Reproducimos esta columna de Eduardo Levy Yeyati, decano de la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella, porque es un economista inteligente que aporta ideas estimulantes a un debate que todavía está muy «verde» entre nosotros. No compartimos algunos de sus supuestos, pero la objeción fundamental que se nos ocurre es que, más urgente que pensar en la Argentina pos pandemia, es pensar en nuestro país en pandemia. Todavía estaremos largos meses en ella.
«Nos espera más de un año de distanciamiento intermitente y una pospandemia que ya insinúa cambios y pesadas herencias que se sumarán a una década de crecimiento per cápita negativo. Planificar es, en gran medida, anticipar.
¿Cuáles son los temas clave para este futuro cercano que deberían protagonizar hoy el debate político?
El dilema de la reconstrucción. Nuestra lista de necesidades es larga y nuestros recursos, escasos, lo que obliga al Gobierno a tomar decisiones difíciles. Por ejemplo, sabemos que las políticas de reconstrucción con distanciamiento son distintas, menos defensivas y más proactivas que las de contención en la cuarentena. Pero ¿cómo asignar estos estímulos? ¿Protegiendo actividades en coma pandémico o promoviendo sectores dinámicos para que arrastren al resto? ¿Manufacturas o servicios del conocimiento? ¿Comercio minorista u online? ¿Empresas zombies intensivas en trabajo o empresas en crecimiento intensivas en capital y conocimiento?
El Estado pobre y omnipresente
Casi ninguna decisión es de esquina, a todo o nada. Una buena solución intermedia no sería repartir entre todos, algo que, en el caso que nos ocupa, equivaldría a una reducción de impuestos o a un aumento del gasto que la Argentina no puede financiar. Como decía una vieja campaña, en la vida hay que elegir. Y, forzados a elegir, tal vez lo mejor sea la promoción de actividades y empresas dinámicas con potencial exportador, combinada con un piso de ingreso para eliminar la pobreza extrema, programas de formación e inserción laboral, subsidios a los nuevos empleos y estímulos a la inversión privada.
¿Protección o movilidad social?
Cualquiera sea la decisión en el dilema mencionado, la pandemia profundizará la pobreza y la desigualdad. Además, activará, en un contexto de escasez, un debate típicamente asociado a una situación de bonanza: el ingreso universal, que pocos países en desarrollo, y mucho menos la Argentina, están en condiciones de solventar. Por eso, paradójicamente, lo que comenzó a discutirse bajo ese nombre ambicioso es, en realidad, un ajuste del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) en la pospandemia.
También acá hay elecciones difíciles. Las propuestas más realistas piensan en un piso de ingreso para eliminar la pobreza extrema y el hambre; más precisamente, en una transferencia bancaria equivalente a la línea de indigencia para los mayores de 18 años que no perciban ingresos.
Dos aspectos son cruciales para las chances de éxito de un programa de este tipo. El criterio de elegibilidad, que debería ser cualitativo (para tomar en cuenta ingresos no declarados) y automático (para eliminar intermediarios y peajes, como lo hizo en su momento la AUH). Y la consolidación de programas duplicados, que genere ahorros sin los cuales el programa sería fiscalmente inviable.
La idea no está exenta de críticas. Para empezar, mal diseñado, puede ampliar y hacer más rígido el gasto público, o «premiar» a quienes tienen ingresos informales. La crítica principal es que no deja de ser asistencia social, una contención estática que consolida la pobreza estructural y los desequilibrios asociados. Para que la asistencia social se convierta en movilidad social, el programa debería complementarse con algún tipo de formación e inserción laboral, adaptada al universo de beneficiarios, con el objetivo de que el universo del programa se redujera naturalmente con el tiempo.
La tecnología pone en aprietos al poder sindical
Cómo dar trabajo. Hay varias razones para poner al tope de la agenda la creación de trabajo. La primera: un país de clase media se construye en base la movilidad social y, al menos estadísticamente, la variable que mejor explica la movilidad social es la inserción laboral.
Una segunda razón es macroeconómica. La desocupación y la precarización laboral están en la raíz de nuestras crisis. Son la causa del bajo crecimiento (menos participación y productividad laboral es menos crecimiento per cápita), y del déficit previsional y fiscal (más de dos tercios de nuestra población en edad de trabajar aporta poco o nada al sistema, y esta proporción se deteriorará aún más con la pandemia). Por esto mismo, los empleos a crear no pueden ser empleos subsidiados que reproduzcan la pobreza o la dualidad insostenible (fiscalmente y socialmente) de una economía con muchos visitantes y pocos socios.
En este capítulo, hay varios subtítulos. Un Instituto de Formación Continua que profesionalice la formación y certificación laboral como escalera social (que sume la educación para el trabajo de los jóvenes y la formación laboral de los trabajadores de la economía popular hoy condenados al subempleo y al subsidio). Un Régimen del Trabajo Independiente, que lo haga menos precario y más solidario con la seguridad social y el sistema de salud. Regímenes especiales adaptados a las nuevas modalidades laborales (como ya existen para la construcción, el campo y el servicio doméstico). Una negociación colectiva menos rígida, que tome en cuenta la heterogeneidad de empresas y de realidades regionales. Todos avances necesarios para detener la precarización laboral.
La agenda verde
Entre los varios debates, viejos y nuevos, que la pospandemia probablemente potenciará, destaca la «agenda verde», un paraguas en el que entran cosas disímiles anudadas no sólo cromáticamente, sino también porque venían tomando impulso en la prepandemia y porque sus temas son particularmente relevantes para los protagonistas (y votantes) del futuro: los jóvenes.
¿Qué hay bajo este paraguas? El índice de este capítulo incluye, en primer lugar, a la agenda ambiental, que hace rato está presente sobre la mesa local, pero que, más allá de algunos hitos -como nuevos parques nacionales o el énfasis menguante en energías renovables-, en la Argentina no ha tenido más que un rol cosmético, fotográfico.
Esta agenda, ligada a la de la economía circular, nos enfrenta a problemas morales (y no tanto) con los que otros países en desarrollo lidian hace rato: ¿cuánto crecimiento e ingresos argentino estamos dispuestos a sacrificar por el planeta global? ¿Cuál es la agenda ambiental razonable para un país empobrecido como la Argentina, cuyos exportables principales incluyen minería y petróleo, carne vacuna y transgénicos? Este es un frente urgente y virgen, donde la mayoría de los análisis toman partido antes de empezar y, donde cualquier solución interior es políticamente incorrecta.
La agenda verde también suele asociarse a dos despenalizaciones: la de la interrupción voluntaria del embarazo, cercana, pero suspendida por la pandemia, y la del cannabis, menos cercana, pero importante para el desarrollo regional. Ambos son temas que dividen aguas y que solo pueden saldarse políticamente.
Por último, el verde es el color de la agenda de género, la que más ha avanzado en apariencia, si no en los números. ¿Cuánto se han reducido la brecha salarial y de participación laboral en hogares pobres? ¿Cuánto se ha elevado el techo de cristal? Paradójicamente, parte de lo hecho, por ejemplo, en el marco de ley de teletrabajo, tiende a ensanchar la brecha, no a reducirla. Lo positivo es que la pandemia probablemente acelere los cambios en la composición de la demanda laboral a favor de las mujeres, si lo acompañamos con políticas bien calibradas.
Manejo de expectativas
Basados en los datos de la realidad, es improbable que veamos un avance significativo en estos debates durante 2020, menos aún el año que viene, electoral. Lo más probable es que prevalezca la improvisación y la polarización de ideas que tantos éxitos (políticos y electorales) nos han dado. Pero, si cada crisis es una oportunidad, hoy tenemos una oportunidad inédita de innovar. Dicen que nada será igual en la pospandemia; no estoy tan seguro, pero tal vez tengamos esa suerte.
Todo lo anterior, cabe aclarar, no es un plan. Es menos que una agenda; apenas un listado anotado. Mucho se ha escrito sobre cada uno de estos temas, aun huérfanos de políticas. Y muchos otros temas, igualmente importantes, quedaron afuera. Por algo se empieza.»