Nos parece importante reproducir este extenso reportaje que Bruno Massare, de la Universidad Nacional de San Martín, le hace al ministro ayer confirmado por Alberto Fernández. Por lo que aquí señala: «Una constante en su trabajo: la búsqueda de aplicaciones prácticas del conocimiento científico y la transferencia de tecnología mediante la vinculación con la industria». Estamos en esa, ministro.
«Roberto Salvarezza escribió su renuncia a la presidencia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), del que había sido nombrado director tres años atrás, apenas confirmado el resultado de las elecciones de diciembre de 2015, en las que asumió Cambiemos. “Creo firmemente en este proyecto de CONICET que no solo realiza ciencia de excelencia, sino que trabaja articuladamente con todos los sectores del Estado para impulsar la soberanía tecnológica y la autonomía científica del país. Considero que el nuevo gobierno que asumirá el 10 de diciembre no garantiza la continuidad de este modelo y que me corresponde entonces dejar mi posición como funcionario público”, escribió, a modo de despedida.
Su decisión contrastó con la del entonces titular del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, quien decidió continuar en el cargo. Salvarezza regresó de inmediato a la dirección del Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA), en el que había tomado una licencia para asumir la presidencia del CONICET.
Ese movimiento significó para este nanotecnólogo el regreso a una actividad científica que había relegado a un segundo plano por la exigencia de gestionar una institución de más de 10.000 investigadores, pero que no implicó su salida de la política, sino lo contrario. Una vez finalizado su paso por la función pública, Salvarezza se integró a un colectivo de científicos y tecnólogos bajo el nombre de Ciencia y Técnica Argentina (CYTA), fue votado por sus colegas como candidato al directorio del CONICET y elegido diputado por el Frente Unidad Ciudadana, mandato que interrumpirá para asumir al frente del repuesto Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación.
Del microscopio a la bioquímica
Salvarezza nacíó en Lanús Oeste, en la provincia de Buenos Aires, el 30 de enero de 1952. Hijo menor –tiene dos hermanas– de un empleado contable de una empresa importadora y comercializadora de perfumes y de una maestra que nunca ejerció, se crió en una familia de clase media suburbana que se mudó a la ciudad de Buenos Aires cuando tenía nueve años. “Por un cambio de trabajo de mi padre nos mudamos al barrio de Once, lo que a él le permitió no tener que viajar todos los días en tren desde Lanús a Buenos Aires. Para mí no fue algo bueno porque significó pasar de estar todo el día fuera de mi casa jugando al fútbol y andando en bicicleta a vivir en un piso 13, rodeado de edificios y en un barrio ajeno”.
El cambio de escenario y una vida más citadina influyeron en la rutina de ese joven Salvarezza, que empezó a orientarse más hacia la lectura y al uso de un microscopio de juguete regalado por su madre, con el que comenzó a explorar la pequeña escala de las cosas, desde hojas hasta hormigas.
Cuando se aproximaba su ingreso a la educación secundaria, una de sus hermanas convenció a su padre de que podía ser una buena idea enviar a Roberto a un ícono de la enseñanza media porteña, el Colegio Nacional Buenos Aires, al que ingresó en 1964 con 12 años. “Entré en una época complicada, porque dos años después fue el golpe de Estado de 1966 y había un ambiente muy opresivo. A la vez, se empezaba a discutir mucho sobre política e historia, cosas que me interesaban mucho”.
Pero también reverberaba aquel microscopio de juguete en su gusto y facilidad por la biología y la química, a lo que se sumó el estímulo de una profesora que le recomendó seguir una carrera universitaria relacionada con la investigación biológica. Salvarezza se destacó como buen alumno –pese a que un año reprobó Química, paradójicamente– y deportista, en el equipo de fútbol del colegio.
Varios compañeros de diversos turnos de su promoción se inscribieron para comenzar en 1970 la carrera de Bioquímica en la Universidad de Buenos Aires. Uno de ellos era Eduardo Arzt, hoy biólogo molecular, miembro científico externo de la Sociedad Max Planck de Alemania y director del Instituto de Investigación de Biomedicina de Buenos Aires. “Si bien nos conocíamos desde antes, nos hicimos amigos en la universidad. Estudiábamos juntos y Roberto se destacaba por su velocidad, era rapidísimo para estudiar y estaba siempre apurado”.
A los pocos años de carrera, Salvarezza ya tenía un cargo docente en la materia Química General Inorgánica, lo que de alguna manera sería el principio de su especialización, que también comenzaría a orientarse hacia la fisicoquímica. Su compromiso con la ciencia se alternaba con una actividad política cada vez más intensa, en el marco de una universidad muy politizada. “En ese momento el estudio y la militancia política en la universidad no eran excluyentes, sino que para muchos de nosotros eran inseparables. Me acerqué a la Juventud Peronista, fui vocal del Centro de Estudiantes y participé de muchas actividades. Tras la muerte de Perón llegó una etapa de persecución y violencia, con lo que muchos debimos dejar la militancia pública”.
Era el año 1977 y un Salvarezza recién graduado como bioquímico evitó el exilio, a diferencia de otros colegas, o en todo caso lo llevó a una escala más pequeña. “Me tenía que ir de la Universidad de Buenos Aires porque en los lugares de trabajo denunciaban a quienes tenían actividad política y era peligroso. Me ofrecieron un puesto como técnico en un instituto de fisicoquímica en la ciudad de La Plata, el INIFTA, y me fui para allá”, recuerda. Ese salvoconducto marcaría el rumbo de su carrera posterior.
Los dos exilios
En el INIFTA, Salvarezza comenzó a trabajar en un proyecto sobre la corrosión microbiológica producida por hongos en los tanques de aluminio de los aviones, investigación que se convertiría en su tesis de doctorado en Bioquímica en 1981, un año después del nacimiento de su primer hijo, Nicolás. Eso también marcó el principio de una constante en su trabajo: la búsqueda de aplicaciones prácticas del conocimiento científico y la transferencia de tecnología mediante la vinculación con la industria.
Durante esos años la ciencia le ganó a la política casi por supervivencia en medio de la dictadura más sangrienta que sufrió la Argentina. Su rutina laboral no era fácil en los primeros años de la década de 1980, cuando vivía en un departamento en la ciudad de Buenos Aires y debía viajar más de dos horas para llegar a La Plata y otro tanto para el regreso, con un sueldo como investigador –había logrado ingresar a la carrera del CONICET en 1981– que alcanzaba con lo justo y dos flamantes hijos mellizos.
La búsqueda de una opción para emigrar al exterior derivó en una beca para realizar un posdoctorado en el Departamento de Física de la Materia Condensada de la Universidad Autónoma de Madrid, que fue una oportunidad para especializarse en microscopía de efecto túnel. “Tuve que reaprender todo de nuevo. De la biología había pasado a la química y cuando llegué a Madrid tuve que dialogar con los físicos”, recuerda.
Así, la familia Salvarezza se mudó a Madrid, adonde residió entre 1988 y 1992. “Yo estaba bien, trabajaba en investigación y daba clases, pero no tenía un cargo fijo y siempre pensaba en volver, pese a que mi esposa no estaba de acuerdo y mis hijos se habían adaptado muy bien. Finalmente volvimos pero quedé con un buen vínculo con España”.
El regreso fue con un ascenso en su carrera en el CONICET, con rango de investigador independiente y un proyecto para que la microscopía de efecto túnel se instalara en la Argentina, donde no había antecedentes. “Me apoyaron, compré el primer equipo y armé un grupo de tres personas en el INIFTA. Era una línea de vanguardia y que todavía hoy sigue siendo de gran relevancia, ya que permite ver átomos y moléculas en superficie”, dice. En 1996, Salvarezza obtuvo nuevos subsidios para comprar un nuevo microscopio de efecto túnel y otro de fuerza atómica y creó el Laboratorio de Nanoscopías en el INIFTA. El grupo liderado por Salvarezza fue pionero en América Latina en la técnica de efecto túnel, con más de 200 trabajos publicados en el área.
A mediados de la década de 1990, Salvarezza se había mudado a Ringuelet, en las afueras de La Plata, tras separarse de su primera esposa. Nuevamente en pareja, en 1999 nacería su cuarto hijo. Durante esos años continuó trabajando en transferencia tecnológica, en el estudios de corrosión en caños de gasoductos en la provincia de Neuquén y en equipos pasteurizadores para la industria lechera, entre otros. Sin embargo, ese tipo de actividades no sumaban puntaje para la carrera de un investigador del CONICET.
Por entonces también fue elegido presidente de la Asociación Argentina de Investigación Fisicoquímica y en el año 2000 tuvo un rol activo en la defensa del CONICET frente a lo que se conoció como el “Plan Caputo” –impulsado por el entonces secretario para la Tecnología, la Ciencia y la Innovación Productiva, Dante Caputo–, un intento de reforma del instituto científico que incluía una rebaja en los sueldos de los investigadores. Esa lucha sería el principio del regreso a la política, esta vez desde el lado de la gestión.
Del laboratorio a la función pública
En el año 2003, el entonces presidente de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica –un organismo creado en 1996 para gestionar el financiamiento de diversos programas de ciencia y tecnología–, Lino Barañao, le propuso a Salvarezza que coordinase la evaluación de proyectos del área de Química. “Era una tarea muy exigente y yo me había propuesto tener a cuatro evaluadores internacionales y uno argentino. Así empecé a levantarme a las cuatro de la mañana para poder comunicarme con evaluadores que estaban en Europa y nunca más pude cambiar esa costumbre”.
Esa responsabilidad iba en paralelo con su carrera científica, en la que seguía ampliando su grupo de investigación en el INIFTA. “Su grupo de trabajo es un como un aglomerado de grupos más pequeños, algunos pioneros en lo que es nanociencia y nanotecnología en la Argentina. Su generosidad ha permitido también la cristalización de grupos de trabajo en otros lugares de la Argentina”, dice Félix Requejo, un físico especializado en materiales nanoestructurados que conoció a Salvarezza en 2003 y que actualmente tiene a su cargo la dirección del INIFTA.
Requejo dice que encuentra placer en discutir con Salvarezza. “Aunque un experimento falle, siempre logra sacar algo bueno de eso. También tiene una actitud compulsiva con el trabajo, una obsesión por ser productivo y es en extremo puntual, siempre está 15 minutos antes. Su peor enemigo es esa ansiedad que tiene, que no sé en qué medida lo hace infeliz. Sin embargo, es una persona que parece más joven, que no usa lentes, que hace deportes y sale a correr, que evidentemente ha sido bendecido con su salud”.
En el año 2005, Salvarezza fue nombrado miembro del consejo asesor de la recientemente creada Fundación Argentina de Nanotecnología (FAN). Junto con las tecnologías de la información y la biotecnología, la nanotecnología comenzaba a ser vista como un área estratégica por el Gobierno. “A partir de mi trabajo en la gestión volví a involucrarme en política, porque se empezaba a dar una discusión de hacia dónde iba la ciencia y la tecnología en la Argentina. Y cuando se empieza a hablar de eso uno tiene que preguntarse qué tipo de país quiere. Siempre hubo un grupo de gente que creyó que la Argentina nunca va a ser competitiva en ciencia y tecnología y que entonces la ciencia es como un experimento divertido, en el cual tienen que estar solo los mejores. Y estamos otros que no creemos que sea así, que la ciencia y la tecnología hacen a un país competitivo y menos desigual. Esa discusión lleva a tomar una posición política”.
Dos años después, en 2007, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner decidió crear el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva.
La presidencia del CONICET
Salvarezza ganó el concurso como director del INIFTA en el año 2010 pero no sería por mucho tiempo. Un año después, Barañao lo invitó a almorzar para preguntarle si quería ser presidente del CONICET, cargo que asumió en 2012. Era el escalón que le faltaba después de haber sido becario, técnico, investigador y director de un instituto. “Tenía no solo un aval científico, sino también una visión política de la ciencia en la que coincidíamos, en la idea de que la ciencia aportara al desarrollo del país”, recuerda Barañao. “También coincidíamos en la necesidad de evaluar la actividad de transferencia que hacen los investigadores, algo que no estaba reconocido, ya que se valoraban solo las publicaciones. En ese sentido, nuestra interacción fue muy positiva”.
“Al principio dudé pero lo hablé con mi esposa y finalmente acepté. No dudaba tanto por mi actividad científica, que sabía que podía continuar dado que me levanto muy temprano y siempre tengo tiempo para hacer ciencia, pero sabía que sería muy exigente. El CONICET es un organismo muy complejo: cuando yo me fui había 200 institutos y 10.000 investigadores. Asumí con 180 unidades ejecutoras y cuando me fui eran 240. Me demandó mucho esfuerzo, fue una época de mucha tensión”, dice Salvarezza, que por las noches respondía consultas de sus tesistas. “Lo veía más flaco, menos saludable, pasaba por el laboratorio todos los viernes y yo le decía que se lo tomara con calma”, recuerda Requejo con respecto a esos años.
Durante su gestión al frente del CONICET, el organismo tuvo una expansión inédita –la planta de investigadores creció a un 10% anual y se crearon más de 40 nuevos institutos– y Salvarezza buscó cambiar su lógica de funcionamiento –algo que consiguió solo parcialmente– al vincular al organismo con el sector productivo, por medio de convocatorias direccionadas a temáticas específicas y la creación de empresas mixtas, como Y-TEC, en asociación con la reestatizada petrolera YPF.
Uno de los aspectos criticados de la gestión de Salvarezza en el CONICET fue la denuncia de Andrés Carrasco, un biólogo molecular y ex presidente del CONICET que dijo haber sido discriminado por la institución ante su pedido de ascenso al escalafón más alto de investigador. Según Carrasco, esto fue producto de sus investigaciones sobre los efectos nocivos del uso del glifosato, un insumo básico de la práctica agrícola en la Argentina. Salvarezza niega la acusación: “Cuando yo llegué al CONICET él buscaba un ascenso y la comisión que se encarga del tema se lo negaba. Yo me reuní varias veces con él y de ninguna manera la negativa tuvo que ver con las investigaciones sobre agroquímicos, que durante mi gestión continuaron”, dice. Y agrega: “El que sí tenía problemas con Carrasco era Barañao, que trabaja muy cerca de las empresas biotecnológicas y defendía los intereses de ese sector”.
Las diferencias con Barañao también se profundizaron por la intención de Salvarezza de crear más empresas del CONICET en áreas como producción pública de medicamentos y biotecnología vegetal. “Ahí empezaron los choques, porque Barañao impulsaba la idea del consorcio público-privado con preeminencia de este último y otros considerábamos que ese esquema no había permitido aumentar la inversión en ciencia del sector privado, por lo que hacía falta mayoría estatal”.
Barañao dice que lamentó ese distanciamiento que se produjo en los últimos meses de 2015, previo a las elecciones y tras las cuales decidiría continuar en su cargo ante la oferta del nuevo Gobierno. “Él no lo toleró, tiene una cuestión muy fuerte de coherencia ideológica y de una participación partidaria muy activa que yo no tengo. Él pensaba que no se podía colaborar con un Gobierno como éste. Pero cuando uno tiene un bien a custodiar eso va más allá de la coherencia ideológica, no me puedo dar ese lujo».
Dos días después de su renuncia a la presidencia del CONICET, Salvarezza ya había retomado la dirección del INIFTA en La Plata.
El diputado científico
“No me costó el regreso al INIFTA porque yo iba con cierta regularidad, seguía con mi grupo de trabajo y con mis proyectos, porque si uno pierde el tren de la investigación después no publica más”, dice Salvarezza, que tiene más de 340 publicaciones en revistas internacionales y varias patentes compartidas con su grupo de investigación.
Algunos meses después, decidió presentarse como candidato al directorio del CONICET por el área de Ciencias Exactas y Naturales y resultó el más votado por sus colegas. “Una cosa es no querer compartir la gestión como miembro del Poder Ejecutivo y otra es no querer ser representante de los investigadores”, dice.
Sin embargo, el Gobierno demoró dos años en hacer efectivo su nombramiento, frente a lo cual Salvarezza inició una acción judicial. “Valoro mucho que una persona que tuvo una responsabilidad política muy grande al frente del CONICET haya baje al llano, se presente a elecciones y encima las gane. Y que después no lo hayan nombrado me pareció una vergüenza”, dice el biólogo molecular Alberto Kornblihtt, docente e investigador (CONICET-UBA), también miembro del grupo CYTA, que se conformó como un colectivo de investigadores en defensa de la construcción de un sistema científico-tecnológico con soberanía.
Pese a que la Justicia finalmente le dio la razón, la demora en su nombramiento no permitió su arribo al directorio del CONICET, ya que la política le había abierto un nuevo espacio de acción: el Congreso.
Durante la campaña presidencial del año 2015, el presidente Macri había propuesto que la inversión en investigación y desarrollo (I+D) sobre el producto bruto interno (PBI) alcanzara el 1,5% durante su gestión. Sin embargo, al año siguiente bajó de 0,61% a 0,53%, según datos de la Red de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT). La crisis no fue solo presupuestaria sino también simbólica, con la degradación al rango de secretaría del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, la misma suerte que sufrieron otros ex ministerios como Trabajo, Salud y Cultura.
En mayo de 2017, pocos días antes de que se cerraran las listas para las elecciones intermedias de ese año, Salvarezza estaba trabajando en el INIFTA y recibió un llamado: la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner quería verlo. Se tomó un ómnibus a Buenos Aires, fue a su departamento y ella le preguntó si lo quería acompañar en la lista de candidatos. “Yo le dije que había otras opciones más adecuadas, porque yo no vengo de la política y había gente más preparada para un cargo legislativo. No quería que se equivocara conmigo pero insistió, así que volví a La Plata, lo consulté con mi esposa y dije que sí”, recuerda.
“Si bien había participado de actividades y a veces lo llamaban para pedirle alguna información sobre el sector científico, nunca pensó que lo iban a candidatear ni menos que iba a estar segundo en la lista”, recuerda su hijo Nicolás, que lo asesoró en la comunicación de sus actividades como diputado. “Su preocupación es que se perciba que está trabajando, que quien lo votó lo puso ahí por una razón, que está activo, trabajando en proyectos y acompañando reclamos”, dice. La campaña electoral fue algo nuevo para Salvarezza, recuerda su hijo: “Viajábamos con mi auto o con el suyo, con los pocos recursos que teníamos. Hubo total libertad para elegir actividades y en general estuvo tranquilo. Tal vez lo ayudó cierto entrenamiento para hablar ante el público y con la prensa que adquirió durante su gestión en el CONICET”.
Salvarezza reconoce que la política le demandó más tiempo del que pensaba y que eso le restó tiempo para su actividad científica. “Si bien estuvimos publicando algunos trabajos y estoy al tanto de cómo está cada línea de investigación, fui menos horas al laboratorio de lo que hubiera querido, fue un año intenso en la política”, dice.
“Ahora lo vemos menos en el INIFTA –dice Requejo– pero tenemos un trabajo enviado con él para publicación y se mantiene activo, aunque con un ritmo menor. Si él quisiera podría renunciar al Congreso y volver a la investigación sin problemas”. Un proyecto en el que Salvarezza sigue trabajando se relaciona con la aplicación de nanotecnología en el área de la salud y, específicamente, con el uso de nanopartículas para el tratamiento de tumores cancerígenos.
Arzt, su antiguo compañero de estudios, considera que “su compromiso con la ciencia se ha trasladado a la política y es positivo que pueda transmitir en ese ámbito la problemática del sector científico-tecnológico”. En Diputados, además de ser vicepresidente de la Comisión de Ciencia y Tecnología, formó parte de las comisiones de Salud, Educación, Derechos Humanos, Energía e Intereses Marítimos.
“¿Qué cambió en mi vida desde la llegada a la política?”, repite la pregunta Salvarezza mientras se reclina en una silla gastada, rodeado por los microscopios del INIFTA. “A mí siempre me gustó tener nuevos desafíos y por eso en su momento acepté la presidencia del CONICET y la candidatura a diputado. Siento que me renuevo con cada proyecto y en el INIFTA ya es hora de darle lugar a los más jóvenes. A la vez, siento que estoy cumpliendo con cosas que tendría que haber hecho, o que dejé de hacer, en los años setenta, por la persecución política. Es una manera de retomar mi compromiso con la sociedad, que no lo pude priorizar durante el desarrollo de mi carrera científica. Durante este tiempo aprendí a tener una mirada menos corporativa de la ciencia, me potenció la visión del país en su conjunto en áreas como salud, educación, energía y derechos humanos. Aprendí qué se discute, qué necesita el país. Yo tenía una visión más reducida del Estado y ampliar la mirada me enriqueció como persona. Llegué al Congreso con el objetivo de representar del sistema científico y tecnológico en el marco de un proyecto político, porque no concibo a las dos cosas por separado”.
Nota: Este artículo es un resumen de uno de los trabajos ganadores del proyecto Struggle with Politics de la Federación Mundial de Periodistas Científicos, una cobertura realizada entre 2018 y 2019 sobre la participación en política de científicos de diversas partes del mundo. El trabajo completo (en inglés) puede leerse aquí.