(Esta nota fue publicada en tres partes; la 2° está aquí, y la 3° aquí)
La Argentina, como se recuerda en documentos de nuestra Cancillería, fue uno de los primeros países que destacó el alcance de sus derechos de soberanía sobre la plataforma continental, en su condición de Estado con costas oceánicas. En 1916 el almirante Segundo Storni desarrolló una doctrina que reivindicaba los derechos sobre la plataforma continental y todos los recursos que en ella existían.
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En 1944 la Argentina declaró zona de reserva minera a la plataforma continental. Después, en 1946, lo hicieron los EEUU. El asunto estaba en el aire: el 28 de septiembre de 1945 (al toque de concluida la Segunda Guerra Mundial) el presidente Harry Truman había reclamado para su país los “recursos naturales del subsuelo y del lecho marítimo de la Plataforma Continental bajo el alta mar”. En sintonía, el gobierno argentino dictó el Decreto N° 14.708/46, poniéndole marco legal a su reclamo de 1944.
Esta norma legal reivindicó la soberanía argentina sobre el mar epicontinental y el zócalo continental. El decreto sostuvo como fundamento que se trata de una norma consuetudinaria, e hizo referencia al concepto de prolongación natural del territorio.
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En 1966, la Ley N° 17.0945 -en coincidencia con la Convención de Ginebra sobre la Plataforma Continental de 1958- reafirmó la soberanía argentina «sobre el lecho y el subsuelo de las zonas submarinas adyacentes a su territorio hasta una profundidad de doscientos metros o más allá de este límite, hasta donde la profundidad de las aguas suprayacentes permitiera la explotación de los recursos naturales de dichas zonas». La letra es deliberadamente vaga, porque lo que fija la posibilidad de explotación (y con ello, la soberanía) no es un dato geológico relativamente fijo (la profundidad) sino otro en rápida evolución: la capacidad tecnológica de perforar por petróleo o extraer minerales de los fondos y en la columna de agua.
Hasta ahí, la afirmación de nuestros derechos. Un paso necesario. Pero faltaba hacerlos reconocer por el resto del mundo, máxime con EEUU, Canadá, Australia y otros países con grandes plataformas expandiendo sus soberanías marítimas fuera de ellas y de modo casi unilateral. Esa ha sido una tarea del Estado que llevó casi veinte años, bajo distintos gobiernos.
La República Argentina presentó el 21 de abril de 2009 ante las Naciones Unidas la documentación -que se había estado elaborando desde 1997- con la cual reclamaba un territorio de más de 1.500.000 de kilómetros cuadrados, al extender los límites de su plataforma continental desde las 200 hasta las 350 millas desde la costa.
El 28 de marzo de 2016 nuestra cancillería presentó el nuevo límite exterior de la Plataforma Continental Argentina, que, con el reconocimiento de las Naciones Unidas, incorpora 1.700.000 kilómetros cuadrados, 200.000 km2 más de nuestro reclamo original, y el equivalente a un 35 % de la superficie seca actual. O un 48% más de áreas bajo soberanía (que será contestada, a no hacerse ilusiones).
Según informó la entonces ministro Malcorra “La Comisión del Límite Exterior de la Plataforma Continental, órgano científico integrado por 21 expertos internacionales de reconocido prestigio y creado por la Convención de la ONU sobre Derecho del Mar, adoptó por consenso, es decir sin votos en contra, las recomendaciones sobre la presentación argentina”.
Y, vale la pena marcarlo, el vicecanciller Carlos Foradori recordó que ese logro “es algo que ha venido gestándose a lo largo de muchos años, no es un trabajo de un gobierno, sino una política de Estado”.
La historia de este esfuerzo, en el que trabajaron diplomáticos, juristas, geógrafos, científicos y marinos con muy distinto palo político, o de ninguno en especial, merece ser contada. Es una epopeya argentina que terminó en un triunfo, del que tal vez hoy no podemos apreciar del todo su significado. Le pedimos a Daniel Arias que la cuente. Y, también, algunas sugerencias sobre lo que podemos hacer ahí abajo. Ah, y feliz día de la Patria.
Argentina tiene un 48% más de territorio soberano
Las plataformas continentales y sus límites externos, nuevas zonas de conflicto soberano mundial. Allí CONVEMAR, órgano de la ONU, nos acaba de dar 1.782 millones de km2 de nuevo territorio.
La CONVEMAR (Convención de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar, UNCLOS en gringo), amén de un muy buen trabajo científico, legal y diplomático de la COPLA (Comité sobre Límites Externos de la Plataforma), un organismo de la Cancillería, nos dieron soberanía limitada al fondo sobre 1,782 millones de km2 cuadrados de corteza terrestre muy sumergida. Es el 48% de nuestra superficie seca, o el 35% si suma “las 200 millas desde la línea de base”, de las cuales somos dueños desde los ’70.
Eso sí, los nuevos territorios empiezan a los 200 metros de profundidad y promedian los 4000, aunque hay zonas de 6000 y más. Por ahora, por esas zonas no da para desfile patriótico.
¿Qué hay por hacer ahí tan abajo? ¿Qué podemos, qué podríamos, qué nos dejarán, qué nos permitiremos? Son zonas casi inaccesibles. No tenemos fierros para explotarlas y mucho menos, defenderlas, como ser un portaaviones. ¿No lo empieza a extrañar un poco al ARA 25 de Mayo, viejo y menguado como era? ¿Y de submarinos cómo venimos, con uno de los dos mejores que teníamos, perdido, otros dos sobrevivientes que ya no navegan y dos más en construcción parada desde los ’90? Cualquier estadista que Ud. tropiece utilizaría esta noticia para revivir y “complejizar” nuestra industria naval, la estrictamente civil, la militar y la de uso dual. Como sea, todavía de eso no habló nadie. Hagámoslo nosotros, pues.
La noticia quizás le resulte vieja o borrosa. Tiene razón: se dio en marzo de 2016, cuando estábamos demasiado afectados por la devaluación de aquel momento como para registrarla, y menos aún, pensarla. Veo su pestañeo atónito. No se eche culpas por haberla borrado de su memoria, compatriota. Esto apenas si salpicó los medios y las mentes, y es difícil que lo haga hoy, tras otra devaluación brutal. En un contexto político-económico menos temible, tanto en lo nacional como en lo regional, serían buenas nuevas. Pero en el cuadro actual se mentaron inevitablemente poco y se evaporaron rápido. Sin embargo, son muy importantes.
Por este logro, la Dra. Frida Armas, coordinadora general de COPLA y su presidente, el vicecanciller Carlos Foradori, recibieron la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento, galardón máximo del Senado de la Nación.
Es un raro reconocimiento a algo aún más raro en nuestra historia: veinte años de agotadora continuidad de un elenco que incluye funcionarios de carrera del Ministerio de Economía, del Servicio Hidrográfico Naval (SHN) de la Armada, y a un plantel fijo de geodestas, hidrógrafos, geólogos, geofísicos, cartógrafos, oceanógrafos, diseñadores de sistemas de información geográfica, abogados y juristas en derecho internacional. Y ni hablar de oficiales, suboficiales y marineros de la Armada. Y de los convenios con muchos organismos y universidades públicas, que se mantuvieron a rajatabla, y no fue fácil.
Este reclamo la Argentina lo inició en 1997 y en 2001 estuvo a punto de perderlo por el colapso de su antiguo poder militar, la desinversión en ciencia, la indiferencia de los medios y no lo menos importante, debido a que alguien desvalijó a COPLA de sus fondos. Eran U$ 40 millones que incautó, seguramente para bien de la Argentina, cierto Ministro de Economía calvo y de grandes ojos celestes abocado entonces a un megavaciamiento bancario que hizo implotar el país.
Llevar adelante el reclamo de COPLA, inicialmente por “apenas” 1,5 millones de km2, no era barato: la Argentina carecía de barcos de investigación cuyos ecosondas tuvieran la potencia necesaria para escudriñar fondos a entre 3000 y 6000 metros. Contratar barcos ajenos aquel año salía U$ 700.000 sólo el traerlos aquí desde la prospección petrolera más cercana. Generalmente los tienen contratistas de petroleras o de “telcos” que buscan el mejor fondo para el tendido de fibra óptica submarina. También –y con equipamiento más complejo y diverso- hay barcos aún mejores en los institutos oceanográficos de países como EEUU, Francia y Alemania, que se toman la ciencia marina en serio, porque es dinero y es poder.
Cantar propiedad sobre terrenos tan salados y remotos… sale salado. En marzo de 1997 CONVEMAR -las Naciones Unidas a través de CONVEMAR- decidieron la posibilidad de reclamos soberanos ya no sobre las 200 millas desde la “línea de base” costera, sino incluso hasta las 350, si correspondía. Pero las últimas 150 millas la agencia las restringió sólo al uso de fondos, sin soberanía sobre la columna de agua, y aclaró que las daría exclusivamente a los países que acreditaran con buenos estudios científicos la tenencia potencial de recursos energéticos, mineros y biológicos a pie de talud.
Fuimos beneficiarios indirectos. Esto venía impulsado por EEUU, Canadá y Australia, países con grandes plataformas y mucho territorio para ganar. Los rusos, japoneses y chinos en cambio no ganaban mucho, por cuestiones de geomorfología de pie de talud. Si ahí hay sedimentos blandos gruesos acumulados en una lomada llamada “emersión”, el país reclamante puede pedir las 350 millas completas. En escenarios sedimentarios menos gloriosos, el pedido puede restringirse a apenas 60 millas más desde el pie del talud. Eso desató una demanda febril (y mundial) de barcos bien equipados y una pandemia de estudios de límites externos de plataformas.
Llovía sopa y nosotros con tenedor. No éramos los únicos apurados: el 13 de marzo de 2009 CONVEMAR dejaba de recibir reclamos. Lo que no hubieras fundamentado como tuyo antes de esa fecha, se volvería “patrimonio de la Humanidad”, lo administraría la International Seabed Authority (ISA), creada ad-hoc por la ONU, y si a futuro querías prospectar tales sitios por recursos, tendrías que pedir permisos (caros). Alpiste.
Logotipo de la joven International Seabed Authority (ISA). Por fin una agencia internacional a la que al parecer no tendremos que pagarle un peso.
Y efectivamente, hoy si golpeás la puerta de la la ISA en Kingston, el número 20 de Port Royal Street, Kingston, Jamaica, te van a dar un café Blue Mountains que te hará entender que has vivido en vano, van cobrarte un ojo por una concesión de 150.000 km2, van a extenderte una licencia transitoria de 15 años y darte un catálogo de recomendaciones ambientales, nada fáciles de respetar a profundidades de llanura abisal, y eso como para que la pienses 10 veces antes de lanzarte. Luego te van a decir “Ojo con el ‘bentos’, attenti a los clastratos, cuidame los holutorios, good luck, Bro!”, espaldarazo y… su ruta.
Mientras te vas con tu mapa de prospección, algunas aclaraciones: el “bentos” no es un Volkswagen de alta gama ni la torre de dólares que acabás de pagar, sino los organismos fijos del fondo, entre ellos esa clase de equinodermos llamados holutorios, sobrerrepresentados por los pepinos de mar. Cuando hayas averiguado para qué y cómo, también podés explotarlos, según la ISA, pero sin exterminarlos, ojo.
Sigo aclarando mientras oscurece en Kingston y vas por otro Blue Mountains. Los clastratos no son señores emasculados en su niñez para cantar con voz de soprano o mezzo el resto de su vida, como sugiere su nombre. Por el contrario, son cúmulos abisales de metano congelado. Si encontrás el modo de traerlos encapsulados a la superficie para quemarlo, pero sin que burbujeen y se dispersen en la atmósfera (eso agravaría el calentamiento global), te espera un Nobel, fija.
Los pepinos de mar por ahora no nos sirven de un ídem, pero eso porque la ciencia tiene menos currículum abisal que fóbal la revista “Para Ti”. No descartes que estén llenos de soluciones en busca de problemas médicos o de tecnología de materiales. Tampoco descartes que no. Sospechá libremente que si son tan frecuentes en el extraño ecosistema abisal, alguna función cumplen en la química global del mar. No te olvides de que esas llanuras barrosas de las que ahora tenemos ideas muy vagas son el paisaje más frecuente del planeta: cubren el 50% del mismo. Conocemos más la Luna, en comparación.
Los hidrocarburos y metales valiosos y/o raros presentados como nódulos o como costras (con bastante cobre, cobalto, la familia química del platino) parecen, por ahora, el premio gordo de los fondos. Son cosas que ranquean en los mercados de commodities. Pero el petróleo o la minería tan profundos todavía no son competitivos con su extracción terrestre u “off-shore” en las mucho más someras plataformas continentales, o en los taludes de las mismas.
Pese a ello, la ISA ya expidió 15 licencias, por la mayor parte de minería de nódulos de manganeso en la zona abisal Clayton-Clipperton, que va desde el límite externo del reclamo mexicano sobre fondos del Pacífico hasta las inmediaciones de las islas Hawaii. Es que entre los países que se toman en serio sus intereses marítimos, hay estrategas que ya tratan de afilar la tecnología porque anticipan décadas las jugadas de los mercados, donde ganarán plata gracias al pelotón de giles que corren tras la pelota. Cuando el Mingo dejó sin plata a COPLA, nos puso en un tercer grupo: los que no juegan.
Salir de ese exilió costó aproximadamente 1 millón de horas/hombre de trabajo argento experto. El asunto, estimad@s, es que ganamos. Nos dieron más de lo que reclamábamos. Sin abstenciones. Qué desconcierto… ¿y ahora qué hacemos?
Continuará