Ayer miércoles 23, el Banco Central vendió «dólar futuro» -es decir, contratos por los que el vendedor entregará dólares a un precio fijo en una fecha determinada- por un total de 250 millones de dólares. Así, esos «precios de venta futuros» quedaron fijados al 31/10 a $60,09, al 30/11 a $64,20; al 31/12, a $76,35. El dólar a julio de 2020 se fijó en $97, pero fueron pocos los contratos a este plazo.
Debe quedar claro que Central operó para moderar las alzas en estas operaciones, que esta semana se dispararon. El dólar futuro al 31/12 había tocado un máximo de $84,30. Puede decirse que la intención fue la misma de las declaraciones de Alberto Fernández: «Estén tranquilos, porque vamos a cuidar sus ahorros y depósitos en dólares«.
Esto no significa que deban descartarse eventuales investigaciones judiciales (¿con qué criterio se decidieron los montos a vender, y a quiénes?) en un contexto donde las reservas del Central disminuyen día a día. Pero es de esperar que los jueces tengan mejores nociones de finanzas que en el anterior cambio de gobierno, cuando se sostuvo en una causa que «todo el mundo sabía que el valor «real» era el del dólar blue»).
Porque esta escalada en los precios del dólar pactados a futuro, reflejan los aumentos que se producen en el dólar «blue» y en particular en el «contado con liqui» (CCL) -que surge de compra de bonos o acciones, y su posterior venta en el exterior para hacerse de divisas, como se ha explicado varias veces en AgendAR. Es lógico que los negocios pactados a futuro, como se trata de operaciones financieras, se rijan por el valor del tipo de cambio de ese mercado.
Porque el «mercado», es decir, inversores, gerentes de finanza y especuladores, evalúan que en el futuro inmediato será inevitable un desdoblamiento del mercado cambiario. Esto es, un dólar para el comercio exterior, y otro para las operaciones financieras (¿y el turismo?). Lo primero fue propuesto hace ya más de dos meses por el diputado Felipe Solá.