La primera parte de esta nota está aquí. En ella Daniel Arias describe como y porqué INVAP ganó la licitación australiana. En ésta se describe como se usó un falso «ambientalismo» contra el país. Pues la anterior concluye «Tampoco esperaba lo que sucedió a continuación en Argentina y Australia: Greenpeace y sus imitadores menores salieron con los tapones de punta a difamar la operación.»
«Argentina, dijeron, había ganado ofreciéndose a enterrar (¡¡en Ezeiza!!) la “basura nuclear” que generaría el reactor australiano. Hubo movilizaciones en ambas capitales, firmas de petitorios, juicios que aquí terminaron en la Corte Suprema.
En Australia, Greenpeace organizó no sólo la toma de Lucas Heights, sino un concurso nacional para darle un nombre apestoso al nuevo reactor argentino. Ganó “Chernobyl Heights” por aclamación. Aquí el ecologista Juan Schroeder pulseó un amparo contra INVAP a través de sucesivas instancias judiciales hasta el fallo de la Corte Suprema en 2010, donde perdió. A Schroeder le resultó imposible demostrar que, en violación abierta de la ley 25.018 de residuos radioactivos de 1988, INVAP quisiera transformar a su propio país “en un basurero nuclear”.
El contrato no decía nada de eso. Sólo especificaba que ANSTO podía exigirle a INVAP que gestionara el procesamiento y vitrificación de los combustibles gastados. Pero, reconoció la Corte Suprema, según otra ley, la 25.279 de residuos nucleares, estos no son basura sino más bien sustancias en tránsito rumbo a procesos que las volverán insumos útiles o desechos a espera de reposición geológica final.
La distinción es clave: los elementos gastados están llenos de elementos físiles quemables, desde el uranio 235 sin quemar hasta los actínidos artificiales, muy físiles. Pueden ser reciclados químicamente para hacer nuevos combustibles de óxidos mixtos. Eso lo hacen algunos países en general con poco uranio y gran capacidad nucleoeléctrica instalada, como China o Francia. Con sucesivos reprocesamientos y quemados, la economía nucleoeléctrica se circulariza y se logra un ahorro de un 25% en nueva minería de uranio, o en importaciones de ese metal.
Pero aún si no se quiere o puede reprocesar uranio y actínidos, de todos modos hay que disolverlos en vidrio, junto con los productos de fisión inevitables en los combustibles gastados. Son radioactivos, de largas vidas medias y (por ahora) enteramente inútiles.
Lo vitrificado sí es basura para reposición geológica, y según usos, costumbres y legislación mundial suele volver al sitio donde se originó, en este caso, Australia. El contrato con el ANSTO no dice en ningún lado que INVAP tenga que hacer el tratamiento químico o de vitrificación en territorio argentino, con entrada, residencia en tránsito y fecha de salida. Menos que menos dice que deba quedarse con el producto.
Ojo: hacer eso no era imposible. Pero habría sido una estupidez comercial y política: las instalaciones de Ezeiza no dan para ese propósito y tampoco el ánimo nacional. La opción lógica para INVAP, cuando los primeros combustibles gastados por el reactor australiano se hubieran enfriado térmica y radiológicamente, allá por 2040, sería contratar a los franceses. Son especialistas mundiales y ofrecen ese servicio a decenas de países con reactores y centrales. Inglaterra y Rusia también operan en ese rubro.
Pero no hizo falta. EEUU aceptó quedarse con los combustibles gastados del primer reactor inglés en Lucas Heights, el HIFAR, y de paso también con los que produjera el OPAL.
Parte de las instalaciones de reprocesamiento, operada por Areva Orano en La Hague, Francia. La luz azul (inofensiva) emitida por los combustibles gastados sumergidos es la famosa radiación de Cerenkov.
En 2001 Greenpeace organizó incluso manifestaciones contra “la basura nuclear australiana” en La Hague, sobre la costa normanda. Allí Francia reprocesa y vitrifica los combustibles gastados de más de dos centenares de grandes centrales núcleoeléctricas de entre 900 y 1200 megavatios cada una, de las cuales 59 son propias y producen el 75% de la electricidad francesa. Obvio, también atienden a clientes extranjeros.
La empresa Orano, propietaria de La Hague, ya lleva reprocesadas 34.000 toneladas de combustible gastado desde 1966, una torta inmensamente mayor que las aproximadamente 40 toneladas que habrá generado el pequeño reactor argento-australiano en 2056, cuando pida reemplazo. Y además, Francia no se queda con nada. Lo que entra, sale reprocesado como nuevo combustible o vitrificado con múltiple protección radiológica y marbete de residuo a gestionar en origen, y plink, caja, Madame La République cobra. Igual servicio dan los ingleses, los rusos y próximamente los chinos, aunque por ahora no tienen instalaciones comparables.
Hablando de lo cual, la multinacional de la ecología cobra aportes de sus creyentes en proporción directa al ruido mediático que genera mientras está salvando el planeta. Pero aquella campaña en tres países debe haber salido carísima a quienes la hayan pagado. Y no les sirvió propiamente para nada.
Desde 2006, el OPAL (la piedra semipreciosa típica de Australia, nombre “Nac & Pop” que le dio ANSTO a “Chernobyl Heights”) suministra radiofármacos a unos 80 hospitales australianos, pero además los saldos de exportación ya dominan el 40% del mercado mundial de isótopos médicos, incluido el de EEUU. Es una ironía de cajón, porque el tiempo pasa, y aquellos entusiastas que se movilizaron a principios de siglo y en 3 países contra el OPAL envejecieron, y miles habrán sido diagnosticados de alguna patología circulatoria u oncológica gracias al molibdeno 99m australiano. En un número menor, otros han sido tratados con otros radiofármacos originados en ese reactor que trataron de parar.
Eso nunca sucedió aquí. En Argentina, el viejo RA-3 (sí, de Ezeiza) nos hizo autosuficientes en radiofarmacia desde 1967. En 2022, cuando lo reemplacemos por el RA-10 de 30 MW, Australia tendrá un rival muy duro, dotado del único reactor mejor que el de ellos en todo el planeta. En 2016 el mercado mundial sumaba U$ 16.761 millones, y para 2024 se espera que llegue a los 27.248 millones. ¿A un deudor en problemas como Argentina le podrá servir de algo un 30% de esa torta? Serían U$ 8174 millones/año. Es un poco más que la suma de lo que exportamos este año de maíz (U$ 4874 millones) y de trigo (U$ 3200 millones).
El Dr. Juan Pablo Ordóñez, gerente del proyecto Australia, recuerda el tiempo y energía que gastó INVAP en convencer a su propio país de que no es una empresa criminal. Lo hace en términos más bien diplomáticos en este video:
A mí, menos diplomático, todavía me asusta la cantidad de altos dirigentes de partidos grandes que hasta entrado 2003 seguían firmando gansadas tituladas “Chernobyl en Ezeiza”, o similares sandeces. Entiendo las ganas de esos tipos de aparecer como defensores de la patria en sus épocas de mayor desprestigio político, cuando aún sonaba el irreal “que se vayan todos”. Pero 20 años después, me sigue asombrando la vertiginosa ignorancia tecnológica y legal de esa dirigencia, su desprecio por los científicos y tecnólogos argentinos, extensivo a la capacidad de formarlos que tuvo nuestra educación pública y gratuita. Oportunismo aparte, hay líderes que creyeron en serio que habíamos ganado en Australia por “prostitución radiológica”: tomá mi reactor y dame tu basura, papito.
La escasa educación científica de nuestra dirigencia es un desastre crónico para el desarrollo del país, y recrudece en toda ocasión en que un bruto grave agarra la manija. El bruto puede tener pergaminos, pero lo que lo define como tal es creer que la Argentina tiene futuro exportando naturaleza cruda: soja, carne, petróleo, gas, oro, litio.
Apalancada en su sistema educativo, Finlandia, pese a su desarrollo forestal-papelero y sus astilleros, figura en el mapa tecnológico mundial gracias a Nokia y la microelectrónica. Cosa rara, hasta hoy ningún gobierno argentino –salvo en un punto el de Cristina Fernández de Kirchner- quiso hacer de INVAP, que ya cumple 44 años, algo parecido a Nokia: una empresa argentina “de bandera”. Y hay con qué.
Aceptado, vivir vendiendo reactores nucleares diseñados a medida del cliente no se parece nada a fabricar telefonitos celulares. Es más como vender mitras papales: cada ítem es muy caro, pero el mercado es chico y la reposición, infrecuente. Sin embargo desde el Renacimiento existe el respaldo soberano a las empresas “de bandera”, porque, sean privadas o públicas, representan al propio estado ante otros, y eso beneficia recíprocamente a la firma y al país. INVAP tiene casi todo para ser “de bandera”… salvo el estado.
En 1631, Luis XIII y el cardenal Richelieu apoyaron a los astilleros de Toulon para rivalizar en los mares con Gran Bretaña, y la empresa formada entonces, la vieja DNCS, hoy sigue viva y vende submarinos y naves de guerra con el nombre de Naval Group. Emplea a 13.000 personas en 18 países.
Suecia, país rural y atrasado a principios del siglo XX, hizo lo propio con la aeronáutica Saab desde 1937. En 2009 vendió su división automotriz a GM (que la quebró en 2011). Pero SAAB Dynamics sigue viva, diversificada en todo el arco de Defensa: aviones caza Gripen, aviones AWACS de control aéreo, misiles aeronáuticos, navales y terrestres de todo tipo, radares, equipos de inteligencia, submarinos silenciosos, etc. Saab genera 15.900 empleos directos bien pagos. Es una especie de INVAP nórdica, pero con casi un siglo del estado firmemente detrás.
Y eso hace diferencia. Con mucho menos apoyo, INVAP debería haber vendido ya no 10 ocasionales reactores a 8 países sino 30 o 40 centrales nucleares compactas CAREM a medio mundo. Debería ser un ícono argentino. Esa marca de calidad hoy traccionaría las exportaciones de otras empresas argentinas intensivas en tecnología, desde las de biociencias a las de maquinaria industrial, desde los astilleros hasta las de software.
Sin ese back-up, INVAP se diversificó con razonable éxito técnico en la industria satelital de observación y de telecomunicaciones, la petrolera, la informática, la de turbinas eólicas industriales, en tecnología médica, en radares aeronáuticos, meteorológicos, espaciales y otros sistemas de control de grandes espacios, así como en drones. Un estado menos idiota la habría vuelto un emblema, exactamente como lo fue Embraer para Brasil entre 1969 y 2019, tercer fabricante aeronáutico mundial cuando el presidente Jair Bolsonaro vendió el 80% de sus acciones a la Boeing, ups. Corren tiempos canallas: no todas las tecnológicas “de bandera” de los estados de mediano desarrollo sobreviven. A veces las carnean porque triunfan.
Huérfana crónica de un estado del que, paradójicamente, es la parte más presentable, en sus 44 años INVAP vivió más tiempo al borde de la bancarrota que amparada por alguna seguridad. Eso sí, en los momentos peores, a meses del cierre, siempre la salvó el estado: el estado argelino, el egipcio, el australiano, el holandés, el saudí.
¿No es hora de hacerse algunas preguntas, compatriotas?
(Continuará mañana)
Daniel E. Arias