El Ministerio de Salud confirmó anoche que en las últimas 24 horas se registraron 10.776 nuevos casos de Covid-19 y 115 personas fallecidas por coronavirus. Con estos registros, suman 546.481 los positivos en el país y la cifra de muertos se elevó a 11.263 personas. Ayer a la mañana reportaron 409.771 personas recuperadas, de las que 9650 correspondían a las últimas 24 hs.
Según el último informe, las camas de Unidades de Terapia Intensiva (UTI) ocupadas en todo el país ascienden a 2.962. Así, el porcentaje de ocupación a nivel nacional es de 60,4%, mientras que en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) se eleva a 68,5%.
Desde el reporte emitido esta mañana que dio cuenta de la muerte de 58 personas, esta tarde se notificaron otros 57 decesos en una decena de provincias. Del total, 38 son hombres, 18 residentes en la provincia de Buenos Aires, 5 en Capital Federal (CABA), 2 en Chaco, 4 en Córdoba, 2 Mendoza, 2 en Salta, 2 en San Juan, 1 en Santa Fe, 1 en Tierra del Fuego y 1 en Tucumán.
A estos se les suman 19 mujeres, 6 residentes en la provincia de Buenos Aires, 4 en CABA, 1 en Chaco, 2 en Córdoba, 3 en San Juan, 2 en Santa Fe y 1 en Tierra del Fuego.
Con los números del informe del día anterior, se señalaba que con 3.093 casos, la Argentina contaba casi el 5% del total de casos en UTI del mundo, que acumulaba 60.882. El ranking lo encabezaba Estados Unidos, con 14.347 casos, seguido de India, con 8.944, Brasil, con 8.318, e Irán, con 3.768. Y se afirmaba que, a diferencia de esos cuatro primeros lugares, donde la curva de casos ya comenzó a bajar, en la Argentina aún no se ve un retroceso del virus.
Si bien los infectados por el virus SARS-CoV-2 habían sumado casi mil pacientes en las últimas dos semanas, el porcentaje de ocupación de camas UTI en el país se mantiene relativamente estable.
La alta cifra argentina se explica, entre otros factores, por el alto número de casos activos: personas que aún cursan la enfermedad. En la actualidad, en el país 114.728 personas aún están infectadas. Si se tiene en cuenta las estadísticas globales del virus, que detallan que entre el 2 y el 3% de los casos necesitarán internación en una UTI, el país está dentro de los márgenes esperables, con un 2,7% del total de casos activos.
«Mientras no se estabilice y comience a bajar el número de casos en el país, las internaciones en terapia intensiva van a seguir subiendo», dice Eduardo López, médico infectólogo y jefe del Departamento de Medicina del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, que agregó: «Es fundamental que se comiencen a aplicar sistemas de rastreo y bloqueo de casos como el Detectar en las zonas del interior del país donde se están produciendo ahora los brotes».
Como dijimos hace algunos días, la situación regional en cuanto a casos como porcentaje de la población era otra a mediados de agosto: Argentina no estaba en el 4° sino en el 7° lugar en cuanto a su tasa de incidencia y la tasa mundial de nuevos contagios por millón de habitantes la encabezaba Perú, ahora dos puestos debajo nuestro, con 192 nuevos casos por día. En el medio está Costa Rica, con 204. Sigue Brasil, con 186; España, con 181; Montenegro, con 175. Este lamentable “top 10” se completa con la pequeña Andorra y sus 168 nuevos casos diarios por millón de habitantes.
Las preguntas que surgen naturalmente son ¿qué se hizo mal? y ¿qué puede hacerse? Y las respuestas inevitables son insatisfactorias: Nada en especial, a la primera. Nada muy distinto de lo que se esta haciendo, a la segunda.
Que no se interprete mal. Los médicos conocen mucho más sobre esta dolencia que hace 6 meses; la infraestructura y los procedimientos sanitarios han mejorado mucho en la mayor parte del país. Y algunos tratamientos, con plasmas, hasta con el común ibuprofeno, ofrecen perspectivas alentadoras. Pero todavía no hay ninguna receta que asegure un mejoramiento rápido de los pacientes graves, ni aquí ni en el resto del mundo.
Salvo algún desarrollo inesperado e imprevisible, tendremos que esperar hasta que se confirme la eficacia de algunas de las vacunas que se están ensayando. Por ahora, el único recurso que se conoce para minimizar las chances de contagio, es el muy primitivo de la cuarentena.
Y seamos francos: no hay motivos para esperar que la cuarentena sea seguida con mayor rigor por la sociedad que lo que ha sido en estos meses. Al contrario. Un sector importante de la sociedad argentina sí la cumple, y toma todas las precauciones. Pero por necesidad o por desaprensión, un sector también numeroso no la está cumpliendo desde hace meses, o la cumple «más o menos». Hablar de la «cuarentena más larga del mundo», sin tener esto en cuenta, es una tontería.
Otra tontería es querer mostrar siempre un país -distinto conforme pasan los meses y cambian los números de contagios- donde no hizo falta la cuarentena por «la responsabilidad social». ¿Alguna idea de porqué funcionaría un llamado a la responsabilidad social si no funcionó el «aislamiento obligatorio»?
Lo cierto es que la letalidad es baja. Muy baja, salvo entre los ancianos y los que tienen comorbilidades. Y ni siquiera la mala noticia que trajo ayer la Harvard Medicine School, que 1 en 5 de jóvenes hospitalizados por COVID necesitan terapia intensiva, y cuidados continuos aún después de recuperarse, es difícil que cambie las actitudes insertas en la sociedad.
Los que tienen fe en una religión, rezarán. Los que tienen fe en la ciencia -que muchas veces también son religiosos- esperarán por la vacuna o el tratamiento eficaz. La respuesta común es una que nuestra sociedad ha tendido a dejar de lado, pero es a la que han recurrido los seres humanos en guerras y catástrofes a lo largo del tiempo: el aguante. Y la esperanza.
A. B. F.