Hace pocos días publicamos una nota de Mario Mariscotti sobre lo que representó para la firma rionegrina de Investigaciones Aplicadas INVAP -y para el reconocimiento de las capacidades tecnológicas argentinas- haber triunfado en la licitación australiana de 1998 para construir un nuevo reactor de investigación y producción de radioisótopos (recomendamos que la lean, si no lo han hecho ya).
Ese artículo hizo recordar a nuestro Daniel Arias anécdotas personales de ese momento… Lo que concluyó en esta crónica sobre logros argentinos… y también sobre las dificultades específicas que tenemos que enfrentar. Nos parece adecuado empezar a publicarla con el nuevo año. Porque una de las mejores consignas que hemos escuchado para estos años 20 es «Dos, tres, muchos INVAPs…». A ver si nuestras provincias, nuestros funcionarios y nuestros técnicos, la recogen.
«Un cafecito con Claudia Schiffer«
Un artículo de Mario Mariscotti, ex gerente de Investigación y Desarrollo de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), me recordó aquel 22 de diciembre de 1999, cuando Héctor “Cacho” Otheguy, gerente de INVAP, me llamó para regalarme el mejor título de mi carrera.
- Daniel: sentate. ¿Ya te sentaste? Acabamos de precalificar en Australia.
- ¿Eso es noticia, Cacho?
- Va en serio. Ya sabés, la licitación por un reactor multipropósito.
- Sí, OK. ¿Qué pasó?
- Que el 2 de este mes fuimos en delegación a Sydney e hicimos una presentación que fue un show. Y llamaron hace unas horas. Acabamos de dejar afuera a las dos empresas yankis…
- ¿General Atomics? ¿Y la otra, aquella…?
- Sí, y también a Hitachi y a Skoda.
- ¿También Skoda? No sabía que estaban.
- Sí. Chau, checos.
- ¿Entonces quedamos en pie…?
- Nosotros. Contra los canadienses , los franceses y los alemanes. ¿Qué tal?
Es decir, la mínima INVAP quedaba en pie … contra AECL, Technicatome y Siemens, multinacionales poderosas y con gran respaldo diplomático y financiero de sus estados. Me quedé callado unos segundos. Odio dar malas noticias.
- Cacho, te quiero un montón… pero no tenemos un título. Sin título no hay artículo.
El tipo se quedó tratando de entender aquello con el celular en la mano: químico nuclear y gerente de INVAP desde la partida del fundador, Franco Varotto, Otheguy tiene habilidades múltiples pero, para su fortuna, no es periodista. ¿Cómo explicarle que la precalificación (que no es la victoria) de una firma poco conocida en su propio país (INVAP entonces lo era) en una licitación aún más desconocida (la de Australia también lo era) por la venta de un pendorcho indescifrable para el argento promedio (toma diez minutos explicarle un reactor multipropósito a doña Rosa); todo eso no constituye noticia, y “por cuádruple no”? Traté de ayudarlo.
- Cacho, aquí la gente no tiene cabeza más que para la crisis. Con Australia sólo tendríamos un título si finalmente les ganáramos a los canucks, a los franceses y a los alemanes, aunque más no fuera jugando al truco. Por orgullo nacional. Pero un triunfo-triunfo. Eso siempre funciona.
El tipo devolvió de sobrepique:
- ¿Querés un título? ¿Qué tal: “Un cafecito con Claudia Schiffer”?
“Touché”. Sé rendirme cuando me derrotan.
Para los desmemoriados por vejez o ignorantes por juventud, aquella modelo alemana, Claudia Schiffer fue la única refutación viviente del axioma de que las bellezas que importan son todas morochas. En los ’90 eso lo entendía cualquier compatriota de cualquier género. Lo del cafecito también.
Así las cosas, el artículo salió con ese título de Cacho Otheguy en un semanario de fugaz éxito en esos años, antes del 2001.
Claudia Schiffer como metáfora de la precalificación de INVAP en Australia recae en Héctor “Cacho” Otheguy, entonces gerente de la firma. Descarté fotos mejores. Somos un portal serio.
Lo que yo no me imaginaba era que en Australia, por cuyo reactor INVAP estaba dando la pelea de su vida y por su vida, las cosas irían mucho más lejos que un cafecito. Ganar allí era impensable. Pero sucedió. Y le cambió la vida a Australia (un poco), le devolvió la vida a INVAP (un tiempo), y ante alguna gente poderosa del Hemisferio Norte, le dio otro “look” de comercio exterior a nuestro país (no mucho, pero en la dirección correcta).
Nada de esto resulta fácil de probar, pero es verdad. Siguen los detalles.
2. Lo intimidante de Australia Schiffer
Mapa del ex Ministerio de Energía de Aranguren mostrando los reactores en los que estuvo INVAP. Típico, faltan 3 reactores en Argentina, y el operativo desde 2019 en Arabia Saudita: casi la mitad.
Desde 1983 INVAP sigue viva -contra todo pronóstico- porque gana licitaciones afuera cuando está a punto de cerrar, y está a cada rato a al borde de hacerlo debido a la mucha gente que cree que ya no debería existir, algunos afuera, la mayoría aquí. Vamos por partes.
Aquel 22 diciembre de 1999 INVAP precalificó en Australia para la venta de un reactor nuclear que, inesperadamente para los compradores, terminó siendo el mejor del mundo, incluso al día de hoy. Sólo lo superará el RA-10 hoy en construcción en Ezeiza, a inaugurarse en 2022.
En aquella licitación australiana no asustaban Siemens, Techinicatome ni AECL “per se”: ya INVAP las había derrotado en otras confrontaciones. Sin ir más lejos, en 1992 en la licitación del reactor ETRR-2 de Egipto, aparato para el caso algo más potente en megavatios térmicos, pero menos complejo que el propuesto luego a los australianos. El de Sydney es 4 reactores en uno: uno de formación de personal, un segundo de producción de radioisótopos, un tercero de investigación en ciencia de materiales y un cuarto de fabricación de silicio dopado para la industria microelectrónica.
Más aún: antes de arriesgarse en Egipto, la firma nuclear barilochense le había dado la paliza a los franceses en Argelia, en 1985. No era poco decir. En los ’80 Madame la République se había vuelto la mayor y más exitosa constructora nuclear del mundo. Pero sumando humillación al daño, INVAP la tuvo que derrotar en su mejor momento y en su mayor ex colonia.
Sacar del ring a los EEUU, el país que inventó la industria nuclear, en Bariloche ya no era noticia: toda vez que aparecía INVAP en una licitación, las ofertas yanquis se caían solas por tecnología vieja “y de anaquel”, en lugar de laboriosamente diseñada a medida del cliente. Con eso y transferencias de tecnología muy abiertas, los barríamos rutinariamente, salvo que hubieran comprado al comprador, como acababa de suceder en Tailandia, en 1997. Sí, veníamos sumando adversarios fuertes.
Lo que intimidaba de Australia era el tamaño del enfrentamiento, desmesurado para el perfil de país y el monto de la posible venta. INVAP nunca ganó por precio, aunque en arenas periféricas como Perú, Argelia y Egipto el hacer valer la transferencia de tecnología dentro del precio final ganaba votos. El cliente aprendía a ingeniería nuclear práctica, a hacer reactores, casi a no necesitarnos. Pero Australia era Primer Mundo y compraba “llave en mano” porque –de puro ecologista- a aquel estado-continente no le interesaba aprender de ingeniería nuclear, salvo como usuario y operador. Había que ganar por calidad y/o precio y/o financiación.
El antinuclearismo de la población australiana entonces era enorme. Parte de los habitantes de Sydney habrían preferido importar radioisótopos medicinales a seguir manteniendo un reactor operativo en las frondosas colinas de Lucas Heights, que es a esa ciudad lo que los bosques de Palermo son para Buenos Aires. Puede resultar extraño tanto ecologismo antiatómico cuando Australia es el segundo emisor mundial de dióxido de carbono por cabeza de habitante: con 16,2 toneladas/año/persona sólo les gana Arabia Saudita, con 16,3. Pero bueno, tienen carbón a patadas y lo queman y exportan a lo pavote. Fuera de lo cual, sin duda, son grandes ecologistas.
Así las cosas, en ocasión de sustituir el viejo reactor nuclear inglés HIFAR de Lucas Heights, la Australian Nuclear Science and Technology Organization (ANSTO) tuvo que sudar la camiseta para que el Parlamento y la prensa les dieran luz verde con la sustitución. Y luego, para cubrirse de críticas ulteriores, ANSTO diseñó el mecanismo de adjudicación más transparente de la historia nuclear mundial hasta aquel momento.
De no ser por eso, no ganábamos.
El reactor OPAL a fecha de inauguración, en 2006. La extraña jaula que recubre el techo del edificio principal es un blindaje contra el impacto de aeronaves. En 1998, 3 años antes del atentado contra las Torres Gemelas, INVAP ya tomaba ese tipo de precauciones de diseño.
El original sistema de puntaje de ANSTO consistió en formar subcomités de expertos que puntuaban por separado únicamente un subsistema de cada oferta en lugar de su totalidad. Sin comunicarse horizontalmente entre ellos, los subcomités elevaban cada “score” a la jefatura. Así, había un comité únicamente para sistemas de control de los 7 reactores ofrecidos, otro exclusivo para los de seguridad, otro para la termohidráulica y refrigeración del núcleo de cada oferta, otro para capacidad de producción de radioisótopos, otro para aplicaciones científicas e industriales de los haces de neutrones, etc.
La jefatura de ANSTO y el gobierno australiano empezaron a inquietarse cuando la oferta de INVAP iba sacando el puntaje tope en cada subcomité. Entiéndase bien: los tipos se habían hecho esclavos de ese método. Entiéndase bien: si bochaban la oferta de mejor calidad, tendrían que dar la cara por defender la segunda opción. Entiéndase bien: no querían en absoluto un triunfo argentino. Suponía un tremendo despelote político, y ya venían teniendo de sobra en casa.
Al reactor HIFAR los australianos se lo habían bancado desde 1958 porque daba plata, pero sobre todo, por inglés, ergo bueno. Sería terriblemente difícil explicarle a Mrs. Rose (la doña Rosa de Sydney) que la máquina nuclear de reemplazo del HIFAR y con el doble de potencia (20 MW térmicos) era un diseño de un país sólo conocido por exportar naturaleza cruda, futbolistas notables y recurrentes titulares de calamidades económicas, políticas y sociales.
Explíquele a un cheto de La Horqueta de San Isidro que va a ser vecino de una petroquímica diseñada y construida por una empresa de la República del Congo, aunque muy meritoria. Es más o menos lo que sucedió. No por nada, para precalificar, Cacho Otheguy y comitiva habían tenido que ir a Sydney para responder 1200 preguntas y objeciones. Nos querían barrer de entrada.
El 4 de junio de 2000 ganó la oferta argentina. El 17 de diciembre de 2001 Greenpeace con miles de manifestantes le pasó por encima a la seguridad y copó el predio de Lucas Heights, donde todavía no empezaba la obra, para mostrar justamente lo insegura que era la instalación ante un ataque terrorista. En 2002, con el estado argentino al borde de la implosión e INVAP sin pagar los sueldos, Australia invitó discretamente a la firma argenta a desistir de la obra. Todo muy bien con Uds., chicos, pero no con su país.
INVAP, aún más discretamente, les dijo que de irse, “ni ahí”. El resultado está a la vista en Sydney desde 2006. En 2009, nuestros rivales canadienses de AECL querían desesperadamente una máquina similar a la argentina, con 300 días/año de “uptime” y una producción inexplicable para su baja potencia, porque estaban por perder –de puro viejo- el reactor de Chalk River, que alguna vez les dio el control del 60% del mercado mundial de radioisótopos. En 2016 con aquel reactorcito argentino que costó U$ 180 millones, Australia estaba atendiendo a 470.000 compatriotas suyos, y con los radiosótopos excedentes copó un tercio del mercado mundial, que aquel año anduvo en casi U$ 17.000 millones. Y podian ir por más y atrapar la mitad.
Pero todo eso en 1999 no lo sabía nadie. Aquel año, ganar en Australia por financiación habría sido imposible. El Banco Nación no arriesgaba un centavo en exportaciones incomprensibles, como las de INVAP. El de Río Negro –patria chica de INVAP- no daba garantías creíbles afuera. No con Argentina fundiéndose (de nuevo) al compás de un combo fatal de recesión y endeudamiento.
Y el ruedo australiano estaba complicado para ganar por precio. La mishiadura de las todavía poderosas empresas nucleares occidentales, impedidas de vender nuevas centrales de potencia desde el accidente de Chernobyl, había transformado aquella licitación por un reactor chico en Sydney en un “todos contra todos” en el Coliseo de Roma. A buen hambre, no hay pan duro: los desesperados gigantes nucleares norteamericanos, europeos y asiáticos bajaban a la remota capital australiana para jugarse el cuero, y por chirolas. De modo que por “dumping”, a la Siemens, AECL o a Technicatome no le ganábamos ni disfrazados de gaucho.
El único enano en aquel combate (y el único desamparado por su propio estado) era INVAP. Y su única opción era ganar por calidad de oferta.
Es lo que sucedió el 4 junio de 2000: Claudia Schiffer, siguiendo la metáfora de Otheguy, dio el “sí”. En realidad, lo hizo Ross Miller, gerente de tecnología de ANSTO, que levantó de la cama al jefe del Proyecto Australia, Juan Pablo (a) “La Parca” Ordóñez.
No sé su caso o el de Cacho: confieso que yo no lo esperaba. Tampoco esperaba lo que sucedió a continuación en Argentina y Australia: Greenpeace y sus imitadores menores salieron con los tapones de punta a difamar la operación.
(Continuará mañana)
Daniel E. Arias