La posición de AgendAR en el tema de las energías renovables en nuestro país ha estado guiada -y lo sigue siendo- por algunos conceptos básicos. El primero, y clave, es que el uso de los combustibles fósiles -salvo un desarrollo inesperado e imprevisible- tiene una fecha cierta de terminación en todo el planeta.
No es una fecha cercana, por cierto; existe una gigantesca infraestructura, fija y móvil, que no se reemplazará rápidamente. Ni tampoco estarán disponibles pronto las alternativas para suplirlos en su totalidad. Pero la realidad del calentamiento global está siendo aceptada -en algunos casos a regañadientes- por los gobiernos en todo el mundo. Entonces, el desarrollo de las energías renovables es un camino que debemos recorrer.
Pero hay otros conceptos que tenemos presentes: las energías renovables requieren infraestructuras caras y complejas; y en el caso de las más comunes, la solar y la eólica, son inconstantes. Salvo otro desarrollo inesperado e imprevisible -un sistema de almacenamiento eléctrico muchos órdenes de magnitud superior a las baterías- necesitan un respaldo «de base». Las dos fuentes que no aumentan el carbono en la atmósfera son la nuclear y la hidroeléctrica. Esas infraestructuras también son caras y complejas.
Todo esto apunta a una conclusión inescapabla: la transición energética en nuestro país requiere, sí o sí, una planificación a largo plazo, que tome en cuenta todos los factores.
En nuestro país el gobierno anterior hizo una apuesta importante -y cara, en términos de subsidios, a la energía eólica y a la solar. En AgendAR hemos sido críticos de esos planes: demasiado costosos, en relación al aporte real a la red eléctrica, y, sobre todo, porque no incorporaban estímulos para la industria nacional. En una expresión cáustica de nuestro Daniel Arias, «el único insumo local previsto era el viento«.
Pero, bien o mal, es lo que se hizo, y debemos partir de esa realidad. Y escuchar a las empresas que trabajan en este rubro. Teniendo en cuenta los datos de una nota reciente, podemos decir que en este mes de septiembre, para ser precisos, el sábado 12 a las 15:40, por primera vez se logró que el 22,38% de la demanda eléctrica fuera abastecida por energía renovable.
Esto se dio por un conjunto de factores climáticos que permitieron que la energía eólica y la solar generaran más electricidad que su media, pero también porque entraron al sistema varios parques nuevos en los últimos meses.
A futuro, sin embargo, las perspectivas son negativas, ya que, por la crisis de financiamiento y la incertidumbre de no tener un horizonte claro, hace más de un año están paralizados la mayoría de los nuevos proyectos.
EOLICA
De todos los tipos de energías limpias, la principal proveedora de electricidad es la eólica, que ese día representó al 70,89% del total abastecido, con 2051,67 megawatts/hora (MWh).Luego le siguieron la solar, con 18,95% del total y 548,53 MWh; la hidráulica, con 6,29% y 182 MWh, y bioenergías, con 3,86% y 111,8 MWh.
Las energías renovables tienen prioridad de despacho; es decir, toda la electricidad que generan entra al sistema y abastece la demanda de forma automática. El resto de la generación necesaria se complementa con la energía térmica, la hidroeléctrica no renovable (por alguna causa, las centrales «hidro» de más de 50 MW instalados no figuran por ley como renovables) y la nuclear (que puede reciclar su combustible y no emite C02, pero la ley actual tampoco la considera renovable).
Al día de hoy hay 146 proyectos de energía renovable habilitados comercialmente, que tienen una potencia instalada de 3383 MW. De ese total, en los últimos cuatro años se inauguraron 89 proyectos por 2534 MW, que fueron impulsados por el nuevo marco regulatorio Mater (el mercado mayorista donde operan los grandes usuarios) y el programa Renovar.
Aún con todos los proyectos nuevos, la generación promedio de energía eléctrica representa un 11% del total de la demanda. Esto es mucho mayor a los menos de 2% que representaba hasta julio de 2018 y al 8% con el que cerró 2019, aunque está por debajo del 12% que se tendría que haber alcanzado el año pasado, según las metas impuestas en la ley 27.191 de energías renovables, aprobada por unanimidad en 2015. El objetivo final es llegar a 20% para 2025.
Del total de proyectos renovables, 46 son parques eólicos, que tienen una capacidad instalada de 2205 MW y 31 son solares, con 461 MW. Con respecto de la energía hidráulica, la ley de fomento nacional para el uso de fuentes renovables incluye solo a los proyectos de centrales hidroeléctricas de hasta 50 MW, por lo cual no se toman en cuenta en los registros de renovables las grandes represas como Yacyretá o El Chocón.
Este año se habilitaron comercialmente 22 proyectos nuevos, que tienen una capacidad instalada de 734,8 MW. La última gran incorporación que está en período de pruebas es el parque solar Cauchari, en Jujuy, que tiene una capacidad de 300 MW. También entraron en funcionamiento grandes parques eólicos como Vientos Neuquinos, de la generadora estadounidense AES, y Vientos la Genoveva, de Central Puerto.
En contraste a todas las inauguraciones de parques renovables de los últimos meses, la realidad del sector es pesimista cuando se mira a futuro. Desde la escalada del dólar que comenzó en marzo de 2018, y continúa, el inicio de nuevos proyectos se fue ralentizando cada vez más.
Esto sucede en buena medida, porque máquinas como las eólicas tienen un alto consumo de repuestos, y dado que estos son tan importados como las propias turbinas, se pagan en dólares. No sería la primera vez que la imposibilidad de mantenimiento paraliza parques eólicos durante años y décadas. Ya sucedió, pasados los ’90, con el primero de cierta dimensión, el de la ciudad de Comodoro Rivadavia, hecho con molinos daneses en tiempos de la convertibilidad peso/dólar.
Al igual que todas las industrias energéticas, el sector de renovables se caracteriza por ser capital intensivo y, por lo general, al financiamiento hay que buscarlo en el exterior. Con las sucesivas devaluaciones que tuvo la moneda en los últimos dos años, el aumento de la tasa de interés para créditos en la Argentina y las actuales restricciones al comercio exterior, la construcción de nuevos parques se hizo cuesta arriba.
Las cosas podrían haber sido distintas si se hubiera obligado a las proveedoras de tecnología eólica a fabricar en el país, como se hizo en Brasil. Allí el 100% de cualquiera de los generadores Vestas desplegados en los enormes parques locales es de manufactura brasileña. Aquí se permitió la libre importación de equipos enteros sin un centavo de trabajo local, instalaciones descomunales en las que la Argentina pone sólo el viento, la prioridad de despacho eléctrico sobre cualquier otro tipo de centrales aunque tengan producto más barato en el mercado spot, desgravaciones impositivas, precios sostén garantizados a dos décadas al kilovatio/hora, garantías de todo tipo y libertad de repatriación de ganancias. Seguir una política «más brasileña» habría sido un modo de ligar el precio de los equipos y repuestos no sólo al dólar, sino al consumo local de energía y al valor de la hora de trabajo en Argentina, y no en Dinamarca.
«La gran discusión que hay que dar es qué se hará con esos proyectos que no se llevarán a cabo por falta de financiamiento, que representan 2000 MW. Cada uno de ellos fue asignado con una capacidad de transporte, que es el gran cuello de botella. Mientras que no se den de baja, no se van a poder reasignar nuevos proyectos, porque tienen que tener asegurado que se pueda evacuar la energía», explicó Gustavo Castagnino, director de asuntos corporativos de Genneia, la empresa que tiene siete parques eólicos y uno solar en funcionamiento, y está por terminar de construir tres más.