro de los océanos y la reducción del hielo y la nieve de la Tierra. Durante este siglo, si esas emisiones no se reducen rápidamente, el nivel del mar aumentará, se producirán ciclones cada vez más destructivos, y la vida marina de algunas regiones se reducirá cuantitativamente y perderá diversidad. Son algunas de las conclusiones a las que llega el Informe Especial de Océanos y Hielo de Naciones Unidas, al que suscriben 195 gobiernos y que se dio a conocer esta semana.
La investigación, que analiza los efectos que el cambio climático inducido por los seres humanos tendrá en océanos y en superficies congeladas, sostiene entre otras cosas que algunas zonas de la costa argentina están en riesgo por el aumento del nivel del mar.
Si ese nivel creciera unos 50 centímetros —marca que, según ese mismo informe, podría darse antes de llegar al año 2100— unas 600 mil personas en la provincia de Buenos Aires estarían amenazadas por marejadas ciclónicas durante las sudestadas, y se pondrían en riesgo unos 23 mil millones de dólares en activos. Parte de los mismos son las playas bonaerenses, el mayor recurso turístico de la provincia, y la fuente de ingresos exclusiva del llamado Municipio de la Costa. Las sudestadas son fantásticamente erosivas: el reflujo del oleaje arrastra mar adentro milllones de toneladas de arena que antes eran playa.
Pero otra parte de los activos en peligro son las calles e inmuebles urbanos en la megalópolis tendida entre La Plata y Campana. Según el Banco Mundial, cifras de 2008, basta con 3 inundaciones para que el valor de mercado de una construcción baje a cero. Las sudestadas, con su combinación de marejadas costeras y lluvia torrencial tierra adentro, son por lejos las tormentas más peligrosas en el litoral atlántico bonaerense y en el estuario del Plata. Y en parte debido al recalentamiento del agua superficial del Atlántico, se incrementaron en cantidad de eventos (de 2,5 a 9 episodios por año), pero también en intensidad y duración.
Frente a el área metropolitana, las sudestadas causan ingresiones de agua marina que, por ahora, llegan hasta el frente ribereño de La Plata. Luego predomina la escorrentía normal del estuario, y el «frente» de agua marina es empujado de regreso al límite externo geográfico del estuario. El problema grave se dará cuando estas ingresiones atlánticas lleguen sostenidamente frente a las bocatomas de las plantas potabilizadoras de AySA. Ni le empresa ni los municipios tienen la tecnología o los recursos para eliminar la sal marina, un proceso carísimo en términos de energía.
La costa sur de la Bahía de Samborombón es, según la investigación, una zona que podría sufrir pérdida de territorio debido a su pendiente prácticamente nula en los barrizales y cangrejales al Norte de Punta Médanos. La eliminación sistemática de los médanos, en buena parte de los balnearios al Sur de esa península, deja las playas libradas frente a la fuerza erosiva de las sudestadas, especialmente en invierno. Los médanos fueron siempre el mayor repositorio de arena de las playas tendidas al pie. Su erradicación se volvió el mayor factor de pérdida de balnearios que hasta los ’70 tenían hasta 100 metros de arena. Mar del Plata y Miramar, son casos extremos de este fenómeno. Sus viejas y anchas playas de antes hoy son ringlas de «pocket beaches» (playas de bolsillo) triangulares, pequeñas y de gran pendiente. Se apilan invariablemente sobre el borde Sur de los espigones que tratan inútilmente de remediar el problema. En el borde Norte de cada espigón, en alineación transversal con ese playitas de juguete, se miden profundidades de 2 y 3 metros incluso en bajamar.
Si las emisiones de gases de efecto invernadero no disminuyen, según la investigación del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), organismo especializado de la ONU, la cantidad de personas que viven en América Latina y el Caribe por debajo del nivel de las mareas que puede causar una tormenta pasará de 7,5 millones en 2011 a 9 millones a finales de siglo.
Ese mismo estudio asegura que en la zona de producción vitivinícola del país también está en riesgo: Mendoza, en donde se elabora el 75 por ciento del vino argentino, se enfrentará a interrupciones constantes del suministro del agua que destina a esa industria. Es que, en primavera, entre el 70 y el 80 por ciento de esa agua proviene del deshielo de la nieve y de glaciares. El alerta se produce porque la zona Sur de la cordillera de Los Andes —que corresponde al territorio argentino y chileno— es la región del mundo en la que los glaciares se derriten a mayor velocidad.
El derretimiento de glaciares y nieve en todo el mundo, informa el estudio, podría provocar que el nivel del mar aumente 3,2 milímetros a nivel global. Sin embargo, la misma investigación afirma que esa alza inicial será breve, y que después de eso, los reservorios de agua glacial se vaciarán por completo. Para las economías agroindustriales de oasis (Mendoza, San Juan, La Rioja, Salta), la salvación transitoria puede ser el riego por goteo adoptado con entusiasmo en San Juan. Es mucho más ahorrativo que el de acequia o inundación, con el que Mendoza desperdicia por evaporación hasta el 70% del agua de sus regadíos. Desde 1908, esa viene siendo la queja eterna de la provincia de La Pampa contra la de Mendoza, ya que el represamiento y el despilfarro aguas arriba ha hecho literalmente desaparecer el río Atuel, único recurso hídrico superficial del occidente Pampeano.
No es el único problema de la deglaciación progresiva de los Andes. Según el informe del IPCC, durante los últimos dos siglos, las inundaciones y desprendimientos de tierra causados por los desbordamientos de lagos glaciales provocaron 5.745 muertes en Sudamérica.
Según indica el estudio difundido entre 2000 y 2016 la cobertura de nieve en los Andes centrales de Chile y Argentina disminuyó un 13 por ciento, y se está acelerando.
Otra consecuencia que vislumbra la investigación en caso de no reducirse las emisiones es la reducción de la vida marina en un 17 por ciento, no sólo por el calentamiento global sino por la acidificación del agua en la que se disuelve el dióxido de carbono. Es un fenómeno que atenta directamente sobre la base de las cadenas alimenticias marinas, es decir el fitoplancton. Parte del mismo está formado por organismos unicelulares como las diatomeas, cuyas cáscaras de carbonato de calcio no soportan la creciente acidez marina. La desaparición progresiva del fitoplancton derrumba la del zooplancton, y fuerza a la baja a las especies de peces de aleta y de calamares que forman la base de la industria pesquera argentina. En un mar sometido a sobrepesca constante por la flota española y las de Extremo Oriente, con China a la cabeza, es «sobre llovido, mojado».
«Los procesos que más golpean el territorio argentino son la desertización de algunas zonas y el fenómeno de El Niño, que inunda otras, como la cuenca del Paraná, el Pilcomayo, el Salado y el Bermejo», explica el geólogo Federico Isla, investigador superior del Conicet y director del Instituto de Geología de Costas, que funciona en Mar del Plata.
«Sudamérica es un continente sujeto a Niños fuertes. Lo que hay que hacer, en ese contexto, es que la gente deje de instalarse en zonas inundables. Los gobiernos no deben dejar que la gente se instale allí: en zonas como la cuenca baja de Santa Fe, o en algunas partes de Mar Chiquita o Samborombón», sostiene Isla. «El impacto allí no es tanto por el alza del nivel del mar, sino porque las tormentas aumentan las zonas inundables».
«En zonas como Mendoza, San Juan o La Pampa se desactivaron muchos ríos que vienen de la Cordillera por el retroceso de los glaciares», describe el geólogo. «Eso produce serias complicaciones en la agricultura: en Chile están preocupados por las paltas, y en San Juan tuvieron que hacer pozos para reemplazar el agua que venía de los ríos. Tambien afecta a Catamarca», suma.
Cuando hablamos de los oasis de regadío de las provincias cordilleranas nos referimos a superficies muy limitadas: el 4% del área de Mendoza es cultivable y habitable, el 96% es un desierto estricto. En San Juan, el área regada y poblada es aún inferior: el 3%. Las nieves «perpetuas» decrecientes son una amenaza a la cual la economía sólo puede responder con tecnologías agrícolas y redes urbanas extremadamente ahorrativas de agua. El entrecomillado de «perpetuas» significa que nunca lo fueron. Desde el período colonial hasta fines del siglo XX, tuvieron una reposición nival equivalente a su fusión, pero desde los ’70 empezó a nevar menos y los casquetes permanentes a derretirse más, porque van subiendo las temperaturas mínimas y medias.
Para Isla, lo que puede hacer el ciudadano común en el día a día «es no derrochar el agua, que es un tesoro y que está en peligro». «En Argentina se debe legislar para preservar las cuencas de agua, para que no se malgaste ese recurso, y para evitar el desarrollo en zonas que son inundables», explica.