La Reserva Federal (la «Fed»), el equivalente al Banco Central en EE.UU., redujo ayer en forma sorpresiva la tasa de referencia en un punto: la ubicó entre el 0 y el 0,25%. Según anunció en un comunicado, la medida se debe a las consecuencias económicas de la epidemia de coronavirus.
Es cierto que la epidemia ha llegado a un nivel muy serio allí. Pero la baja de tasas estaba siendo reclamada desde hace semanas por el presidente Trump, preocupado por el pobre desempeño del mercado de valores estadounidense. Acusaba al presidente de la Fed de «tímido» e «irresoluto», al mismo tiempo que se felicitaba a sí mismo por las buenas cifras del mercado de trabajo, con el índice de desempleo más bajo en este siglo.
El problema es que esta es, de algún modo, la «última bala» de la Fed. Las tasas no se pueden poner por debajo de cero. Y los futuros de la bolsa estadounidense han caído casi un 5% después del anuncio de reducir la tasa e inyectar 700 mil millones de dólares al sistema financiero. Los índices S&P500 y Dow Jones responden con duras caídas.
La economía argentina está, es evidente, en mala situación. A sus propios problemas financieros se suma la caída de las exportaciones que provocan esta epidemia y la baja de los precios del petróleo. Pero este desarrollo la ayuda en la tarea inmediata de reestructurar su gigantesca, e impagable, deuda externa. Los acreedores ya saben ahora que, por bajo que sea el valor actual de la oferta que haga el ministro Guzmán, no parecerá tan malo en el marco del desbarajuste global.
Y los «fundamentals» de la economía argentina: su ventaja competitiva en la producción de alimentos, su mano de obra educada, sus interesantes capacidades tecnológicas en algunos campos, y, también, sus recursos naturales, son, como siempre insistimos en AgendAR, muy buenos. Debemos soportar lo mejor posible esta epidemia -y la tormenta financiera que la acompaña- y Argentina puede volver a ponerse en marcha.