Mario Mariscotti es uno de los físicos nucleares más prestigiosos de la Argentina. Es autor de innumerables trabajos en revistas internacionales, tanto en temas básicos como tecnológicos. Durante su larga trayectoria profesional Mariscotti dirigió y formó a numerosos discípulos, muchos de ellos claves en el desarrollo científico de nuestro país. Uno tiene que mencionar su libro -conocido hasta por lo que somos legos- “El Secreto Atómico de Huemul”, que cuenta los primeros pasos argentinos en la energía nuclear en la década del ´50.
Este es el hombre que nos cuenta la historia de una hazaña en la que no participó, pero que está como pocos en condiciones de apreciarla. Seguiremos con el tema, porque si AgendAR tiene un valor -más allá de las noticias que pueda acercar- es el de restaurar la fe en la capacidad argentina.
«Su presentación para ser precalificado muestra que existe un número de cuestiones significativas que no cumplen con los criterios exigidos indicados más abajo», decía la nota que llegó de Australia, en noviembre de 1998. Se refería a la convocatoria de la Organización Australiana de Ciencia y Tecnología Nuclear (ANSTO) a las empresas que habían respondido al llamado de licitación para construir un nuevo reactor de investigación y producción de radioisótopos.
Quienes recibieron este mensaje en INVAP se encontraron con un dilema: «Dudamos internamente por unos días sobre qué nos convenía hacer. Los reactores eran nuestro negocio; si nos presentábamos y nos bochaban, era muy malo, pero por otro lado, decidimos que si no éramos capaces de venderle a Australia teníamos que cerrar el boliche«, me confió Juan Pablo Ordóñez, protagonista de este proyecto conducido por Juan José Gil Gerbino. Las experiencias exportadoras con los reactores RP0 de Perú, Argelia y Egipto eran antecedentes valiosos, pero nada comparable al desafío australiano, que suponía competir con dos empresas de Estados Unidos, con Siemens de Alemania, Technicatome de Francia, AECL de Canadá, Skoda de la República Checa y Hitachi de Japón.
INVAP contó con la colaboración de la CNEA en este proyecto. En la mañana del 2 de diciembre de 1998, un equipo de siete profesionales de Invap (H. Otheguy, J.J. Gil Gerbino, J.P. Ordóñez, P. Abbate, T. Calderón, F. Macario y E. Villarino), uno de la CNEA (R. Granada), dos húngaros y un ruso, especialistas en neutrones «fríos», rindieron examen frente a un panel de australianos escépticos. El 22 de diciembre, INVAP recibió la noticia que había sido precalificada junto con los franceses, los alemanes y los canadienses (los dos oferentes de Estados Unidos y los checos quedaron afuera, mientras que los japoneses se retiraron). Era natural que, dada la jerarquía de los otros oferentes, surgieran dudas acerca de una empresa argentina, pero como dijo el director australiano del proyecto: «Si los descalificamos, tenemos que decir por qué». Hubo consultas con las autoridades australianas y al final INVAP fue admitida.
El año 1999 transcurrió con numerosas reuniones en Bariloche y en Sídney para ajustar los términos técnicos; la oferta final se presentó al borde del milenio, en diciembre de 1999. El 4 de junio de 2000, a las 3 de la mañana (las 16 en Australia), Ordóñez recibió la noticia de que INVAP era oferente preferido y el 13 de julio se firmó el contrato por 180 millones de dólares. El reactor se concluyó con éxito, cumpliendo con los plazos y presupuestos establecidos al inicio del contrato, y llegó a plena potencia el 3 de noviembre de 2006.
Hace unos días mantuve una conversación telefónica con Ross Miller, el gerente de Ingeniería de ANSTO. Me interesaba conocer su opinión sobre el desarrollo de este proyecto, un hito en la historia de la tecnología argentina. Confiaba en que me diría las cosas sin maquillaje. En la Argentina se siente orgullo por la tarea de INVAP, pero siempre es bueno conocer la visión «del otro lado». Quedé impresionado por lo que me dijo, y por eso me decidí a escribir estas líneas.
Miller me dijo que en la reunión del 2 de diciembre habían quedado sorprendidos con INVAP por la profundidad de las presentaciones, por el dominio de todos los aspectos técnicos de un reactor y por el compromiso del equipo. Otheguy, en su exposición inicial, había dicho que este no era un proyecto más, sino el más importante de la empresa, y había venido como gerente general para expresar el compromiso de INVAP. Miller me dijo que, efectivamente, hubo preocupación en los niveles superiores acerca de las capacidades de la empresa argentina, pero que la presentación disipó las dudas. Hubo todo tipo de preguntas y las respondió todas. «INVAP realmente se desempeñó muy bien en la etapa de precalificación», dijo.
Y agregó: «Australia tiene experiencia en el uso de un reactor de este tipo (tuvo funcionando uno desde 1958), pero no en el diseño, la construcción y puesta en marcha de un reactor, de modo que le dimos toda la responsabilidad al oferente. Y esto funcionó muy bien. Nuestras especificaciones eran muy exigentes; era como querer tener tres reactores en uno. No les dijimos cómo hacerlo. Eso le dio a INVAP la oportunidad de demostrar sus capacidades en un gran nivel. Si ANSTO hubiera puesto especificaciones para el diseño, habríamos terminado con un reactor muy inferior. Los argentinos tuvieron la oportunidad de destacarse con este reactor. Todo el proceso funcionó muy bien para ANSTO y para INVAP».
Cuando le pregunté cómo evaluaba la propuesta de INVAP en relación con las de los otros oferentes, Miller me dijo que no iba a hacer comparaciones, pero que «no importaba cómo nosotros elegíamos el sistema de ponderación, INVAP siempre fue primera«.
Durante la evaluación de las propuestas finales, en febrero-marzo de 2000, ANSTO presentó un listado de 1200 cuestiones técnicas que debían ser aclaradas. «INVAP fue la única compañía que tenía un claro entendimiento de cada requisito. Sus respuestas fueron en todos los casos claras, sin ambigüedades («no fudging around the edges«). Eso estableció una relación de trabajo excelente entre ANSTO e INVAP. Nosotros trabajamos juntos para tener éxito, trabajamos juntos para lograrlo (we worked together to get this done)».
Estos comentarios de Miller no significan que el proyecto haya transcurrido sin problemas. Algunos obligaron a detener la operación del reactor por unos meses. Pregunté a Miller si esto no había arruinado la buena relación entre las dos empresas. Él me respondió: «No. Lo interesante de INVAP, que explica por qué la relación fue tan buena como lo fue, es que cuando aparecía un problema INVAP siempre priorizó resolverlo. Esto la distinguía».
Las dificultades más serias fueron de otro tenor. No es difícil, para nosotros argentinos, imaginar las que enfrentó INVAP para conseguir las garantías requeridas por el comitente. Otro problema fue la insólita denuncia en contra de INVAP que en octubre de 2000 un combativo ambientalista argentino hizo ante la prensa y el Senado australianos. En diciembre de 2001, un memo interno de INVAP, afectada por la crisis financiera argentina, informaba que se continuaba con el proyecto de Australia con suspensión temporaria de salarios, a la vez que la autoridad australiana preguntaba formalmente si podía confiar en que el proyecto continuaría a pesar de la grave situación política de la Argentina.
En 2005 tuve la oportunidad de conversar con el ex embajador en Australia Néstor Stancanelli. Quedé atónito y admirado al conocer la titánica tarea que Stancanelli había desarrollado para evitar que el gobierno australiano cancelara el contrato con INVAP en las semanas críticas de principios de 2002.
En tiempos complejos como el presente, parece oportuno recordar estos eventos, mantener el ánimo y aprovechar las capacidades del país para hacer de la Argentina el país que anhelamos.»