«La Unión Europea se ha pasado los primeros 20 años del siglo XXI ocupada en sus propias conquistas, como la incorporación al club de gran parte del antiguo bloque soviético y el lanzamiento y consolidación del euro. O enfangada en sus propias debacles, como la crisis de Grecia o la salida del Reino Unido. El orden mundial heredado del siglo XX facilitaba ese ensimismamiento, con EE UU ejerciendo de gendarme global y China, último fichaje del capitalismo, como fábrica barata y siempre en marcha.
Pero las grandes placas tectónicas de la política mundial se han movido. Y han despertado a Europa de su letargo geoestratégico. Estados Unidos ha pasado de aliado incondicional a guardaespaldas que quiere cobrarse sus servicios con constantes amenazas de retirar su protección o de imponer aranceles a las exportaciones europeas. Y China ha dejado de ser un país emergente al que deslocalizar la producción industrial y se ha convertido en un “rival sistémico”, según la definición más reciente de la Comisión Europea.
“Podemos y debemos decidir por nosotros mismos qué quiere ser Europa en este orden mundial que está cambiando rápidamente”, afirmó el pasado mes de julio la canciller alemana, Angela Merkel, al asumir la presidencia semestral de la UE. “Ahora más que nunca es esencial plantearse si queremos tomarnos en serio Europa y si queremos que Europa preserve su libertad y su identidad en la era de la globalización”, añadía Merkel en su intervención ante el Parlamento Europeo.
Los fuertes vientos de inestabilidad han forzado a Bruselas a levantar la mirada y atisbar el exterior. Y el panorama no es halagüeño. La pandemia de la covid-19 y el confinamiento adoptado para frenarla han revelado hasta qué punto el Viejo Continente depende de las plataformas digitales estadounidenses no solo para mantener en marcha sus economías, sino incluso para amenizar el ocio de sus hogares. Y en el terreno industrial, los europeos han descubierto que no se fabrica en su territorio ni un gramo de paracetamol (importado de China o India) y que hasta una humilde mascarilla puede convertirse en un bien muy preciado cuando toda su producción ha sido deslocalizada.
Ya antes de la pandemia, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, que asumió sus funciones el pasado 1 de diciembre, había etiquetado su mandato como el de una “Comisión geoestratégica”. Su Alto Representante para Política Exterior, Josep Borrell, también en el cargo desde el 1 de diciembre, defiende que “la UE tiene que aprender a usar el lenguaje del poder”.
Pero una cosa son las palabras y otra, los instrumentos necesarios para demostrar ese poder. Bruselas aspiraba a contar en los próximos presupuestos de la UE (para 2021-2027) con unos 30.000 millones de euros para potenciar la política común de defensa y de acción exterior. Pero la partida se ha reducido a menos de la mitad, para satisfacer a los socios que se resistían a un presupuesto expansivo y a crear un fondo de recuperación contra la crisis de la pandemia.
La UE, por tanto, seguirá con recursos “geoestratégicos” limitados, a pesar de que el entorno se le complica por momentos. La guerra civil en Libia o la tensión con Turquía; la amenaza constante de una crisis migratoria como la que quebró la zona Schengen en 2015, o las turbulencias en el frente oriental, con Bielorrusia como nuevo exponente, hacen imposible que Europa vuelva a caer en el letargo. Otra cosa es que disponga de fuerzas para tenerse en pie.»