Joseph Stiglitz, el Premio Nobel en Economía que en septiembre de 2018 -en un reportaje de la BBC- anticipó que las medidas de Macri de aquel momento fracasarían, con un costo social importante, respaldó al ministro de Economía Martín Guzmán, y los primeros trazos de su programa.
En una columna de Project Syndicate, el economista, respetado mundialmente y cercano al Papa Francisco, dice que «(El presidente) Fernández, con Guzmán, parece estar formulando un programa moderado, evitando los extremos del pasado. Representa la mejor oportunidad para que la Argentina vuelva a crecer de manera gradual». También hace un descarnado análisis de la situación de la economía argentina y cómo se llegó a ella.
Reproducimos su columna, que ya sido publicada en castellano:
«A juzgar por su nombramiento de un economista de primer nivel en su gabinete como ministro de Economía, el nuevo presidente argentino, Alberto Fernández, ha tenido un buen comienzo para enfrentar los problemas económicos de su país. Martín Guzmán, con quien he colaborado frecuentemente en estos últimos años, se encuentra entre los principales expertos mundiales en deuda soberana y los problemas que ésta puede causar, lo que lo convierte en la persona indicada en el lugar correcto en el momento oportuno.
Después de completar su doctorado en la Universidad de Brown bajo la dirección de Peter Howitt (coautor con Philippe Aghion de un trabajo trascendental sobre la teoría moderna del crecimiento), Guzmán obtuvo un codiciado puesto en la Universidad de Columbia, donde forjó una carrera académica y se convirtió en un influyente experto en debates políticos cruciales a nivel nacional y mundial.
Testificó ante el Congreso de EE.UU. sobre la crisis de deuda de Puerto Rico y habló en las Naciones Unidas sobre la necesidad de un sistema internacional más propicio para resolver crisis de deuda soberana. En los últimos años, dividió su tiempo entre Nueva York y Argentina, donde es profesor de macroeconomía en la Universidad de Buenos Aires.
Cuando el ex presidente Mauricio Macri asumió el cargo, su equipo económico admitió abiertamente que si bien habían heredado muchos problemas, iniciaron su gestión con una gran ventaja: un bajo nivel de deuda. Apostaron por un conjunto de políticas – haciendo, por ejemplo, recortes inoportunos e innecesariamente grandes en los impuestos a las exportaciones, pagando la vieja deuda impaga a los llamados fondos buitres con rendimientos inconcebiblemente elevados, y tomando nueva deuda en dólares, a largo plazo y con interés alto, todo esto con la esperanza de que las señales favorables al mercado llevasen a un aluvión de inversiones extranjeras que estimulasen el crecimiento. Incluso en aquel momento pensé que era una apuesta arriesgada.
El resto es historia. No funcionó y a medida que las cosas iban de mal en peor, Macri profundizaba los errores. Más endeudamiento, incluyendo un programa de US$57.000 millones con el Fondo Monetario Internacional. Austeridad. Esfuerzos de esterilización equivocados para frenar la inflación, que generaron un sobreendeudamiento. El peor de los escenarios se acercaba: más inflación (casi 60% en el año en curso), mayor desempleo (casi de dos dígitos y en aumento) y la reimposición de los controles de cambio, cuya supresión había sido presentada por Macri al comienzo de su gobierno como la piedra angular de su política económica.
Como resultado, Fernández hereda una situación económica mucho peor que la que enfrentó Macri: mayor inflación, mayor desempleo y ahora, una deuda que va más allá de las posibilidades de pago de Argentina. Redoblar la apuesta a una política fracasada no sirve, como tampoco volver a lo que la precedió. Por eso resulta tan importante que Fernández haya nombrado a un economista experto y brillante, que combina energía joven con una sabiduría que va más allá de sus 37 años.
Dado el desastre que Macri le dejó a Fernández, no hay soluciones mágicas. Es más fácil decir lo que no hay que hacer. Como dijo Fernández, no se resuelve un problema de deuda abultada tomando más deuda. Tampoco se soluciona un problema de recesión y desempleo imponiendo más austeridad, que en toda recesión siempre desemboca en más contracción económica .La realidad es no habrá flujos sustanciales del sector privado en un futuro inmediato, sin importar qué políticas aplique el gobierno.
Pero Argentina debe administrar sus recursos limitados, dedicarlos a reactivar la economía. Uno tiene la esperanza de que los bancos multilaterales de desarrollo otorguen préstamos contracíclicos para proyectos de inversión que estimulen el crecimiento y alivien la pobreza (en el gobierno de Macri, la pobreza volvió a crecer enormemente, alcanzando a más de 35% de la población). El potencial es muy grande. El turismo, por caso, tuvo un gran auge después de la última gran devaluación. Argentina cuenta con universidades de primera línea y gran cantidad de personas emprendedoras con alto nivel de educación.
Sin embargo, los tenedores de bonos no necesariamente estarán pensando en la gente de Argentina o en el potencial a largo plazo del país. Muchos de ellos pensarán solamente en las ganancias en el corto plazo que resulten de forzar a Argentina a más austeridad. Van a contar una historia de un país despilfarrador que vivió más allá de sus posibilidades una vez más, pese a que alentaron a Macri en sus políticas equivocadas y le dieron el dinero que llevó a Argentina a su actual crisis de deuda. Presumiblemente sabían que existía un riesgo: fue por eso que exigieron y recibieron tasas tan altas. Algunos pueden ser más reflexivos y comprender que restaurar la capacidad de servicio de la deuda de Argentina depende de la recuperación económica.
En los últimos meses, muchos otros países de la región han enfrentado inestabilidad política y agitación económica. Nadie tiene interés en que Argentina se sume a esa lista. Deberíamos celebrar la transferencia ordenada del poder y el compromiso de todas las partes de mantener y defender la democracia. También deberíamos celebrar la visión compartida de que cualquier programa económico eficaz debe implicar no sólo un sacrificio compartido sino una prosperidad compartida cuando se obtienen los frutos de ese programa.
Fernández, con Guzmán, parece estar formulando un programa de moderación, evitando los extremos del pasado. A diferencia de la agenda de Macri, el programa de Fernández no está basado en grandes apuestas e ilusiones. Se basa en las duras realidades de la situación que ha heredado. Representa la mejor oportunidad de Argentina de lograr una restauración gradual del crecimiento. Obviamente, cuanta más ayuda pueda proveer la comunidad internacional, más rápida y fuerte será la recuperación.»