(La 2° parte de este artículo está aquí; la 3° y última estará online este miércoles 26)
Tucura quebrachera, bastante preferible a la verdadera langosta sudamericana, si dejan elegir…
Tenemos 6 mangas de langostas sudamericanas “verdaderas” trabajando en simultáneo en el país, y lo preocupante es que esto sucede en invierno y que hace un mes eran sólo 3. Y esas 3 no lograban bajar desde el NOA debido a la dirección y temperatura del frente de aire polar que llenaba el país.
Ahora, con la meterología más a favor de las langostas, el Programa Nacional de Langostas y Tucuras del SENASA (Servicio Nacional de Sanidad Animal) habla de 3 mangas en Salta (2 muy cerca de Formosa), 2 en Santiago del Estero (de las cuales una se dividió en dos partes) y 1 ya bajo control, en Entre Ríos.
Las cuarentenas provinciales y municipales impuestas ante el Covid-19 se dan de palos con la esencia federal de la lucha contra esta plaga. Hace dos semanas Santiago del Estero le cerró el paso a un equipo del Centro Regional NOA-Sur del SENASA que venía desde Tucumán para coordinar un ataque en tierra a una de las dos mangas ya operantes en Santiago. La idea suele ser armarle una recepción “con toda la química” en algún sitio previsible de aterrizaje nocturno de las langostas.
Pero al mismo tiempo Santiago quiere conservar su casuística de Covid-19 baja, con cuarentena rabiosa para quienes entran desde “zona roja”. El asunto es que pasados los 15 días de la misma, la manga puede haber bajado a la Pampa Húmeda o haberse ido a cualquier otro agroecosistema.
¿Qué hacer ante estos casos? Mientras duren la pandemia y los retenes policiales en las rutas, la lucha contra las mangas es asunto federal, excede al Ministerio de Agricultura, debe involucrar también a los de Salud, Interior y a los gobernadores e intendentes. Fácil, no es.
El trabajo del Programa de Langostas venía complicado ya antes del Covid-19. A las mangas, estos tsunamis entomológicos, se les pierde fácil el rastro en las más de 60 millones de hectáreas “arbustizadas” del NOA y las Sierras Pampeanas, chaparral espinoso entreverado de arroyos (hoy secos) y con poca población, señal de celular o caminos.
Por eso a veces las langostas “desaparecidas del radar” parecen rematerializarse de golpe. Y si comieron mucho y la meteorología ayuda, no es infrecuente que las de la especie problemática sudamericana, la Schistocerca cancellata haya logrado reproducirse a contraestación. Lo grave es tener mangas nacidas aquí, en Argentina, de huevos puestos aquí, y eso tras medio siglo de aniquilamiento de la especie.
Las langostas, de cuyas crudas hazañas en el Río de la Plata tenemos testimonio escrito desde 1538, cuando liquidaron la cosecha porteña de mandioca, fueron finalmente erradicadas en 1964. Desde que Carlos Pellegrini asumió la presidencia tras la caída de Miguel Juárez Celman y el estado nacional resucitó, pasaron 73 años de lucha contra las mangas, en la que se hizo uso de tecnologías que fueron evolucionando desde la ineficacia inicial a una creciente contundencia primero química, y luego metodológica.
Si un dato nos describe como país agroexportador, es éste: el programa científico más viejo de la Argentina resulta ser la Comisión Nacional de Extinción de la Langosta (CNEL). Data de 1891 y lo fundó el citado Pellegrini. Hoy, tras varios cambios de nombres, reparticiones y métodos, esa función la ejerce el SENASA, como agencia del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.
En sus primeras décadas, la CNEL trataba de salvar objetivos reducidos pero valiosos (frutales, por ejemplo) envolviendo cada árbol en telas, pero andá a hacer eso con objetos planos y de la escala de un trigal. No es que la CNEL no haya tratado, pero la Schistocerca le pegaba a la tela como aperitivo, y luego “iba al grano”.
Entre 1931 y 1932 la Schistocerca fue un tiro de gracia para nuestra economía, que ya venía sangrando por el crack financiero mundial del ’29 y las consecuentes cancelaciones de compras británicas de trigo y carne. En aquellos 2 años tuvimos hasta 152 millones de hectáreas cubiertas por la nevada gris y errante de las mangas: más de 3 quintas partes del territorio argentino continental, entonces el octavo mayor del mundo.
Hace más de medio siglo que no vemos escenas como ésta, de Casilda, Santa Fe, 1932 ¿Esto se puede repetir? El escenario económico mundial es más complejo que el de 1929: desde 2017 se veía venir una recesión mundial, pero la pandemia de Covid-19 la incendió hasta límites inexplorados.
Y el escenario climático es definitivamente peor: hasta la Pampa Húmeda se ha subtropicalizado, por temperaturas y lluvias. En cuanto al efecto futuro de la langosta sobre nuestras exportaciones agropecuarias, depende, entre otras cosas, de qué haga el estado contra estos insectos y qué armas use. Las puramente químicas se desafilan rápido, y si el estado nacional juega una segunda vez a evaporarse, estamos en el horno. Eso merece explicación.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el uso masivo de aquella novedad, el DDT (y otros insecticidas órganoclorados persistentes) fue muy malo para avifauna y anfibios, pero por primera vez le hizo mella a las mangas. Cuando al poder residual de los órganoclorados se sumó la neurotoxicidad instantánea de los órganofosforados (“derribantes”), la langosta no logró volverse resistente a tiempo. Pero el jaque mate fue la aplicación preventiva de estos compuestos de síntesis en los sitios de desove, es decir el raleo de las ninfas y “las saltonas” inmaduras, a partir de 1954. Eso borró a la Schistocerca del mapa. Al menos, del nuestro.
Sin embargo, para el licenciado Alejandro Inti Bonomo, responsable de la carrera de Gestión Ambiental en la UADE, las plagas de langostas son algo normal en el suelo latinoamericano, dice, (cuándo no), Infobae. Normal, mi bisabuela: entre 1964 y 2015 a la Schistocerca en este país le dimos el olivo.
Los insectos-plaga tienen su modo darwiniano de sobreponerse a los pesticidas, incluso cuando se combinan distintas familias químicas. Los individuos genéticamente más inmunes a tales o cuales cócteles sobreviven, y aunque los bichos resilientes sean temporariamente unos pocos, su descendencia se irá reconstruyendo sobre esa fortaleza genética hereditaria. Es inevitable que en un centenar o más de generaciones de insectos, que transcurren en una única generación humana, varias especies terminen volviéndose resistentes a las novedades en agrotóxicos.
Para romper esa resistencia hoy se cruzan piretroides “derribantes”, de neurotoxicidad aguda inmediata, con “sistémicos” (como el fipronil). Éste es particularmente ingenioso: mata “a la larga”, porque bloquea la capacidad del insecto para generar una muda de cutícula: al crecer muere comprimido por su viejo exoesqueleto de quitina. Como venganza, es de un refinamiento veneciano.
Lo cierto es que aplicados al voleo desde avión, con algo más de precisión desde “camión mosquito” o incluso desde una prolija pero poco potente motomochila, estos cócteles son de diversa letalidad para los grandes polinizadores (las abejas), y también para esos insecticidas vivientes que son los pájaros, anfibios y peces. Y sabemos que son malos para los gusanos, hongos y bacterias de la tierra, la poco vistosa biota que no figura en los créditos de la película, pero es que le da estructura y resiliencia físicoquímica al suelo. Esa vida subterránea, especialmente la unicelular, no será vendible a China pero forma la base invisible de los agroecosistemas desde los cuales le vendemos forrajes (y a veces, alimentos) a China.
Dada la capacidad de las langostas de ir generando resistencia, Darwin juega contra nosotros. Es una carrera armamentista en la que hay que renovar el arsenal químico, pero las novedades llegan tarde, de afuera y cuestan dólares.
En 2015 la Schistocerca, sin embargo, era sólo tenues recuerdos de abuelos. Nos contaban cómo de purretes salían inefectivamente a la calle a redoblar cacerolas o a quemar neumáticos, no para darle el raje al general José “von Pepe” Uriburu sino para espantar a las langostas del arbolado urbano. Obvio, las langostas no se enteraban.
Pero la vida te da sorpresas. Aquel 2015, montada sobre el recalentamiento global y estos inviernos cortos y sin grandes heladas en en la llanura chacopampeana, la Schistocerca volvió desde Paraguay y Bolivia, cuyos estados, sistémicamente más débiles que el nuestro, nunca lograron eliminarla.
Mal momento para que aquí colapsara también el estado pero por vocación, nomás. El SENASA dio batalla contra repetidas mangas que bajaron deambulando desde el NOA, tratando de impedir que desovaran, y si lo hacían, tomando nota de los sitios y revisitándolos cuando la eclosión.
Con Darwin y el cambio climático a favor de las langostas, esta vez la cancha venía muy inclinada contra el país, pero cuando en 2018 cayeron recortes de presupuesto, tercerizaciones de tareas y despidos masivos en el SENASA, en el INTA y en el Ministerio de Agroindustria, la Schistocerca sacó DNI nuevo. Hoy es argentina nacida y criada. En 2018 desapareció también como tal el Ministerio de Ciencia, con su caja de posibles herramientas nuevas.
La langosta volvió a asentar sus reales (y sus huevos) en 8 provincias.
Los números de la langosta
Una hembra “pesada” carga hasta 120 huevos, que deposita a una profundidad de hasta 10 cm. como paquete, u “ooteca”. Con buenos vientos y temperaturas una manga de Schistocerca puede viajar hasta 150 km. en un solo día: dado el tamaño y rapidez del problema, combatirlo excede a las provincias y es asunto necesariamente federal.
El modo estándar es seguir una manga de cerca, tratar de predecir sus movimientos con el pronóstico de temperaturas, vientos y lluvias y los avisos que mandan por Twitter y Watsapp o e-mail los pobladores, amén de mapas satelitales de índices verdes de vegetación. Como en el fútbol, es mejor no correr la pelota sino anticipar su paso. Por eso, si ve pasar una manga, avise a este teléfono (011) 4121-5247 o a este mail: [email protected]. O llame sin cargo al 0800-999-2386. O mejor aún bájese a su celular la app ALERTAS Senasa desde Playstore.
Mientras cae la tarde, hay que posicionar y tener bien cargados de piretrinas los aviones fumigadores contratados por el SENASA en los aeródromos y aeroclubes más a tiro. Cuando se sabe que la manga aterrizó y se ha puesto el sol, se despega a bombardearla.
Los aviones fumigadores son feúchos: tienen alas de gran superficie y grosor, diseñadas para vuelto lento y giros escarpados cerca del suelo sin caerse. Los aparatos gastan motores comparativamente muy potentes para su peso. Hacen falta más de 220 HP, para poder cargar media tonelada de agroquímicos en un Piper Pawnee, un Cessna 188, un Laviasa Puelche; y 1000 HP para subir 1 tonelada a un PZL Dromader polaco.
Tales máquinas usan tren fijo muy robusto para poder operar desde caminos de tierra, y una cabina de pilotaje alta, como subida a una joroba, para que el piloto tenga buena visibilidad frontal y hacia abajo, cosa de no llevarse puesto un árbol o un poste. Hay unos 800 aviones aeroaplicadores operando en el país, con una tasa de reposición anual de 20/año. Y sobra decirlo: éste un trabajo arriesgado.
Una nube de langostas que en vuelo diurno se extendía a lo largo de 100 km., de noche se posa en apenas 5 o 15 hectáreas. La Schistocerca prefiere, si las hay, las ramas de los árboles al suelo. Y como “velocidad y altura/conservan la dentadura” (primera enseñanza del aspirante a piloto), el rociarlas con precisión, volando lento sobre monte en la oscuridad y baja cota, es una receta insuperable para pegarse un palo.
¿Por qué no atacarlas de día y en el aire, entonces, mientras viajan? La respuesta obvia: están más dispersas, y se trata de no gastar venenos (son caros), y menos aún, de intoxicar al cuete áreas enormes. Tampoco sería seguro para el piloto: las langostas aplastadas contra el parabrisas del avión te dejan ciego y las que obturan el radiador te pueden costar una recalentada. A eso normalmente sigue plantada de motor “por agarre” de los pistones en sus camisas, y un aterrizaje forzoso y a ciegas donde se pueda, con riesgo de ponerse el avión de gorra.
En 2018, sin embargo, el entonces llamado Ministerio de Agroindustria impartió guías para que (sic) cada afectado estuviera obligado a controlar su propia infestación. “A la langosta la combatimos entre todos”, decía el slogan: haceme reir. Es uno de los hitos por los cuales recordar al exministro Luis Miguel Echevehere, en cuyo mandato la Schistocerca se renacionalizó sin que nadie le haya hecho tractorazos: los funcionarios antiestado salen caros… pero caen bien parados, cuando son de pedigrí.
En 2017 y muy “in extremis”, el SENASA habilitó una variedad de insecticidas para esta lucha (cipermetrina, deltametrina, lambdacialotrina, diflubenzuron y fipronil). Es una lista complicada. Aún así, la visión (bastante infernal) de una manga en acción como en este video te cura enseguida de pruritos ecologistas.
1 km2 de manga aterrizada al atardecer “en alta densidad” tiene hasta 80 millones de individuos, cada uno capaz de comer su propio peso corporal (aproximadamente, 2 gramos) en 24 horas. Sí, son 160 toneladas de vegetación. Pero si se las “emboca” con precisión durante la cena, en una noche se obtienen tasas de mortalidad del 90%.
Parece mucho pero los números de reproducción van en nuestra contra: el paso de una primera manga, si encontró la suficiente alimentación, deja entre 100 y 120 huevos por hembra en el suelo, como para que la siga un segundo rebrote de estación cálida. Éste, medido en adultos supervivientes, puede ser 20 veces más masivo que la manga original.
Si la meteorología y la vegetación permiten –no es imposible- un tercera puesta y eclosión anual, la generación # 3 será 20 veces más numerosa que la segunda, es decir 400 veces peor que la inicial. Con la langosta es como con el SARS CoV-2: si no aplastaste la curva de reproducción de movida, el resto de la batalla es muy cuesta arriba. Pero, al igual que con el Covid-19, también se puede perder en el 2do tiempo un partido bien empezado. El asunto es cuántos y cuáles medios emplear.
Lo impresionante, la buena noticia, la sorpresa, es cuántos y qué variados son los que tenemos hoy en Argentina.
¿Da para una segunda parte? La seguimos mañana.
(Continuará mañana)
Daniel E. Arias