La información circuló rápidamente todo el día de ayer. El ex presidente Duhalde y, con más discreción, el gobernador Perotti la anticiparon. Pero es cierto que la visita de Sergio Nardelli, director en Vicentin SAIC, prevista para esta tarde a Olivos, cambia bruscamente el escenario. Aunque no modifica la realidad de la empresa y sus deudas.
De cualquier forma, lo que apuntaba como una «mini 125» -un enfrentamiento entre un oficialismo dispuesto a intervenir y expropiar una gran empresa agroexportadora, y una oposición que se montaba sobre el rechazo a esa movida de una parte de la sociedad -particularmente audible en localidades de Santa Fe y en la ciudad de Buenos Aires- se transforma en la presentación de la propuesta de una empresa (grupo de empresas, para ser precisos) en serios problemas al gobierno nacional. Que es su principal acreedor, a través del Banco de la Nación Argentina.
Por supuesto, esto no termina aquí. La firma Vicentin sigue siendo viable -aquí estoy dando mi opinión profesional- pero su situación financiera es apremiante, y la oposición, que hasta ayer estaba ansiosa por salvarla, no aceptará que el gobierno se haga cargo de las deudas (En AgendAR tampoco nos parecería bien, para ser sinceros).
La negociación no se cerrará hoy, y habrá que esperar los próximos hechos. La única observación que me siento dispuesto a agregar ahora es una sobre comunicación, y la imagen del Estado en la sociedad. Porque, en mi opinión, explica parte del rechazo a esa medida por parte de muchos argentinos que no pertenecen a la familia Vicentin, ni tienen una mínima participación en ninguna cerealera.
Una gran parte de los argentinos ve en el Estado al único actor que puede atender sus necesidades más elementales, educación, salud,… Y tienen razón, por supuesto. A eso se refiere la frase de «Estado presente». Otro sector lo ve como una salida laboral posible. Y está muy bien que sea así: la educación, la salud, la seguridad… no son tareas automatizables. Y un sector del gran empresariado lo ve como una vaca a ser ordeñada.
Pero una parte muy numerosa de nuestros compatriotas, aunque usen los servicios que el Estado presta, lo ven lleno de parásitos que viven a costa de «sus» impuestos y tienen privilegios abusivos.
Es evidente que ha habido una larga campaña de décadas para formar esa opinión. Pero también corresponde preguntarnos qué debe hacer el Estado, y sus agentes, para cambiarla.
A. B. F.